Adorábamos al tío Pen. Todos lo llamábamos así, aunque nos dijo que se llamaba algo así como Sandor Pen, pronunciado con un acento que nunca aprendimos a imitar. Aunque los robots y nuestros padres holográficos nos mantenían ocupados con clases, tareas y los ejercicios en la gran zona centrífuga, la vida era aburrida en nuestros estrechos alojamientos. Sus visitas eran la mejor atracción.
Nunca nos decía cuándo iba a venir. Solíamos vigilar por si venía, mirando desde la alta cúpula del borde de Tycho hacia el campo que las máquinas excavadoras habían nivelado. Enormes al borde del campo, eran monstruos oscuros salidos del espacio; proyectaban largas sombras negras a través del yermo gris de rocas, polvo y cráteres.
La visita que nos hizo el día que cumplimos siete años fue una sorpresa maravillosa. Tanya lo vio aterrizar y nos llamó a la cúpula. Su nave era una lágrima brillante, reluciente en la sombra negra de un insecto de metal gigantesco. Bajó de un salto en un traje plateado y lustroso que se adaptaba como una segunda piel. Esperamos en la escotilla a que se despojara de él. Era un hombre pequeño y delgado, que parecía tan elegante como una niña pero no dejaba de ser fuerte. Incluso era emocionante ver su cuerpo, aunque Dian corrió a esconderse porque tenía un aspecto muy extraño.
Desnudo lucía un ligero bronceado dorado que se oscurecía en la cúpula iluminada por el sol y se desvanecía cuando bajaba. Su rostro tenía la forma de un corazón estrecho y sus ojos castaños eran enormes. No le hacía falta ropa, nos había dicho siempre, porque sus órganos sexuales eran internos.
Llamó a Dian al no verla y ella volvió muy despacito para compartir los regalos que había traído de la Tierra. Eran frutos dulces que nunca habíamos probado, juguetes extraños, juegos más extraños aún que tuvo que enseñarnos a jugar. Para Tanya y Dian había muñecas que cantaban canciones extrañas con voces que no podíamos entender y tocaban música ruidosa en unos instrumentos diminutos que jamás habíamos oído.
La mejor parte era precisamente visitar la cúpula con él. Pepe y Casey tenían apremiantes preguntas sobre la vida en la nueva Tierra. ¿Había ciudades? ¿Animales salvajes? ¿Criaturas alienígenas? ¿La gente vivía en casas o bajo tierra en túneles como los nuestros? ¿De qué vivía él? ¿Tenía mujer? ¿Niños como nosotros?
No nos contaba mucho. La Tierra, decía, había cambiado desde que nuestros padres la conocieron. Ahora era tan diferente que no sabría por dónde empezar. Nos dejaba turnarnos para verla a través del gran telescopio. Más adelante, prometió, si podía encontrar equipo espacial para nosotros, nos subiría a recorrer la órbita de la Luna y girar hacia ella para verla más de cerca. Pero ahora, sin embargo, estaba trabajando para aprender todo lo que pudiera sobre la antigua Tierra, cómo había sido antes de los últimos grandes impactos.
Nos la mostró en los tanques de hologramas y en los viejos libros de papel, cuando todavía tenía casquetes de hielo en los polos y desiertos áridos y marrones en los continentes. La nueva Tierra no tenía desiertos ni hielo. Bajo las brillantes espirales de nubes la tierra era verde donde el sol la iluminaba, hasta llegar a los polos. Tenía un aspecto tan maravilloso que Casey y Pepe le rogaban que nos llevara con él cuando volviera para poder verla nosotros mismos.
—Lo siento. —Sacudía la cabeza, que estaba cubierta de una piel corta de color castaño dorado—. Lo siento mucho, pero no podéis pensar siquiera en un viaje a la Tierra.
Mirábamos desde la cúpula. La misteriosa Tierra se encontraba en lo más alto del norte negro, donde siempre había estado. En el oeste, ya bajo, el lento sol quemaba las nuevas montañas que las máquinas habían apilado alrededor del campo y llenaba los cráteres de tinta.
Dian había aprendido a confiar en el tío Pen. Se sentaba en sus rodillas y lo miraba con gesto de adoración. Tanya se ponía detrás para jugar a un pequeño juego. Le ponía la mano en la espalda para blanquear el bronceado dorado y luego la quitaba para ver cómo borraba la huella el sol.
Con aspecto herido, Casey preguntaba por qué no podíamos pensar en viajar a la Tierra.
—No sois como yo. —Eso era cierto. Casey tenía un rostro amplio y negro con los ojos estrechos de chino y el pelo negro y liso—. Y pertenecéis a este lugar.
—Yo no me parezco a nadie —se encogía de hombros Casey—. Ni pertenezco a nadie.
