Los robots habían hecho la cama de Pepe pero se quedaron en silencio, con los ojos fríos y fijos, ciegos, cuando les pregunté dónde estaba. Aterrorizado busqué en cada habitación y armario del apartamento sin encontrar nada. Todavía medio borracho por el exceso de vino, salí dando tumbos para ver si se había llevado la deslizadora que quedaba. Permanecía en la ciudad de los perritos, donde la habíamos dejado, vacía cuando miré dentro.
Una ira salvaje me dejó aturdido. Quería a Pepe, mi leal compañero desde aquellos días en la estación en los que Arne intentaba dominarnos. ¿Por qué me había dejado abandonado y solo, el último hombre sobre la Tierra, quizá el único hombre vivo de todo el universo? Traicionado, amargamente confuso, me senté en la mesa de jade hasta que aquella ira irracional se disolvió en sollozos de dolor e impotencia. Al final me eché en el banco y dormí la borrachera.
Aquella larga tarde salí hacia el montículo de piedras donde habíamos enterrado a Casey y los restos de su deslizadora, con la leve esperanza de encontrar a Pepe allí. No estaba, pero me arrodillé al lado del montículo buscando en la memoria el Padrenuestro y el Salmo Veintitrés, que mi padre holográfico había intentado enseñarnos. Yo no creía en la vida después de la muerte ni en nada sobrenatural, pero era incapaz de irme y me quedé arrodillado allí durante horas, diciendo las palabras como un autómata, lo último que me unía con la vieja Tierra.
Un crepúsculo de color púrpura empezó a oscurecer el este antes de que me levantara y volviera con lentitud a la Corona. Iluminada por un atardecer rojo, su cúpula dorada se levantaba sobre mí como una Luna caída, medio enterrada donde había caído. Me detuve y me quedé allí, temblando bajo el viento frío de la noche. Era demasiado enorme, llevaba demasiado tiempo muerta, acosada por los fantasmas de demasiados mundos.
Sin embargo ahora era mi único hogar, y también mi prisión, siempre que los robots blancos quisieran alimentarme y darme cobijo. ¿Estaba Pepe en algún lugar de dentro, perdido en sus guaridas interminables, quizá herido o loco? Tenía que encontrarlo y ayudarlo si podía.
Los robots guardias me dejaron entrar. Los pasillos oscuros iluminaron el camino que llevaba a nuestro apartamento. El personal robot me sirvió una comida en la que nadie me acompañó y me siguió a mi solitaria habitación. Aquella noche dormí mal, atormentado por un sueño extraño en el que Pepe me pedía que volviera al comedor.
Decía que los robots tenían la cena lista para los dos. Al final desperté, sabía que no era más que un sueño pero salí arrastrándome de la cama y volví tambaleándome a la mesa. Las luces se encendían a medida que avanzaba pero no había ninguna cena preparada. La habitación estaba vacía hasta que un silencioso robot blanco se deslizó en silencio para colocarse detrás de la única silla.
Me senté allí hasta que me dolieron los ojos de mirar la pared holográfica, en la que un enjambre de monstruos nunca nacidos en la Tierra nadaban a través de una selva de enormes gusanos de un color rojo intenso que habían crecido alrededor de una seta de humo negro que vomitaba un respiradero submarino. Me quedé allí sentado hasta que un robot me tiró del brazo y me preguntó en qué podía servirme. Medio despierto, creí oír la voz urgente de Pepe.
—¡Escucha, Dunk, escucha! Me pondré en contacto contigo si puedo.
Me froté los ojos e intenté escuchar pero todo lo que oí fue el silencio. Rígido y muerto de frío por haberme quedado allí demasiado tiempo, me levanté inseguro y dejé que el robot me escoltara de vuelta a la cama.
A la mañana siguiente desayuné solo, delante de la silla vacía de Pepe y apenas consciente de lo que me ofrecían los robots. Sin propósito ni esperanza de nada mejor, dejé que me dieran un masaje y pasé mucho tiempo en la ducha. Al final, para intentar no perder la cordura del todo, volví al sector de Tierra.
