CAPÍTULO VI
HERMANOS DE ARMAS
TERN MÓR. PENÍNSULA NORTE
A JULIUS Remo le sorprendió descubrir que le costaba respirar Había habido un tiempo en que era capaz de corre todo el día sin ni siquiera sudar, y ahora parecía que el corazón se le iba a salir por la boca después de correr apenas un par de kilómetros o tres. Había aparcado la lanzadera en lo alto de un acantilado rodeado de niebla en el pico Norte de la isla. Por supuesto, la niebla era artificial, generada por un compresor acoplado al tubo de escape de la lanzadera. El escudo de protección de la nave seguía activado, la niebla era simplemente como refuerzo.
Remo empezó a correr con el cuerpo agachado, doblado sobre su estómago, como un cazador. Al correr sintió la felicidad primaria que solo el aire de la superficie podía proporcionar. El mar rompía contra las rocas por los cuatro costados, un behemot omnipresente, un recordatorio del poder de la Tierra. El comandante Julius Remo nunca era tan feliz como cuando salía de caza a la superficie. Técnicamente, podía delegar en otro aquellas pruebas de iniciación, pero no tenía intención de dejar aquellas excursiones hasta que algún novato lo derrotase a él… cosa que no había ocurrido todavía.
Casi dos horas más tarde, el comandante se detuvo para hacer una pausa y dio un buen trago de una cantimplora. Aquella caza habría sido mucho más fácil con un par de alas mecánicas, pero quería jugar limpio y por eso había dejado las alas en su sitio en la lanzadera: no pensaba permitir que nadie le acusase de haber ganado a la elfa aprovechando la superioridad de sus recursos.
Remo había buscado en todos los lugares obvios y todavía tenía que encontrar a la cabo Canija. Holly no estaba en la playa ni en la vieja cantera. Tampoco se había encaramado a la copa de un árbol del frondoso bosque. A lo mejor era más lista que el cadete medio. Tendría que serlo: para que una chica sobreviviese en Reconocimiento, tendría que destacar por encima de un montón de suspicacias y prejuicios. No es que al comandante se le hubiese pasado por la cabeza dispensarle un trato especial, no, ni muchísimo menos: la trataría con el mismo desdén y desparpajo con que trataba a todos sus subordinados, sin excepción. Hasta que se hacían merecedores de un trato mejor.
Remo prosiguió con su búsqueda, con los sentidos alerta a cualquier cambio a su alrededor que pudiese indicar que a él también lo estaban localizando. Las casi doscientas especies de aves que anidaban en los peñascos de Tern Mór estaban inusitadamente inquietas. Las gaviotas le chillaban desde arriba, los cuervos seguían todos sus movimientos y Julius vio incluso a un águila espiándolo desde el cielo. Todo aquel barullo le hacía mucho más difícil poder concentrarse, pero la distracción sería aún peor para la cabo Canija.
Remo empezó a correr cuesta arriba por una pendiente, en dirección a la casa humana. Canija no podía estar dentro de la casa, pero sí podía estar usándola para ocultarse.
Julius se agazapó junto a los matorrales, con el mono verde de la PES confundiéndose con el follaje.
Julius oyó un ruido un poco más arriba, era como si alguien estuviese rascando algo.
Parecía el ruido de alguna tela frotándose contra la roca. Se quedó inmóvil y luego se desvió un poco de su camino para adentrarse en la espesura de los matorrales. Un conejillo contrariado dio media vuelta y desapareció dando brincos por detrás de un seto. Remo no hizo caso de las zarzas que le lastimaban los codos y empezó a avanzar sigilosamente hacia el lugar de donde procedía el ruido. Tal vez no fuese nada, pero también podía serlo todo.
Resultó ser todo lo que andaba buscando: desde su escondite en el interior de los matorrales, Remo vio con toda claridad a Holly agachada detrás de un peñasco enorme. No era un escondite demasiado ingenioso, que digamos, porque la protegía de cualquier ataque sorpresa por el lado este pero quedaba completamente desprotegida por los demás costados.
El capitán Kelp no estaba a la vista; lo más probable era que estuviese grabando el ejercicio desde algún punto estratégico.
