CAPÍTULO III
EL SÉPTIMO ENANO
ISLA DE COMINETTO. FRENTE A LA COSTA DE MALTA. MAR MEDITERRÁNEO
EL BALNEARIO Cominetto Spa era el lugar de vacaciones más exclusivo para las Criaturas. Eran necesarios varios años de solicitud para obtener el visado para una visita, pero Potrillo había hecho un poco de magia potagia con el ordenador para colocar a Holly a bordo de la lanzadera con destino al Spa. La elfa necesitaba unas vacaciones después de todo por lo que había tenido que pasar… y por lo que estaba pasando todavía, porque en lugar de concederle una medalla por recuperar la mitad del fondo de rescate, los de Asuntos Internos de la PES la estaban investigando.
La semana anterior, Holly se había sometido a un tratamiento exfoliante, a un peeling por láser, a una purga (mejor no preguntar) y a una depilación con pinzas que a punto había estado de costarle la vida, todo en nombre de la relajación suprema. Tenía la piel color café suave y tersa y sin imperfecciones, y el pelo corto castaño rojizo le relucía con un intenso brillo interior. Pero estaba muerta de aburrimiento.
El cielo era azul, el mar verde, y la vida plácida, pero Holly sabía que se volvería completamente loca si se quedaba allí un minuto más dejando que la mimasen. Sin embargo, Potrillo se había sentido tan satisfecho de organizarle aquel viaje que no tenía valor para decirle lo harta que estaba de permanecer allí.
Ese día en concreto se estaba bañando en una piscina de algas y barro para rejuvenecer los poros y jugando al juego de «adivina el delito». El juego consistía en suponer que todo el que pasase por delante era un criminal y había que adivinar qué era lo que había hecho.
El especialista en la terapia de algas, vestido de blanco inmaculado, se acercó a ella con un teléfono en una bandeja transparente.
—Una llamada de la Jefatura de Policía, compañera Canija —dijo. Su tono de voz no dejaba lugar a dudas acerca de la opinión que le merecían las llamadas telefónicas en aquel oasis de paz.
—Muchas gracias, compañero Humus —contestó ella, cogiendo el auricular.
Potrillo se hallaba al otro extremo.
—Malas noticias, Holly —anunció el centauro—. Te van a reclamar para que entres en acción inmediatamente. Una misión especial.
—¿En serio? —exclamó Holly, saltando de alegría y tratando de aparentar decepción al mismo tiempo—. ¿De qué misión se trata?
—Prepárate y respira hondo —le sugirió Potrillo—. Y tómate un par de pastillitas para los nervios también.
—¿De qué se trata, Potrillo? —insistió Holly, aunque su instinto le decía que ya lo sabía.
—Se trata de…
—Artemis Fowl —dijo Holly—. ¿A que tengo razón? ¿No es así?
—Sí —admitió Potrillo—. Ese chico irlandés ha vuelto. Y ahora su compañero de fechorías es un enano. No sabemos lo que están tramando, así que tendrás que averiguarlo.
Holly salió trepando de la bañera de barro y dejó tras de sí un reguero de algas verdes sobre la alfombra blanca.
—No tengo ni idea de lo que estarán tramando —dijo, metiéndose en el vestuario—, pero te voy a decir dos cosas: seguro que no nos gusta, y seguro que no es nada legal.
A bordo del jet privado Lear de Fowl. Por encima del océano Atlántico Mantillo Mandíbulas estaba remojándose en el jacuzzi último modelo del jet Lear, absorbiendo litros y litros de agua a través de sus poros sedientos y eliminando toxinas de su organismo. Cuando sintió que ya se había refrescado lo suficiente, salió del cuarto de baño envuelto en un albornoz blanco extragrande. Parecía la novia más fea del mundo, arrastrando tras de sí una cola interminable.
Artemis Fowl jugueteaba con un vaso de té con hielo mientras esperaba al enano.
Mayordomo pilotaba el avión.
Mantillo se sentó a la mesita del café y se metió un plato de nueces por el gaznate, con cáscara y todo.
—Bueno, Fangosillo —dijo—. ¿Y qué se le ha ocurrido a esa maquiavélica cabecita tuya?
Artemis estiró los dedos de la mano y miró a través de ellos con su mirada penetrante y azul. A su mente maquiavélica se le habían ocurrido muchas cosas, pero Mantillo Mandíbulas solo iba a escuchar una pequeña parte de ellas, porque Artemis Fowl no era de los que compartían sus planes con otras personas. A veces el éxito de sus planes dependía precisamente de que nadie supiese con exactitud qué era lo que estaban haciendo en realidad. Nadie excepto el propio Artemis, claro está.