¿Podría estar Pepe allí? Por mucho que odiara su quietud vacía y todas las incógnitas que presentaba su muerte, no tenía otro sitio en que mirar. Había sido una ciudad en sí misma, la calle principal un gran pasillo con un arco elevado. La más negra oscuridad me recibió cuando entré, pero los jeroglíficos parpadearon para saludarme y los techos empezaron a brillar con luz tenue. Sección tras sección se fueron encendiendo a mi paso mientras atravesaba puertas oscuras y cruzaba intersecciones más oscuras hasta que volví a salir a aquel balcón alto que se asomaba a la enorme cámara oscura del corazón de la ciudad.
El vértigo me inmovilizó. A la espera de que aquellas extrañas constelaciones iluminaran la cúpula de arriba, tuve que luchar contra un impulso absurdo y repentino de tirarme por la barandilla. ¿Había escogido Pepe esa salida? No es que pudiera culparlo si era así, pero yo no estaba listo para morir.
Tenía estremecimientos por el frío del pánico y me incliné contra la barandilla; de repente me sentí tan débil que creí que me iba a caer a pesar de todo. Me agarré a ella hasta que recuperé el equilibrio, me aparté y salí dando tumbos del balcón antes de que hubiera luz suficiente para que pudiera buscar su cuerpo en el suelo lejano.
De vuelta al pasillo iluminado, me apoyé contra una pared, respiraba con dificultad y tragaba saliva para evitar una náusea amarga hasta que por fin encontré la voluntad necesaria para seguirme moviendo. Ya no me quedaba esperanza de encontrar a Pepe o su cuerpo, ni cualquier otra cosa, y seguí adelante a través de un laberinto interminable que siempre se iluminaba para saludarme y volvía a oscurecerse detrás de mí.
De repente las luces que me rodeaban eran rojas, tan tenues que me sentí cegado. Las señales eran más débiles, más extrañas. Los escaparates no tenían nada que reconociera. El aire helado tenía un sabor extraño y amargo que me revolvía el estómago otra vez y una ráfaga repentina me dio un escalofrío.
Me había metido en un sector cuyo pueblo había venido de una estrella más fría. Perdido y lejos de todo lo que conocía, sin saber dónde estaba ni cómo encontrar el camino, me quedé paralizado por un pánico insensato. Ya no me interesaba quiénes habían sido o cómo habían muerto, todo lo que quería era salir de allí. Había desaparecido todo mi sentido de la orientación; me quedé allí, enfermo y tembloroso, hasta que un robot silencioso surgió de las sombras rojas.
Tenía la forma y la elegancia de los humanoides blancos de nuestro alojamiento pero estaba cubierto de unas escamas negras y brillantes en lugar de la imitación de piel de los otros. Se quedó inmóvil ante mí, hablando quizá en un idioma electrónico que no oí. Aquellas lentes ciegas me ponían nervioso. Cuando intenté apartarme, se deslizó para bloquearme el paso.
Me di la vuelta para echar a correr, me cogió el brazo y me sujetó con un puño de hierro hasta que un robot blanco más conocido vino por fin para guiarme de vuelta a nuestro apartamento. Otro esperaba ya para servirme la cena. Dejé la comida sin probar, me bebí todo el vino que me ofreció y al final dejé que me ayudara a irme a la cama. Me quedé allí echado, desesperado y llorando por todo lo que había perdido y con la sensación de que nunca me iba a dormir, hasta que oí que me llamaba Pepe.
Creí que era otro sueño.
—¿Dunk? —Su grito nervioso se oía a través de un traqueteo de electricidad estática, como si estuviese muy lejos—. Dunk, ¿me oyes ahora?
Intenté contestar medio mareado.
—¡Dunk! —Su voz era de repente alta y clara, cerca de mí, en la oscuridad—. ¿Estás bien?
Me senté en la cama y busqué el interruptor de la luz. La habitación se iluminó antes de que lo encontrara, algo brillaba en la puerta. Una nubecita de bruma lechosa, relucía con torbellinos de puntos de una escarcha de muchos colores. Flotaba por la habitación como si buscara algo y al final hizo una pausa para quedar suspendida cerca de mi cara. Estiré la mano para ver si era algo real. Una chispa caliente me escoció la palma.
