Una bestia desagradable de piel marrón que corría a pasos largos y torpes sobre unas largas patas traseras y otras delanteras más cortas, algo que le daba un aspecto grotesco, alto por detrás y bajo por delante, ya estaba a medio camino del avión. Al principio pensé que Casey tenía tiempo de sobra para ganar aquella carrera pero se tambaleaba débilmente. El ser dorado parecía demasiado pesado para él.
A unos metros del bosque, la bestia se incorporó sobre las enormes patas traseras y barritó como los elefantes que había visto en los hologramas, y se lanzó hacia delante. Agarré los prismáticos y los enfoqué para ver a la criatura con más claridad. A pesar de ser un bípedo se parecía más a un gran simio que a algo humano, pero en realidad no se parecía demasiado a nada que evolucionara alguna vez en la Tierra.
Dos enormes ojos amarillos miraban furiosos en una cabeza lustrosa y carente de pelo bordeada por una cresta roja de dientes de sierra. Las manos eran unas garras perversas. Las patas de tres dedos estaban armadas con garras más largas y unos espolones de un rojo brillante. Un pene negro y afilado sobresalía del vientre amarillo. Corría dando bandazos, como si estuviera más acostumbrado a desplazarse a cuatro patas.
Casey todavía le llevaba una buena ventaja hasta que tropezó con el ala que arrastraba el ser. Se cayeron juntos sobre el césped. Ella quedó inmóvil bajo las alas torcidas. Él se puso a cuatro patas, miró a la bestia, se levantó con esfuerzo y se tambaleó para enfrentarse a él. En la mano izquierda tenía un arma, algo parecido a uno de los calcetines grises que llevábamos con las botas, y con unas rocas metidas en el dedo gordo.
La bestia se paró una vez y se volvió para bramar su rabia hacia el bosque. El bosque le hizo eco con un gran crescendo atronador de ira discordante. La bestia volvió a darse la vuelta, aullando como un lobo de caza. Casey levantó la mano derecha con la palma abierta en una petición de paz.
La criatura gruñó y se acercó para limpiarse las garras en el pecho de Casey, arrancándole la mayor parte de la raída camisa. Cambió el calcetín a la mano derecha, lo balanceó en el aire y lo bajó hacia la cabeza de cáscara amarilla de la bestia. Ésta se agachó y lo atrapó con las dos manos de garras negras. El calcetín se balanceó otra vez y lo golpeó al lado de la cresta escarlata.
La cosa se detuvo como si estuviera aturdida mientras los ojos amarillos lo miraban parpadeando. Se retiró un momento para recuperar el aliento, la sangre brillante le corría por el pecho. La cosa se balanceó y cayó hacia él. Pensé que lo había dejado inconsciente pero la cosa lo agarró otra vez, lo levantó, hizo girar el cuerpo y lo tiró espatarrado.
El calcetín salió volando y rebotó contra un ala dorada. Se quedó inmóvil hasta que vi que los dedos agarraban el césped. La criatura se acercó a él a grandes pasos, le pateó el costado con una espuela escarlata, le pisó el pecho manchado de sangre con las tres garras de la pata y se giró con los brazos en alto para proclamarle al bosque un estridente grito de triunfo. El bosque respondió con un atronador himno de victoria.
Espoleó el cuerpo lacio otra vez, se agachó para recoger a la hembra con las garras rojas y se la llevó de vuelta al bosque arrastrando el ala herida. El bosque recibió su regreso con un cántico enmarañado que seguía el ritmo de sus pisadas.
Casey intentó sentarse antes de que llegara a su lado y volvió a hundirse debido a la debilidad. Era un espantapájaros patético, tenía los ojos hundidos y estaba medio desnudo, la sangre seca se coagulaba negra en las marcas inflamadas de los colmillos del vampiro, la sangre fresca rezumaba de los cortes que le habían producido las garras.
—¡Maldita, maldita, maldita sea! —Me ofreció una sonrisita desamparada, estaba nervioso—. ¿Viste a Mona?
