20

Se paró justo debajo de nuestra plataforma, se bajó de la bicicleta y nos miró. Pepe agitó la cabeza y me devolvió los prismáticos.

—No, no es Mona —su voz parecía desilusionada—. Tiene los mismos ojos azules pero no es la barbilla de Mona.

La chica apoyó la bicicleta contra el costado de la escalera, empezó a subir hacia nosotros e hizo una pausa para mirarnos fijamente. Con pantalones y una pulcra americana verde, la cabeza desnuda y el pelo corto color miel, tenía un aspecto tan encantador como pensé que lo debió tener la joven Mona cuando salió de las colinas del este de América para cantar y bailar por la malhadada Tierra. Su barbilla no tenía nada de malo.

—¿Me permiten subir?

Pepe le sonrió.

—Ya está a medio camino.

Di un paso hacia la puerta para dejar más espacio. La chica subió con nosotros, sonrojada y un poco jadeante tras el paseo en bicicleta. Se nos quedó mirando un momento con los ojos azules muy abiertos por la emoción.

—¿Son inmortales? —Su voz sonaba baja y teñida por el asombro—. Verdaderos inmortales de la Luna.

Dejé que respondiera Pepe. Él se limitó a sonreírle, parecía quedarle menos aliento que a ella.

—Reconozco su imagen de los libros de historia —estudió su rostro—. Usted es el piloto espacial Pedro Navarro.

—Llámeme Pepe.

Luego me miró a mí.

—Usted… usted debe de ser el doctor Yare. Conozco sus obras sobre los inmortales. La gran épica del impacto y la restauración. Aunque muchos lo llaman ficción. Yo nunca comprendí cómo se convirtieron en inmortales.

—No lo somos —dijo Pepe—. Sólo clones. Pero sí que venimos de la Estación Tycho de la Luna.

—¡De verdad! —Se había sonrojado de la emoción—. Llevamos cientos de años esperando, pero no los esperaba ahora. —Se detuvo para recuperar el aliento y su mirada se hizo más penetrante—. Si les pudiera pedir que habláramos…

—Vale —dijo Pepe—. Estamos hablando.

—¿Vale? —Frunció el ceño—. Sus palabras suenan raras.

—Y las suyas también —sonrió abiertamente—. Pero hablemos.

Ella metió la mano en un bolso de cuero marrón que llevaba colgado del hombro y se volvió para darle una tarjetita blanca.

—Soy ave de observación —dijo ella— para el Reportero del Nuevo Mundo. Tengo algunas preguntas.

Examinó la tarjeta y me la pasó.

—¿Qué es un ave de observación?

—Un escritor de acontecimientos. —El nombre que ponía la tarjeta era Laura Grail—. Su llegada es un acontecimiento histórico. Aquí está mi gran pregunta. —Me observó con perspicacia y luego volvió a mirar a Pepe—: ¿Traen una advertencia para nuestro mundo?

—Advertencia —Pepe sacudió la cabeza con un encogimiento de hombros de perplejidad—. Ninguna advertencia en absoluto. Sólo vinimos para examinar la colonia e informar al ordenador de la estación. Vuestra historia, vuestro progreso, vuestros problemas, si tenéis problemas. Y lo más importante para nosotros: para averiguar qué pasó con el equipo de investigación que enviamos el año pasado.

—¿Ninguna advertencia? ¿Están seguros? —Me miró atentamente a mí y luego a Pepe otra vez—. ¿No examinan el cielo en busca de peligros?

—Eso lo hace el ordenador.

—¿No ven ninguna amenaza de algún otro impacto? ¿Ningún gran objeto que sale del espacio para golpear la Tierra?

—Ninguno en absoluto. —Ella pareció relajarse y Pepe continuó—. Aquí está nuestra gran pregunta. En cuanto a nuestra expedición perdida, dos miembros de nuestro equipo dejaron la Luna hace menos de un año en una nave como ésta.

Ella lo miró sin comprender, sacudió la cabeza y dio un paso atrás para contemplar maravillada la torre plateada y brillante de nuestro casco.