—¡No! —habló con brusquedad—. ¡Por favor! —añadió en español—. Eso duele. No intentes tocarme.
—¿Pepe? —Lo busqué, examiné el suelo vacío, me asomé a las esquinas vacías de la habitación, parpadeé para mirar el aire vacío que rodeaba a la nube—. ¿Eres tú?
—Verdad. Soy su compadre, Pepe Navarro —dijo en español.
—¿Pepe? —Era su voz pero me aparté con miedo de la nube—. Temía… —Tuve que recuperar el aliento—. ¿Dónde has estado?
—En todas partes, o en ninguna. A ver si te lo puedo explicar para que lo entiendas.
Me senté al borde de la cama, temblando e intentando ver alguna forma en la nube, quizá la cara de Pepe. Era casi del tamaño de su cabeza pero todo lo que encontré fue el baile y el torbellino de aquellas chispas de diamantes. Producían un leve chisporroteo.
—¿Cómo? —susurré—. ¿Qué hay que entender?
—Los microbots —dijo—. Sencillamente han aprendido a reprogramarse.
Me incliné hacia él para escuchar mejor. La nube se apartó.
—¡Cuidado! No te acerques mucho. La atmósfera me está asfixiando. Hasta tu aliento me da punzadas.
—Pensé… —Aquello no era algo que yo pudiera entender—. Tenía miedo de que hubieras muerto.
—Estoy vivo —dijo en español. La voz tenía el suave acento español de Pepe pero orlado por un leve zumbido electrónico, y entonces empecé a percibir parte de la seca precisión de Sandor—. Más vivo que nunca.
La nube se oscureció de repente y salió disparada hacia la esquina más alejada de la habitación.
—¿Señor? —Un robot blanco me llamaba desde la puerta. Llegó otro detrás—. ¿Tiene algún problema? ¿Podemos ayudarlo?
—¡Sácalos! —La voz se había debilitado—. ¡Pronto!
—Ningún problema —les dije a los robots—. Por favor, idos de la habitación.
—Señor, debería estar durmiendo. —Entraron deslizándose para cogerme por los brazos y levantarme de la cama—. ¿Le duele algo?
La nube se había diluido de tal modo que apenas podía verla.
—¡Ahora! —oí la voz débil de Pepe—. ¡Su radiación! ¡Está matando…!
—Estoy bien. —Me liberé de sus brazos—. No necesito ninguna ayuda.
—Señor, parece…
—¡Fuera! —Los aparté con un manotazo—. ¡Ahora!
Contemplaron la nube parpadeante, se miraron un momento y por fin salieron deslizándose de la habitación. Volví a sentarme en la cama y vi que la nube se iluminaba y volvía a flotar hacia mí.
—Gracias —dijo en español—. Su espectro de radio interfiere con el mío.
—¿Puedes… —intenté tragar el nudo que tenía en la garganta—, puedes contarme que te pasó?
—Vengo a… a eso. —Hablaba en frases breves, como si cada una le costara un esfuerzo—. No es fácil, duele como un demonio. Pero tenía que contarte lo que pueda.
—Si eres de verdad —tuve que sacudir la cabeza—. Si puedes.
—Lo intentaré, pero la Tierra ahora me resulta extraña. Fue difícil atravesarla para llegar a ti. No puedo… no puedo durar…
La nube se oscureció y se hundió en el suelo.
—¿Pepe? —Me acerqué más, intentaba agarrarme a cualquier cosa que pudiera creer—. ¡Vuelve! Dime dónde estás.
—En el espacio. —La nube se hizo algo más brillante y volvió la voz un poco débil—. Con Casey y Mona y todos los demás. Sandor intentaba explicarnos cómo subimos. Más de lo que yo pueda entender.
Me acerqué aún más para intentar escucharlo. Salió disparado.
—No tan cerca. Éste no es mi sitio.
Me aparté y oí reírse a Pepe.
—¡Compadre mío! Si te vieras la cara… ¿Recuerdas todas las veces que frunciste el ceño cuando yo me persignaba o hablaba de fantasmas? La vida después de la muerte no era más que una superstición, decías, nacida cuando los pueblos primitivos intentaban explicar la presencia en los sueños de sus seres queridos muertos. Quizá lo sea, pero estamos vivos.
