Nos recibió el vacío. El vacío, la oscuridad, el silencio. Sin embargo aquel edificio tenía vida propia. La luz brillaba a nuestro alrededor. Otro robot de un blanco óseo vino sin ruido para encontrarse con nosotros tras cruzar un suelo enorme y vacío. Se detuvo cuando Casey pronunció una orden que debió aprender de Mona y nos quedamos allí, mirando a nuestro alrededor.
Habíamos entrado en un gran pasillo que rodeaba el edificio. El muro exterior se iluminó de repente con murales holográficos. Panel tras panel, eran ventanas a mundos que había más allá de la Tierra. Paisajes alienígenas y edificios monumentales, puertos espaciales y naves espaciales, plantas extrañas y animales más extraños todavía, figuras y rostros de razas humanas que variaban de planeta a planeta.
Casey los señaló con un gesto.
—Los planetas colonizados. Todos estaban habitados. Delegaciones, comerciantes, turistas, lo que quieras. Éste era el nexo de la civilización interestelar. Ya veis los problemas, con tiempo relativo perdido en los vuelos espaciales pero lo consiguieron. Centros como éste unían los mundos. Y están muertos.
Pepe hizo una pausa para fruncir el ceño ante otra ventana holográfica que mostraba un paisaje irregular tan rojo y carente de vida como Marte. Un enorme globo azul lo atravesaba rodando por una amplia carretera que se alejaba en la distancia polvorienta. Tres globos azules más pequeños rodaban tras él.
—¿Están muertos? —Se encorvó con un estremecimiento y se volvió hacia Casey—. ¿Todos muertos? ¿Llegó el contagio aquí desde otro planeta? ¿O quizá se extendió desde la Tierra?
—Eso era lo que Mona estaba intentando descubrir —Casey se encogió de hombros—. No encontró ninguna prueba de que llegara ninguna nave desde que murió la Tierra. Hace doscientos cuarenta años. Tenía miedo de que eso significara que los otros mundos habían muerto, e incluso las tripulaciones de las naves de los vuelos interestelares. Que significara que la empresa humana había terminado.
—¿Cómo pudo pasar? —Pepe sacudió la cabeza con los ojos fijos en los globos que seguían su camino—. ¿Todos a la vez, si es que ocurrió? ¿En planetas y naves separados por tantos años luz?
—Soy incapaz de imaginármelo —Casey se asomó con la mirada vacía al espacio que había tras aquel pasillo vacío—. Pero ahora es nuestro problema. Creo que tenemos que descubrirlo si queremos seguir vivos.
—Si Mona no lo consiguió, ni Lo o Sandor en el satélite…
Pepe dejó que su voz se perdiera en aquella quietud que nos perseguía.
—Otra cosa que no entiendo —Casey se volvió para fruncir el ceño y mirarnos—. No creo que Mona llegara a encontrar una verdadera pista, tampoco es que me lo dijera, pero sí que parecía más contenta hacia el final, no sé por qué.
El robot se había quedado esperando, Casey se dirigió a él. Le respondió con los acentos que le habíamos oído a Sandor cuando éramos niños en la Luna. Casey asintió y el robot nos hizo un gesto para que lo siguiéramos por una curva interminable de aquella sala callada y vacía. Unos arcos amplios se repartían por el muro interior, tenían señales encima que brillaban con símbolos que eran jeroglíficos para mí.
Aquella quietud vacía estaba afectando a Pepe. Miró a Casey y dudó.
—Los robots nos conocen —le dijo Casey—. Mona me presentó.
Giró para llevarnos por un arco alto y entrar en una oscuridad totalmente negra. Cuando se encendieron las luces más adelante, vi que estábamos en otra gran sala que recorría el centro del edificio. A lo lejos vi otro robot que empujaba un mecanismo silencioso que debía de estar barriendo el suelo. No oí ningún sonido ni vi nada vivo.
—¿Aquí había gente? —preguntó Pepe inquieto—. ¿No sólo máquinas?
—Miles y miles de personas —dijo Casey—. Procedentes de dos mil planetas.
—¿Y murieron?
—Los robots retiraron los cuerpos.
Le habló otra vez al robot, que nos llevó por una puerta para entrar en un ascensor que subió en silencio.
—Quiero mostraros las secciones que exploramos Mona y yo —dijo—. La sección de la Tierra y la sección del planeta de Lo, donde creció ella. Una fracción diminuta de la Corona pero lo suficiente para daros una idea de lo que es. Y es igual de probable, supongo, que encontremos una pista en esa parte como en cualquier otra.
Pasamos un largo día recorriendo penosamente la sección de la Tierra, intentando entender lo que veíamos. Estos centros se habían construido, nos dijo Casey, para compartir el conocimiento y la cultura y para unir a la humanidad. Y por supuesto para hacer negocios. Turismo y comercio.
—El comercio interestelar debió de ser una auténtica aventura —dijo—. El comerciante tenía que coger sus productos y viajar a alguna estrella distante, sabiendo que nunca volvería al mundo que había conocido porque el tiempo lo habría convertido en algo extraño. Con suerte, podría hacer amigos y encontrar un mercado para esa carga. Pero era igual de probable que no encontrara a nadie que quisiera sus productos o incluso que en el nuevo planeta no hubiera sitio para él.