—Vi… vi algo.
—¿No era hermosa?
—Era algo extraño —dije—. Hecha de una biología nueva.
—Es… diferente —jadeaba casi sin aliento—. ¡Maravillosa! Y bastante extraña hasta que encontré a Mona en ella.
Sacudió la cabeza ante mi expresión de incredulidad e intentó levantarse de nuevo. Lo ayudé a ponerse en pie. Se tambaleó tras la criatura que se alejaba pavoneándose con la hembra, dio un tumbo y casi cayó, luego se detuvo con un encogimiento de hombros desesperado. Se los quedó mirando, recuperando el aliento, mientras la cuchilla de cresta de la criatura se reducía a un punto distante de un color rojo brillante, meneándose por encima de las alas doradas de ella. Por fin se desvanecieron entre las sombras. Se volvió hacia mí, todavía balanceándose con algo salvaje en los ojos hundidos.
—Supongo que crees que estoy enfermo o loco —sacudió la cabeza con una sonrisita débil—. Sé que es de una especie diferente. Difícil de entender. Pero es cierto que Mona está en ella. Si le hubieras visto los ojos… Tiene los ojos de Mona —susurraba ronco, una devoción maravillada en el rostro agotado—. La voz de Mona cuando canta. La quiero, Dunk. —Su rostro adquirió una expresión obstinada—. Tengo que recuperarla.
—¿Cómo? ¿Cómo puedes esperar…?
No me escuchaba.
—¡Esa… esa cosa horrible! —Su voz se espesó por la furia llena de perplejidad que sentía—. Un demonio de… de no sé dónde. Creo que bajó en el primer globo que vimos. Para cazarla. Hemos estado escondiéndonos. Huyendo de él. —Se detuvo para calmar los temblores de su voz—. No puedo permitir que se la lleve.
Había cerrado los puños llenos de cicatrices pero apenas era capaz de mantenerse en pie. Cojeó conmigo de vuelta al avión y me dejó limpiarle las heridas y rociarlas con un cicatrizante. Debía de estar enfermo por culpa de algún veneno o algún virus pero la mitad de su debilidad se debía al hambre.
—Encontró fruta para los dos —dijo—. Algo parecido a unas uvas grandes y rojas, llenas de un zumo que podíamos chupar. Me gustaba el sabor. Me hacía sentirme casi como si estuviera colocado pero no está hecha para seres humanos. No hay fuerza en ellas.
Devoró dos paquetes de comida y un plátano que los robots habían cultivado en nuestro invernadero y se sirvió un trago largo del rayo de luna que El Chino le había enseñado a destilar. Dijo que le aliviaba el dolor. Mareado por el agotamiento, todavía estaba demasiado inquieto para dormir. Quería hablar de Mona, o de más de una Mona. La refugiada humana que había subido al avión de huida con El Chino y la alienígena de alas doradas se habían fundido de alguna forma en su mente.
—Me cantaba, Dunk. No con palabras, su idioma no tiene palabras. Ni siquiera con una melodía que hubiera oído jamás, pero me hizo sentir lo que sentía por mí. Hablábamos con algo mejor que las palabras. —Hizo una pausa para encogerse de hombros ante las preguntas que planteaba la expresión de mi cara—. No sé cómo. No importa. Escuchando, vi lo que ella vio, escuché lo que ella escuchó. Comprendí a los árboles cuando le cantaban a ella…
Me levanté para preparar algo de té.
—¡Dunk! —levantó la voz impaciente—. Si crees que estoy chiflado es porque nunca la has oído cantar. ¡Pero malditos sean esos árboles! —Hizo una mueca de amargura—. No les gusto, quizá porque no soy un árbol. Dicen que no pertenezco a este sitio. Tienen miedo de que me la lleve. Pero me quiere, Dunk. Ella me quiere.
Su voz se había reducido al silencio y se quedó sentado mirando a la nada hasta que le toqué el brazo para ofrecerle una taza de té caliente. Saltó como si lo hubiera asustado.
