—Estimados caballeros, debo rogarles que nos disculpen.
Tling hizo una delicada inclinación de cabeza y nos explicó que su madre la iba a llevar a clase de baile y música, luego iban a una reunión sobre la gente de la nave varada. Nos quedamos solos con los robots. Tenían forma de hombre, color marfil y rostros vacíos de expresión. Carecían de microbots y se controlaban con la voz.
Casey intentó interrogarlos sobre la población, las ciudades y las industrias de la nueva Tierra pero los habían programado sólo para el servicio doméstico y no habían incluido inglés ni ningún tipo de información sobre otras cosas. Derrotados por sus miradas vacías, nos sentamos fuera, en la terraza, contemplando el monumento que teníamos enfrente y pensando en nuestro incierto futuro, hasta que nos llamaron a cenar.
Los platos que nos sirvieron eran extraños pero Pepe nos animó a comer mientras pudiéramos.
—¿Mañana? ¿Quién sabe? —dijo en español.
Ya caía la noche antes de que volviéramos a la terraza. Salía una Luna delgada por el oeste. En el este, el faro de una locomotora se arrastraba por el monumento. La avenida estaba brillantemente iluminada para las excursiones nocturnas, el Taj Mahal era una joya reluciente, la Gran Pirámide una isla de marfil en medio del creciente crepúsculo. Los robots nos prepararon la cama cuando la avenida quedó a oscuras. Habían servido vino con la cena y dormí sin sueños.
Desperté por la mañana temprano, descansado de nuevo y lleno de esperanzas irrazonables, encontré a Tling fuera, en el extremo de la terraza, contemplando el valle. Tenía el pelo como su madre, sin escamas ni piel, sino rubio y muy corto. A pesar del asombroso poder de los microbots, pensé que parecía muy pequeña y vulnerable. Se sobresaltó cuando hablé.
—Buenos días, señor Dunk —se limpió la cara con el dorso de la mano e intentó sonreír. Vi que tenía los ojos hinchados y rojos—. ¿Cómo está su tobillo?
—Mejor.
—Estaba preocupada —encontró una sonrisa pálida—, porque no tiene simbiotes que le ayuden a reparar esas heridas.
Le pregunté si sabía algo de su padre y de la nave de emigrantes. Se volvió en silencio a contemplar el valle iluminado por el sol y el monumento. Vi el penacho lejano de vapor de un tren mañanero que se arrastraba sobre el puente hacia el Monumento a Washington.
—Vi una cría de jirafa. —Hablaba con lentitud y muy bajo, casi como si estuviera hablando consigo misma—. La vi nacer, la vi aprender a levantarse, aprender a mamar. Por fin se alejó con su madre, inestable sobre sus patitas. Fue tan bonito…
Le falló la voz. Se llevó la mano a los labios. Se quedó allí temblando, mirándome, los ojos grandes y oscurecidos por el dolor. Suspiró intentando respirar.
—¡Mi padre! —Su voz se hizo de repente brusca y fina, casi un grito—. Se va. Jamás lo volveré a ver.
Entró corriendo.
Cuando los robots nos llamaron a desayunar la encontramos sentada entre sus padres. Se había lavado la cara manchada de lágrimas pero no había tocado la comida del plato. Aquí, lejos del sol, el rostro de Sandor era pálido y triste. No pareció vernos hasta que Tling se volvió para mirarlo con el ceño fruncido. Se levantó entonces y rodeó la mesa para estrecharnos la mano.
—Buenos días, doctor Pen. —Casey le ofreció una sonrisita irónica—. Ya veo por qué no nos quería aquí, pero no puedo disculparme. Jamás sentiremos haber venido.
—Siéntate —habló con brusquedad—. Vamos a comer.
Nos sentamos. Los robots nos trajeron platos cargados de comida que no habíamos probado jamás. Sin decirnos más, Sandor le hizo una señal a un robot para que volviera a llenar su taza de té negro y se inclinó sobre un cuenco de bayas color rojo intenso. Tling estaba sentada mirándolo con devoción angustiada hasta que Casey habló.
—Señor, hemos oído hablar de su problema con los colonos varados. ¿Puede decirnos qué está pasando?
