El industrial miró sorprendido al astrónomo, y luego volvió a mirar.
—¿Son ésos?
—Sí, son ésos —dijo el astrónomo—. Sin duda les parecemos tan extraños y repulsivos como ellos a nosotros.
—¿Qué dicen?
—Que están muy incómodos, cansados y hasta un poco mareados, pero que no tienen lesiones de importancia y que los chicos los han tratado bien.
—¡Qué los han tratado bien! ¿Después de apoderarse de ellos para meterlos en una jaula y darles hierba y carne cruda para comer? Dígame, ¿qué debo hacer para comunicarme con ellos?
—Tal vez necesite cierto tiempo. Piense en ellos. Intente escuchar lo que le digan. Lo conseguirá, tal vez ahora mismo.
El industrial lo intentó. Su rostro se contrajo por el esfuerzo de pensar una y otra vez:
«Los muchachos ignoraban vuestra identidad». De pronto, el pensamiento ajeno inundó su mente:
»Nos dimos perfecta cuenta de ello, y como sabíamos que no querían hacemos daño y que nos consideraban animales, no intentamos atacarlos…
«¿Atacarlos?», pensó el industrial.
«Si, atacarles raptó telepáticamente—. Estamos armados… Uno de los pequeños y repugnantes seres empuñó un objeto metálico y abrió un orificio en la parte alta de la jaula y otro en el techo del establo: ambos estaban ribeteados por madera chamuscada.
»Confiamos en que no será un desperfecto muy difícil de arreglar, pensaron los dos seres.
Al industrial le costaba coordinar sus pensamientos.
—¿Y con un arma en su poder, se dejaron apresar y enjaular? No lo entiendo —preguntó al astrónomo.
Un suave pensamiento le respondió:
«No queremos hacer daño a los jóvenes de las especies inteligentes».