Leo Kingship volvió al apartamento a las diez de la noche del miércoles, pues había trabajado hasta muy tarde para compensar las horas perdidas a causa de la Navidad.
—¿Está mi hija en casa? —preguntó al mayordomo, entregándole el abrigo.
—Salió con el señor Corliss, pero dijo que volvería temprano. En la sala le espera una visita. El señor Dettweiler.
—¿Dettweiler?
—Dijo que la señorita Richardson lo enviaba por lo del seguro. Lleva una caja fuerte con él.
—¿Dettweiler? —repitió Kingship frunciendo las cejas.
Entró en el salón.
Gordon Gant se levantó de un cómodo sillón, junto a la chimenea.
—Hola —dijo con voz agradable.
Kingship lo miró severamente por un momento.
—¿No dejó bien aclarado la señorita Richardson esta tarde que no deseo…? —apretó los puños—. Salga de aquí —dijo—. Si Marión vuelve…
—Prueba A —pronunció Gant, levantando un folleto en cada mano— en el caso contra Bud Corliss.
—No deseo… —la frase quedó sin terminar. Con cierto temor, Kingship se adelantó. Recogió los folletos de manos de Gant—. Nuestras publicaciones…
—En posesión de Bud Corliss —dijo Gant—, conservadas en una caja fuerte que, hasta anoche, estaba en un armario de Menasset, Massachusetts. —Le dio un golpecito a la caja, colocada ante él. La tapa se abrió. Había cuatro sobres alargados de papel manila—. La robé.
—¿La robó?
Sonrió:
—Hay que combatir al fuego con el fuego. No sé dónde en Nueva York; así que decidí iniciar la investigación en Menasset.
—Pero, ¡qué loco…! —Kingship se dejó caer pesadamente en el sofá, frente a la chimenea. Luego miró los folletos—. ¡Oh, Dios mío! —dijo.
Gant volvió a sentarse en el sillón, junto al sofá.
—Observe, por favor, el estado de la prueba A, Muy gastados en los bordes, sucios de tanto repasarlos; las páginas centrales están incluso desencuadernadas. Yo diría que los tiene desde hace mucho tiempo. Yo diría que los ha leído y releído muchas veces.
—Ese… ese hijo de perra… —Kingship pronunció la frase lentamente, como si no estuviera acostumbrado a utilizarla.
Gant volvió a golpear la caja:
—Historia de Bud Corliss, drama en cuatro sobres —dijo—. Sobre número uno: recortes de periódicos del héroe del bachillerato, presidente de la clase, presidente del comité de promoción, «El Que Tiene Más Oportunidades De Triunfar»., etcétera. Sobre número dos: honorable licencia del Ejército, la Estrella de Bronce, el Corazón de Púrpura, varias fotografías interesantes, aunque obscenas, y un billete de empeño que he descubierto que puede cambiarse por un reloj de pulsera si se cuenta con un par de cientos de dólares. Sobre número tres: días de la universidad, transferencia de Stoddard a Caldwell. Sobre número cuatro: dos folletos muy leídos, que describen la magnitud e importancia de la Kingship Copper, y esto… —sacó una hoja doblada de papel amarillo con rayas azules del bolsillo y se lo pasó a Kingship— que no consigo entender.
Kingship abrió el papel. Lo leyó a medias:
—¿Qué significa esto?
—Eso es lo que quisiera saber.
El viejo agitó la cabeza.
—Debe tener alguna relación con usted —dijo Gant—. Estaba con los folletos.
Kingship denegó de nuevo y devolvió el papel a Gant, que se lo metió en el bolsillo. La mirada de Kingship estaba fija en los folletos, que apretadamente sujetaban sus manos:
—¿Cómo voy a decirle a Marión…? —empezó—. Ella lo quiere. —Miró a Gant con desaliento. Luego, lentamente, sus rasgos perdieron rigidez. Miró de nuevo a los folletos, y otra vez a Gant, con los ojos entrecerrados—. ¿Cómo sé yo que esto estaba en la caja fuerte? ¿Cómo sé que no los puso allí usted mismo?
Gant abrió la boca asombrado:
—¡Por el amor de…!