Artemis compuso su expresión más simpática e inclinó el cuerpo hacia delante en su silla.
—Por lo que a mí respecta, Mantillo —dijo—, tú ya me debes un favor.
—Ah, ¿sí, Fangosillo? ¿Y por qué, si puede saberse?
Artemis dio unos golpecitos en el casco de la PES que había encima de la mesa, a su lado.
—Me consta que compraste esto en el mercado negro. Es un modelo antiguo, pero todavía lleva incorporado el micrófono estándar de la PES de activación mediante voz y también el dispositivo de autodestrucción.
Mantillo quiso tragarse las nueces, pero de repente la garganta se le había quedado seca.
—¿De autodestrucción?
—Sí. Ahí dentro hay suficiente explosivo para volarte la cabeza en mil pedazos, no quedarían más que los dientes. Por supuesto, no habría ninguna necesidad de activar el dispositivo de autodestrucción si el micrófono de activación mediante voz condujese a la PES directamente hasta tu puerta. Bien, pues he desactivado ambas funciones.
Mantillo frunció el ceño. Iba a tener unas palabras con el perista que le había vendido el casco en cuanto lo viese.
—Vale, gracias, pero no esperarás que me crea que me has salvado la vida porque tienes un corazón de oro.
Artemis se echó a reír. No podía esperar que nadie que lo conociese pensase eso de él.
—No, tenemos un objetivo común: la diadema Fei Fei.
Mantillo se cruzó de brazos.
—Yo trabajo solo, no necesito que me ayudes a robar la diadema.
Artemis cogió un periódico de la mesa y se lo acercó al enano.
—Demasiado tarde, Mantillo. Alguien se nos ha adelantado a ambos.
El titular estaba impreso en mayúsculas: «DIADEMA CHINA ROBADA DEL MUSEO CLÁSICO».
Mantillo arrugó el ceño.
—A ver, me parece que hay algo que no entiendo, Fangosillo. ¿La diadema estaba en el Clásico? Se suponía que tenía que estar en el Fleursheim.
Artemis sonrió.
—No, Mantillo. La diadema nunca ha estado en el Fleursheim. Eso solo era lo que yo quería que tú creyeras.
—¿Y cómo supiste de mí?
—Muy sencillo —respondió Artemis—, Mayordomo me habló de tus increíbles dotes para excavar túneles, así que empecé a investigar acerca de robos recientes.
Enseguida descubrí un mismo patrón: una serie de robos a joyerías en el estado de Nueva York. Todos a través de túneles subterráneos. Lo de atraerte hasta el Fleursheim fue coser y cantar, porque solo tuve que introducir unos cuantos datos falsos en Arte Factos, la página web de donde sacas tu información. Evidentemente, con esas habilidades tan extraordinarias de las que hiciste gala en la mansión Fowl, me serías inmensamente útil.
—Pero ahora otro ha robado la diadema.
—Exacto, y necesito que tú la recuperes.
Mantillo intuyó que jugaba con ventaja.
—¿Y por qué iba a querer recuperarla? Y aunque quisiese, ¿por qué iba a necesitarte a ti, humano?
—Necesito esa diadema precisamente, Mantillo. El diamante que lleva encima es único, tanto por el color como por la calidad: servirá de base para el nuevo láser que estoy desarrollando. Tú podrás quedarte con el resto de la diadema. Formaríamos un equipo formidable, yo elaboro el plan y tú lo ejecutas. Vivirás tu exilio rodeado del lujo más absoluto. Este primer trabajo será una prueba.
—¿Y si digo que no?
—Entonces no tendré más remedio que colgar en internet la información de la que dispongo relativa a tu paradero y al hecho de que estás vivo. Estoy seguro de que el comandante Remo de la PES acabará por dar con ella y entonces me temo que tu exilio habrá llegado a su fin, y desde luego, todos tus lujos.
Mantillo se levantó de golpe.
—Entonces es un chantaje, ¿no es eso?
—Solo si es necesario. Yo prefiero llamarlo colaboración.
Mantillo sintió cómo le bullían los ácidos del estómago. Remo creía que había muerto durante el asedio de la mansión Fowl; si la PES descubría que estaba vivo, el comandante se tomaría como una misión personal meterlo entre rejas. La verdad es que no tenía elección.
—Está bien, humano, tú ganas. Haré este trabajo, pero nada de hacernos socios.
Solo un trabajito y luego desaparezco. Me apetece llevar una vida honrada durante un par de décadas.
