—Bueno —dijo el tío abuelo Merry mientras bajaban la colina hacia el puerto—, es una tarde espléndida para dar un paseo. ¿Por dónde queréis ir?
—A algún sitio solitario.
—A algún sitio que esté a kilómetros de todas partes.
—A algún sitio donde podamos hablar.
El tío abuelo Merry les miró uno a uno. Su expresión impasible no se alteró, simplemente dijo:
—Muy bien —y empezó a andar con pasos más largos de forma que ellos tenían que trotar para seguirle. No hizo preguntas, sino que caminaba en silencio. Subieron por la callejuela sinuosa del lado del puerto frente a Kemare Head y la Casa Gris y siguieron por el camino del acantilado, pasando por delante de las últimas casas del pueblo, hasta que la gran punta verde del lado opuesto se elevó ante ellos.
Ascendieron la cuesta, en la que había brezo y aulaga, pasando por toscas rocas grises con manchas amarillas de liquen y estropeadas por el viento. En el puerto no soplaba la más leve brisa, pero aquí el viento era fuerte.
—¡Caramba! —exclamó Barney; se detuvo y se volvió para contemplar el paisaje—. ¡Mirad!
Los demás se volvieron también y vieron el puerto muy abajo y la Casa Gris diminuta en la carretera. Estaban más arriba de su punta, y la pendiente rocosa aún se extendía un buen trecho más.
Se volvieron de nuevo y ascendieron la cuesta, y por fin llegaron a lo alto de la punta, con la línea del oleaje como un mapa de lento movimiento abajo, a ambos lados, y más allá, en la gran extensión de mar azul. Una gran roca inclinada de granito se elevaba más que todas las que habían pasado mientras subían, y el tío abuelo Merry se sentó apoyando la espalda en ella, con las piernas, en sus anchos pantalones de pana de color marrón, dobladas. Los niños se quedaron de pie, juntos, mirando abajo. El paisaje que se extendía ante ellos les era desconocido; era un mundo secreto, silencioso, de montículos y valles invisibles, cuyos colores se mezclaban en la neblina del calor estival.
—Hic incipit regnum Logri… —dijo el tío abuelo Merry, mirando con ellos, como si leyera una inscripción—. ¿Qué significa?
—Aquí empieza el reino de Logres… Venga, sentaos. Se sentaron en cuclillas, formando un semicírculo ante la gran roca. El tío abuelo Merry les miraba como desde un trono. —Bueno— dijo, —¿quién me cuenta lo que ocurre? En la quietud sólo perturbada por el viento, Jane y Barney miraron a Simon.
—Bueno, es por el ladrón —dijo—. Estábamos preocupados… —y entonces los tres empezaron a hablar atropelladamente.
—Cuando la señorita Withers vino la otra noche, hizo preguntas sobre la Casa Gris y si habíamos encontrado algo.
—Y el señor Withers, en el yate, me preguntó por los libros antiguos.
—Y quien vino anoche sólo tocó los libros y los mapas antiguos… —… lo estaban buscando, seguro…
—… sólo que no sabían dónde mirar, y no sabían que nosotros lo teníamos.
—Supongamos que lo saben, podrían ir por nosotros… El tío abuelo Merry alzó una mano, aunque no la movió. Tenía la barbilla levantada. Parecía que estuviera esperando algo.
—Ahora, despacio —dijo—. Si habéis encontrado algo en la Casa Gris, ¿qué es?
Simon hurgó en el interior de la mochila. Sacó el rollo de pergamino y se lo tendió al tío abuelo Merry. —Encontramos esto.
El tío abuelo Merry cogió el pergamino sin decir nada y lo desenrolló con cuidado sobre sus rodillas. Lo contempló en silencio largo rato mientras ellos veían que sus ojos recorrían las palabras.
El viento gemía suavemente a su alrededor y, aunque la expresión del tío abuelo Merry no cambió, de pronto supieron que le embargaba una gran emoción. Se notaba en el aire como una corriente eléctrica, algo excitante y temible al mismo tiempo; aunque no comprendían lo que era. Y entonces levantó la cabeza por fin y miró a lo lejos, más allá de las colinas de Cornualles, y exhaló un gran suspiro de alivio que fue como una liberación de todas las preocupaciones del mundo entero.
—¿Dónde lo encontrasteis? —preguntó, y los tres niños dieron un brinco como si su voz les hubiera sacado de un hechizo.
—En el desván.
—Hay un gran desván, lleno de polvo y trastos, encontramos una puerta detrás del armario de nuestro dormitorio y una escalera que subía.