Sí que lo recordaba.
—Si Sandor lo explicó… —Me estremecí y tragué otra vez—. ¿Qué dijo?
Las chispas de diamante giraron más deprisa.
—¿Los microbots? Ya conoces su historia. —La voz hablaba más lentamente pero con más claridad—. Eran robots microscópicos, creados para ayudar al cuerpo y al cerebro con todo lo que hacíamos. Se reproducían automáticamente, mitad mecánicos, mitad seres vivos. Dependían, como nosotros, de procesos bioquímicos, sin embargo sus fuentes de energía eran siempre electrónicas. Sandor dice que evolucionaron cuando los sacamos al espacio hasta que pudieron hacer mucho más por nosotros. Lo hacen mejor y al final lo hacen todo. Los cuerpos ya no eran necesarios.
Me aparté de la nube.
—Todavía escéptico, ¿eh, Dunk? —Oí la risita de Pepe. Los átomos de diamante ardieron un poco más y sus palabras fluyeron con más libertad—. Sandor dice que el silicio, diamante y oro no eran más que vehículos para trasmitir complejos de energía electromagnética. Sandor cree que el salto evolutivo tuvo lugar en los cuerpos de la gente que moría en el espacio. Los microbots se adaptaron y siguieron viviendo, en las partículas cargadas y en las fuerzas magnéticas de las nubes interestelares de polvo y gas. Se alimentan de la luz del sol, y sienten a través del hiperespacio.
—Si estaban haciendo todo eso… —Pensé en la Tierra muerta, en el vacío fantasmal de la Corona, en las momias que habíamos encontrado en el satélite—. ¿Por qué no nos dijo alguien lo que estaba matando a todos los planetas?
—Nadie lo sabía. —El baile de luz se ralentizó durante un momento y volvió a girar muy rápido—. Los microbots estaban diseñados para ser parte de nosotros, según Sandor, pero no una parte consciente. Nunca tuvieron una voz con la que decirnos nada. Uno a uno, fluyendo con las células de la sangre o trabajando en el cerebro, prácticamente no eran nada. Su fuerza vino cuando se unieron. Tenían que actuar al unísono para producir el cambio y nunca de forma consciente.
Las chispas de diamante se apagaron un poco cuando hizo una pausa.
—¿Así que te mataron? —Intenté creerlo—. ¿Mataron a todo el mundo? ¿Y os gusta?
—¡Nos han liberado! —Su voz se hizo más rápida—. ¡Deberías ver a Casey y a Mona! ¡Están espléndidos! Más grandes que en la Tierra, sin aire que los ahogue. Cambian de forma cuando cambian sus sentimientos. Extienden alas de luz que brillan como arco iris. Yo estaba con ellos cuando encontraron al pequeño Leonardo. ¿Recuerdas al pequeño Leo, el hijo que se malogró demasiado pronto? Les cantó y todos brillaron repletos de amor, están deseando que te unas a nosotros.
Me pellizqué el brazo y sentí la punzada de dolor.
—Te unirás, Dunk. —Las chispas giratorias habían palidecido, su voz urgente hablaba más rápido—. Lo creerás cuando llegues aquí. Cuando encuentres tus nuevos sentidos, pruebes tus nuevas percepciones. Puedes asomarte al borde del universo y volver en el tiempo hasta el big bang que lo creó. Puedes sentir cómo se expande el espacio.
Era difícil ver la nube.
—Siento tu conmoción y tu tristeza. —Me costaba escuchar la voz que se desvanecía—. Tenía que intentarlo, decirte lo que pudiera, para aliviar tu dolor si puedo. Me he quedado demasiado tiempo. Hasta tu muerte —terminó en español.
—¿Hasta que me muera?
—Hasta que vivas otra vez. —La bruma brillante se contrajo, las chispas de diamantes sólo eran un punto que se desvanecía en su corazón—. Adiós, compadre. —Su voz murió con un graznido de estática cuando escuché las últimas palabras—. Que vaya bien.
La nube desapareció como una vela que se hubiera apagado.