—Pero el caso es que pertenecéis a la estación. —El tío Pen era dulce y paciente—. Os clonaron para hacer vuestro trabajo aquí, para vigilar el cielo por si hay algún peligro para la Tierra y restaurar la vida en ese caso.
—Hemos terminado con eso —Casey me miró—. Díselo, Dunk.
Mi padre holográfico es Duncan Yare. El ordenador maestro que dirige la estación suele hablar con su voz. Nos había contado que nos habían clonado una y otra vez a partir de las células que nuestros padres vivos habían dejado en la crioestación.
—Señor, es verdad. —Yo le tenía un poco de miedo al tío Pen pero estaba orgulloso de todo lo que habíamos hecho—. Mi padre holográfico dice que los grandes impactos mataron a la Tierra y la volvieron a matar. Dice que siempre le hemos devuelto la vida. —Tenía la garganta seca, tuve que tragar saliva pero luego continué—. Si la Tierra está viva ahora es gracias a nosotros.
—Cierto, muy cierto —asintió con una sonrisita extraña—. Pero quizá no sabéis que vuestra propia lunita ha sufrido un fuerte impacto ella también. Si ahora estáis vivos, nos debéis la vida a nosotros.
Todos nos lo quedamos mirando.
—¿Las máquinas excavadoras? —asentía Casey—. Las he visto y me he preguntado por qué estaban aquí. ¿Cuándo ocurrió el impacto?
—¿Quién sabe? —dijo en español. Se encogió de hombros dirigiéndose a Pepe, imitaba el gesto y la voz que Pepe había aprendido de su padre holográfico—. Fue hace mucho tiempo. Quizá cien mil años, quizá un millón. No he encontrado ninguna pista.
—¿Algo chocó contra la estación?
—Casi. —El tío Pen señaló con un gesto el gran pozo oscuro que había al borde del cráter justo al oeste—. La onda de choque destrozó la cúpula y lo enterró todo. La estación se perdió y casi se olvidó. No era más que un mito hasta que yo me tropecé con ella.
—¿Las excavadoras? —Casey se giró para mirar el campo de aterrizaje en el que el tío Pen había dejado su volador a la sombra de aquellas grandes máquinas y las montañas que habían construido—. ¿Cómo sabías donde excavar?
—La central eléctrica seguía funcionando —dijo el tío Pen—. Mantenía vivo el ordenador. Pude detectar el recubrimiento de metal y luego la radiación.
—Te lo agradecemos. —Pepe se acercó muy serio a estrecharle la mano—. Me alegro de estar vivo.
—Yo también —dijo Casey—, si puedo ir a la Tierra. —Vio que el tío Pen empezaba a negar con la cabeza y continuó rápidamente—. Dinos lo que sabes sobre el último impacto y cómo bajamos para terraformar la Tierra de nuevo esa última vez.
—No sé lo que hicisteis.
—Hemos visto la diferencia —dijo Casey—. La tierra ahora está toda verde, sin desiertos ni hielo.
—Desde luego está transformada. —El tío Pen asintió y se detuvo para sonreírle a Tanya mientras ella dejaba de jugar con el sol en su espalda y volvía a sentarse con las piernas cruzadas a sus pies—. Hace ya muchas eras. Pero nuestros historiadores están convencidos de que hemos hecho mucho más nosotros mismos.
—¿Ah sí? —Casey estaba desilusionado y un poco escéptico—. ¿Cómo?
—Creen que eliminamos plataformas submarinas y ampliamos los estrechos para cambiar la circulación del océano. Desviamos ríos para llenar lagos nuevos y regar los desiertos, cambiando así la circulación atmosférica. Creamos nuevas formas de vida que se ajustaran a los nuevos patrones climáticos.
—Si la Tierra estaba muerta, debimos de poneros nosotros allí.
—Desde luego —dijo el tío Pen—. Al excavar la estación yo estaba buscando respuestas que nunca encontré, pero las autoridades están de acuerdo en que el segundo impacto fue más grave que el primero. Aniquiló la vida e incluso destruyó la mayor parte de los archivos geológicos de esa vida. La historia que recuperé aquí la interrumpió el impacto lunar, pero confirma que estabais replantando el planeta y llevando nuevos colonos.
Pepe había ido al borde de la cúpula y miraba las máquinas monstruosas y la pequeña nave del tío Pen, que era extrañamente diferente de los cohetes espaciales que habíamos visto en los viejos video hologramas.
—¿Puede ir a otros planetas?
—Sí —asintió—. Puede llegar a los planetas de otros soles.
—¡Otras estrellas! —Tanya abrió mucho los ojos y Pepe preguntó:
—¿Cómo vuela en el espacio sin motores de cohete?
—No vuela —dijo—. Se llama nave deslizadora. Se desliza alrededor del espacio, no lo atraviesa.