—Yo lo encontré —dijo Barney—. Tiré el corazón de mi manzana y fui a recogerlo para que no salieran ratas, y por casualidad encontré el manuscrito en un rincón.
—¿Qué es, tío Merry?
—¿Qué dice?
—Es muy antiguo, ¿verdad?
—¿Es importante? ¿Es sobre un tesoro escondido?
—En cierto modo —dijo el tío abuelo Merry. Parecía aturdido, incapaz de concentrarse, pero su boca hizo un gesto espasmódico. De alguna manera, sin sonreír, daba la impresión de estar más contento de lo que le habían visto antes. Jane le observaba y pensó: normalmente tiene la cara triste, y por esto se nota tanto la diferencia.
El anciano dejó el manuscrito sobre su regazo y miró a Jane, a Simon y a Barney. Parecía estar buscando las palabras.
—Habéis encontrado algo que tal vez sea más importante de lo que pensáis —dijo por fin.
Los niños le miraban fijamente. Él volvió a posar la mirada más allá de las colinas.
—¿Recordáis los relatos que os contaban cuando erais pequeños: Érase una vez…? ¿Por qué creéis que empezaban así?
—Porque no eran verdad —dijo Simon sin vacilar.
Jane dijo, pillada en la irrealidad de un lugar muy remoto:
—Porque quizá alguna vez fueron verdad, aunque nadie los recuerda.
El tío abuelo Merry volvió la cabeza y le sonrió.
—Eso es. Érase una vez… hace mucho tiempo… cosas que ocurrieron en otra época, quizá, pero se ha hablado de ellas durante tanto tiempo que nadie sabe realmente qué ocurrió. Y además están las partes que la gente ha añadido, las espadas mágicas y las lámparas maravillosas, el buen héroe que lucha contra el gigante, o la bruja, o el tío perverso. El bueno contra el malo. El bien contra el mal.
—Cenicienta.
—Aladino.
—Jack el Matagigantes.
—Y todos los demás. —Volvió a bajar la mirada, acariciando el borde del pergamino—. ¿Sabéis de qué trata este manuscrito?
—Del rey Arturo —se apresuró a responder Barney—. Y del rey Marcos. Simon encontró los nombres, en latín.
—¿Y qué sabéis del rey Arturo?
Barney miró alrededor con expresión de triunfo y tomó aire para efectuar un largo recital, pero por alguna razón se puso a tartamudear.
—Bueno… era rey de Inglaterra, y tenía sus caballeros de la Mesa Redonda, Lancelot y Galahad y Kay y todos los demás. Y participaba en justas y rescataba a la gente de los caballeros perversos. Y Arturo vencía a todos con su espada Excalibur. Era el bien contra el mal, supongo, como tú has dicho de los cuentos de hadas. Sólo que fue real.
El tío abuelo Merry sonrió de nuevo.
—¿Y cuándo fue rey de Inglaterra, Arturo?
—Bueno… —Barney agitó las manos en gesto ambiguo—. Hace mucho tiempo…
—… como en los cuentos de hadas —terminó Jane por él—. Pero tío Merry, ¿qué tratas de decirnos? ¿El rey Arturo también es un cuento de hadas?
—¡No! —protestó Barney, indignado.
—No —dijo el tío abuelo Merry—. Fue real. Pero ha ocurrido lo mismo; vivió hace tanto tiempo que no queda ningún documento suyo. Y por esto se ha convertido en una leyenda.
Simon jugueteaba con la correa de su mochila.
—Pero no entiendo qué tiene que ver el manuscrito.
El viento agitaba el pelo blanco del tío abuelo Merry, cuya figura se recortaba sobre el cielo.
—Un poco de paciencia. Y escuchad atentamente, porque puede que os sea difícil de entender.
»En primer lugar, me habéis oído hablar de Logres. Era el antiguo nombre de este país, hace miles de años; en la antigüedad, cuando la lucha entre el bien y el mal era más amarga y abierta que ahora. Esa lucha que prosigue siempre, como dos ejércitos que pelean. Y a veces uno de ellos parece ganar y a veces el otro, pero ninguno ha triunfado por completo. Ni triunfará jamás —añadió en voz baja, como para sí—, porque hay un poco de cada en todos los hombres.
»A veces, en el transcurso de los siglos, esta antigua batalla llega a la cúspide. El mal se hace muy fuerte y está a punto de ganar. Pero siempre, al mismo tiempo, hay algún líder en el mundo, un gran hombre que a veces parece ser más que un hombre, que conduce las fuerzas del bien de tal forma que recupera terreno y los hombres que parecían haber perdido.