Kingship dio la vuelta al sofá y cruzó la habitación. Había un teléfono sobre una mesita de magnífica talla. Marcó un número.
—Vamos… —protestó Gant.
En el silencio de la habitación, pudo oírse la llamada del teléfono.
—¿Oiga? ¿La señorita Richardson? Aquí, Kingship. Quisiera pedirle un favor. Me temo que es un gran favor, y absolutamente confidencial. —Se escuchó un rumor confuso al otro lado de la línea—. ¿Quiere ir a la oficina…? Sí, ahora. No se lo pediría si no fuera terriblemente importante y yo… —de nuevo se escuchó un murmullo de palabras—. Vaya al Departamento de Relaciones Públicas. Vea los archivos, y vea si hemos enviado algunos folletos de promoción a… Bud Corliss.
—Burton Corliss —apuntó Gant.
—O Burton Corliss. Sí, eso es, el señor Corliss. Estoy en casa, señorita Richardson. Llámeme en cuanto lo averigüe. Gracias, muchísimas gracias, señorita Richardson. Realmente aprecio su ayuda. —Colgó.
Gant agitó la cabeza secamente.
—Verdaderamente, se agarra usted a cualquier cosa.
—Tengo que estar seguro —dijo Kingship—. He de estar muy seguro de las pruebas en un asunto como éste. —Volvió a cruzar la habitación y quedó en pie junto al sofá.
—Usted está seguro ya, y sabe muy bien que lo está.
Kingship apoyó la mano en el sofá y miró los folletos, en el hueco del almohadón donde él se había sentado.
—Y sabe muy bien que lo está —insistió Gant.
Al cabo de un instante pudo escuchar la cansada respiración de Kingship. Dando la vuelta al sofá, recogió los folletos y se sentó:
—¿Cómo diablos voy a decírselo a Marión? —preguntó. Se frotaba una pierna—. Ese hijo de perra, ese maldito hijo de perra…
Gant se inclinó hacia él, con los codos apoyados en las rodillas.
—Señor Kingship, yo tenía razón en todo esto. ¿Quiere admitir que tenía razón en todo?
—¿Qué es «todo»?
—Dorothy y Ellen. —Kingship respiró agitadamente. Gant siguió sin dejarle hablar—: No le dijo a Marión que había estudiado en Stoddard. Debe haber estado mezclado con Dorothy. Debe ser el que la dejó embarazada. La mató; y Powell y Ellen descubrieron, como fuera, que había sido él, y tuvo que matarlos.
—La nota…
—Pudo haberla engañado con algún truco para que la escribiera. No sería la primera vez. Hubo un caso en los periódicos el mes pasado, sobre un tipo que lo hizo, y por la misma razón: la muchacha estaba embarazada.
Kingship agitó la cabeza:
—Lo creo de él —dijo—. Después de lo que ha hecho con Marión, podría creer cualquier cosa de Bud. Pero hay un fallo en su teoría, un gran fallo.
—¿Cuál? —preguntó Gant.
—Va tras el dinero, ¿no? —(Gant asintió).
—Y usted «sabe» que Dorothy fue asesinada, porque llevaba «algo viejo, algo nuevo, algo prestado y algo azul», ¿verdad? Bien —siguió Kingship, mientras Gant asentía de nuevo—, si era él el que la dejó embarazada y ella estaba dispuesta a casarse con Bud aquel día, entonces, ¿por qué tenía que matarla? ¿No hubiera sido más lógico seguir adelante y casarse con ella? Una vez casados, ya hubiera conseguido el dinero.
Gant lo miró, sin hallar palabras.
—Tenía razón en esto —dijo Kingship, levantando los folletos—; pero se equivocaba con respecto a Dorothy. Se equivocaba por completo.
Un momento después, Gant se levantó y se acercó a la ventana. Quedóse mirando por ella tristemente, mordiéndose el labio inferior.
—Me tiraría de cabeza —declaró.
Cuando sonó el timbre de la puerta, Gant se volvió desde la ventana. Kingship se había levantado y estaba de pie ante la chimenea, mirando los leños colocados allí en pirámide. Parecía sentirse muy violento, sosteniendo los folletos enrollados en la mano, apartando el rostro de los ojos observadores de Gant.
