Los aplausos resonaron a través de las pulidas columnas de la gran sala del museo, y Simon, con el rostro sonrojado, se encaminó hacia su sitio junto a Barney y Jane pasando entre la multitud de sonrientes estudiosos y profesores. La multitud empezó a moverse otra vez y las voces se elevaron a su alrededor.
Un joven de ojos brillantes, con un cuaderno en la mano, le dijo:
—Ha sido un discurso muy bonito, Simon, si me permites decirlo. Éstos son Jane y Barnabas, ¿verdad?
Simon le miró, parpadeando, y asintió.
—Soy de la Asociación de Prensa —dijo el joven rápidamente—. ¿Puedo preguntaros la suma de dinero del cheque que el director os ha entregado?
Simon miró el sobre que tenía en la mano, metió nervioso el dedo en la solapa y lo abrió. Sacó el cheque, que estaba pulcramente doblado, lo miró unos instantes y sin decir una palabra se lo pasó a Jane.
Jane lo miró y tragó saliva.
—Dice: mil libras.
—¡Caramba! —exclamó Barney.
—Bueno, está bien —dijo el joven, animado—. Enhorabuena. ¿Y qué vais a hacer con este dinero?
Le miraron como si no le comprendieran.
—No lo sé —dijo por fin Simon.
—¡Oh, vamos! —insistió el joven—, seguro que tenéis alguna idea. ¿Qué cosas siempre habéis deseado compraros?
Los niños se miraron entre sí, sin saber qué decir.
—Joven —intervino el tío abuelo Merry a su lado—, si de pronto le dieran mil libras, ¿qué compraría? El periodista pareció sorprendido. —Pues… bueno, yo…
—Exactamente —dijo el tío abuelo Merry—. No lo sabe. Estos niños tampoco. Buenas tardes.
—Una cosa más —dijo el joven, haciendo rápidas anotaciones en su cuaderno—. ¿Qué hacíais exactamente cuando encontrasteis ese objeto?
—¿Se refiere al grial? —dijo Barney.
—Bueno, sí, así lo llamáis, ¿no? —respondió el joven a la ligera. Barney le miró con indignación.
—Estábamos explorando una cueva —se apresuró a decir Simon—. Y lo encontramos en un saliente.
—¿No se habló de que había otra gente que iba tras él? —Pamplinas— dijo el tío abuelo Merry con firmeza. —Escúcheme, joven, haga el favor de ir y hablar con el director, que está allí. Él lo sabe todo al respecto. Estos tres ya han tenido suficientes emociones para un día.
El joven abrió la boca para decir algo más, pero miró al tío abuelo Merry y volvió a cerrarla. Sonrió amigablemente y desapareció en la multitud. El tío abuelo Merry se llevó a los niños a un tranquilo rincón detrás de una columna.
—Bueno —dijo—, mañana saldrá vuestra fotografía en todos los periódicos, en los próximos años vuestro nombre saldrá en los libros de estudio y uno de los museos más famosos del mundo os ha dado mil libras. Y debo decir que os merecéis todo esto.
—Tío Merry —dijo Simon pensativo—. Sé que no serviría de nada contar a la gente la historia real que se esconde tras el hallazgo del grial, pero ¿no sería conveniente al menos avisarles de la existencia del señor Hastings? Quiero decir, se hizo con la señora Palk y aquel chico, Bill, y les volvió malos, y no hay nada que le impida hacer lo mismo con todo el mundo.
—Se ha ido —dijo el tío abuelo Merry. Dos hombres con rostro de lechuza con gruesas gafas que pasaron por su lado le saludaron respetuosamente y él les devolvió el saludo—. Lo sé, pero podría volver.
El tío abuelo Merry lanzó una mirada a la larga sala, por encima de las cabezas, y la conocida expresión de reserva acudió a su rostro. —Cuando vuelva —dijo—, no se llamará señor Hastings.
—¿Cómo se llama de verdad? —preguntó Simon con curiosidad.
—Sé que ha utilizado muchos nombres diferentes —respondió el tío abuelo Merry— en diferentes momentos.
Jane, con cara abatida, pasaba un pie por el liso suelo de mármol. —Me parece horrible que un vicario hiciera algo tan malo.
—Debió de engañar a todos los obispos y a todo el mundo para hacerles creer que era bueno —dijo Simon—. Igual que engañó a todo el mundo en Trewissick.
—No a todo el mundo —replicó el tío abuelo Merry.
Simon le miró fijamente.
—Pero tuvo que hacerlo… quiero decir, los domingos debían de oírle predicar.
—Nadie le oyó predicar los domingos. Y dudo que alguna vez se haya visto con algún obispo.
Ahora todos le miraban a él, con tanto asombro que las comisuras de la boca formaron una semisonrisa.