Yo me sentía perdido. Casey había aprendido trozos del idioma de Mona, lo suficiente para darles a los robots órdenes sencillas y comprender las respuestas simples. Me contagié un poco de su energía pero sólo entendí un poco de lo que intentaba mostrarnos. Atravesamos laboratorios dedicados a ciencias que yo no conocía, museos llenos de artefactos y la mayoría eran adivinanzas para mí, bibliotecas llenas de información en cien formatos que no podía leer.
Entramos en teatros espléndidos sin intérpretes, grandes salas de conferencias sin oradores, estadios enormes en los que miles de asientos vacíos contemplaban pistas desnudas. Había una infinidad de galerías de arte que sólo dejaban borrones de confusión en mi mente, grandes cámaras vacías que nos saludaban con un rugido de música que no era más que ruido para mí. Tiendas llenas de objetos que no reconocí. Había universidades donde podríamos haber dominado todas las artes y las ciencias de todos los mundos si hubiéramos tenido microbots que nos dejaran aprenderlas.
Pero no los teníamos.
Aquel lugar era un pajar lleno de paja confusa. Terminé sintiéndome como si estuviésemos buscando una aguja invisible que quizá no existiera, una aguja que pensábamos que ni siquiera reconoceríamos aunque la encontráramos. Me dolían los pies y me sentí aliviado cuando Casey dijo por fin que ya nos había enseñado bastante.
—¡Fantasmas! —dijo Pepe en español y se estremeció.
No habíamos visto ninguna aparición de verdad pero el silencio y el vacío había empezado a poblar mi imaginación de los miles de millares de razas diferentes procedentes de mil planetas esparcidos que habían vivido y trabajado aquí, habían muerto y habían desaparecido.
Los robots nos trataban como si fuéramos de la realeza prehistórica. Nos habían llevado a la espaciosa vivienda donde habían alojado a Mona y a Casey. Un magnífico recibidor estaba cubierto de hologramas vivos de la larga historia de la Tierra. Un bosque de plantas vivas perfumaba el aire del gran comedor. Cada uno teníamos cámaras privadas y siempre había robots blancos y lustrosos esperando en silencio para servirnos.
Había una piscina en la que nos enseñaron a nadar, un gimnasio donde nos masajeaban y nos contemplaban mientras hacíamos ejercicio. Aunque no los habían programado con ninguna enciclopedia galáctica, respondían a preguntas sencillas y obedecían órdenes simples. Eran cocineros expertos. Con las instrucciones de Pepe fueron capaces de preparar una copia decente de los huevos rancheros que solía hacer su padre en la Luna.
No sé cuánto tiempo estuvimos allí. Nunca salíamos y no veíamos el sol. La especie de reloj que le habían regalado a Pepe podía mostrar los días y las fechas en varios cientos de planetas, y mientras jugaba con su magia había perdido la fecha de la Tierra. Casey se convirtió en nuestro reloj. Casi siempre estaba fuera, vagaba por los laberintos que nos rodeaban en busca de cualquier hebra de significado que pudiera seguir.
A veces, al principio, Pepe y yo íbamos con él, pero la quietud y la sensación de muerte universal superó la esperanza de encontrar algo que pudiéramos entender. Nuestros días empezaban cuando entraba para comer o echar una siesta. Cosa que no duraba mucho, en seguida se volvía a ir.
—Estoy aprendiendo —insistía—. Creo que mis microbots están empezando a notarse. Puedo descifrar inscripciones sencillas y hablar con los robots. Tampoco es que tengan nada útil que decir.
—¿Qué puedes esperar? —le preguntó Pepe—. No hay ninguna señal que indique que alguien vio venir el cataclismo. ¿Qué podrían decirnos sus archivos?
—Mona tenía una teoría —frunció el ceño mirando la pared mientras pensaba—. Durante las primeras épocas de vuelos interestelares, hubo una revuelta contra los microbots. Los rebeldes tenían la sensación de que nos estaban robando la libertad, nos convertían en máquinas.
Pepe asentía, yo me había sentido igual. Casey sonrió y continuó.
—El conflicto se convirtió en una especie de guerra religiosa. En el peor momento murieron miles de ellos debido a las heridas de batalla que los microbots no pudieron reparar. Derrotados, los supervivientes se hicieron con varias naves espaciales y salieron a colonizar nuevos mundos, para ellos. Mona estaba investigando en la historia antigua en busca de archivos de esos intentos. Por lo que encontró, habían terminado todos mal. Sin microbots, los rebeldes no estaban preparados. Carecían de nuestra comunidad de conocimientos y de nuestras habilidades. Sus nuevos mundos eran hostiles con frecuencia. La terraformación fracasó. Los mataron enfermedades nuevas. Sin embargo, hacia el final Mona se preguntaba si no habían sobrevivido algunos para renovar la guerra e intentar borrarnos del universo. Los animales siguen vivos mientras que los portadores de los microbots están muertos. Sospechaba que algo los había convertido en un arma letal. No parece muy probable en un principio, pero ¿qué otra cosa podría explicar la muerte repentina de tantos usuarios a la vez en mundo tan separados?
