Capítulo 15

A las seis de la tarde del día 7 de septiembre, en la «burbuja» electrónica instalada en el sótano de Villa Cassandra, uno de los técnicos que estaban al cuidado de las escuchas telefónicas se sobresaltó. El contenido de la conversación que acababa de interceptar le hizo comprender que, sin dilación, debía ponerla en conocimiento del hombre para el que trabajaba. Tras asegurar la grabación, abandonó la sala de escuchas y buscó al coronel.

—Señor, hemos interceptado una llamada telefónica que creo que debería escuchar —dijo en tono neutro.

—¿De qué se trata? —preguntó el militar.

—Es la señora… —contestó el técnico sin completar la frase.

—Déme los cascos —ordenó imperioso el militar.

—… creo que está llegando demasiado lejos. No quiero verme involucrada en esto. Creo en Macedonia y en su destino, pero no quiero participar en nada que entrañe la muerte de nadie. Me niego —dijo la voz que se escuchaba hablando por teléfono.

—Gracias. No se mueva de aquí, volveré enseguida. —Regresó diez minutos después acompañado de Merkurio.

—¿Puede averiguar con quién estaba hablando la señora? —preguntó Merkurio con la ira encendida en los ojos.

—Si me da unos minutos, creo que podré hacerlo —respondió el técnico.

El coloso no esperó. En dos zancadas salió de la estancia haciendo una seña al coronel para que le acompañara.

—Coronel, lo ocurrido es algo que no estaba previsto. Milena Tomic se ha bajado del tren en marcha. Nos ha traicionado. No podemos permitirlo. Debe ser sancionada.

—¿Cuándo, señor?

—Sin dilación, antes de que su traición ponga en peligro todo nuestro plan. Pero no olvide la posición que ocupa; hágalo de forma discreta.

—Descuide, señor. Así se hará.

—No quiero más problemas, coronel. La sanción deberá llevarse a cabo, pero en ningún caso deberá relacionarse con su estancia en Villa Cassandra. ¿Me ha entendido lo que quiero decir?

—Perfectamente, señor.

—Bien, volvamos a la «burbuja» para conocer qué más ha averiguado el técnico sobre la llamada.

Cuando entraron de nuevo en el laboratorio de escuchas, el especialista que había pinchado el teléfono de Milena Tomic había dejado los cascos encima de la consola y aguardaba de pie.

—¿Y bien?

—No he podido identificar a la persona con la que estaba hablando, pero sí su número de teléfono. Es éste —dijo, mostrando un papel que tenía en la mano.

Sin mirarlo, Merkurio entregó el papel al coronel.

—Averigüe a quién pertenece y, cuando lo sepa, llámeme —ordenó dando media vuelta y saliendo de la habitación—. Por cierto, estoy esperando al profesor Alfred Wagner. Viaja con su esposa, pasarán unos días en Villa Cassandra. Quiero que pasado mañana vaya a buscarles al aeropuerto… Ahora, no se demore y entérese de la llamada.

—Enseguida, señor. Le llamaré en cuanto lo tenga.

Como si todos sintieran todavía sobre sus cabezas la mirada feroz del coloso, un extraño silencio se apoderó de la estancia. El técnico regresó a su mesa de escuchas y volvió a colocarse los cascos. El coronel descolgó un teléfono y tras marcar un número esperó unos segundos.

—Hola, soy yo.

—¡Coronel! Buenos días. Dígame —contestó solícita una voz al otro lado de la línea.

—Toma nota de este número y llama a tus amigos de Vodafone de Belgrado. Averigua a quién pertenece y llámame a mi número. No tardes, es urgente —dijo, y colgó sin despedirse.

Cinco minutos después, sonaba el móvil del coronel.

—Pertenece a Ivo Pec, jefe del Gabinete del Presidente de la República.

—Buen trabajo. Gracias.

«Esto no le va a gustar a Merkurio. Se va a poner como una fiera», se dijo para sus adentros, al tiempo que abandonaba la «burbuja».