—Nada que entienda nadie. —Sacudió la cabeza y le ofreció a Tling una tierna sonrisa antes de apartar las bayas y volverse muy serio hacia nosotros. Habló con voz rápida y resuelta—. La expedición exploratoria inicial había encontrado el planeta de destino bastante habitable y lo sembró con vida de tipo terrestre. La habían seguido unas expediciones para colonizar los tres continentes más importantes. Este grupo iba a ocupar el tercero. Llegaron sin problemas pero no recibieron respuesta cuando llamaron al planeta desde la órbita. La atmósfera estaba cubierta de un polvo que oscurecía la superficie, pero una búsqueda con los infrarrojos encontró reliquias de una ocupación floreciente. Aceras, puentes, albañilería, esqueletos de acero que habían sido edificios. Todo medio enterrado bajo dunas de un polvo rojo arrastrado por el viento. No quedaba ningún tipo de vegetación en ninguna parte. Una nave abandonada de una de las expediciones pioneras estaba todavía en órbita, pero tan muerta como el planeta. Nunca supieron qué mató al planeta. Ninguna noticia del desastre parece haber llegado a ningún otro mundo, lo que sugiere que ocurrió inesperadamente y se extendió rápido. Los oficiales médicos creen que el asesino puede haber sido algún organismo que ataca la vida orgánica, pero la capitana se negó a permitir ningún tipo de investigación. Decidió volver en seguida, sin intentar ningún tipo de contacto. Una elección que probablemente les salvó la vida a todos.
Cogió la cuchara y se inclinó de nuevo sobre el cuenco de bayas. Probé una, era acida, dulce, con un sabor fuerte y picante, embriagador, que no sé describir.
—Señor —habló Casey de nuevo—. Esa gente parecía desesperada. ¿Qué les va a pasar ahora?
—Un dilema. —Sandor miró a Tling con un triste encogimiento de hombros. Ella volvió la cabeza para ocultar un sollozo—. Los planetas habitables son relativamente escasos. Hay que descubrirlos, examinarlos, terraformarlos y aprobarlos para la colonización. Esta gente tiene suerte. Hizo falta una renuncia de emergencia pero hemos limpiado el camino para que ocupen un planeta nuevo muy prometedor, a quinientos años luz en dirección a Sagitario. Ahora se están cargando combustible y suministros frescos.
—Y mi padre… —Tling levantó los ojos y me miró, su voz era casi un gemido—. Tiene que ir con ellos. Todo por mi culpa.
Su padre la rodeó con un brazo e inclinó la cara hacia la de su hija. Lo que le dijera fue en silencio. Ella se subió a sus brazos, su padre la abrazó y la meció como si fuera un bebé, hasta que cesaron los sollozos. Con una sonrisa que me rompió el corazón, la niña lo besó y se bajó.
—Discúlpennos, por favor. —A Tling le temblaba la voz, le cogió la mano—. Tenemos que despedirnos.
Se llevó a su padre de la habitación.
Lo se los quedó mirando en silencio hasta que Pepe dio unos golpecitos en su cuenco para indicarles a los robots que quería una segunda ración de las bayas rojas.
—Es cierto. —Con un largo suspiro se volvió para mirarnos—. Es doloroso para Tling, para los tres. No es lo que planeamos.
Con aire ausente cogió un pastelito marrón de la bandeja que estaba pasando el robot y lo dejó en su plato, sin probarlo.
—¿Qué importa? —dijo Pepe en español y la miró confuso.
—Esperábamos seguir juntos —dijo ella—. Sandor y yo hemos trabajado la mayor parte del siglo, excavando en la Luna y restaurando lo que podíamos aquí, en el monumento. Hecho eso, yo quería ver mi mundo natal otra vez. Íbamos a volver allí juntos, Tling con nosotros. Nos llevábamos la historia que habíamos aprendido para duplicar el monumento allí. —Sacudió la cabeza con amargura—. Esto lo cambia todo. Sandor siente que es su obligación ayudar a los colonos a encontrar un hogar. Tling le rogó que nos llevara con él pero… —Se encogió de hombros resignada, los labios muy apretados—. Le tiene miedo a lo que mató el planeta. Piensa que estamos más seguras aquí. Y hay algo más, su hermano… —Desvió la vista un momento—. Tiene un hermano gemelo. Su padre emigró y se llevó al gemelo. Su madre tenía una carrera en genética microbótica que no podía dejar. Sandor se quedó aquí con ella hasta que creció. Luego abandonó la Tierra para buscar a su hermano. Jamás encontró al gemelo, pero me encontró a mí. Eso es lo bueno. —Se desvaneció su breve sonrisa—. Le he dicho que es imposible. Hay demasiados mundos. Los vuelos estelares llevan demasiado tiempo. Pero no quiere renunciar a su sueño. —Habló más despacio—. Teme que su hermano estuviera en ese planeta.
—¿Podemos…? —Casey se interrumpió para mirarnos a Pepe y a mí. Asentimos y se volvió nervioso hacia Lo—. Si Sandor se va en la nave de emigrantes, ¿nos llevaría con él?