—Perdona, Dunk. Olvidé donde estoy. —Me ofreció una sonrisa de disculpa y echó un chorro de rayo de luna en el té—. Me hizo soñar. —Sorbió el té y dejó que su voz se desvaneciera ausente—. Recuerdos, en realidad, de la noche en que dormí con sus brazos a mi alrededor.
Se paró para mirar fijamente mi conmoción y mis dudas.
—Es algo real, Dunk —su voz cayó sombría—. Nada que pueda siquiera intentar explicar o comprender, pero es tan real como tú. ¿No recuerdas cuando éramos niños en la estación? ¿Recuerdas que los hologramas de nuestros padres solían hablarnos de sus vidas antes del impacto? Escuché los hologramas y leí los papeles que habían dejado para mí. Soñaba que El Chino volvía a estar vivo en mí.
Tuve que asentir. Al crecer tan unidos, y tan unidos a nuestros padres holográficos, nos conocíamos muy bien. Tanya había sabido que yo la quería incluso antes de que me atreviera a decirlo y yo me sentía enfermo porque ya sabía lo que había decidido decir. Dian solía llamarlo telepatía. Yo lo dudaba porque no sabía cómo explicarlo. Casey había sido otro escéptico, hasta ahora.
—Mona… —Inclinó la cabeza y miró hacia otro lado, como si la oyera hablar—. Soñaba con sus fotos y todo lo que oía y leía. En los sueños recordaba cosas que habían pasado en la Tierra cuando estuvimos juntos de verdad. Recordaba más cosas de lo que me contaron nunca El Chino y ella. Cosas como aquella pelea… —Hizo una pausa para asentir cuando volvieron los recuerdos—. El tiroteo en aquel club nocturno de Medellín cuando El Matador le entró a Mona. Y luego otro tiroteo con los hombres que vigilaban el avión privado. Uno de ellos se llevó mi última bala. Otro cargo de asesinato en mi ficha si me hubieran atrapado, pero despegamos un minuto o así antes de que llegara la poli. Volamos hacia el norte en la oscuridad, sobrevolamos el Pacífico, rodeamos el límite de un huracán. Los depósitos de combustible estaban vacíos cuando bajamos planeando a una pista privada cerca de La Paz.
Extendió la mano para coger el mapa.
—Era una ciudad en la Baja California, aquí —señaló—, cerca de la punta de la península. Un centro del tráfico de drogas. Allí tenía un viejo amigo. El Yanqui Rosa. Un hombre que conocí en una cárcel colombiana. Le cambié el avión por la ayuda que necesitábamos. Nos arregló los pasaportes y me ofreció un buen trabajo en su propio grupo. El Matador ofrecía un buen montón de pasta por nuestros tatuajes, prueba de que nos habían despachado. El Yanqui pudo habernos vendido, pero yo sabía que era un diamante en bruto. Quería ficharme para su propia guerra contra la banda del Matador.
»Prometió ayudar a Mona a volver a los Estados Unidos. Pero ella no quería irse. —Se volvió para contemplar el bosque por la ventana, un muro oscuro de sombras bajo la mancha de un atardecer del color de la sangre—. Porque me quería. —Susurró eso y luego se volvió lentamente hacia mí—. Dunk, una noche juntos en aquel vuelo y ya me quería. Vivo o muerto, todo lo que quería era mantenerla a mi lado. El Yanqui nos llamó dos locos porque no queríamos separarnos, pero nos encontró un coche y nos dijo vayan bien.
»Cincuenta kilómetros península arriba nos encontramos con un control de carretera. Tuvimos que dejar el coche y salir por patas. El calor ardiente del verano en un desierto de cactos asesino. Los polis renunciaron a perseguirnos pero los tres días siguientes no fueron ningún paseo. Mona se desmayó una vez, casi muerta de sed. La lluvia del huracán la salvó. Costa arriba robamos un pesquero y nos dirigimos hacia el peor tiempo posible.