Oyeron abrirse la puerta principal, y después voces:
—Entra un ratito.
—Creo que no es conveniente, Marión. Tenemos que levantarnos temprano mañana. —Hubo un largo silencio—. Estaré ante mi casa a las siete y media.
—Será mejor que lleves un traje oscuro. La fundición debe ser un lugar muy sucio. —Otro silencio—. Buenas noches, Bud.
—Buenas noches.
Se cerró la puerta.
Kingship arrolló los folletos en un apretado cilindro.
—Marión —llamó, pero la voz apenas sonó—. Marión —repitió más fuerte.
—Voy —contestó alegremente su hija.
Los dos hombres aguardaron, repentinamente conscientes del tictac del reloj.
Apareció en la puerta abierta, arreglándose el cuello de la blusa, blanca y vaporosa, de mangas largas. Sus mejillas estaban sonrosadas por el frío del exterior.
—Hola —dijo—. ¿Tomamos un…?
Vio a Gant. Sus manos quedaron heladas y cayeron a los dos lados.
—Marión, nosotros…
Dio media vuelta y salió de la habitación.
—¡Marión! —Kingship corrió a la puerta, y al vestíbulo. Ella estaba ya a medio camino por la blanca escalera curva, con sus pies golpeando furiosos, en rápida carrera—. ¡Marión! —gritó al fin, como una orden.
Se detuvo rígidamente en la escalera, con una mano en la barandilla:
—¿Qué quieres?
—Baja —dijo su padre—. Tengo que hablar contigo. Es extremadamente importante —pasó un instante—. Baja —insistió.
—Muy bien —se volvió y descendió la escalera, con helada dignidad—. Puedes hablarme. Antes de que vuelva a subir y haga mis maletas y me vaya para siempre.
Kingship regresó al salón. Gant estaba en pie, sintiéndose incómodo en medio de la habitación, con la mano en el respaldo del sofá. Kingship, agitando tristemente la cabeza, se puso a su lado.
Marión entró en la habitación. Gant la siguió con los ojos cuando, sin mirarle, llegó a un sillón enfrente de él, al extremo del sofá y más cerca de la puerta. Se sentó. Cruzó cuidadosamente las piernas, alisando la seda roja de su falda. Descansó los brazos en los brazos del sillón, alzó la vista hacia ellos, que seguían en pie, junto al sofá.
—¿Bien? —dijo.
Kingship se agitó inquieto, palideciendo bajo su mirada.
—El señor Gant fue a… ayer el…
—¿Sí?
Se volvió impotente a Gant.
Éste dijo:
—Ayer por la tarde, sin el menor conocimiento ni permiso de su padre, fui a Menasset. Entré en casa de su novio…
—¡No!
—… Y le robé una caja fuerte que hallé en el armario de su habitación.
Ella se apretó contra el respaldo de la silla, con los nudillos blancos, la boca apretada en una línea implacable, y los ojos cerrados.
—Me la llevé a casa y la descerrajé.
Los ojos de Marión se abrieron relampagueantes:
—¿Y qué encontró? ¿Los planos de la bomba atómica?
Quedaron en silencio.
—¿Qué encontró? —repitió ella, en voz más baja, más temerosa.
Kingship se trasladó al extremo del sofá y le entregó los folletos, desenrollándolos desmañadamente. Ella los cogió lentamente y los examinó.
—Son antiguos —dijo Gant—. Los ha tenido durante algún tiempo.
Kingship dijo:
—No ha vuelto a Menasset desde que empezaste a salir con él. Los tenía antes de conocerte.
Ella desarrugó los folletos que tenía en el regazo. Algunas de las esquinas estaban dobladas. Las enderezó.
—Ellen debió habérselos dado.
—Ellen jamás tuvo ninguna de nuestras publicaciones, Marión. Eso lo sabes bien. Se interesaba tan poco por ellas como tú.
Volvió los folletos y examinó las tapas posteriores.
—¿Estabas allí cuando él abrió la caja? ¿Sabes con seguridad que estaban en esa caja?