—Es muy sencillo. Es lo que se llama poder de sugestión. Nuestro señor Hastings no era el vicario de Trewissick ni nada parecido. Conozco al vicario auténtico, también es un hombre alto, aunque delgado, y tiene unos setenta años… Se llama Smith. —Pero el señor Hastings vivía en la vicaría— dijo Barney. —En otro tiempo fue la vicaría. Ahora se alquila a quien quiera alquilarlo. El consejo parroquial decidió hace años que era demasiado grande para que el señor Smith viviera allí solo, y le encontraron una casita al otro lado de la iglesia.
—Y cuando yo fui a buscarle —dijo Jane despacio, tratando de recordar—, no pregunté a nadie dónde vivía, simplemente pregunté a un anciano, junto a la iglesia, si aquello era la vicaría, y él me dijo que sí… Me pareció un anciano con bastante mal genio… ¿Y sabes una cosa, tío Merry? No creo que el señor Hastings me dijera realmente que era el vicario, simplemente lo di por sentado cuando dijo que sustituía al señor Hawes-Mellor allí. Pero debió de saber que yo creía que lo era.
—¡Oh!, sí. No iba a desilusionarte hasta que descubriera qué pretendías. Sabía perfectamente quién eras. —¿De veras?
—Desde el momento en que te abrió la puerta.
—¡Oh! —exclamó Jane. Pensó en ello y sintió un escalofrío—. ¡Oh! —repitió.
—O sea que a partir de ese momento todos creímos que era el vicario —dijo Simon— y si alguna vez le mencionamos al hablar con alguien, como el señor Penhallow, debían de creer que nos referíamos al vicario auténtico. Pero, tío Merry, ¿tú no lo sabías?
El tío abuelo Merry ahogó la risa.
—No. Yo también lo creía. Durante un tiempo, bueno, hasta el final, acaricié las más terribles sospechas del pobre e inofensivo señor Smith.
Inesperadamente, Barney dijo:
—Pero si has ido contra el señor Hastings en otras ocasiones, no podías confundirle.
—Siempre cambia —dijo el tío abuelo Merry vagamente, desviando la mirada—. No hay forma de saber qué aspecto tendrá… Y en su tono de voz había una resolución que no permitía más preguntas; como sabían que la habría cuando quisieran preguntar más cosas sobre el misterioso enemigo de los días que pasaron en Trewissick. Esta era una de las cosas que pertenecían al mundo secreto del tío abuelo Merry, y sabían que, aunque ellos habían estado muy involucrados, guardaría sus secretos como siempre había hecho.
Simon volvió a mirar el cheque que tenía en la mano. —Encontramos el grial— dijo. —Y todo el mundo parece muy emocionado. Pero no es muy útil en sí mismo, ¿no? El hombre de Cornualles dijo que, si quien lo encontraba tenía otras palabras suyas, que estaban en el segundo manuscrito que nosotros ni siquiera tuvimos oportunidad de mirar, entonces podría comprender lo que estaba escrito en el grial y conocer el secreto de todo ello. Pero no lo sabremos nunca, porque los manuscritos están en el fondo del mar.
Barney dijo con aire triste: —En realidad, fracasamos.
El tío abuelo Merry no dijo nada, y cuando le miraron, oyendo sólo el murmullo de voces de los presentes en la sala, les dio la impresión de que sobresalía de todos ellos, alto e inmóvil como la columna que tenía al lado.
—¿Fracasado? —dijo, sonriendo—. Claro que no. ¿Esto es lo que piensas? No habéis fracasado. La búsqueda del grial era una batalla, importante como cualquier batalla. Y ganasteis, vosotros tres. Los poderes que hay tras el hombre que se hace llamar Hastings estuvieron a punto de vencer, y qué habría significado esta victoria, si el secreto del grial hubiera llegado a sus manos, es más de lo uno puede atreverse a pensar. Pero gracias a vosotros, el secreto vital que necesitaban se encuentra a salvo de ellos aún, y lo estará quizá durante tantos siglos como hasta ahora. A salvo, no destruido, Simon. El primer manuscrito, vuestro mapa, sin duda se desintegró enseguida en el mar. Pero su única finalidad era conducir al segundo y al grial. Tal vez habría emocionado más aún a mis colegas —miró alrededor de la habitación y ahogó la risa—, pero esto no importa. Lo importante es que el segundo manuscrito, que está en el fondo del mar, se encuentra encerrado en su estuche, que resistirá el agua de mar indefinidamente, si es de plomo. O sea que el último secreto está a salvo, y escondido. Tan bien escondido en el fondo de la bahía de Trewissick que no podrían nunca iniciar la búsqueda sin que nosotros nos enteráramos y se lo impidiéramos. Han perdido su oportunidad.
