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—Es un placer conocerlos a los dos. —Laura Grail levantó la voz y nos sonrió de cara a los que nos rodeaban—. Bienvenidos a la regencia. Cuando tengan tiempo, quiero oír toda la historia de la Estación Tycho para nuestros lectores.

—Una pregunta más —murmuró Pepe—. ¿Cómo podemos encontrar a Mona?

Ella sacudió la cabeza y se alejó con discreción. Él se quedó mirándola hasta que Frye lo cogió del brazo.

—Sus Mercedes, por favor —Frye señaló la multitud, decenas de personas que hablaban y tomaban sus copas haciendo caso omiso de nosotros después de las miradas curiosas que nos habían dirigido cuando nos presentaron—. Nuestros convidados son dignatarios invitados para conocerlos.

—¿Y están contentos? —sonrió Pepe—. No es que se acerquen mucho.

—Dudan, quizá. —Frye frunció el ceño a modo de disculpa—. Por favor, comprendan que su repentina llegada nos ha cogido a todos por sorpresa. Ha creado una especie de crisis, en realidad. Nadie está muy seguro de qué pueden esperar de ustedes.

—Les agradecemos la bienvenida —le aseguró Pepe—. No tenemos intención de causarle ninguna molestia a nadie.

Nos echó una mirada perspicaz y nos escoltó por la sala. Yo escuché y tomé notas mentales para nuestros informes. Pepe habló por los dos, con cautela.

El Agente de Comercio era un hombre bajo y gordo llamado Galt Wickman, llevaba una diadema de oro brillante y una franja dorada en la toga. Frye nos dijo que era el dueño de los ferrocarriles. Nos estrechó la mano y le hizo una seña a la chica de los cócteles. Se movía tan rígida como un robot y nos ofreció la bandeja con un gesto seco; luego se quedó inmóvil, el bicho negro de su frente nos miró con aquellos ojitos brillantes hasta que rechazamos las copas y el agente la despidió con un gesto. Nos estuvo inspeccionando en un silencio que se hizo incómodo hasta que Frye lo interrumpió.

—Nuestros invitados sienten curiosidad por nuestras fuentes de energía. Preguntaban antes si entendíamos la energía eléctrica.

—Nuestros ingenieros han visto la teoría. —Su boca se fruncía pensativamente—. Les he visto crear relámpagos, pero tenemos el vapor. Nuestro sistema de ferrocarril se extiende por el sur hasta el Océano índico y por el este hasta el Pacífico, y nuestros barcos llegan a América. Nunca hemos necesitado nada mejor.

—¿Está seguro? —Pepe miró ceñudo a la chica de las copas—. Con electricidad no necesitarían la energía humana.

—¿Para qué molestarse? —se encogió de hombros—. Es gratis.

Pepe parpadeó y miró de nuevo a la chica.

—¿Esa cosa de la frente? Un jinete, creo que lo llaman. Según tengo entendido vienen de África.

—Las semillas, sí.

—¿Entonces crían a los insectos?

—Yo no —Wickman se sonrojó y pareció incómodo—. Si quieren preguntar por la cultura de los jinetes, hablen con Sheba Kingdom.

—Allí está. —Frye le hizo un gesto a una mujer que estaba en medio del salón—. Se la presentaré. Su familia controla la Compañía Africana. Si les preocupa la historia, ahí tienen un drama histórico.

Sheba Kingdom nos miró por un segundo y se volvió hacia el grupo que la rodeaba mientras Frye desplegaba el drama.

—Su tatarabuelo fue uno de los primeros exploradores, mucho antes de la era del vapor. Un tifón destrozó su velero en la costa este de África. Llegó a la costa vivo y escapó veinte años más tarde, cruzó remando el Mar Rojo en una tosca canoa muy pequeña y cubierta de pieles. Lo habían capturado las extrañas criaturas del continente. Criaturas a las que llamaba los amos negros. Uno de ellos se había montado sobre él, le había clavado los colmillos en el cráneo y le controlaba el cerebro. Escapó cuando murió el amo y volvió en uno de los primeros vapores que navegó por el océano para bombardear las ciudades costeras con su cañón. Luego fundó la Compañía Africana. Sus métodos comerciales son un secreto, pero ha sido muy lucrativa. Se dice que Sheba Kingdom es la mujer más rica del mundo.

La mujer dejó a sus admiradores y se acercó a nosotros. De presencia imponente, era alta y musculosa, el pelo largo y oscuro envuelto en oro. Una pesada cadena de perlas negras le colgaba bajo el amplio pecho. Le brillaba la pintura dorada en los labios y alrededor de los ojos. Se quedó en silencio, mirándonos con una curiosidad fría mientras Frye le explicaba que éramos los nuevos agentes de la Luna.

—¿Tienen dictados de la Luna? —Tenía la voz ronca, casi masculina—. ¿Órdenes que esperan que obedezcamos?

—Ninguna —le dijo Pepe—. Sólo vinimos para mirar e informar de lo que encontremos.

—Estaban preguntando sobre los cultivos de jinetes —añadió Frye—. ¿Quizá se lo pueda explicar usted?