—Lo estoy comprobando —dijo su padre—. Pero ¿qué razón tendría el señor Gant para…?
Marión empezó a pasar las páginas de uno de los folletos, con aire casual, como si fuera una revista que se hojea en una sala de espera.
—Muy bien —dijo secamente al cabo de un instante—, quizá fuera el dinero lo que le atrajo al principio —sus labios iniciaron una seca sonrisa—. Por una vez en mi vida, me siento agradecida por tu dinero —volvió una página—. Y ¿qué es lo que suele decirse?: «Resulta tan fácil enamorarse de una chica rica como de una pobre» —otra página más—. Realmente no puedes echárselo demasiado en cara, ya que proviene de una familia pobre… Influencia del ambiente —se puso en pie y tiró los folletos sobre el sofá—. ¿Hay alguna otra cosa que quieran decirme? —Sus manos temblaban ligeramente.
—¿Algo más? ¿No es suficiente? —Kingship la miró.
—¿Suficiente? —preguntó ella—. ¿Suficiente para qué? ¿Suficiente para qué? ¿Suficiente para que anule la boda? No —agitó la cabeza—. No, no me basta.
—¿Todavía quieres…?
—Él me ama —dijo Marión—. Quizá fuera el dinero lo que le atrajo al principio, pero… Bien, supongo que si yo fuera una chica muy bonita, no iba a anular la boda si descubriera que sólo era mi belleza lo que le había atraído, ¿verdad?
—¿Al principio? —dijo Kingship—. El dinero es lo único que le atrae.
—¡No tienes derecho a decir eso!
—Marión, no puedes casarte con él ahora…
—¿No? Ven a la Alcaldía el sábado por la mañana.
—Él no es bueno.
—¡Oh, sí! Tú siempre sabes quién es bueno y quién es malo, ¿verdad? Tú sabías que mamá era mala, y te libraste de ella, y sabías que Dorothy era mala, y por eso se mató, ¡porque nos educaste con tus ideas sobre el bien y el mal, lo que es justo y lo que está equivocado! ¿No has hecho ya bastante daño con tus ideas?
—No vas a casarte con un hombre que sólo va detrás de ti por el dinero.
—¡Él me ama! ¿Es que no entiendes lo que digo? ¡Me ama y yo le amo! No me importa lo que nos acercó. Pensamos lo mismo. Sentimos lo mismo. Nos gustan los mismos libros, las mismas obras de teatro, la misma música, la misma…
—¿La misma comida? —interrumpió Gant—. ¿Les gusta a los dos la comida italiana y armenia? —Marión se volvió a mirarle con la boca abierta. Gant empezaba a desplegar una hoja de papel amarillo, con rayas azules, que había sacado del bolsillo—. Y esos libros —siguió diciendo, sin alzar la vista del papel— ¿incluyen las obras de Proust, de Thomas Wolfe, de Garson McCullers?
Los ojos de Marión se abrieron de par en par:
—¿Cómo supo…? ¿Qué significa todo eso?
Gant dio la vuelta al sofá, sin dejar de mirarla:
—Siéntese.
—¿Qué va usted a…? —retrocedió. Sus piernas tropezaron con el borde del sofá.
—Siéntese, por favor —insistió él.
Marión obedeció:
—¿Qué es eso?
—También esto estaba en la caja fuerte, con los folletos —dijo—. En el mismo sobre. La letra es suya, supongo —le entregó el papel amarillo—. Y lo siento.
Ella lo miró, confusa, y luego leyó el papel:
Proust, T. Wolfe, C. McCullers, «Madame Bovary», «Alicia en el País de las Maravillas», Eliz. B. Browning ¡LEERLOS! ARTE (Principalmente moderno) Hopley o Hopper, Demuth, LEER libros en general sobre el arte moderno.
La «época rosa» en la escuela
¿Celosa de E.?
Renoir, Van Gogh
Comida italiana y armenia — BUSCAR restaurantes en Nueva York
Teatro: Shaw, T. Willians… cosas serias…
Apenas había leído una cuarta parte de la página, llena de apretada escritura, con sus mejillas más y más pálidas a medida que avanzaba. Luego dobló el papel con infinito cuidado.