—Y nosotros también —dijo Simon con amargura, viendo otra vez la imagen que nunca se le borraría de la mente. Pensó en el reluciente estuche de latón, con los dos preciados manuscritos dentro, volando tras ser lanzado por su mano desesperada y, a unos metros de las manos del tío abuelo Merry desviándose por el impacto con el remo, que lo rompió y hundió su contenido en el mar para siempre.
—No, nosotros no —dijo Jane inesperadamente. Estaba pensando en el mismo momento y se hallaba lejos de la fría sala del museo, de nuevo en Remare Head, emocionada y tostándose al sol—. Nosotros sabemos dónde está. Yo estaba junto a lo único que podía señalarlo: aquel profundo hoyo en las rocas lleno de agua. Yo estaba en el borde, y el estuche de latón cayó directamente delante de mí. O sea que sabríamos dónde buscar si alguna vez volviéramos allí.
Por un instante, el tío abuelo Merry pareció realmente alarmado.
—No tenía idea de esto. Entonces los otros también observaron lo mismo, y podrán ir a ese lugar, sumergirse y sacar el manuscrito antes de que nadie haya tenido tiempo de saber que están allí.
—No, no lo harán —dijo Jane, sonrojada e impaciente—. Esto es lo mejor de todo, tío Merry. Verás, nosotros sólo reparamos en ese hoyo porque lo encontramos cuando la marea estaba el máximo de baja. Cuando regresábamos a la playa, el agua lo había cubierto otra vez. El señor Withers cayó dentro, pero él no lo sabía. O sea que si volviera a haber una marea tan baja, podríamos buscar el hoyo y encontrar el segundo manuscrito. Pero el enemigo no, porque ellos no saben que existe ese hoyo.
—¿Podremos volver? —preguntó Simon con ansia—. ¿Podremos volver, tío Merry, y zambullirnos para buscarlo?
—Algún día, tal vez —dijo el tío abuelo Merry; y entonces, antes de que pudiera decir nada más, un grupo de hombres de la multitud que les rodeaba se volvió hacia él.
—¡Ah!, profesor Lyon, si tiene un momento, quisiera presentarle al doctor Theodore Reisenstatz…
—Soy un gran admirador de usted —dijo al tío abuelo Merry un hombrecillo con barba puntiaguda mientras le estrechaba la mano—. Merriman Lyon es un nombre muy honrado en mi país…
—Vamos —dijo Simon en voz baja; y los niños se apartaron para ir a situarse fuera de la multitud, mientras las cabezas calvas y las barbas grises se movían y charlaban con solemnidad. Miraron hacia la solitaria vitrina de cristal donde se exhibía el grial como una estrella dorada.
Barney tenía la vista fija en el espacio como si se hallara en trance.
—Despierta-dijo Jane, alegre.
Barney preguntó, lentamente:
—¿Es su verdadero nombre?
—¿El de quién?
—El tío abuelo Merry… ¿de verdad se llama Merriman?
—Claro; Merry es su diminutivo.
—No lo sabía —dijo Barney—. Siempre creí que Merry era un apodo. Merriman Lyon…
—Un nombre curioso, ¿no os parece? —dijo Simon—. Vamos a mirar el grial. Quiero ver otra vez lo que dice de nosotros.
Rodeó la multitud con Jane; pero Barney se quedó donde estaba.
—Merry Lyon… Merlion… Merlin…
Miró hacia el otro lado de la sala, donde la blanca cabeza del tío abuelo Merry destacaba sobre el resto, ligeramente inclinada mientras escuchaba lo que alguien le decía. El anguloso rostro moreno parecía más que nunca una escultura muy antigua, con los ojos profundos en sombras y misteriosos.
—No —exclamó Barney, y se estremeció—. No es posible. Pero cuando seguía a Simon y a Jane volvió a mirar por encima del hombro, dudando. Y el tío abuelo Merry, como si lo supiera, volvió su cabeza y le miró directamente a la cara por un instante; le sonrió muy levemente y desvió la mirada.
La sala era inmensa y estaba llena de vitrinas idénticas con botes, dagas, monedas, extrañas piezas de bronce y cuero y madera, todas encerradas como mariposas clavadas con alfileres. La vitrina que contenía el grial era más alta que el resto: una alta caja de cristal situada en un lugar de honor en el centro de la sala; no había nada más que la reluciente copa de oro, limpia ahora, colocada sobre una peana negra. Una placa plateada tenía grabadas las siguientes palabras:
Cáliz de oro celta de confección desconocida. Hallado en Trewissick, sur de Cornualles, y presentado por Simon, Jane y Barnabas Drew.
