Rioz descubrió el centelleo de la radio nada más entrar en la cabina del piloto. Por un momento, un sudor frío le cubrió la palma de las manos, pues creyó que era una señal de radar. Sin embargo, no era más que una sensación de culpabilidad. No debía haber dejado la cabina estando de guardia; aunque todos los chatarreros lo hacían. Sin embargo, el temor de que ocurriese algo durante los cinco minutos en que uno abandonaba el puesto para tomar un café, convencido de que todo el espacio estaba despejado, era una pesadilla que se había hecho realidad en más de una ocasión.
Rioz conectó el multi-explorador. Un despilfarro de energía…, pero era mejor cerciorarse.
El espacio estaba despejado, exceptuando los lejanísimos ecos de las naves más cercanas, en la línea de recuperación de chatarra.
Conectó el circuito de radio, y la cabeza rubia de Richard Swenson, copiloto de la nave más próxima en la zona de Marte, apareció:
—Hola, Mario —dijo Swenson.
—Hola. ¿Qué hay?
Hubo una pequeña pausa entre las dos frases, pues la velocidad de las radiaciones magnéticas no es infinita.
—¡Vaya día!
—¿Qué ha pasado? —preguntó Rioz.
—Descubrí algo.
—Magnífico.
—Sí, si hubiese podido atraparlo —dijo Swenson, sombrío.
—¿Qué ocurrió?
—¡Maldita sea! Me fui en dirección contraria.
Rioz era demasiado prudente para reír.
—¿Cómo hiciste eso? —dijo.
—No fue culpa mía. El problema se debía a que el armazón se salía de la eclíptica. ¿Es posible que existan pilotos tan estúpidos, incapaces de efectuar decentemente la maniobra de evacuación? ¿Cómo podía yo saberlo? Calculé la distancia a la que se encontraba el armazón y puse proa hacia él. ¿No habrías mecho tú lo mismo? Seguí la que yo creía una buena línea de intersección, y cinco minutos después advertí que la distancia iba en aumento. Entonces tomé las proyecciones angulares del armazón, pero ya era demasiado tarde para atraparlo.
—¿No lo habrá capturado alguno de los muchachos? —No. Ya está fuera de la eclíptica y cada vez se aleja más. Peto no es esto todo lo que me preocupa. Sólo era un esqueleto. Lo que me desespera es pensar en las toneladas de propulsión que consumí para ganar velocidad y regresar a la estación. Tendrías que haber oído a Canuto.
Canuto era el hermano y socio de Richard Swenson.
—¿Enfadado, eh? —dijo Rioz.
—¿Enfadado? ¡Quería matarme! Comprende que llevamos cinco meses en el espacio y empezamos a estar hartos. Ya sabes.
—Claro…
—¿Y a ti cómo te va, Mario?
Rioz hizo un gesto de asco.
—Este viaje ha sido malo. Dos armazones estas dos últimas semanas, y tuve que perseguirlos durante seis horas.
—¿Eran grandes?
—¿Bromeas? En Fobos podría desguazarlos a mano. Es el peor viaje que he realizado.
—¿Cuánto tiempo estarás por ahí?
—Por mí, me iría mañana. Sólo llevamos fuera dos meses, pero ya estoy apremiando a Long para que regresemos.
Hubo una pausa superior al retraso electromagnético.
—¿Y cómo está? —dijo Swenson—. Me refiero a Long. Rioz miró por encima del hombro. Podía oír el apagado murmullo del video instalado en la cocina.
—No le entiendo. Una semana después de iniciar el viaje, me pregunta: «Oye, Mario, ¿por qué eres chatarrero?». Y yo le digo: «Pues para ganarme la vida. ¿Qué creías?». ¿Te das cuenta qué tipo de pregunta que es ésta? ¿Por qué somos chatarreros? Y él me responde: «No es por eso, Mario». Y añade: «Eres chatarrero porque haces las cosas a lo marciano».
—¿Y qué quiso decir con eso? —preguntó Swenson.
—No se lo pregunté —dijo Rioz encogiéndose de hombros—. Ahora está escuchando a un terrestre llamado Hilder por la ultra microonda de la Tierra.
—¿Hilder? Por lo que sé es un político, miembro de la Asamblea o algo parecido, ¿no es así?
—Eso creo. Long es muy aficionado a estas cosas. Se ha traído más de seis kilos de libros que tratan de la Tierra. Eso es un peso muerto.
—Pero es tu socio. Y hablando de socios, creo que será mejor volver al trabajo. Si dejo escapar otro armazón me asesina. Swenson desapareció de la pantalla y Rioz se recostó en el asiento contemplando la línea verde y recta que marcaba el pulso del aparato de detección. Probó un instante el multi-explorador. Pero el espacio seguía vacío.
Se sintió algo mejor. Una racha de mala suerte aún es peor cuando los demás chatarreros encuentran un armazón tras otro, o si los bajan en espiral hasta las fundiciones de Fobos con la señal de los otros marcada en sus cascos. Por otra parte, se le había pasado el enfado con Long.
Se equivocó asociándose con él. Siempre era una equivocación formar sociedad con un novato. Todos ellos creían que quería conversación, y más que nadie Long, con sus fantásticas teorías acerca de Marte y del nuevo e importante papel que le correspondía en el progreso humano. Así lo decía: Progreso Humano, a lo marciano. La Nueva Minoría Creadora. Rioz no quería conversación, sino conseguir unos cuantos armazones.
Pero no tenía otra elección. Long era muy conocido en Marte y obtenía buenas ganancias como ingeniero de minas. Era amigo del comisario Sankov y había participado en dos breves expediciones: no se puede rechazar a nadie sin someterle a una prueba. ¿Y por qué un acreditado ingeniero de minas deseaba vagar por el espacio?
Rioz nunca se lo preguntó a Long. Los socios de una empresa chatarrera tienen que convivir íntimamente, y la curiosidad no es deseable, ni siquiera algo seguro. Pero Long hablaba tanto, que respondió a la pregunta sin necesidad de que su compañero se la formulase:
—Tenía que salir aquí, Mario —le dijo—. El futuro de Marte no está en las minas, sino en el espacio.
Rioz se preguntó cómo resultaría un viaje solo. Todos le decían que esto era imposible. Incluso sin tener en cuenta las ocasiones perdidas al tener que abandonar la guardia, para dormir o atender otras cosas, era bien sabido que un hombre solo en el espacio terminaría por caer en una intolerable depresión en breve tiempo.
Con un compañero, era factible un viaje de seis meses. Una p: tripulación completa hubiera sido lo mejor, pero ningún chatarrero tenía suficiente capital para comprar una nave grande, que sólo en propulsión consumía una fortuna…
Y ni siquiera dos era una cifra idónea en el espacio. Por lo general había que cambiar de compañero a cada viaje, ya que no se congeniaba con todos por igual. Tal era el caso de Richard y Canuto Swenson. Formaban equipó cada cinco o seis viajes porque eran hermanos. Y aún así, la tensión y el antagonismo aumentaban constantemente a partir de la primera semana.
Bien, el espacio estaba vacío. Rioz comprendió que le sentaría bien volver a la cocina a fin de suavizar algunas de sus diferencias con Long. Al mismo tiempo le demostraría que él era un experto del espacio, que sabía tomarse las cosas con calma.
Levantándose, se desplazó con tres pasos hasta el corredor que unía las dos cámaras de la astronave.