—El rey Arturo —dijo Barney.
—El rey Arturo era uno de ellos —dijo el tío abuelo Merry—. Peleó contra los hombres que querían Logres, que robaban y asesinaban y quebrantaban todas las reglas de la batalla. Era un hombre bueno y fuerte, y la gente de aquella época confiaba en él absolutamente. Con el apoyo de esta fe, el poder de Arturo era muy grande, tan grande que en las historias que se han creado desde entonces la gente ha hablado de que tenía ayuda mágica. Pero la magia no es más que una palabra.
—Supongo que no ganó —dijo Jane con repentina convicción— o no habría habido más guerras desde entonces.
—No, no venció —dijo el tío abuelo Merry, y en el claro resplandor de la tarde parecía hacerse más remoto con cada palabra que pronunciaba, tan antiguo como la roca que tenía detrás y el viejo mundo del que hablaba.
—No fue vencido por completo, pero tampoco ganó por completo. O sea que la lucha entre el bien y el mal ha persistido desde entonces. Pero el bien se ha vuelto muy confuso, y desde los antiguos días de Logres ha tratado de recuperar la fuerza que le dio Arturo. Sin embargo, no lo ha conseguido. Se han olvidado demasiadas cosas.
»Pero los hombres que recordaban el viejo mundo han estado buscando su secreto desde entonces. Y ha habido otros que también lo han buscado: los enemigos, los hombres malvados que poseen la misma codicia en su frío corazón que los hombres contra los que peleaba Arturo.
El tío abuelo Merry miró hacia la lejanía, su cabeza recortada sobre el cielo como la orgullosa cabeza de una estatua, de siglos de antigüedad y sin embargo siempre igual.
—He estado investigando —dijo— durante muchos años.
Los niños tenían la vista clavada en él, sobrecogidos y un poco asustados. Por un momento les pareció un extraño, alguien a quien no conocían. Jane tuvo de pronto la fantástica sensación de que, en realidad, el tío abuelo Merry no existía y que desaparecería si ellos respiraban o hablaban.
El anciano volvió a mirarles.
—Suponía que esta parte de Cornualles contenía lo que buscábamos. No sabía que vosotros ibais a encontrarlo. Ni el peligro que correríais.
—¿Peligro? —preguntó Simon con incredulidad.
—Un gran peligro —dijo el tío abuelo Merry, mirándole a la cara. Simon tragó saliva—. Este manuscrito, Simon, os sitúa en el centro de la batalla. Bueno, nadie os pondrá un cuchillo en la espalda, sus métodos son más sutiles. Y quizá obtienen mejores resultados. —Volvió a mirar el manuscrito—. Esto —dijo con mayor normalidad— es una copia.
—¿Una copia? —dijo Barney—. Pero es muy antiguo.
—Sí, es antiguo. De hace unos seiscientos años. Pero es una copia de algo mucho más antiguo aún, escrito hace más de novecientos años. La parte del principio está en latín.
—Sí, eso dije-declaró Jane con aire triunfal.
Simon se mordió el labio inferior.
—Bueno, yo traduje algunas palabras, ¿no? Aunque no muchas —confesó al tío abuelo Merry—. No supe reconocerlas todas.
—No podías hacerlo. Es latín medieval, no el latín que aprendes en la escuela… está escrito por un monje que debió de vivir cerca de aquí, y creo que hace unos seiscientos años, aunque no hay fecha. Más o menos dice que cerca de su monasterio se ha encontrado un manuscrito inglés. Dice que habla de una antigua leyenda de la época de Marcos y Arturo y que ha copiado la historia para impedir que se pierda, porque el manuscrito se caía a trozos. Dice que copió un mapa que acompañaba al manuscrito. El resto, lo de abajo, es la historia que copió, y el mapa está en la parte inferior.
—Si el manuscrito original era tan antiguo que se caía a trozos hace seiscientos años… —dijo Barney, aturdido.
Simon intervino con impaciencia.
—Tío Merry, ¿entiendes la parte copiada? No es latín, ¿verdad?
—No, no lo es —respondió el tío abuelo Merry—. Es uno de los dialectos del inglés primigenio, la antigua lengua que se hablaba hace siglos. Pero es una forma muy antigua, llena de palabras procedentes de la lengua de Cornualles e incluso de Bretaña. No sé, lo descifraré lo mejor que pueda. Pero puede resultar un inglés bastante curioso, y a lo mejor tengo que parar…
Examinó de nuevo el manuscrito. Entonces, a tropezones y con muchas pausas, empezó a leer con su voz profunda. Los niños le escuchaban, con el sol que les iluminaba la cara y el viento que les susurraba al oído.