Dieron la vuelta a la vitrina mirando el grial. Había sido limpiado meticulosamente, y ahora que el oro estaba libre de la suciedad acumulada durante siglos en la cueva de Kemare Head, se veían con claridad todas las líneas del grabado.
Vieron que estaba dividido en cinco paneles y que cuatro o cinco mostraban imágenes de hombres peleando: blandían espadas y lanzas, se protegían con escudos y no llevaban armadura sino que vestían extrañas túnicas que les llegaban hasta las rodillas. En la cabeza lucían casco, pero tenían una forma que los niños no habían visto nunca. Entre las figuras, entretejidas como los dibujos de un tapiz, había palabras y letras grabadas. El último panel estaba completamente lleno de palabras, apretadas como las líneas que había en el manuscrito. Pero los niños sabían que todas las palabras contenidas en el grial de oro estaban en una lengua que nadie, desde el tío abuelo Merry hasta los expertos del museo, había sido capaz de entender.
Detrás de ellos oyeron a dos hombres entre la multitud que mantenían una acalorada discusión mientras miraban la vitrina.
—… único. Claro que la importancia de la inscripción es difícil de calcular. Claramente rúnica, creo; es extraño, en un ambiente romano…
—Pero mi querido amigo… —El segundo hombre hablaba con voz fuerte y alegre. Barney se volvió y vio que el hombre tenía el rostro sonrojado y era enorme al lado de su compañero con gafas, que era menudo—. Dar importancia al elemento rúnico presupone alguna conexión sajona, y toda la esencia de este objeto es celta. Romano-celta, si quieres, pero piensa en la prueba artúrica…
—¿Artúrica? —preguntó la primera voz con incredulidad—. Tendría que tener una prueba mayor que la imaginativa suposición del profesor Lyon. Loomis, creo, tendría serias dudas… pero en verdad es un hallazgo notable, pese a todo… Se alejaron de nuevo entre la multitud.
—¿Qué demonios significaba todo esto? —preguntó Jane—. ¿No cree que está relacionado con el rey Arturo?
Barney miró con resentimiento a los dos hombres que se alejaban. Después oyeron voces de otro grupo que pasaba junto a la vitrina.
—Seguramente, ahora habrá que revisar todas las teorías; esto arroja una nueva luz sobre el canon artúrico. —La voz era tan solemne como las demás, pero más joven; y entonces ahogó la risa—. Pobre Battersby, toda su fanfarronería sobre los análogos escandinavos y, ahora, aquí está la primera prueba desde Nenio de un Arturo celta, un rey auténtico…
—The Times me pidió un artículo —dijo una voz más profunda.
—¡Ah!, ¿era tuyo? Un poco fuerte, ¿no? «… un hallazgo que conmoverá el mundo de la erudición inglesa…».
—En absoluto —dijo la voz más profunda—. Indudablemente es auténtico, e indudablemente proporciona pistas para conocer la identidad de Arturo. Y como tal, no puede ser sobrevalorado. Sólo lamento lo del último panel.
—Sí, la misteriosa inscripción. Un código, creo. Tiene que serlo. Todos estos extraños caracteres de inglés antiguo… rúnicos, afirma el viejo Battersby, lo que es absurdo, claro; personalmente, estoy seguro de que hubo una clave para descifrarlos. Por supuesto, perdida hace mucho tiempo, de modo que jamás sabremos… Las voces se perdieron entre las demás. —Bueno, esto suena mejor— dijo Simon.
—Todo parece indicar que lo tratan como una especie de reliquia —dijo Jane con tristeza—. Supongo que es lo que tío Merry dijo, que su verdadero significado no se habría conocido a menos que el enemigo se hubiera apoderado de él, y entonces habría sido demasiado tarde.
—Bueno, ahora el enemigo puede venir a verlo tantas veces como quiera —dijo Simon—, pero no significará nada para ellos sin el manuscrito. Supongo que era la clave para descifrar el último panel, del que hablaba ese hombre ahora mismo. Jane suspiró.
—Ni significará nada para nosotros. No conoceremos la verdad del rey Arturo, de… ¿cómo le llamaba el manuscrito?… el Pendragón.
—No. No sabremos exactamente quién era ni qué le ocurrió.
—No conoceremos cuál era su secreto, del que tío Merry nos habló y que el enemigo quería conseguir.
—No sabremos qué significaba aquella otra cosa extraña que decía el otro manuscrito… el día en que el Pendragón volverá.
Barney, que les escuchaba, miró de nuevo hacia las misteriosas palabras grabadas en el reluciente grial. Y levantó la cabeza para mirar hacia el otro lado de la habitación, donde se encontraba la imponente figura del tío abuelo Merry, con su gran cabeza blanca y el semblante fiero y lleno de secretos.
—Me parece que lo sabremos —dijo lentamente— algún día.