Remo lanzó un suspiro. Se sorprendió al darse cuenta de que se sentía decepcionado; le habría gustado que hubiese una chica en su equipo, alguien nuevo a quien poder dar órdenes a voz en grito.
Julius desenfundó su pistola de paintball y sacó el cañón del arma por entre unas ramas de brezo. Dispararía a la elfa un par de veces, lo justo para darle un susto. A Canija más le valía espabilarse un poco si quería llegar a lucir la insignia de Reconocimiento en su solapa algún día.
Remo no necesitaba utilizar la mira de su casco; era un blanco fácil, a apenas medio metro de distancia, y aunque no lo hubiese sido, el comandante no habría utilizado su visor.
Canija no disponía de miras electrónicas, así que él tampoco las usaría. Aquello le daría aún más motivos para abroncarla a voces después de suspenderla en el ejercicio de iniciación.
En ese instante, Holly dirigió la mirada en dirección a los arbustos. Ella aún no lo veía, pero él sí la veía a ella. Y lo que era aún más importante: podía leer las palabras que la chica había escrito en su panel luminoso:
TURNBALL +2.
El comandante Remo volvió a esconder el cañón de su arma entre los matorrales y se retiró unos centímetros en la espesura de la maleza.
Remo luchó por contener sus emociones. Turnball había vuelto y estaba allí. ¿Cómo era posible? Los viejos sentimientos resucitaron de inmediato y anidaron en la boca del estómago del comandante. Turnball era su hermano, sangre de su sangre, y todavía sentía por él una pizca de afecto, pero la sensación predominante era la de tristeza. Turnball había traicionado a las Criaturas, y no le había importado ver morir a muchas de ellas solo por obtener él su propio beneficio. Remo había dejado que su hermano escapase en una ocasión, pero no iba a permitir que eso ocurriese otra vez.
Remo se desplazó hacia atrás entre los matorrales con movimiento serpenteante y luego activó su casco. Trató de establecer una conexión con la Jefatura de Policía, pero en la radio solo se oían interferencias. Turnball debía de haber detonado algún entorpecedor.
Puede que Turnball controlase las ondas hercianas que surcaban el aire, pero no podía controlar el aire por el que surcaban. Cualquier ser vivo emitía calor en el aire, así que Remo activó un filtro térmico en su visor y realizó un barrido de la zona que se extendía detrás de la cabo Canija.
La búsqueda del comandante no tardó demasiado tiempo en obtener resultados: dos rayas verticales rojas brillaron como dos faros entre el rosa pálido de los roedores y los insectos que se agolpaban bajo la superficie del campo. Las rayas verticales probablemente se debían al calor corporal que se filtraba a través de dos capas de tela de camuflaje.
Francotiradores. Lo esperaban para tenderle una emboscada. Aquellos dos duendes no eran profesionales, si lo fuesen habrían escondido los cañones de las armas debajo de las capas hasta el momento en que los necesitasen.
Remo guardó su pistola de paintball y en su lugar desenfundó una Neutrino 500.
Por lo general, en situaciones de combate, llevaba un fulminador de tres cañones y refrigeración por agua, pero no había esperado entrar en ningún combate. Se regañó a sí mismo: era un idiota, el combate no sabía de horarios ni programas de ejercicios.
El comandante se desplazó trazando un círculo por detrás de los francotiradores y luego les disparó dos ráfagas desde lejos. Tal vez aquella no fuese la maniobra de ataque más noble, pero desde luego era la más prudente. Para cuando los francotiradores recuperasen la conciencia, estarían esposados en la parte de atrás de una lanzadera policial.
Si por alguna remota casualidad hubiese disparado a dos seres inocentes, las descargas no tendrían efectos posteriores duraderos.
El comandante Remo se acercó corriendo al primer escondite y retiró la capa de tela de camuflaje. Dentro del hueco había un enano, un ser deforme y horroroso. Remo lo reconoció en su lista de delincuentes más buscados: era Bobb Ragby. Un personajillo muy desagradable, justo la clase de criminal mentecato que Turnball era capaz de reclutar para su causa. Remo se arrodilló junto al enano, lo desarmó y le abrochó unas plasti-esposas alrededor de las muñecas y los tobillos.