—¿Las estrellas? —susurró Tanya—. ¿Has estado en otras estrellas?
—En los planetas de otras estrellas —asintió muy serio—. Quizá vaya otra vez, aunque todavía tengo trabajo que terminar aquí. Y los vuelos espaciales te gastan unas bromas que podrían sorprenderos. Podría volar a nuestra colonia interestelar más cercana en un instante de mi tiempo y volver en otro instante, pero pasarían veinte años aquí mientras estaba fuera.
—No lo sabía —Tanya abrió los ojos aún más—. Tus amigos serían todos viejos.
—No envejecemos.
La niña se apartó como si de repente le tuviera miedo. Pepe abrió la boca como si fuera a preguntar algo y la cerró sin una palabra.
—Ni morimos —se echó a reír ante nuestro asombro—. Ya veis, nos hemos creado a nosotros mismos más de lo que hemos creado la Tierra.
Casey se volvió para mirar los cráteres en sombras y el enorme globo de la Tierra, la verde América que relucía en la cara iluminada, Europa y África no eran más que una sombra en la oscuridad. Se quedó allí mucho tiempo y volvió lentamente para ponerse delante del tío Pen.
—Voy a bajar cuando crezca. —Su rostro tenía una expresión dura y obstinada—. Digas lo que digas.
—¿Te están creciendo alas? —El tío Pen se echó a reír y estiró un brazo dorado para acariciarle la cabeza—. Por si no lo sabíais, el impacto convirtió vuestra vieja nave en chatarra. —Se retiró deprisa—. De verdad, chiquillo, éste es vuestro sitio. —Al ver la expresión herida, el tío Pen habló con más dulzura—. Se os clonó para que realizarais vuestro trabajo en la estación, para que vigilarais por si la Tierra corre peligro y para reparar los daños si algo ocurre. Es una tarea que debería enorgulleceros.
Pepe tragó saliva pero no alzó la voz.
—Quizá sí. ¿Pero dónde está el peligro ahora? ¿Por qué nos necesitas en la Luna?
El tío Pen tenía una expresión extraña. Se tomó un momento antes de responder.
—No estamos al tanto de ninguna amenaza de otro bólido. Todos los asteroides que solían aproximarse a la órbita de la Tierra se han desviado, la mayor parte se han conducido hacia el sol.
—¿Entonces? —La barbilla oscura de Casey sobresalía con aire desafiante—. ¿Por qué quisiste desenterrarnos?
—Por la historia. —El tío Pen dejó de mirarnos y contempló la Tierra alta, tan remota—. La Tierra rehecha había perdido casi todos los rastros de nuestro comienzo. La gente intentaba demostrar que habíamos evolucionado en algún otro planeta y habíamos emigrado aquí para colonizar el sistema solar. La Estación Tycho es la prueba de que la Tierra es el verdadero mundo madre. Esta excavación ha sido la obra de mi vida.
Se volvió hacia nosotros con una sonrisa de satisfacción.
—Que riñan otros, pero yo encontré nuestras raíces aquí, bajo los cascotes. La verdadera historia, que hasta los escépticos tendrán que aceptar.
—Si ésa es la verdadera historia —preguntó Casey—, ¿quién necesita ahora la estación?
—Nadie, la verdad. —Se encogió de hombros con una ligera mueca de los labios dorados y yo pensé que Casey le daba pena—. Si otro desastre golpeara el planeta madre, algo que no es muy probable, podrían volverlo a habitar las colonias.
—¿Entonces nos desenterraste para nada?
—Por favor, intentad entenderlo —el tío Pen se inclinó y estiró los brazos como si quisiera abrazarlo, pero el niño se apartó aún más—. La estación quedó casi borrada. La restauración ha sido una tarea muy larga y difícil. Hemos tenido que inventar e improvisar con frecuencia. Tuvimos que probar las células de tejido todavía conservadas en la crioestación y construir equipo nuevo en el laboratorio de maternidad. —Le sonrió al rostro de Tanya, que brillaba de devoción—. Las pruebas han resultado bien.
—Quizá para ti —murmuró Casey con amargura—. Pero no tanto para nosotros. ¿Quieres que nos quedemos sentados aquí hasta que muramos, sin nada que esperar?
El tío Pen parecía incómodo pero no tenía nada que decir. Sólo estiró los brazos para coger a Tanya.
—Quiero vivir —le dijo Casey—. De la manera que sea.
—Por favor, mi niño, tienes que intentar entenderlo —el tío Pen sacudió la cabeza dorada con paciencia—. La estación es un monumento histórico muy valioso, nuestra única reliquia superviviente de la primera Tierra y los primeros hombres. Formáis parte de ello. Lo siento si creéis que eso es una desgracia, pero desde luego no hay lugar para vosotros en la Tierra.