El capitán Follenbee, que se hallaba al mando de la Triple G, era un obstinado. También él opinaba lo mismo. Con anterioridad había realizado algunos viajes al servicio del gobierno, viajes que resultaron muy provechosos. La Confederación no escatimaba nada. Exigía una revisión completa de la nave después de cada viaje, la sustitución de las piezas defectuosas, una buena paga para la tripulación. Era un buen negocio. De los mejores. Pero aquel viaje era un tanto diferente.
«No sólo por el grupo tan especial de pasajeros que llevaba a bordo —él esperaba vivir con individuos coléricos que armarían tremendos escándalos por naderías y cometerían mil locuras y estupideces, aunque aquellos sabihondos eran como todo el mundo— y porque le hubiesen desmantelado media nave para construir lo que, en términos del contrato, se llamaba aun laboratorio universal con acceso por el centro».
A decir verdad, y le repugnaba tener que admitirlo, era por «Júnior»… el planeta al que se dirigían.
La tripulación, por supuesto, no lo sabía, pero él, a pesar de que era un obstinado veterano, empezaba a encontrar el asunto desagradable.
Pero sólo empezaba.
En aquel momento, lo que más le fastidiaba era aquel Mark Annuncio. Se golpeó la palma de la mano con el puño, molesto por aquel pensamiento. Su ancha cara se sonrojó de ira. ¡Insolente!
Un muchacho que aún no había cumplido veinte años, sin posición definida entre los pasajeros, se había atrevido a hacerle una petición como aquella…
¿Qué había tras todo aquello? Se prometió averiguarlo.
Con el humor que tenía, le hubiera gustado averiguarlo agarrando al muchacho por el cuello de la camisa, rechinando los dientes, pero sería preferible no apelar a aquellos medios extremos.
Al fin y al cabo, ya resultaba curioso que la Confederación de Mundos hubiese subvencionado aquel viaje tan peculiar, y que un muchacho de veinte años que siempre andaba fisgoneando y metiendo las narices en todo formara parte de aquella extraña empresa. ¿Cuál era su misión a bordo? Allí estaba aquel doctor Sheffield, por ejemplo, cuya única misión parecía consistir en hacer de niñera del muchacho. ¿Por qué? ¿Quién era exactamente Annuncio?
¿Había sentido el mareo del espacio o tal vez no era más que un pretexto para no moverse de la cabina?
Sonó un ligero zumbido cuando alguien pulsó el timbre de la puerta.
Debía de ser el muchacho.
Ahora calma, se dijo el comandante. Calma.