—Escribo esto, que cuando llegue el momento será hallado por el hombre adecuado. Y lo dejo al cuidado de la vieja tierra que pronto ya no existirá.
»En la tierra de Cornualles, el reino de Marcos, existió en tiempos de mis padres un extraño caballero que huía hacia el oeste. Muchos huían en aquellos tiempos, cuando el antiguo reino fue dividido por el invasor y la última batalla de Arturo se perdió. Pues sólo en la tierra del oeste el hombre aún ama a Dios y las antiguas costumbres.
»Y el extraño caballero que vino al lugar de mis padres se llamaba Bedwin y llevaba consigo el último tesoro de Logres, el grial, hecho a la manera del Santo Grial, que contaba en sus lados la verdadera historia de Arturo que pronto sería imbuida en la mente de los hombres. Cada panel habla de un mal vencido por Arturo y la compañía de Dios, hasta el final en que el mal lo venció todo. Y el último panel mostraba la promesa y la prueba de que Arturo regresaba de nuevo.
»Pues cuidado, dijo el caballero Bedwin a mis padres, el mal nos acecha ahora, y así será por tiempo inmemorial. Sin embargo, si el grial, que es el último tesoro del viejo mundo, no se pierde, entonces, cuando llegue el día, el Pendragón regresará. Y al final todos estaremos a salvo y el mal será arrojado de aquí para no volver jamás.
»Y para que el tesoro se conserve, dijo, lo dejo a vuestro cuidado, y al de vuestros hijos y de los hijos de vuestros hijos, hasta el día último. Pues estoy herido de muerte y no puedo hacer nada más.
»Y muy pronto murió y le enterraron sobre el mar, bajo la tierra, y allí yace hasta el día de nuestro señor.
»Y así el grial pasó al cuidado de mis padres y ellos lo guardaron en la tierra de Cornualles donde los hombres aún se esforzaban por mantener vivas las viejas costumbres, mientras que en el este los hombres malvados aumentaron su número y la tierra de Logres se obscureció. Pues Arturo había desaparecido y Marcos estaba muerto, y los nuevos reyes no eran como habían sido los antiguos. Y con cada año que pasaba el grial quedaba a cargo del hijo mayor y al fin me llegó a mí.
»Y desde la muerte de mi padre lo he guardado a salvo lo mejor que he podido, en secreto y con verdadera fe; pero ahora me hago viejo y no tengo hijos, y la mayor obscuridad se cierne sobre nuestra tierra. Pues los hombres malvados, que llegaron al este en años pasados y asesinaron a los ingleses y se quedaron su tierra, ahora regresan al oeste y no estaremos mucho tiempo a salvo de ellos.
»La obscuridad se dirige hacia Cornualles y los largos barcos navegan hacia nuestra costa, y está cerca la batalla que debe conducir a la derrota final y al fin de todo lo que hemos conocido. No queda guardián del grial, ya que el hijo de mi hermano al que he amado como si fuera mío ya se ha vuelto pagano y les guía hacia el oeste. Y para salvar mi vida, y el secreto del grial que sólo su guardián conoce, debo huir como huyó Bedwin, el extraño caballero. Pero en la tierra de Logres no queda refugio alguno, o sea que debo cruzar el mar para ir a la tierra donde, según dicen, los hombres de Cornualles han huido siempre que ha llegado el terror.
»Pero el grial no debe abandonar esta tierra, sino que debe aguardar al Pendragón, hasta que llegue el día.
»Así que lo confío a esta tierra, sobre el mar, bajo la tierra, y aquí señalo los signos por los que el hombre adecuado en el lugar apropiado puede saber dónde se halla: las señales que se decoloran pero no mueren. El secreto de su cometido no puedo escribirlo, sino llevarlo a mi tumba sin pronunciarlo. Sin embargo, el hombre que encuentre el grial y tenga otras palabras mías conocerá, por ambas cosas, el secreto. Y para él es el cometido, la promesa y la prueba, y en su día el Pendragón regresará. Y aquel día verá un nuevo Logres, con el mal desterrado; cuando el viejo mundo parezca no más que un sueño.