—Muy bien, trato hecho. Y no olvides que, si algún día cambias de opinión, hay muchas cámaras acorazadas supuestamente impenetrables por todo el mundo.
—Solo un trabajo —insistió Mantillo—. Soy un enano, trabajamos solos.
Artemis sacó un plano de un tubo de cartón y lo desplegó sobre la mesa.
—Eso no es estrictamente así, ¿sabes? —lo corrigió, al tiempo que señalaba la primera columna del plano—. La diadema fue robada por enanos, y llevan trabajando juntos varios años. Con mucho éxito, además.
Mantillo atravesó la habitación y leyó el nombre que había encima del dedo de Artemis.
—Sergei el Grande —dijo—. Creo que alguien tiene complejo de inferioridad.
—Es el cabecilla. Hay seis enanos en la banda de Sergei, conocidos conjuntamente como los Grandes —prosiguió Artemis—. Tú serás el séptimo.
A Mantillo le dio un ataque de risa.
—Sí claro, cómo no… Los siete enanitos. Desde luego, hoy me he levantado con el pie izquierdo, y los pelos de mi barba me dicen que las cosas se van a poner aún más feas.
Mayordomo habló por primera vez.
—Yo en tu lugar, Mantillo —anunció en su tono de voz grave—, confiaría en los pelos de tu barba.
Holly abandonó el balneario en cuanto se hubo limpiado las algas de la piel a manguerazos.
Podría haberse subido a una lanzadera para volver a Refugio y luego tomado una conexión, pero Holly prefería volar.
Potrillo se puso en contacto con ella a través del intercomunicador del casco cuando la elfa rozaba con los pies las crestas de las olas del Mediterráneo, hundiendo los dedos de las manos en la espuma.
—Oye, Holly, ¿me has comprado esa crema para las pezuñas?
Holly sonrió. No importaba lo grave que fuese la crisis, Potrillo nunca perdía de vista su máxima prioridad: él mismo. Agitó con fuerza los alerones de las alas y alcanzó los treinta metros de altitud.
—Sí, te la he comprado y te la he enviado por mensajero. Había una oferta de dos por uno, así que te van a llegar dos tarros.
—Perfecto. No tienes ni idea de lo difícil que es conseguir una buena crema hidratante bajo la superficie. Recuerda, Holly: esto queda entre nosotros. El resto de los chicos todavía están un poco chapados a la antigua en cuanto a cosméticos se refiere.
—No te preocupes, será nuestro pequeño secreto —lo tranquilizó Holly—. Bueno, y dime, ¿tenemos alguna idea de lo que se propone Artemis?
Las mejillas de Holly se ruborizaron por el mero hecho de pronunciar el nombre del Fangosillo. La había secuestrado, la había narcotizado y luego había pedido un rescate de oro a cambio de devolverla sana y salva. Y solo porque hubiese cambiado de idea en el último momento y hubiese decidido liberarla sin más no significaba que todo estuviese perdonado.
—No sabemos exactamente qué está maquinando —admitió Potrillo—. Lo único que sabemos es que no es nada bueno.
—¿Alguna imagen de vídeo?
—No, solo de audio. Y ya ni siquiera nos queda eso; Fowl debe de haber desconectado el micro. Lo único que tenemos es el localizador.
—¿Y cuáles son mis órdenes?
—El comandante quiere que no te despegues de ellos, que les coloques un micrófono si puedes, pero que bajo ninguna circunstancia establezcas contacto con ellos.
Eso es tarea de los de Recuperación.
—De acuerdo, entendido. Solo vigilancia, nada de contacto con el Fangosillo ni con el enano.
Potrillo activó una ventana de vídeo en el visor de Holly para que esta pudiese ver el escepticismo en su rostro.
—Lo dices como si la sola idea de desobedecer órdenes fuese algo insólito en ti.
Si no recuerdo mal, y creo que no me equívoco, te han denunciado más de una docena de veces por hacer oídos sordos a las órdenes de un superior.
—No les hacía oídos sordos —replicó Holly—, solo cuestionaba sus opiniones: a veces solo el agente sobre el terreno puede tomar la decisión más acertada. Eso es lo que significa ser un agente sobre el terreno.
Potrillo se encogió de hombros.
—Lo que tú digas, capitana, pero yo que tú me lo pensaría dos veces antes de desobedecer a Julius en este caso. Tenía esa expresión en los ojos, ya sabes a cuál me refiero…
Holly puso fin a la conexión con la Jefatura de Policía. No hacía falta que Potrillo le diese más detalles, Holly ya sabía a qué expresión se refería.