La noche del 17 de septiembre, la primera cadena de televisión de Macedonia abrió su informativo nocturno con la noticia de la muerte de la viceministra del Interior. «Milena Tomic —decía la presentadora con voz queda y semblante triste— falleció sin recuperar el conocimiento tres horas después de haber ingresado en el hospital de Skopie, al que fue trasladada tras sufrir un aparatoso accidente de coche. El vehículo que conducía personalmente chocó frontalmente con un camión de gran tonelaje que circulaba a gran velocidad. El conductor del camión —añadió la periodista— había salvado la vida, pero horas después falleció, según los médicos, de resultas no tanto de las heridas provocadas por el choque como del agravamiento repentino de una insuficiencia pulmonar que padecía». Un recuadro con una fotografía de la dirigente política y una grabación con las imágenes del amasijo de hierros al que había quedado reducido su vehículo ilustraban la información. La televisión no ofreció ninguna imagen del conductor del camión. Sólo dijo su nombre. Se llamaba Peja Princip y —según dijo la locutora— era natural de Montenegro.
Merkurio apagó la pantalla de plasma que colgaba en una de las paredes de su despacho. Una sonrisa maligna iluminó su rostro. «El coronel ha hecho bien su trabajo. La viuda de ese pobre diablo tendrá la recompensa prometida», pensó para sus adentros recordando que el coronel le había hablado de aquel hombre. Era un obrero en paro que en tiempos de Tito había colaborado con la Milicija espiando a sus compañeros y pasando informes sobre posibles desafectos al régimen. Desde hacía unos años le habían diagnosticado un cáncer de garganta. Sabía que no tenía cura y, cuando le entrevistó el coronel, estaba desesperado porque estaba sin dinero, iba a morir y dejaba atrás una mujer y seis hijos, algunos de corta edad, Al coronel Bojovic no le fue difícil convencerlo.
Un anticipo muy sustancioso en efectivo y el compromiso de que su mujer recibiría una ayuda adicional cuando el trabajo fuera realizado fue suficiente.
Peja habló con su mujer; le explicó que el dinero era el pago de una antigua deuda de la que nunca con anterioridad le había hablado. La mujer no preguntó. Cuando la despensa está vacía y uno tiene media docena de hijos que mantener, si el tendero llama a la puerta y trae una cesta llena de comida diciendo que el pedido está pagado, nadie pregunta quién ha saldado la cuenta.
Al día siguiente, Merkurio abandonó Dubrovnik para trasladarse a Skopie, capital de la Antigua República Yugoslava de Macedonia y escenario en el que tenía previsto activar lo que él mismo había definido como «la parte más política» de su plan.