El tío abuelo Merry dejó de leer; pero los niños siguieron quietos y callados como si su voz aún sonara. La historia parecía encajar tan bien en la verde tierra que se ondulaba a sus pies que era como si estuvieran sentados en medio del pasado. Casi veían al extraño caballero Bedwin cabalgando hacia ellos, por la ladera, y las largas naves de los invasores acechando tras la punta de granito gris y el fleco blanco de espuma del oleaje.
Al fin, Simon preguntó:
—¿Quién es el Pendragón?
—El rey Arturo —respondió Barney.
Jane no dijo nada; siguió sentada, pensando en el triste hombre de Cornualles que se alejó por mar de su tierra amenazada. Miró al tío abuelo Merry. Éste miraba sin ver el mar y la punta que se extendía más allá de Trewissick, pensativo, las tensas líneas de su rostro relajadas.
—… cuando el viejo mundo —repitió en voz baja para sí— parezca no más que un sueño…
Simon se puso en pie y se acurrucó cerca del anciano para mirar el manuscrito que éste tenía sobre las rodillas.
—Entonces, el mapa debe de mostrar dónde está el grial. Supongamos que lo encontramos, ¿qué significará?
—Significará muchas cosas —respondió muy serio el tío abuelo Merry—. Y no todo agradable, quizá.
—¿Qué aspecto tendrá? Por cierto, ¿qué es un grial? —Un recipiente para beber. Un cáliz. Una copa. Pero no una copa corriente—. El tío abuelo Merry les miró con gravedad. —Ahora, escuchadme. Este mapa que habéis encontrado muestra el camino para llegar a una señal que los hombres han estado buscado durante siglos. Ya os he dicho que yo lo buscaba. Pero recordad que he dicho que también había otras personas, el enemigo, si queréis llamarlo así. Estas personas son malas, y pueden ser muy peligrosas. —El anciano hablaba con gran seriedad, inclinado hacia adelante, y los niños le miraban con bastante nerviosismo.
—Hace mucho tiempo que están cerca de mí —dijo—. Y en Trewissick también han estado cerca de vosotros. Uno de ellos es Norman Withers. Otro es la mujer que se hace pasar por su hermana. Tal vez haya otros, pero no lo sé.
—Entonces, el robo… —Todos le miraron fijamente y Jane preguntó—: ¿Fueron ellos?
—Sin duda —respondió el tío abuelo Merry—. Quizá no personalmente. Pero seguro que están detrás; los libros revueltos, los mapas robados, el intento de encontrar un escondrijo bajo el suelo. Estuvieron muy cerca, más que yo. Cuando alquilé la Casa Gris no fue más que un disparo a ciegas. Había estrechado la búsqueda a la zona de Trewissick, pero nada más. Y no tenía ni idea de lo que buscaba. Podría haber sido cualquier cosa. Pero ellos lo sabían. De alguna manera habían descubierto la existencia del manuscrito y anoche vinieron a por él. No habían calculado que vosotros lo encontraríais antes por casualidad. —Sonrió levemente—. Me gustaría ver la cara de los Withers hoy.
—Ahora todo encaja —dijo Simon despacio—. El que se hicieran amigos de papá tan deprisa, el llevarnos en el barco…
Por un desagradable instante oyó la voz del tío abuelo Merry repitiendo con énfasis:
—Pueden ser muy peligrosos.
Barney dijo:
—Pero, tío Merry, ¿tú sabías que encontraríamos alguna cosa?, nosotros, quiero decir, Simon, yo y Jane. Su tío abuelo le miró con aspereza.
—¿Por qué lo preguntas?
—Bueno, no sé… —Barney no encontraba palabras—. Tú debiste de mirar antes de que llegáramos y no encontraste nada. Pero cuando vinimos, tú nunca estabas allí. Siempre desaparecías, casi como si nos dejaras la casa para nosotros. El tío abuelo Merry sonrió.
—Sí, Barney —dijo—. Pensaba que tal vez lo encontraríais, porque os conozco muy bien a los tres. Tuve esta idea antes de que la tuvieran nuestros amigos, de modo que pese a su interés por la Casa Gris aún les preocupaba qué buscaba yo. Y les llevé por todo el sur de Cornualles mientras vosotros estabais en casa. Yo era, digamos, un señuelo.
—Pero qué… —dijo Barney.
—No importa —le interrumpió Simon. Había estado mirando por encima del codo del tío abuelo Merry—. Ahora es evidente. La cuestión es, ¿qué hay del mapa?
—Tienes razón —dijo el tío abuelo Merry—. No tenemos tiempo que perder.