—Bien —dijo, doblándolo de nuevo, y sin alzar la vista—. He sido… excesivamente confiada, ¿verdad?… —sonrió estúpidamente a su padre, que se había acercado suavemente al sofá, para quedar impotente ante ella—. Creo que debería haberlo sabido… —la sangre acudió de nuevo a sus mejillas, tiñéndolas de un vivo rojo; sus ojos se bañaron en lágrimas, y, de pronto, los dedos destrozaron el papel con fuerza de acero—. Demasiado bueno para ser verdad —sonrió, mientras las lágrimas empezaban a correr por sus mejillas, y los dedos seguían rasgando el papel—. Realmente, debería haberlo sabido…
Las manos soltaron al fin los fragmentos amarillos y cubrieron su rostro. Empezó a sollozar.
Kingship se sentó a su lado, con un brazo sobre los caídos hombros.
—Marión… Marión… debes alegrarte de no haberlo sabido demasiado tarde.
Pero la espalda estaba agitada por profundos sollozos:
—No comprendes… —sollozó ella ahogadamente—. No puedes comprender…
Cuando se le acabaron las lágrimas, siguió allí, como atontada, apretando con los dedos el pañuelo que le diera su padre, y los ojos fijos en los trocitos de papel amarillo que cubrían la alfombra.
—¿Quieres que te lleve arriba? —preguntó su padre.
—No, por favor… Sólo… déjame estar aquí.
Él se puso en pie y se unió a Gant junto a la ventana. Quedaron en silencio por un rato, mirando las luces, más allá del rio. Finalmente, Kingship dijo:
—Le voy a hacer algo. Juro por Dios que le voy a hacer algo.
Pasó un minuto. Gant dijo:
—Marión habló de sus ideas sobre el «bien» y el «mal». ¿Fue usted muy estricto con sus hijas?
Kingship pensó por un momento:
—No mucho —dijo.
—Yo supuse que sí, por el modo en que ella habló.
—Estaba enfadada.
Gant miró al otro lado del río, a un anuncio de «Pepsi-Cola».
—El otro día, en el bar, después de que salimos del apartamento de Marión, usted dijo algo sobre que tal vez había alejado de usted a una de sus hijas. ¿Qué quiso decir?
—Dorothy —confesó Kingship—. Tal vez si yo no hubiera sido…
—¿Tan estricto? —sugirió el joven.
—No. No era muy estricto. Les enseñé a distinguir el bien del mal. Tal vez… tal vez con demasiado énfasis, a causa de su madre —suspiró—. Dorothy no debió pensar que el suicidio era la única solución.
Gant sacó un paquete de cigarrillos y tomó uno. Le dio vueltas entre los dedos.
—Señor Kingship, ¿qué habría hecho usted si Dorothy se hubiera casado sin consultarlo primero, y luego hubiera tenido un bebé… demasiado pronto?
Tras un instante de silencio, Kingship dijo:
—No lo sé.
—La hubiera echado de casa —dijo Marión tranquilamente.
Los dos hombres se volvieron. Seguía sentada, muy quieta, en el sofá, como antes. Podían ver su rostro en el espejo inclinado, sobre la repisa de la chimenea. Seguía mirando los papeles en el suelo.
—¿Bien? —preguntó Gant.
—No creo que la hubiera echado de casa…
—Sí lo hubieras hecho.
Kingship se volvió a la ventana.
—Bien —dijo finalmente—. Bajo esas circunstancias, ¿no se supone que una pareja debe asumir las responsabilidades del matrimonio, así como de…? —dejó la frase sin terminar.
Gant encendió el cigarrillo.
—Ahí lo tiene —dijo—. Por eso la mató. Ella debió haberle hablado de usted. Sabía que no se podría acercar al dinero ni aunque se casara con ella, y, si no se casaba, se vería metido en un lío. Por tanto… Luego decide intentarlo por segunda vez con Ellen, pero ésta empieza a investigar la muerte de Dorothy, y se acerca demasiado a la verdad. Tanto, que tiene que matarla a ella y a Powell. Y luego lo intenta por tercera vez.