Cruzó con rapidez los cincuenta metros que lo separaban del escondrijo del segundo francotirador. Se trataba de otro fugitivo famoso: Unix B’Lob, el duendecillo subterráneo.
Llevaba décadas siendo la mano derecha de Turnball. Remo esbozó una sonrisa radiante mientras ataba al duendecillo inconsciente.
Solo por aquellos dos ya valía la pena una jornada entera de trabajo: pero la jornada no había terminado todavía.
Holly estaba tratando de arrancar a hurtadillas el clavo del suelo cuando llegó Remo.
—¿Quieres que te eche una mano con eso? —le preguntó Julius.
—Al suelo, comandante —le ordenó Holly, en voz baja—. Ahora mismo tiene dos rifles apuntándole a la espalda.
Remo dio unas palmaditas en las armas que llevaba colgadas.
—Te refieres a estos rifles de aquí. Leí el texto que llevabas en el cartel luminoso.
Buen trabajo, cabo Canija. —Envolvió con los dedos la cadena que sujetaba a la agente y tiró de ella para arrancarla del suelo—. Los parámetros de tu misión han cambiado ligeramente.
«No me digas», pensó Holly para sí.
Remo usó una Omniherramienta para abrir las esposas.
—Ya no estás en un ejercicio, sino en una situación de combate real, con un enemigo hostil y presuntamente armado.
Holly se frotó el tobillo en el punto en que se le habían clavado los grilletes.
—Su hermano, Turnball, tiene prisionero al capitán Kelp en la casa humana. Ha amenazado con hacer que se trague una araña Tuneladora Azul si algo falla en su plan.
Remo lanzó un suspiro y apoyó la espalda contra la roca.
—No podemos entrar en la casa; si lo hacemos, no solo sufriremos mareos y náuseas, sino que el arresto no será legal. Turnball es muy listo: aunque dejemos fuera de combate a sus esbirros, no conseguiremos entrar en la casa.
—Podríamos usar miras láser y noquear al objetivo —sugirió Holly—. Así el capitán Kelp podría salir de la casa por su propio pie.
Si el objetivo hubiese sido cualquiera menos su hermano, Remo habría sonreído.
—Sí, cabo Canija, podríamos hacer eso.
Remo y Holly avanzaron a paso ligero hasta un risco desde el, que se divisaba la casa humana. La vivienda estaba en una ligera depresión, rodeada de abedules plateados.
El comandante se rascó la barbilla.
—Tenemos que acercarnos. Necesito disparar un tiro limpio a través de una de las ventanas. Es posible que solo tengamos una oportunidad.
—¿Cojo un rifle, señor? —preguntó Holly.
—No, no tienes permiso de armas. La vida del capitán Kelp está en juego, así que necesito unos dedos hábiles con el gatillo. Además, aunque acertases y le dieses a Turnball, el caso no se sostendría ante un tribunal por ser tú la autora del disparo.
—Entonces, ¿qué puedo hacer?
Remo comprobó el cargador de sendas armas.
—Quédate aquí. Si Turnball me atrapa, vuelve a la lanzadera y activa la señal de socorro. Si no acude nadie a ayudarnos y ves a Turnball acercarse, acciona el botón de autodestrucción.
—Pero si puedo pilotar la lanzadera… —protestó Holly—. Llevo cientos de horas en los simuladores.
—Sí, pero sin licencia de piloto —añadió el comandante—. Si de verdad tienes intención de pilotar esa nave, más vale que te vayas despidiendo de tu carrera. Activa el botón de autodestrucción y espera a que llegue el escuadrón de Reconocimiento. —Dio a Holly el chip de arranque, que también servía como localizador—. Es una orden directa, Canija, así que borra esa expresión insolente de tu cara, me está poniendo nervioso; y cuando me pongo nervioso, tengo la mala costumbre de disparar a la gente. ¿Te ha quedado claro?
—Sí, señor. Está claro, señor.
—Bien.
Holly se agachó detrás del risco mientras el comandante avanzaba por entre los árboles hasta la mismísima casa. A mitad de camino colina abajo, activó su escudo y se hizo completamente invisible a simple vista. Cuando un ser mágico se escudaba, vibraba tan rápido que los ojos no podían capturar su imagen. Por supuesto, Remo tendría que desactivar el escudo para disparar a su hermano, pero eso no sería hasta el último momento.