—Planeaban aterrizar aquí, en este valle. —Señaló con un gesto las montañas coronadas de hielo que nos encerraban—. ¿Sabe si llegaron?

—No oí… o quizá… —Parpadeó sorprendida—. Hubo una historia que nadie creyó. Un esclavo huido que contó las historias ridículas que inventa ese tipo de hombres. Afirmaba que era un inmortal de la Luna.

—¿Sólo uno?

—Un hombre y una fugitiva. Los cazadores de recompensas los encontraron ocultos en el hielo.

—¿Qué les pasó?

—Nada fuera de lo corriente. Los esclavos escapan. Si no se encuentra a los propietarios van a subasta pública.

—¿La mujer?

La chica le dio la espalda para escuchar el sonido de una música distante que provenía de algún lugar más allá del claro.

—No debería estar aquí. —Frunció el ceño al mirar a los espectadores de los tejados y miró inquieta por el campo vacío—. Tengo que irme.

—¡Aún no! —le rogó Pepe—. Acabamos de llegar. Necesitamos respuestas con desesperación. Todo nos resulta extraño. Hasta el clima. —Le sonrió a Laura Grail intentando detenerla y señaló las cumbres brillantes, el cielo añil y la nube inmensa—. En la Luna tenemos un sol cálido y noches encarnizadas pero no tenemos clima.

—Es primavera. —Se quedó mirando a nuestras imágenes distorsionadas que se reflejaban en la piel de cerámica de la nave y extendió la mano con curiosidad para tocarla—. El verano será más cálido pero suele nevar en invierno. —Su voz se hizo más rápida—. Para el Reportero, ¿me permiten preguntarles cuáles son sus planes?

—En primer lugar —dijo Pepe—, necesitamos ayuda para localizar a nuestra gente. Si eran ese esclavo fugitivo y la mujer que iba con él.

La cara de ella se puso seria.

—Los esclavos mienten. El hombre habló de una nave de la Luna que se estrelló en los glaciares, pero del departamento de censura no salió ningún informe sobre una nave de ésas. Les aconsejo que olviden la historia.

—¿Hay alguna razón para olvidarla?

—Los Científicos —asintió muy seria, y aunque los espectadores de los tejados estaban muy lejos bajó la voz—. No debería haber venido aquí. Si alguna vez les preguntan no deben hablar de mí, ni de nada que yo diga. Hablar de los agentes de la Luna podría poner mi vida en peligro.

—Ni una palabra —prometió—. Se lo juro por éstas.

Ella pareció confundida.

Él hizo un gesto llevándose los dedos a los labios y preguntó.

—¿Qué son los Científicos?

—Enemigos. —La chica se adelantó un poco más, casi susurrando—. Llaman fraude a la regencia y afirman ser los únicos agentes verdaderos de la Luna. Se emplean cazadores de recompensas para perseguirlos. Los matan o se los dan a los jinetes para que los coman.

—¿Dice que se confundió al esclavo y a la convicta con Científicos?

—Quizá. —Parecía incómoda—. Nunca se publica ese tipo de acontecimientos. Y por favor, entiéndanlo. No critico al regente, tiene problemas más graves que los Científicos.

—¿Ah, sí? —preguntó Pepe—. ¿Problemas?

—En todas partes. Rebeldes en América. Un estancamiento en el frente de África. Traición aquí en casa. Y ya no es joven.

—¿Y nosotros somos otro problema?

Volví a oír la música que provenía de algún lugar del campo, quizá una marcha militar. Vi que se retorcía las manos como si estuviera nerviosa pero le sonrió a Pepe inquieta.

—Creo que estarán a salvo —le dijo— a menos que los tomen por Científicos.

—No lo somos —le aseguró él—. Pero necesitamos saber todo lo que pueda decirnos sobre lo que no debemos decir. Lo que no debemos hacer. Estamos esperando una recepción. ¿Qué significa eso?

—Un gran honor, si realmente vienen ustedes de la Luna.

—¿Qué podemos esperar?

—Preguntas, estoy segura. —Frunció el ceño mientras pensaba—. Deberían tener cuidado al hablar. El regente a veces tiene ideas extrañas. Y extraños asesores.