—¿Por qué? —Le clavó los ojos bordeados de oro—. ¿Por qué les preocupa?

—Los vemos por todas partes —Pepe señaló con un gesto a la chica de las bebidas—. Nuestro ordenador querrá tener información sobre ellos.

La mujer frunció el ceño con impaciencia y pareció que se iba, luego volvió a dar la vuelta con brusquedad.

—Puede decirle a su ordenador que la semilla de jinete que importamos de África son huevos de los amos negros. Los criamos en baños de sangre humana, los esterilizamos para evitar una reproducción no deseada, los seleccionamos y los entrenamos para los servicios designados. Si es que es asunto de ese ordenador tan listo de la Luna.

Estiró los enormes hombros y nos dejó.

Frye extendió las manos y nos llevó a conocer al Ayudante Houston Blackthorn, el agente de defensa. Un hombre enorme de barba negra, con un uniforme azul oscuro, llevaba una larga espada en una vaina enjoyada y medallas brillantes prendidas de una amplia cinta roja que le cruzaba el pecho de barril. Nos aplastó la mano en un puño poderoso, nos dijo que podíamos informar a nuestro ordenador que la regencia estaba bien preparada para defenderse de cualquier potencia hostil. Me pregunté si veía la Luna como una potencia hostil, pero decidí no preguntar.

Frye le preguntó por la guerra.

—¿Qué guerra? —La sonrisa broncínea desapareció—. Hemos obligado a los nómadas a volver corriendo a su desierto y hemos alimentado a los peces con un millar de piratas indonesios. Estamos aguantando como un muro de piedra en el frente de África y en cuanto a Norteamérica… —Tenía un gesto firme en los labios—. Está a medio mundo de distancia. Hasta a los vapores les lleva una eternidad ir. Esos absurdos Científicos se han multiplicado como verrugas venenosas africanas. Ahora tienen un nuevo líder. —Nos miró furioso a través de la barba—. Una mujer que afirma ser una auténtica agente de la Luna. Enviada para advertir al mundo sobre otro impacto. O eso dice su retórica venenosa. Su nave se estrelló en los glaciares, a la cabecera del valle, si alguien la cree. La deberían haber cogido y puesto un bicho por contar semejante historia, pero los agentes Científicos consiguieron llevarla a América. Y está sembrando la traición allí.

Mona. Pepe me lanzó una mirada intensa, sus labios se movían para formar las palabras en silencio. Es Mona.

—Un problema para nosotros —Blackthorn sacudió la cabeza—. Hay demasiados colonos que creyeron su absurda historia. Se extendió la rebelión. Nuestras fuerzas siempre los superaron en cien a uno pero los clones conducidos no luchan como esos chiflados. Tuvimos pérdidas, pero ahora los tenemos huyendo.

Tronó un gong. Frye nos escoltó a otra enorme habitación. Una larga mesa recorría el centro, un amplio abanico se balanceaba perezosamente hacia los lados impulsado por uno de los clones negros de Casey que tiraba de una cuerda a cada extremo de la habitación. La porcelana, la plata y las copas brillaban en un mar de tela blanca. Un camarero ataviado de blanco permanecía en posición de firmes detrás de cada silla, un bicho negro y brillante relucía en la cara sin expresión.

Me sentaron entre un burócrata de rostro cetrino de la Agencia de Justicia y una atractiva joven con una diadema de color rojo intenso a juego con la franja del vestido. Se llamaba Ellen Teller, dijo que era corredora de bolsa. Pepe se sentó al otro lado de ella y Frye en la cabecera de la mesa.

El gong sonó de nuevo. Los invitados se levantaron, levantaron las copas de un vino negro y ácido y bebieron a la mayor gloria del Regente Arne XIX, Agente de Tierra. Yo estaba medio esperando un brindis a la salud de los invitados de la Luna pero Frye no lo propuso.

Los camareros empezaron a servirnos de unos carritos con ruedas. Aunque la mayor parte de la vida de Asia había surgido de nuestras semillas, los platos nos resultaban extraños con frecuencia. Ellen Teller los explicó con brillantez cuando Pepe preguntó. Perplejo por la cubertería, yo buscaba pistas en la gente que estaba sentada enfrente hasta que ella se rio de mí.

—No se preocupe por sus modales, Agente Yare —me dijo—. Si les resultan extraños los tenedores, ésa es la mejor prueba de que es usted realmente de la Luna.

Cuando Pepe preguntó, le explicó los murales. Eran históricos: figuras gigantescas de Arne Primero escalando un pico del Himalaya, Arne Décimo llevando una bandera a la costa para conquistar Norteamérica, Arne Duodécimo abriendo camino a través de una selva de color rojo intenso para luchar contra un monstruo de dos cabezas.

—¿Es usted corredora de bolsa? —preguntó Pepe—. ¿Podemos hablar sobre sus negocios?

—Desde luego —le dijo ella—. Comercio con montados.

—¿Ah sí? —Se quedó callado durante un momento y luego se giró para mirarla. Su voz se había hecho más brusca—. ¿Quiere decir clones? ¿Montados por esos bichos?