Remo reparó en las partículas metálicas que impregnaban el aire, restos sin duda del entorpecedor de ondas hercianas que había detonado su hermano. Avanzó con paso cauteloso por el terreno irregular hasta que las ventanas delanteras de la casa quedaron claramente visibles. Las cortinas no estaban echadas, pero no había ningún indicio de Turnball ni del capitán Kelp. A la parte de atrás, entonces.
Sin despegar el cuerpo de la pared, el comandante se desplazó con sigilo por el sendero de losas rotas que conducía a la parte trasera de la casa y una vez allí, vio que encaramado a un taburete en el patio de losas, estaba su hermano, Turnball, con el rostro encarado al sol de la mañana y con un aire de despreocupación absoluta.
Remo dio un respingo y estuvo a punto de perder el equilibrio. Su único hermano, sangre de su sangre… Por una fracción de segundo, el comandante se imaginó qué sentiría si abrazase a su hermano y olvidasen el pasado, pero el momento pasó como una exhalación. Era demasiado tarde para reconciliaciones. La raza de las Criaturas había estado a punto de extinguirse, y todavía podía ocurrir.
Remo enarboló su arma y apuntó directamente a su hermano. Era un blanco facilísimo, ridículo hasta para un tirador mediocre. Le parecía increíble que su hermano hubiese sido lo bastante tonto para ponerse tan a tiro. Mientras se acercaba, Julius se entristeció al ver el aspecto envejecido de su hermano. Apenas se llevaban un siglo de diferencia, y pese a ello su hermano mayor parecía no tener fuerzas ni para sostenerse en pie. La longevidad formaba parte de la magia de los duendes, y sin magia, el tiempo había dejado una huella prematura en Turnball.
—Hola, Julius, te he oído llegar —dijo Turnball, sin abrir los ojos—. El sol es una maravilla, ¿a que sí? ¿Cómo podéis vivir sin él? ¿Por qué no te quitas ese escudo? Hace tanto tiempo que no te veo la cara…
Remo atenuó la intensidad de su escudo de protección y trató de mantener fijo el cañón de su arma.
—Cierra la boca, Turnball. No quiero que me hables. Eres un futuro convicto, eso es todo. Ni más ni menos.
Turnball abrió los ojos.
—Ay, hermanito mío… No tienes buen aspecto. La tensión alta, sin duda provocada por el hecho de tener que atraparme.
Julius no pudo evitar la tentación de ceder a la conversación.
—Mira quién habla. Pareces un matón al que le han pegado demasiadas palizas. Y veo que aún llevas el viejo uniforme de la PES. Ya no llevamos el cuello de volantes, Turnball. Si siguieses siendo un capitán, lo sabrías.
Turnball se arregló el cuello de su traje.
—¿De verdad quieres que hablemos de eso, Julius? ¿De uniformes? Después de tanto tiempo…
—Tendremos tiempo de sobra para hablar cuando vaya a verte a la cárcel.
Turnball extendió las muñecas con aire dramático.
—Muy bien, comandante. Lléveme preso.
Julius se mostró suspicaz.
—¿Así, sin más? ¿Qué estás tramando?
—Estoy cansado —repuso su hermano—. Estoy cansado de la vida entre los Fangosos. Son unos auténticos bárbaros. Quiero irme a casa, aunque sea a una celda. Salta a la vista que te has desecho de mis ayudantes, así que, ¿qué otra opción tengo?
La intuición de soldado de Remo hizo que le saltasen todas las alarmas en la cabeza, de modo que activó el filtro térmico de su visor y vio que solo había otro ser mágico en la casa, alguien atado a una silla. Debía de ser el capitán Kelp.
—¿Y dónde está la encantadora cabo Canija? —preguntó Turnball como si tal cosa.
Remo decidió guardarse un as en la manga por si acaso.
—Muerta —le espetó—. Tu enano le disparó cuando trató de advertirme. Ese es otro de los crímenes por el que deberás responder.
