Kingship se quedó en la fundición. Gant acompañó a Marión de vuelta a Nueva York. En el avión se sentaron silenciosos e inmóviles, con el pasillo entre ambos.
Al cabo de algún tiempo, Marión sacó el pañuelo y se lo acercó a los ojos. Gant se volvió a ella, con el rostro pálido:
—Sólo queríamos que confesara —dijo en tono defensivo—. ¡No íbamos a matarlo! ¡Y él confesó! ¿Por qué tuvo que alejarse de pronto?
Pareció que las palabras le llegaban con dificultad. Con voz casi inaudible, repuso al fin:
—No, por favor…
Gant la miró al rostro, que Marión trataba de ocultar:
—Está llorando… —le dijo amablemente.
Ella miró el pañuelo que tenía en las manos y vio las manchitas húmedas. Lo dobló y se volvió hacia la ventanilla, a su lado. Con profunda calma, dijo:
—No lloro por él.
Fueron al apartamento de Kingship. Cuando el mayordomo recogió el abrigo de Marión (Gant no se quitó el suyo), les dijo:
—La señora Corliss está en la sala.
—¡Oh, Dios mío! —exclamó Marión.
Entraron en la sala. A la débil luz del atardecer la señora Corliss estaba de pie junto a la vitrina, contemplando la parte inferior de una figurita de porcelana. La dejó en su sitio y se volvió hacia ellos.
—¡Tan pronto! —sonrió—. ¿Disfrutasteis con…? —fijó los ojos en dirección a Gant, luchando con la brillante luz—. ¡Oh!, creí que era…
Cruzó la habitación, mirando hacia el vacío vestíbulo a sus espaldas. Sus ojos se volvieron a Marión. Alzó las cejas y sonrió:
—¿Dónde está Bud?
FIN