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—Ya hemos radiado la noticia de tu triunfo —dijo Gan—. Ahora deberías tomarte un descanso.

—¿Un descanso? ¿Ahora? —dijo Roi—. ¿Después de haber vuelto junto a las mentes completas de mis semejantes? Se lo agradezco, pero no lo acepto. Mi júbilo es demasiado grande.

—¿Te resultó muy molesto establecer relaciones con una inteligencia que no posee el contacto vital?

—Sí —repuso Roi brevemente. Con tacto, Gan evitó seguir sus pensamientos en retirada.

En lugar de ello, dijo:

—¿Y la superficie, qué tal?

—No podía ser más horrible —repuso Roi—. Lo que los antiguos llamaban «Sol» es una insoportable mancha resplandeciente en lo alto. Al parecer constituye una fuente luminosa y varía periódicamente; estos cambios se llaman «día» y «noche», en otras palabras. También hay otras variaciones imprevisibles.

—¿Tal vez nubes? —aventuró Gan.

—¿Por qué «nubes»?

—Ya sabes la frase tradicional: las nubes ocultan el sol. —¿Usted cree? Sí, es posible.

—Bien, prosigue.

—Veamos. Ya le he explicado lo que son «océano» e «islas». «Tempestad» se refiere a una humedad del aire que cae a gotas. «Viento» es un movimiento de aire de grandes proporciones. «Trueno» es una descarga espontánea y estática que tiene lugar en el aire o un gran ruido espontáneo. «Ventisca» es la caída del hielo.

Gan comentó:

—Esta es curiosa. ¿De dónde puede caer el hielo? ¿Y cómo? ¿Y por qué?

—No tengo ni la menor idea. Todo me parece muy caprichoso. En un momento hay tempestad y al siguiente hay calma. Por lo visto existen regiones de la superficie donde siempre hace frío, otras donde siempre hace calor y aun otras en las que hace frío y calor a intervalos diferentes.

—Asombroso. ¿Consideras que hay algo que puede atribuirse a una mala interpretación de la mente de esos seres?

—Nada en absoluto. Estoy seguro de ello. Todo era harto evidente. Tuve tiempo más que suficiente para sondear aquellas extrañas mentalidades.

Sus pensamientos se retiraron de nuevo a la intimidad.

—Todo esto me parece muy bien —dijo Gan—. Nunca me ha gustado esa tendencia que nos lleva a rodear con la aureola de lo novelesco lo que nos hemos acostumbrado a llamar la Edad de Oro de nuestros antepasados en la superficie. Llegué a temer que se formase un fuerte movimiento entre nuestro grupo a favor de un retorno a la superficie.

—¡No! —exclamó Rol con vehemencia.

—Claro que no. Dudo que incluso el más atrevido de entre nosotros tuviese arrestos para pasar aunque fuese un solo día en un medio como el que tú describes, con sus tempestades, sus días, sus noches, sus indecentes e imprevisibles variaciones del medio ambiente. —Los pensamientos de Gan rebosaban satisfacción—. Mañana comenzaremos el proceso de transferencia. Una vez en esa isla… está deshabitada según dices, ¿no?

—Completamente deshabitada. Era la única de este tipo sobre la que pasó la nave aérea. Los datos que conseguí del técnico eran detallados.

—Perfecto. En ese caso iniciaremos las operaciones. —Harán falta varias generaciones, Roi, pero llegaremos a instalarnos en lo profundo de un nuevo y cálido mundo, en cavernas cuyo medio ambiente perfectamente regulado, permitirá el florecimiento de la cultura.

—Y sin contacto alguno con los habitantes de la superficie —añadió Roi.

—¿Por qué no? —dijo Gan—. A pesar de su atraso pueden sernos útiles cuando hayamos establecido nuestra base. Una raza capaz de construir naves aéreas posee, sin duda, ciertas habilidades.

—No es eso. Son muy belicosos, señor. Nos atacarían con ferocidad y sin el menor pretexto. Además…

Gan le interrumpió:

—Me desconcierta la psicopenumbra que rodea todas tus referencias a esos seres. Tú ocultas algo.

—Al principio pensé que podría aprovecharlos —replicó Roi—. Si no nos aceptan como amigos, al menos podríamos dominarlos. Hice que une de ellos cerrase el contacto dentro del cubo y la operación me resultó difícil. Dificilísima. Sus mentes son fundamentalmente distintas.

—¿De qué forma?

—Si pudiese describirlas, la diferencia dejaría de ser fundamental. Pero le daré un ejemplo. Yo me hallaba dentro de la mente de un niño. No poseen cámaras de maduración. Quienes cuidan de las crías son otros individuos de la especie. El ser que cuidaba de aquel en que yo me alojaba…

—¿Sí?

—Ella, pues era una hembra, sentía una atracción especial por el pequeño. Experimentaba una sensación de propiedad, con unas relaciones que excluían al resto del grupo. Me pareció captar algo parecido a la emoción que une a un hombre a un colaborador o a un amigo, pero mucho más intensa e indefinida.

—Claro —dijo Gan—, sin contacto mental probablemente no tienen un verdadero concepto de la sociedad y pueden surgir subrelaciones. ¿No sería un caso patológico?

—No, no. Es la norma general. La hembra que cuidaba al niño era su propia madre.

—Imposible.

—Forzosamente. El niño pasó la primera parte de su existencia dentro de su madre. Físicamente. Los huevos de esos seres crecen en el interior del cuerpo. La inseminación se realiza allí. Se desarrollan dentro del cuerpo y salen vivos al exterior.

—¡Grandes cavernas! —musitó Gan, con repugnancia—. Eso quiere decir que cada uno de ellos conoce la identidad de sus propios hijos. Cada hijo tendrá un padre particular…

—Y lo conocerá también. El niño que yo ocupaba recorría unos ocho mil kilómetros en compañía de su madre para que su padre pudiese verlo.

—¡Increíble!

—¿Necesita usted algo más para comprender que nunca podrá haber acuerdo entre nuestras mentes y las de ellos? Nos separan diferencias demasiado intrínsecas y fundamentales.

—Sería una catástrofe. Yo había pensado… dijo Gan, apenado.

—¿Qué, señor?

—Había pensado que por primera vez dos inteligencias se ayudarían mutuamente, que juntos progresaríamos con mayor rapidez que separados. Aunque sean atrasados técnicamente, la técnica no lo es todo. Incluso pensé que podríamos aprender algo de ellos.

—¿Aprender? —preguntó Roi brutalmente—. ¿A conocer a nuestros padres y hacer amistad con nuestros hijos?

—No, tienes razón —dijo Gan—. La barrera que nos separa debe mantenerse. Ellos en la superficie y nosotros en lo profundo. Siempre así.

Fuera del laboratorio, Roi encontró a Wenda. Sus pensamientos no podían ser más jubilosos:

«Me alegro de tu vuelta».

Roi también demostró alegría en sus pensamientos. Era un alivio poder establecer contacto mental con un amigo.