Capítulo 7

—Coronel, ¿dónde está Zorian? —preguntó el hombre al que los habitantes de Villa Cassandra llamaban Merkurio.

—Hemos desayunado juntos, quizá haya vuelto a su habitación, no sé… —contestó con evidente incomodidad el militar—. Iré a buscarlo.

—Hágalo. Dígale que le esperamos en la «burbuja». No tenemos tiempo que perder. Hoy va a ser un día de mucho trabajo —declaró Merkurio, completando sus palabras con una mueca que parecía resumir su estado de ánimo.

Apenas había traspasado el umbral de la puerta, cuando el coronel volvió a entrar en la estancia. Le acompañaba Zorian, el experto en programas informáticos.

—Buenos días. Siento haberme retrasado —dijo el recién llegado.

—Hace bien en disculparse porque nos tiene a todos esperando —le reprochó Merkurio.

—Reitero mis disculpas, señor. ¿Hay alguna novedad? ¿Algo que deba saber antes de ponerme a trabajar?

—Sí, la hay: el paquete ya está en Roma, así que póngase inmediatamente manos a la obra para averiguar lo que nos interesa.

—No le he entendido muy bien, señor. ¿Qué es lo que nos interesa?

—Todo lo que sepa la Policía italiana sobre el asalto a San Marcos. Cuando digo «todo», es todo, ¿entendido?

—Sí, por supuesto —respondió el hombre, acercándose hasta la mesa en la que varios teclados de ordenador parecían aguardar las manos capaces de dar vida a media docena de pantallas colocadas a diferentes alturas.

El bloque de aparatos informáticos ocupaba uno de los rincones de la estancia.

En otro estaba instalado un sofisticado sistema de escuchas electrónicas del que se ocupaban dos técnicos que permanecían en silencio con la mirada fija en las oscilaciones de la aguja del búmetro colocado junto a uno de los equipos de grabación.