Ella sacudió la cabeza y se quedó mirando la nada hasta que Pepe preguntó en español:
—¿Por qué no?
—Bastantes razones. —Frunció el ceño, cogió el pastelito marrón, lo partió por mitad y dejó los fragmentos en el plato—. En primer lugar el peligro, dice que es algo real. No quiere mataros.
—¿No hay siempre riesgos? —Casey los desechó con un gesto—. Cuando tienes que saltarte cientos de años de espacio y tiempo, ¿cómo puede haber algo seguro?
—No lo hay. —Lo se encogió de hombros con tristeza—. Pero ese planeta muerto está hacia el núcleo galáctico. Igual que este nuevo. Si el asesino viene del núcleo…
Se interrumpió.
—Bastante riesgo. —Casey nos miró otra vez y le ofreció una sonrisita rígida—. Pero podrías recordarle que no nos clonaron para vivir para siempre. Él arriesga mucho más que nosotros.
El cuerpo de la mujer se puso rígido y empalideció con lentitud.
—Le rogamos que no fuera —dijo con voz débil—. Pero sus microbots se lo ordenaron. Y sigue buscando a su hermano.
—¿Es que es su esclavo? ¿No piensa en usted y en Tling?
Le llevó mucho tiempo componer la respuesta.
—No somos esclavos. —Parecía tranquila una vez más; me pregunté si sus propios microbots le habían aliviado el dolor—. Usted quizá vea a los microbots como micromáquinas pero no nos convierten en algo mecánico. Hemos conservado todos los sentimientos e impulsos que tenían los primitivos. Los microbots sólo nos convierten en mejores seres humanos. Sandor se va con la nave no sólo para ayudar a la gente que está a bordo, sino por mí y por Tling, por la gente de todas partes.
—Si hay tantas probabilidades en contra como parece… —Casey la miró dubitativo—, ¿qué puede esperar hacer un solo hombre?
—Nada, quizá. —Se encogió de hombros con amargura—. Pero tiene una idea. Hace mucho tiempo, antes de investigar la excavación lunar, trabajó con su madre en la investigación microbótica. Si el asesino es una especie de organismo virulento, cree que se podrían modificar los microbots para convertirlos en un escudo contra él.
—Hable con él —le rogó Casey—. Consiga que nos lleve con él. Lo ayudaremos como podamos.
—¿Ustedes? —El asombro le hizo abrir mucho los ojos—. ¿Cómo?
—Los pusimos aquí en la Tierra —le dijo él—. Sin ningún microbot.
—Es cierto. —El color dorado le embargó la piel—. Hablaré con él. —Se quedó callada un momento y luego sacudió la cabeza—. Imposible. Dice que están ocupados todos los asientos de la nave.
Hizo una pausa y miró ceñuda al techo. El robot se movía alrededor de la mesa, ofreciendo un cuenco de enormes setas del color de la piel que tenían un olor tentador a jamón frito.
—Estamos intentando planear un futuro para Tling. —Su carita de duende se puso tensa de repente, la voz ronca por los sentimientos que la embargaban—. Pasarán mil años antes de que pueda volver. Le resulta muy doloroso dejar a Tling.
—La vi esta mañana —dije yo—. Está destrozada.
—Estamos intentando compensarla. Le he prometido que lo verá de nuevo.
Pepe pareció sorprendido.
—¿Cómo puede ser eso?
Lo cogió una seta, la olió con un gesto de aprobación y la dejó en el plato.
—Tenemos que organizar el tiempo —dijo—. Yo tengo la intención de quedarme aquí a cargo del monumento, al menos hasta que crezca. Entonces viajaremos, quiero ver lo que los siglos le han hecho a mi mundo natal. Harán falta buenos cálculos y los vuelos estelares adecuados, pero Tling y yo podemos planear verlo en la Estación Tycho cuando vuelva.
—Si es que…
Se interrumpió. La cara de ella se puso pálida pero un momento después esbozó una sonrisita rígida e hizo que los robots ofrecieran las setas otra vez. Tenían un nombre que nunca aprendí y un sabor más parecido al chocolate amargo que al jamón. Terminó el desayuno. Nos dejó allí solos con los robots sin ningún sitio al que ir, sin futuro a la vista.
—¡Mil años! —murmuró Pepe—. Ojalá nos hubiera puesto los microbots.
—O si no…
Casey se volvió hacia la puerta.
—Noticias para ustedes —Lo estaba allí, sonriéndonos—. Noticias de la nave de emigrantes. Unos pasajeros inquietos han arreglado las cosas para ir a nuevos destinos, lo que ha dejado varios espacios vacíos. Sandor les ha encontrado asientos.