—Es un mapa de Trewissick —dijo impaciente Simon—. Jane lo descubrió. Sólo que al parecer la costa ha cambiado…
—Lo comparé con el mapa de una guía que encontré en la Casa Gris —informó Jane. No le pareció que valiera la pena mencionar su visita al vicario—. Lo curioso es que aunque el contorno de la costa no es igual, los nombres son los mismos. Si miras con atención el manuscrito, una de las puntas se llama King Mark’s Head, pero está mal escrito. Y éste es el nombre que utiliza la guía para citar Kemare Head. O sea que el manuscrito debe ser de Trewissick.
—Eso es —dijo el tío abuelo Merry, inclinado sobre el pergamino—. Simple corrupción, consonantes que han desaparecido… —De pronto levantó la cabeza—. ¿Qué has dicho? Jane puso cara de asombro. —¿Qué?— ¿Has dicho que en la guía se llamaba King Mark’s Head?
—Sí. ¿Es importante?
—¡Oh, no! —La acostumbrada expresión remota del tío abuelo Merry le cubrió el rostro como un velo—. Pero ese nombre en concreto no se ha utilizado durante mucho tiempo y la mayoría lo ha olvidado. Me gustaría echar un vistazo a esa guía.
—No lo entiendo. —Simon examinaba el viejo mapa—. Aunque sea Trewissick, ¿adonde nos lleva esto? Es el mapa del tesoro más inútil que jamás he visto; está lleno de señales curiosas pero ninguna significa nada. No lleva a ningún sitio, o sea que ¿cómo puede indicar dónde está el grial?
El tío abuelo Merry señaló el manuscrito. —Recuerda lo que dice el texto… «para el hombre adecuado, en el lugar apropiado».
—Quizá es como uno de esos laberintos que a veces hay en los libros —dijo Jane, pensativa—. Los que son fáciles cuando ya estás metida pero es terriblemente difícil encontrar dónde hay que empezar. A lo mejor quería decir esto con lo del «lugar apropiado». Si llevas el mapa al punto de partida correcto, entonces te dice adonde ir desde allí. Simon casi gimió:
—Pero ¿cómo averiguaremos dónde empezar? Barney, que estaba de pie junto al codo del tío abuelo Merry, no estaba escuchando. Había caído en uno de sus silencios soñadores, miraba el puerto embelesado y de vez en cuando volvía a mirar el mapa.
—Ya sé lo que me recuerda —dijo en tono reflexivo. Nadie le hizo caso. Barney prosiguió, abstraído, hablando para sí—: Es como uno de los dibujos de mamá, los que ella llama bocetos de perspectiva. Parece un dibujo, no un mapa realmente. Está la silueta de esta colina que sobresale por el extremo del puerto cuando miras abajo, y la punta se curva así —trazó con el dedo en el aire la vista que tenía ante sí— y aquellas piedras de encima forman los curiosos bultitos del lado del mapa…
—¡Caramba, lo ha descifrado! —gritó Simon, zarandeando a Barney para que saliera de su ensueño—. ¡Es esto, mirad! Es un dibujo, y no un mapa, y por esto la forma parecía diferente al compararla con la guía. Mirad, se puede ver… —Cogió el manuscrito con cuidado de las manos del tío abuelo Merry y lo sostuvo delante de ellos, contra el largo brazo rocoso de Kemare Head. Y al mirar la punta del manuscrito de nuevo, las toscas líneas marrones de pronto formaron un evidente dibujo de la escena que tenían ante ellos y se preguntaron cómo era posible que hubiera creído que se trataba de un mapa.
—Bueno, entonces… —dijo Jane mirando con incredulidad a uno y a otro— éste debe de ser el lugar adecuado. El principio del laberinto. Todo este tiempo hemos estado, sin saberlo, en el mismo sitio que el hombre que hizo el dibujo. —Miró el manuscrito con sobrecogimiento.
—Vamos —dijo Barney, radiante de entusiasmo por lo que había descubierto—. Sabemos de dónde partió. ¿Cómo encontramos adonde fue desde aquí?
—Mira el dibujo. Hay una especie de mancha señalada en la punta de tierra.
—Hay manchas por todas partes. La mitad son manchas y el resto son marcas de suciedad.
—Las marcas de la edad —dijo sepulcralmente el tío abuelo Merry.
—No, pero ésta es intencionada —insistió Simon—. Aquí mismo, donde… ¡caramba! Tiene que ser la roca en la que estás apoyado, tío Merry.
Su tío abuelo miró alrededor con aire crítico.
—Bueno, es posible, supongo. Sí, claro que es posible. Un saliente natural, creo, no levantado por las manos del hombre.