»El golfo era entonces más ancho, todos los océanos eran más altos, pero conseguimos cruzar. Llegamos con el barco a la playa y entramos cojeando en Los Mochis, un sitio turístico. Mona había trabajado como guía turística. Su ingenio y conocimientos nos metieron en un grupo de turistas. Cruzamos el Cañón de Cobre en tren hasta Chihuahua. —Señaló el mapa—. Una ciudad que se levantaba donde estamos ahora. Cogimos un vuelo de allí a El Paso y nos ocultamos hasta que oímos que el Yanqui había despachado al Matador. Al final, gracias a un gran golpe de suerte, estábamos en la base lunar de Cal DeFort cuando chocó el bólido.
Echó más rayo de luna en la taza, se la bebió de un trago y se dio la vuelta para quedarse mirando el bosque silencioso y el atardecer moribundo.
—Recuerdos. —Murmuró la palabra y se giró para mirarme—. Recuerdos de hace un millón de años pero tan reales como el ayer. —Su mirada se hizo penetrante—. ¿No me crees, Dunk? ¿Crees que todo eso no fue más que otro sueño absurdo?
—No lo sé. —Miré la oscuridad cada vez más espesa del exterior y luego lo volví a mirar a él—. Oí cantar al bosque. Vi el globo que trajo a ésa… que trajo a tu Mona, si la quieres llamar así. Vi como la criatura te derribaba y se la llevaba. No son algo natural en esta Tierra. No tengo forma de entenderlos a ellos o lo que pueden hacer.
—No importa —hizo una pausa para sentarse más recto—. Están aquí. Gran material para tu próximo informe para los robots, si crees que los robos quieren escucharte. En cuanto a Mona… —Apretó los puños—. No voy a renunciar a ella. No por esa bestia o esos bosques locos. Voy a volver a por ella. Pero no esta noche…
Bostezó, se estiró y se hundió en el sueño.
Su asiento estaba vacío cuando desperté. Bajé a la alfombra azul verdosa. El aire estaba quieto y era fresco, con un aroma vigorizante que se parecía un poco al vino que solía hacer Arne con las uvas que cultivaban los robots. El bosque estaba en silencio, un gran muro de fuego rojo y dorado bajo la luz de la mañana.
Encontré a Casey echado de espaldas bajo el avión. Salió con una gran barra de metal que había cortado de la plataforma de aterrizaje. Trabajaba sin camisa y parecía muy flaco. Unas gotas de sangre oscura habían rezumado a través de la película de cicatrizante que le cubría las cicatrices. Sin embargo trabajaba lleno de energía, utilizaba la linterna para recortar un extremo de la barra y convertirlo en una punta serrada y le daba golpecitos al otro extremo para conseguir un mango. Mientras probaba el equilibrio del arma, se giró para sonreírle amenazador al bosque.
—¡Viva! —murmuró—. ¡Viva la Mona!
El bosque se oscureció. Escuché un suspiro lejano y débil como un viento en las copas, aunque no sentí ningún viento, luego un rugido profundo, como un trueno distante, sin ningún tipo de melodía, frío y lúgubre. Volví a la escala del avión y Casey agitó la lanza.
—¿Queda algo de combustible en los depósitos? —le pregunté—. ¿Podrías trasladarnos a un sitio más seguro?
—¿Huir de ese diablo peludo?
La mandíbula oscura cedió asombrada y se puso rígida al instante. Apartó con un gesto la mano que le tendía, contempló durante un instante el silencioso bosque y se echó la lanza al hombro. Contorsionó el rostro y su voz sobria era casi una disculpa cuando habló.
—Tú… tú no lo entiendes —le temblaba la voz e hizo ademán de limpiarse los ojos—. Lo siento por ti, Dunk.
Antes de que yo pudiera decir nada levantó la mano libre en una especie de saludo y se alejó hacia los árboles. Delante de él, su voz alienígena se elevó con una canción que no tenía melodía ni armonía hasta que entró un retumbar sofocado que seguía el ritmo de sus pasos.