—¡Oh, no! —Se echó a reír—. La mayor parte de los clones negros se crían con contratos de bajo beneficio al por mayor. Nosotros comerciamos con convictos recién capturados por la Agencia de Justicia. Un mercado especulativo pero mucho más lucrativo. Los convictos frescos exigen una atención individual pero muchos conservan habilidades y talentos muy útiles que bien merecen ese cuidado. —Se quedó en silencio y luego añadió alegre—: Si necesita algún servicio especial, probablemente pueda proporcionárselo.

—Ya veo —dijo Pepe y miró malhumorado a los bichos de las frentes de los camareros situados enfrente hasta que ella empezó a preguntar por los planes del agente Frye con nosotros. Pepe murmuró que no tenía ni idea.

—El regente querrá recibirlos —le dijo— en cuanto esté seguro de que son realmente de la Luna.

—¿Cómo podría dudarlo?

—Los Científicos siempre están intentando engañarnos hablando de nuevos mensajes y mensajeros de la Luna. Últimamente en América.

Pepe se hundió en un silencio melancólico y ella se puso a charlar conmigo.

—Debería visitar América si su estancia en la Tierra permite… un viaje largo, pero hay una buena parada en Ciudad del Cabo. Es el puerto del tratado que tenemos con África, donde compramos la semilla de jinete. Los nativos quizá no tengan un lenguaje que podamos entender, pero nos las apañamos. Hay unas excursiones fascinantes que deberían hacer, para ver las planicies de espinos rojos y las plantaciones donde los amos crean a sus propias criaturas. Incluso un zoo de especies exóticas.

Pepe se animó lo suficiente para preguntar.

—¿Qué intercambian por la semilla?

—Minerales —dijo ella—. Verá, se cree que los amos han evolucionado a partir de algo externo a la Tierra. No saben demasiado de minería ni de química. Les proporcionamos fluoruros, yodo, bromo. Elementos que parecen requerir su extraño metabolismo.

Pepe murmuró algo por lo bajo y se hundió de nuevo en el silencio.

—Fui a América en un viaje de negocios, con la esperanza de abrir allí una sucursal. —Se volvió hacia mí con cara de asco—. Los hoteles horribles, y el proyecto quedó en nada. Hostilidad hacia el trabajo con jinetes, y ahora esta rebelde que afirma ser una verdadera agente de la Luna.

A Pepe se le cayó la cuchara. Al instante el camarero la recogió y le colocó otra al lado del plato.

—Si no tienen tiempo para viajar —continuó Ellen Teller—, deben ir a ver los museos de la ciudad. Espléndidos dioramas del exotismo de África y América, y unas reliquias fascinantes de nuestra propia edad oscura y de las primeras guerras contra los amos negros.

—¿Luchan contra ellos? —pregunté yo—. ¿Y comercian con ellos? Si no le importa que se lo pregunte…

Ella se echó, a reír.

—Tenemos que luchar porque su selva no hace más que extenderse. Un muro de filos altos y rojos con espinas venenosas que hace jirones a un hombre y le transmiten un virus que lo mata. Los amos y sus monstruos no hacen más que escaparse para hacer incursiones entre los colonos humanos. Hay que odiarlos. —Se encogió de hombros con ademán filosófico—. Sin embargo la semilla de jinete es mi negocio. Y me ha ido muy bien.

Sonó el gong y la sala quedó en silencio. Los invitados se levantaron con la mano en el corazón. Frye dirigió un juramento de devoción al Regente Arne. Permanecimos de pie en medio de un silencio reverencial hasta que sonó el gong otra vez. Las voces se elevaron de nuevo y Frye volvió con nosotros.

—Grandes noticias para Sus Mercedes —dijo—. El regente los recibirá mañana al mediodía. Mientras tanto les he reservado la casa de invitados del gobierno.

Miré a Pepe y él negó con la cabeza.

—Se lo agradecemos al regente y a usted —dije yo—. Pero preferimos vivir en nuestra nave hasta que nos acostumbremos a la gravedad y a la atmósfera de la Tierra.

—Se informará al regente. Ustedes pueden volver a la nave.

Drake nos vino a buscar a la puerta con la silla de ocho hombres y nos devolvió a casa a través de los árboles sobrenaturales y los olores malignos del Bulevar de la Luna. Un pelotón de clones negros que estaba en la verja de la arena hizo un saludo militar y nos dejó pasar. Drake nos dejó allí con la promesa de recogernos al mediodía del día siguiente para la recepción.

A los pies de la escalera, Pepe miró hacia la arena y frunció el ceño al ver la estrecha puerta por la que había entrado Laura Grail. Al lado vi una rikisha, volcada y abandonada. Perplejo, se encogió de hombros, se dio la vuelta para subir la escalera y de repente se paró y miró los escalones. Estaban salpicados de sangre.

Dentro de la escotilla oímos una respiración agitada y encontramos un hombre negro desnudo y echado en la cubierta. Cuando nos oyó, jadeó de nuevo y giró la cabeza. Vi la cara china tan conocida de Casey, ahora con una amplia mancha roja en la frente.

—¿Casey? —susurró Pepe—. ¿Casey?