Barney se levantó y rodeó corriendo la roca, mirando de cerca sus cicatrices amarillas de líquenes y todas las grietas y huecos, pero no vio nada inusual.
—Parece corriente —dijo, decepcionado, al aparecer por el otro lado.
Jane se echó a reír.
—Te pareces a Rufus, cuando va olisqueando tras un conejo y luego descubre que no hay nada.
Barney se dio una palmada en la rodilla.
—Sabía que teníamos que haber traído a Rufus. Habría sido muy útil para buscar, olisqueándolo todo.
—No se pueden olisquear cosas que llevan siglos escondidas, cabezota.
—Por qué no. Espera y verás; apuesto a que nos ayudará.
—Ni lo sueñes.
—Por cierto, ¿dónde está?
—Con la señora Palk. Encerrado en algún sitio, supongo, el pobre. Ya sabes que papá dijo que no quería verle dentro de casa.
—La señora Palk se lo lleva a su casa cada noche.
—Si anoche no se lo hubiera llevado, a lo mejor habría pillado a los ladrones.
—¡Claro!
Hubo un momento de silencio mientras digerían esta idea.
—No confío en la señora Palk —dijo Jane con aire sombrío.
—Bueno, no te preocupes —dijo animado el tío abuelo Merry—. Por lo que sé de ese perro, se habría limitado a lamerles las manos y decirles que adelante.
—No le gusta el señor Withers —dijo Barney—. Ayer, cuando bajamos del barco, se acercó a nosotros meneando la cola, pero cuando vio al señor Withers, bajó el rabo y se puso a ladrar. Todos nos reímos —añadió, pensativo.
—Bueno, mañana lo traeremos. Pero tendremos que ir pronto a casa y aún no hemos ni empezado. Tío Merry, ¿realmente esta roca podría significar algo? —Simon frotó su superficie gris con expresión dubitativa.
—Quizá está alineada con algo —dijo Jane esperanzada—. Mirad el mapa, quiero decir, el dibujo.
—No sirve de nada. Podría estar alineada con cualquiera de esas manchas.
—Bueno, entonces, deberíamos descubrir dónde están todas las manchas e ir a ver si hay algo cerca de ellas.
—Pero se necesitarían meses.
—¡Oh! —exclamó Barney, dando una patada al suelo, impaciente—. Es terrible. ¿Qué vamos a hacer?
—Dejarlo —dijo inesperadamente el tío abuelo Merry.
—¿Dejarlo? —preguntaron al unísono, mirándole fijamente.
—Dejarlo hasta mañana. Lo pensaremos con la mente despejada. No tenemos mucho tiempo, y al final será una carrera, pero de momento ya está bien. El otro bando no sabe que hemos encontrado algo. Me vigilan como halcones, pero no sospechan de vosotros, y con un poco de suerte no lo harán. Podéis iros y pensar en ello esta noche.
—¿No volverán otra vez? —preguntó Jane, nerviosa.
—No se atreverán. No, eso fue muy arriesgado; se lo jugaron todo a ver si encontraban una pista la primera vez y fallaron. Ahora intentarán algo distinto.
—Ojalá supiéramos qué.
—Tío abuelo Merry —dijo Simon—, ¿por qué no podemos decir a la policía que fueron ellos? Así no podrían ir detrás de nosotros.
—Sí-dijo Jane impaciente. —¿Por qué no?
—No es posible-dijo Barney con convicción.
—¿Por qué no?
—No lo sé.
Los tres miraron al tío abuelo Merry. Éste dijo, evasivo:
—¿Por qué no habéis dicho a la policía que creéis saber qué buscaban los ladrones?
—Bueno, se habrían reído. Habrían dicho que esto no es más que un papel viejo.
—Y si hubiéramos acudido a ellos ya no habría sido un secreto y no habríamos podido descubrir lo que significa el mapa.
—Y de todos modos —dijo Jane, con una punzada de culpabilidad—, no les hemos contado a papá y mamá lo que encontramos.
—Bien —dijo el tío abuelo Merry—, les hubierais dicho que habíais encontrado un viejo pergamino en el desván y que creíais que es lo que los ladrones buscaban. Y nuestro querido sargento, que se contenta con pensar que los culpables fueron simples gamberros, habría sonreído con indulgencia y os habría dicho que os fuerais a jugar.
—Eso es. Por esto no lo hemos hecho.
El tío abuelo Merry sonrió.