—¿Puede hablarnos más de él? ¿De la historia de la colonia? ¿De cuál es ahora la situación?

—Durante el tiempo que tenga. —La música militar se elevó de nuevo y la chica miró inquieta hacia la verja—. Si no hablan de mí.

—No diremos nada. —Pepe le ofreció la mano. Me pregunté si un apretón de manos aún significaba algo aquí pero ella sonrió y le cogió la mano—. Necesitamos su ayuda y se la agradecemos. Si hay preguntas, ¿cuáles serían?

Tras escuchar las voces que llegaban desde los tejados, se acercó más a él.

—Es posible que el regente quiera ver pruebas de que son verdaderos agentes de la Luna. —Lo pensó un momento e hizo una pausa para quitarse el pelo de la cara—. Quizá pregunte si tienen un mensaje de los inmortales o puede que pregunte si traen ayuda de su parte. Y… —Frunció el ceño—. Si alguien les pregunta yo jamás lo he dicho, pero quizá tema que ustedes amenacen su autoridad.

—No hemos venido para interferir en nada.

—Nuestros lectores… —Volvió a detenerse para escuchar—. Preguntarán si tienen algún mensaje, si creen que realmente vienen de la Luna.

—Supongo que puede decirles que la Estación Tycho todavía existe para continuar con su misión original.

—Si eso es cierto (si el regente lo cree), creo que les dará la bienvenida. Los Científicos nunca han estado seguros de la Estación Tycho. Siempre han sospechado que no es más que un mito, inventado por los regentes para mantener su autoridad.

—¿No tenéis archivos?

—Ninguno aceptado como auténtico del siglo I. Todos los hechos están cuestionados. Se han librado guerras por relatos que nadie puede probar. Algunos Científicos han ardido por sus creencias.

—Y usted, ¿qué cree usted?

Ella se sonrojó y se mordió el labio.

—No debería hacer esas preguntas.

—Discúlpeme —le rogó—. ¿Qué creen los demás?

La chica se quedó callada durante un momento, fruncía el ceño pensativa y escuchaba la música que provenía del otro lado de la verja.

—Vale —por fin habló y probó la nueva palabra—. Pregúnteles a los regentes. Pregúnteles a los Científicos, si encuentra alguno. A los regentes les gusta llamar a este campo, creen que la antigua nave espacial todavía está donde aterrizó. Han mantenido este espacio vacío para que aterrice aquí una nueva nave. Oficialmente están deseando darles la bienvenida a los nuevos agentes de la Luna. —Dudó y volvió a bajar la voz—. En privado me imagino que preferirían que las cosas se quedaran como están.

—¿Y los Científicos?

—Dudan de la historia oficial, que dice que los inmortales se pelearon tras el aterrizaje y lucharon por el mando. Arne Linder mató a sus compañeros varones y tuvo un hijo natural con la Inmortal Dian. El hijo se convirtió en Arne Primero, fundador legítimo de la dinastía.

—¿Los Científicos tienen otra historia?

—Es difícil saber la verdad porque los antiguos libros y manuscritos son escasos, quizá los destruyeron los primeros regentes. Los Científicos han dicho que los colonos aterrizaron sin problemas pero a demasiada altura. Las avalanchas sorprendieron a los tres hombres fuera de la nave. Las mujeres sobrevivieron para construir el primer laboratorio de maternidad y clonar nuevos niños. Los Científicos han negado que los regentes tengan sangre inmortal. Ése es el núcleo de su traición.

—Ése es nuestro Arne —me sonrió Pepe—. Siempre tenía que ser el primero en todo.

—¡Cuidado! —le advirtió ella—. Cuidado con lo que dice.