Nos miró frunciendo el ceño como si buscara una respuesta.
—No encontró ninguna prueba real de todo eso, no es que me lo dijera pero hacia el final creo que estaba trabajando en algo. Nunca me dijo lo que era pero sigo esperando encontrar lo que la mató. A ella y a todos.
—Sea lo que sea —murmuró Pepe—, creo que no quiero saberlo.
—Al final algo la hizo feliz —dijo Casey—. Y no tengo miedo de saber qué fue, si puedo.
Salió otra vez y volvió triste tras una derrota más. Comió en silencio con nosotros cuando los robots nos sirvieron y se fue a su habitación sin una palabra. A la mañana siguiente no quiso desayunar. Sacudió la cabeza malhumorado cuando Pepe lo animó a venir con nosotros a la piscina y dejar que los robots lo enseñaran a nadar.
—Te estás matando —le dijo Pepe—. Y todo para nada, por lo que yo veo. Vivirás más si te relajas y haces algo de ejercicio.
—¿Eso crees?
Nos contempló con expresión hosca mientras comíamos, pero tomó café cuando los robots lo ofrecieron, un bebedizo mucho mejor que el que tomábamos en la Luna. Cuando desaparecieron los robots, nos habló con brusquedad.
—Anoche soñé. —Apartó la taza vacía e hizo una pausa para sacudir la cabeza confundido—. Un sueño que no puedo explicar ni entender. Parecía demasiado cercano y real para ser un sueño. Pensé… es difícil de explicar pero pensé que podía ver todo lo que había pasado siempre.
Nos lanzó una mirada penetrante para ver si pensábamos que se había vuelto chiflado.
—Mona. —Desvió la mirada, las palabras le salían lentas—. Su madre clon, Mona Lisa en Vivo. —Su rostro se iluminó maravillado—. La vi con mi padre clon. En Medellín, aquel sitio donde era pistolero a sueldo para el gran señor de las drogas al que llamaban El Matador. Ella estaba allí para cantar. Vi al Matador arrastrándola para sacarla del escenario, intentaba violarla. Vi al Chino dispararle.
Casey no nos veía, los ojos oscuros le brillaban como si los viera en ese momento.
—Matador estaba rodeado de guardias pero el disparo de mi padre los cogió por sorpresa. Escapó con Mona y llegó al aeropuerto en el coche blindado del Matador. Despegaron en su avión privado. Recorrieron la costa del Pacífico desde Colombia a Baja. Allí encontraron amigos. En el sueño estuve con ellos todo el camino y sentí su amor desesperado.
Su rostro oscuro temblaba de la emoción.
—Estaba orgulloso de mi padre. Era astuto. Tenía valor. El cártel del Matador tenía hombres esperando en Baja, contratados para matarlo, pero se escapó al norte. Consiguió otro trabajo como vigilante nocturno en la base lunar de Arenas Blancas de DeFort. Cuando llegaba el asteroide, metió a Mona en el avión de huida. La llevó a la Luna y consiguió que DeFort los mantuviera allí y guardara sus células en la crioestación. Sigo orgulloso de él. He estudiado una y otra vez los archivos que dejó en la estación. He deseado vivir mi vida como él pero ahora…
Sacudió la cabeza y se quedó en silencio hasta que Pepe preguntó:
—¿Eso fue todo el sueño?
—Siguió durante una eternidad. —Le brillaron los ojos otra vez—. ¿Recordáis aquellos paneles holográficos con los globos azules que rodaban por el desierto? Eran reales, reales y vivos. Vi uno de esos globitos botando por las dunas de arena roja. Estaba perdido y aterrorizado, buscando a su madre. Lo vi buscándolo, pero muy por detrás y rodando en la dirección que no era. Quería decírselo, pero no pude.
Se detuvo para mirar a Pepe, ceñudo.
—Eso me hizo sentirme furioso en el sueño y molesto cuando desperté. Al preguntarme ahora por ello, creo que sé por qué. El incidente ocurrió en el pasado. El pasado es algo fijo.
Su tono era terminante y objetivo, como si estuviera seguro.
—¿El pasado es algo fijo? —Pepe se hizo eco de sus palabras—. ¿Crees que de verdad viste esos globos, hace eras, en un mundo que está a montones de años luz? —Había levantado las cejas—. ¿Cómo podría ser eso?
—Todo lo que sé es lo que recuerdo del sueño —Casey sacudió la cabeza, mirando a la nada—. No sé cómo ocurrió. No puedo esperar que me creáis… pero parecía muy real. Y hay otra cosa. —Se levantó de repente de la mesa—. Al final del sueño, Mona estaba allí conmigo. La clon Mona. La Mona que yo amaba. La Mona que quemamos en la pira. —Una sonrisa extraña borró el dolor de su rostro—. Creí que volvía a estar viva, de alguna forma, y que me llamaba desde el espacio. Si lo está, si está viva de verdad, tengo que encontrarla.