—¿Bud? —preguntó Marión. Lo repitió atónita, reflejándose en su rostro la primera impresión de sorpresa, como si su prometido hubiera sido acusado de modales incorrectos en la mesa.
Kingship miró con ojos furibundos por la ventana.
—Podría creerlo… podría creerla… —Pero, al volverse hacia Gant, la resolución se desvaneció en sus ojos—. Usted lo basa todo en el hecho de que no le dijera a Marión que estudió en Stoddard. Ni siquiera estamos seguros de que conociera a Dorothy; mucho menos que fuera con él con quien ella… salía. Tenemos que estar seguros.
—Las chicas del dormitorio —sugirió Gant—. Algunas deben haber sabido con quién salía su hija.
Kingship inclinó la cabeza.
—Podría contratar a alguien para que fuera allí y hablara con ellas.
—No serviría. Ahora están de vacaciones. Para cuando consiguiera encontrar a una de las chicas que supiera algo, sería demasiado tarde.
—¿Demasiado tarde?
—Una vez que sepa que ya no hay boda —miró a Marión, pero ella guardó silencio— no esperará a averiguar el porqué, ¿verdad?
—Lo encontraremos —dijo Kingship.
—Quizás, o tal vez no. La gente puede desaparecer —fumó pensativamente—. ¿No tenía un diario, o algo así?
Sonó el teléfono.
Kingship fue a la mesa y levantó el receptor:
—Diga —hubo una larga pausa. Gant miró a Marión; estaba inclinada, recogiendo los pedacitos de papel del suelo—. ¿Cuándo? —preguntó Kingship. La muchacha arreglaba los trocitos de papel en la mano. Los miró, como sin saber qué hacer con ellos, después los dejó en el sofá, a su lado, sobre los dos folletos—. Gracias, muchas gracias —dijo Kingship. Se oyó el ruido del teléfono al dejarlo en su sitio, y después silencio. Gant se volvió a mirarlo.
El padre de Marión no se había movido; su rostro era inexcrutable.
—La señorita Richardson —dijo—. Se enviaron folletos a Burton Corliss, en Caldwell, Wisconsin, el 16 de octubre de 1950.
—Justo cuando debió iniciar la campaña con Ellen —dijo Gant.
Asintió.
—Pero ésa vez fue la segunda vez —dijo lentamente—. También se le envió propaganda a Burton Corliss el 6 de febrero de 1950 en Blue River, Iowa.
Gant dijo:
—Dorothy…
Marión gimió.
Gant se quedó después de que Marión se hubo retirado al piso superior.
—Ahora tenemos el mismo problema que tuvo Ellen —dijo—. La policía cuenta con la «nota de suicidio» de Dorothy, y todo lo que nosotros tenemos son sospechas, y un montón de pruebas circunstanciales.
Kingship cogió uno de los folletos.
—Yo me aseguraré —dijo.
—¿No encontraron nada en casa de Powell? Huellas dactilares, un trozo de tela…
—Nada. Nada en casa de Powell, nada en el restaurante donde Ellen…
Gant suspiró:
—Aunque pudiéramos conseguir que la policía lo detuviera, un estudiante de leyes de primer año lo sacaría libre en cinco minutos.
—Lo agarraré, sea como sea —dijo Kingship—. Me aseguraré y lo agarraré.
—Tenemos que descubrir cómo consiguió que Dorothy escribiera esa nota, o bien encontrar la pistola que utilizó con Powell y Ellen. Y antes del sábado.
Kingship miró la fotografía, sobre la tapa del folleto:
—La fundición… —Penosamente agregó—: Tenemos que ir allí mañana. Yo quería enseñárselo todo. Marión también. Jamás antes se había mostrado interesada.
—Será mejor que se ocupe de que ella no le diga que ya no hay boda, hasta el último momento posible.
Kingship arreglaba los folletos. Alzó la vista:
—¿Qué?
—Dije que debería ocuparse de que Marión no le diga que se ha anulado la boda hasta el último momento posible.
—¡Oh! —dijo Kingship. Sus ojos volvieron al folleto. Pasó un instante—. No eligió acertadamente al hombre —dijo suavemente, sin dejar de mirar la fotografía de la fundición—. Debió haber elegido las hijas de otro…