—Bueno, yo podría ir a verles y decirles que este manuscrito es una pista para encontrar una especie de copa antigua, llamada grial, que está escondida en Trewissick. Cuenta la verdadera historia del rey Arturo. El hombre del yate llamado Lady Mary lo quiere, y anoche entró en casa, y me ha hecho seguir día y noche para descubrir si lo he encontrado antes que él. ¿Y qué ocurriría?
—Arrestarían al señor Withers —dijo Simon esperanzado, pero parecía menos convencido que antes.
—El sargento iría a ver al señor Withers, que por supuesto tendría una coartada perfecta para la noche del robo, y le interroga; —ría, pidiendo disculpas, sobre mi extraña historia. El señor Withers le daría la imagen de un cortés y caballeroso anticuario que está de vacaciones con su guapa hermana.
—Esto es lo que nosotros pensamos que era —señaló Barney—. El sargento me conoce —prosiguió el tío abuelo Merry—, y sabe que a veces hago cosas… —ahogó la risa— excéntricas. Reflexionaría sobre el asunto y se diría para sí: pobre viejo profesor, todo esto ha sido demasiado para él. Tanto aprender, tanto leer le ha trastocado la cabeza.
—Lo haces incluso mejor que Simon —dijo Jane admirada—. Ahora lo entiendo —dijo Simon—. Parecería una cosa fantástica. Y si nosotros le dijéramos al sargento que el señor Withers y su hermana han estado haciendo preguntas sobre libros antiguos, le parecería algo completamente normal y no sospecharía nada. Levantó la mirada y sonrió.
—Claro, no podemos decírselo. Lo siento, no lo había pensado. —Bueno, ahora debes pensar, y en serio— dijo el tío abuelo Merry, volviendo sus ojos obscuros a cada niño. —Voy a decir algo que no repetiré. Tal vez pensáis lo mismo que pensaría el sargento, que todo esto es un asunto de una rivalidad particular. Un viejo profesor y un coleccionista de libros que intentan vencerse el uno al otro en algo que no interesa a nadie más. —¡No!— Claro que no.
—Es mucho más que eso —declaró Jane impulsivamente—. Tengo la sensación…
—Bueno, si todos tenéis una sensación, si entendéis un poco lo que he intentado deciros antes, es más que suficiente. Pero no me gusta veros mezclados en esto, y aún debería gustarme menos si creyera que no teníais idea de lo que hacíais.
—Haces que parezca tremendamente grave —dijo Simon.
—Lo es… Me preocupa porque tengo que mantenerme al margen, para hacerles creer que sólo tienen que ocuparse de mí. Para que os dejen en paz, con la responsabilidad de desentrañar esto. —Tocó el manuscrito que Simon tenía en la mano—. Paso a paso, por difícil que sea.
—Bárbaro —exclamó Barney, feliz.
Simon miró a su hermano y a su hermana y se irguió, tratando de parecer lo más digno que se puede parecer cuando se lleva pantalón corto y sandalias.
—Bueno, soy el mayor…
—Sólo por once meses-protestó Jane.
—Bueno, pero lo soy, y soy responsable de vosotros dos y debería ser el portavoz, y… y… —vaciló y abandonó todo intento de dignidad— y, sinceramente, tío Merry, no sabemos lo que hacemos. En cierto modo es una especie de búsqueda, como ha dicho Barney. Y no es como si estuviéramos completamente solos.
—De acuerdo —dijo el tío abuelo Merry—. Es un pacto. —Y les estrechó la mano uno a uno con gran solemnidad. Todos se miraron, con asombro y un poco sin habla, y después de pronto se sintieron un poco tontos y se echaron a reír. Pero tras la risa eran levemente conscientes de que entre ellos existía una nueva proximidad que era reconfortante ante el posible peligro.
Cuando recogieron las cosas y empezaron a descender la colina, se pararon en seco cuando el tío abuelo Merry dijo:
—Primero echad un buen vistazo. —Hizo un gesto amplio con el brazo para abarcar el puerto, los acantilados y el mar—. Llevaos la imagen real. Aprended su aspecto.
Los niños miraron una vez más el panorama que se veía desde la pendiente. El sol se ponía en el cielo occidental, sobre Kemare Head y la Casa Gris, iluminando la cima de la punta de tierra y las extrañas rocas grises que se recortaban en el cielo. Pero el puerto ya se estaba obscureciendo. Mientras miraban, el sol pareció ponerse lentamente, hasta que su intolerable brillo estuvo sobre los dedos delineados del conjunto de piedras verticales y las piedras mismas se hicieron invisibles.