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La segunda vez volvió en sí con menos dolor. Estaba en la cama, y dos caras nebulosas se inclinaban sobre él. Un objeto largo y delgado cruzó ante sus ojos, y una voz, que apenas atravesaba el zumbido de sus oídos, dijo:

—Ahora se recupera, Cimon.

Sheffield cerró los ojos, y comprendió que tenía el cráneo completamente vendado.

Permaneció inmóvil durante un minuto, respirando profundamente. Cuando volvió a abrir los ojos, vio claramente los rostros inclinados sobre él. Eran el de Novee, con una grave y profesional arruga entre los ojos, que desapareció cuando Sheffield le reconoció. El otro era el de Cimon, con la boca muy apretada y el ceño fruncido, pero con algo que parecía satisfacción en su mirada.

—¿Dónde estamos? —preguntó Sheffield.

—En el espacio, doctor Sheffield. Ya llevamos dos días en el espacio —respondió Cimon, fríamente.

—Dos días… —murmuró Sheffield, abriendo los ojos con sorpresa.

—Ha tenido usted una grave conmoción cerebral —intervino Novee—. Aún me sorprende que no haya habido fractura. No se excite.

—Bien, pero ¿qué pasó? ¿Dónde está Mark? ¿Dónde está Mark?

—Calma, calma —dijo Novee, poniendo ambas manos sobre los hombros de Sheffield y sujetándolo suavemente.

—Si quiere saber dónde está su pupilo —dijo Cimon—, le diré que está bajo arresto. Si quiere saber por qué, le diré que ha provocado deliberadamente un motín a bordo, poniendo en peligro la seguridad de cinco hombres. Estuvimos a punto de vernos abandonados en nuestro campamento provisional porque la tripulación quería zarpar inmediatamente. El capitán logró persuadirlos para que nos recogiesen.

Sheffield lo recordaba ahora muy confusamente. Aquel hombre con un bate… Mark… Mark diciendo: «… Mil muertos…». El psicólogo se incorporó sobre un codo, haciendo un esfuerzo tremendo.

—Oiga, Cimon, ignoro por qué Mark hizo eso, pero déjeme hablar con él. Yo lo averiguaré.

—No hace falta —dijo Cimon—. Ya saldrá todo durante el juicio.

Sheffield trató de apartar a un lado la mano de Novee, que quena retenerlo.

—¿Pero por qué dan tanta importancia al caso? ¿Por qué complicar al Departamento? ¿No podemos resolverlo nosotros solos?

—Eso es exactamente lo que pensamos hacer. El capitán tiene facultades, según las leyes del espacio, para efectuar juicios sumarísimos en el caso de que se cometan crímenes y otros delitos en el espacio.

—El capitán… ¿Un juicio a bordo? Cimon, no permita que lo haga. Será un asesinato.

—En absoluto. Será un juicio ecuánime. Estoy totalmente de acuerdo con el capitán. Este juicio es necesario para mantener la disciplina.

Novee estaba inquieto.

—Oiga, Cimon —intervino—, más valdría que no insistiese. Ahora no está preparado para oír estas cosas.

—Peor para él —dijo Cimon.

—Pero, compréndanlo —exclamó Sheffield—. Yo soy el responsable de ese chico.

—Lo comprendemos perfectamente —dijo Cimon—. Por eso esperábamos que recuperase el conocimiento, pues será juzgado con él.

—¿Cómo?

—Le hacemos responsable, ya que se encontraba con él cuando robó la navecilla. Los tripulantes le vieron a la puerta de ella, mientras Mark los incitaba a amotinarse.

—Pero él me dio un tremendo golpe para apoderarse de la nave. ¿No comprenden ustedes que esto demuestra que el muchacho no estaba en sus cabales? No puede hacérsele responsable por ello.

—Que el capitán decida, Sheffield. Usted, Novee, quédese con él.

Dio media vuelta, dispuesto a salir. Sheffield apeló a todas sus fuerzas.

—Cimon —le gritó—, me hace esto para vengarse por la lección de psicología que le di. Es usted mezquino, ruin…

Cayó sobre la almohada, sin aliento. Cimon, desde la puerta, respondió:

—A propósito, Sheffield, el motín a bordo de una astronave está penado con la muerte…