—¿Y qué más da otro crimen más? Solo tengo una vida para pasarla entre rejas.
Será mejor que te des prisa y me detengas, Julius, porque si no lo haces, puede que vuelva al interior de la casa.
Julius tuvo que pensar con rapidez. Era evidente que Turnball se traía algo entre manos, y seguramente descubriría sus cartas en cuanto Julius le colocase las esposas.
Aunque lo cierto es que no podría hacerlo si estaba inconsciente.
Sin una palabra de advertencia, el comandante disparó a su hermano con una descarga de baja intensidad, lo suficiente para dejarlo sin sentido unos momentos. Turnball se tambaleó hacia atrás con una expresión de sorpresa en el rostro.
Remo guardó su Neutrino y se dirigió corriendo hacia su hermano, pues quería verlo atadito como un pavo de Navidad antes de que volviese en sí. Julius avanzó tres pasos cuando, de sopetón, empezó a encontrarse un poco indispuesto: un dolor de cabeza martilleante se apoderó de su cerebro como por arte de magia, el sudor le manaba a chorros por los poros y sintió cómo se le bloqueaban las venas. ¿Qué le estaba ocurriendo? Remo se hincó de rodillas en el suelo y luego se puso a cuatro patas. Sintió ganas de vomitar y, a continuación, de dormir ocho horas seguidas. Los huesos se le habían vuelto de mantequilla y la cabeza le pesaba una tonelada y media. Cada vez que respiraba, el sonido que hacía parecía más amplificado y distante.
El comandante permaneció en esa posición más de un minuto, impotente por completo. En esas circunstancias, hasta un gato podría haberle dado un pescozón y robado la cartera. Solo pudo ser un mero espectador cuando Turnball recobró el sentido, sacudió la cabeza para despejarse después de la descarga, y luego empezó a sonreír muy despacio.
Turnball se levantó y se dirigió con aire imponente hacia su hermano.
—¿Quién es el listo ahora, eh? —le gritó henchido de orgullo a su hermano herido—. ¿Quién ha sido siempre el más listo?
Remo no podía responder. Lo único que podía hacer era tratar de ordenar sus pensamientos. Era demasiado tarde para su cuerpo, le había traicionado.
—Celos —proclamó Turnball, extendiendo los brazos—. Esta rivalidad nuestra ha sido siempre una cuestión de celos. Yo soy mejor que tú en todos los sentidos, y no puedes soportarlo. —Ahora tenía los ojos inyectados en locura, y unas partículas de saliva le salpicaban el mentón y las mejillas.
Remo acertó a pronunciar dos palabras:
—Estás loco.
—No —replicó Turnball—. Lo que estoy es harto. Estoy harto de tener que huir de mi propio hermano. Todo este asunto es demasiado melodramático, así que, con gran dolor de mi corazón, voy a tener que quitarte la poquita ventaja que tienes sobre mí: voy a quitarte tu magia. Así serás como yo. Ya he empezado, ¿te gustaría saber cómo?
Turnball extrajo un diminuto mando a distancia del bolsillo de su abrigo extragrande. Pulsó un botón y unas paredes de cristal se materializaron relucientes alrededor de los dos hermanos. Ya no estaban fuera en el jardín, sino que se hallaban en el interior de un invernadero. Remo había entrado a través de una puerta abierta de doble hoja.
—Te has portado muy mal, comandante —le reprendió Turnball—. Has entrado en una casa humana sin invitación, y eso va contra las reglas de nuestra religión. Si lo haces unas cuantas veces más, perderás tu magia para siempre.
Remo permaneció cabizbajo. Se había metido derechito en la trampa de Turnball, como cualquier novato recién salido de la academia. Su hermano había utilizado varias láminas de tela de camuflaje y unos cuantos proyectores para disimular la existencia del invernadero y él había mordido el anzuelo. Ahora su única esperanza era Holly Canija, y si Turnball había sido más listo que el capitán Kelp y que él mismo, ¿qué posibilidades tenía una simple elfa?
Turnball agarró a Remo por el pescuezo y lo arrastró hacia la casa.
—No tienes buena cara —dijo, con la voz impregnada de fingida preocupación—. Será mejor que entres en la casa.