—Cuéntenos más de la historia —le dijo—. Si nuestra ignorancia podría matarnos…

—Lo cierto es que sí. —Volvió a mirar sombría hacía la puerta de grandes arcos—. El primer siglo fue difícil. Incluso después. Arne Tercero casi resulta derrocado por las guerras del Chino. Sin embargo algunos de los regentes posteriores fueron gobernantes muy capaces. Nuestra civilización se ha extendido hacia el este, hasta el Pacífico. Hace cien años, Arne Octavo empezó a enviar convictos a Norteamérica, un largo viaje a una tierra extraña donde se dice que los árboles cantan y hay unas extrañas criaturas que vuelan. La colonia es muy lucrativa a pesar de la distancia y de todos los riesgos, exporta productos exóticos pero ahora se ha rebelado.

—¿Hablaba de una guerra con África?

—Guerra con los jinetes negros y la selva roja en la que viven. —Frunció el ceño—. Dura una eternidad. Son lentos pero no dejan de empujar. Los hemos estudiado, hemos comerciado con ellos, hemos intentado llegar a un acuerdo de paz pero nadie los entiende. El regente quizá espere que hayan traído un arma mejor.

La música era más alta y ella se dirigió hacia la escalera.

—Por favor, olvídenme. Debo irme.

—No podemos olvidarla. —Pepe extendió la mano para coger la de la chica—. ¿La veremos de nuevo?

—Eso espero. —Ella le cogió la mano durante un momento y bajó corriendo la escalera.

—Laura Grail —le oí murmurar su nombre mientras ella saltaba sobre la bicicleta y se alejaba pedaleando rápido por donde había venido—. Una mujer muy notable y tan hermosa como Mona. Sus ojos y su cabello deben de provenir de los genes de Mona.

Los dos habíamos querido a Mona cuando estábamos en la estación, aunque ella siempre había elegido a Casey. Había aprendido los bailes de su madre, había visto el holograma del Chino y había hecho que los robots le enseñaran el arte de la defensa, pero seguía siendo un espíritu libre y encantador, lista para casi todo.

—Menos mal que ha venido Laura. —Pepe la vio desaparecer por la puerta estrecha—. Nos contó muchas cosas que necesitamos saber.

—Y nos dejó preguntándonos sobre todo lo que no tuvo tiempo de decir. Esclavos, colonias de convictos…

La música se hizo de repente atronadora. Un hombre grande vestido de azul y dorado reluciente salió pavoneándose por la verja abierta mientras aporreaba un enorme tambor. Lo seguía el abanderado y luego una decena de hombres con instrumentos que retumbaban tocando una música que tenía un ritmo conocido.

—Barras y Estrellas Para Siempre —murmuró Pepe—. Arne ponía el disco todo el tiempo, pero esa bandera es diferente.

Cuando el viento atrapó la bandera vi que era azul, con una media luna blanca en el centro. La banda marchó en línea recta hacia nosotros y se paró a unos veinte metros. Los músicos se separaron y se extendieron para formar una sola fila.

—¿Y ahora qué? —Pepe me miró inseguro—. ¿No deberíamos bajar para conocer…?

Se detuvo cuando nos dieron la espalda para mirar hacia la verja y empezaron otra melodía. De la verja salía una enorme silla de manos, brillante gracias a la plata pulida. Tenía asientos para cuatro y la llevaban ocho hombres. De piel negra y brillante por el sudor, iban enganchados con correas a las barras, cuatro hombres delante y cuatro detrás. Se detuvieron a los pies de nuestra escalera.

Pepe cogió de un golpe los prismáticos. El único pasajero era Thomas Drake, el hombrecillo que había venido a recibirnos en el triciclo de vapor. Gritó una orden brusca. Los porteadores colocaron la silla en el suelo. Salió, se arrodilló formalmente ante nosotros y se levantó de nuevo para mirarnos.

—Sus Adora… —La voz aguda hizo una pausa—. Discúlpenme, ignoro los títulos que ostentan.

Pepe permaneció en silencio, mirando por los prismáticos.

—No importa —grité yo—. Estamos listos.

—Gracias, sire. —Drake se pasó una mano temblorosa por la frente—. Si tienen la amabilidad de descender, el Ayudante del Regente, Frye, está esperando para recibirlos.

Cuando Pepe no se movió, lo cogí por el brazo para empujarlo hacia la escalera y lo encontré rígido. Escuché el abrupto jadeo que se escapó de su garganta.