8

—¿Gordon Gant? —dijo Marión, repitiendo el nombre después de haberle dado la mano—. ¿No conozco ese nombre? —volvió a entrar en la habitación, sonriendo, con una mano en la de Kingship, atrayendo a su padre hacia ella, la otra alzada al cuello de su blusa y tocando el broche de oro y perlas.

—De Blue River —la voz de Kingship era dura, como cuando los había presentado, y sus ojos no miraban a Marión—. Creo que te hablé de él.

—Oh, sí. Usted conoció a Ellen, ¿verdad?

—Eso es —dijo Gant.

Corrió la mano por el lomo del libro, que aún conservaba, hasta un punto en que el cuero no estuviera húmedo, deseando ahora no haberse mostrado tan ansioso y conforme cuando Kingship le pidió que viniera con él. La foto del Times de Marión no le había permitido suponer el brillo y la felicidad de su mirada, el tono subido de las mejillas, ese aura de «Voy a casarme el sábado» que parecía relucir en torno a ella.

Marión hizo un gesto de desesperación, señalando todo el apartamento:

—Me temo que no hay siquiera lugar para sentarse —se acercó a una silla, en la que había amontonado algunos libros.

—No te preocupes —dijo Kingship—. Sólo pasábamos por aquí. Nos detendremos un minuto. Tengo un montón de trabajo aguardándome en la oficina.

—No te has olvidado de esta noche, ¿verdad? —preguntó Marión—. Puedes esperarnos hasta las siete. Ella llega a las cinco, y supongo que querrá pasar antes un momento por el hotel —se volvió a Gant—. Mi futura madre política —dijo con voz alegre.

«¡Oh, Señor! —pensó Gant—. ¿Qué se supone que debo decir?: “¿Va a casarse?” “Sí, el sábado”. “Enhorabuena, buena suerte, mis mejores deseos”…». Sonrió vagamente, y no dijo nada. Nadie dijo nada.

—Y ¿a qué debo el placer de esta visita? —preguntó Marión, en tono cortés.

Gant miró a Kingship, esperando que hablara.

Marión los miró a los dos.

—¿Ocurre algo especial?

Al cabo de un instante, Gant dijo:

—Conocí a Dorothy también. Muy ligeramente.

—¡Oh! —Marión se miró las manos.

—Ella estaba en una de mis clases. Yo asistí a Stoddard —se detuvo—. Sin embargo, no creo que Bud estuviera en ninguna de mis clases.

Ella alzó la vista:

—¿Bud?

—Bud Corliss. Su…

Agitó la cabeza, sonriendo:

—Bud nunca estuvo en Stoddard —le corrigió.

—Sí estuvo, señorita Kingship.

—No —insistió ella, divertida—. Fue a Caldwell.

—Fue a Stoddard, y después a Caldwell.

Marión sonrió, intrigada, a Kingship, como esperando que éste ofreciera alguna explicado, dada la obstinación del visitante.

—Estuvo en Stoddard, Marión —dijo gravemente Kingship—. Enséñele el libro.

Gant abrió el libro del año y se lo entregó a Marión, señalando la fotografía.

—Por el amor de Dios —dijo ella—. Tendré que disculparme. No sabía… —miró la cubierta del libro—. Mil novecientos cincuenta.

—Está también en el año 1949 —dijo Gant—. Fue a Stoddard durante dos años, y luego se transfirió a Caldwell.

—Vaya —dijo—. ¿No es divertido? Tal vez conociera a Dorothy —el tono era agradable, como si ése fuera un lazo más entre ella y su prometido; sus ojos volvieron a la fotografía.

—¿No se lo mencionó nunca? —preguntó Gant, a pesar de los movimientos de cabeza negativos de Kingship.

—Pues no. Nunca dijo ni…

Lentamente alzó la cabeza del libro, dándose cuenta por primera vez de la tensión y embarazo de los dos hombres:

—¿Qué ocurre? —preguntó, curiosa.

—Nada —dijo Kingship. Miró a Gant, para que éste corroborara su afirmación.

—Entonces, ¿por qué están los dos ahí, de pie, como si…?

Miró de nuevo al libro. Después, a su padre. Hubo un movimiento de tensión en su garganta al preguntar:

—¿Es para esto para lo que viniste, para decirme esto?

—Nosotros… nos preguntábamos si tú lo sabías; eso es todo.

—¿Por qué? —preguntó.

—Queríamos saberlo, eso es todo.

Sus ojos pasaron a Gant:

—¿Por qué?

—¿Por qué tenía Bud que ocultarlo —preguntó Gant—, a menos que…?

Kingship dijo:

—¡Gant!

¿Ocultarlo? —dijo Marión—. ¿Qué clase de palabra es ésa?. Él no lo ocultó. Jamás hablamos mucho de la universidad, a causa de Ellen. Simplemente, no salió a relucir en la conversación.

—Y ¿por qué la chica con quien va a casarse no tenía que saber que él pasó dos años en Stoddard —insistió Gant, implacable—, a menos que estuviera complicado con Dorothy?

¿Complicado? ¿Con Dorothy? —sus ojos, con aire de incredulidad, examinaron a Gant, y luego, lentamente, pasaron a Kingship—. ¿Qué significa todo esto?

El rostro de su padre estaba agitado, y sus párpados se cerraban inquietos, como si trataran de librarse de un polvo que cayera sobre él.

—¿Cuánto le has pagado? —preguntó Marión fríamente.

—¿Pagarle?

—¡Por espiar! —gritó ella—. ¡Por buscar algo sucio! ¡Por inventar algo sucio!

—¡Ese hombre ha venido a mí por decisión propia, Marión!

—¡Oh, sí! ¡Fue a buscarte por casualidad!

Gant dijo:

—Leí el artículo en el Times.

Marión miró furiosa a su padre:

—Juraste que no harías esto —dijo amargamente—. Lo juraste. Nunca se te ocurrió hacer preguntas

—¡Yo no he hecho preguntas! —protestó Kingship.

Marión le dio la espalda.

—Pensé que habías cambiado —dijo—. Llegué realmente a creerlo. Estaba convencida de que te gustaba Bud. Y pensé que me querías. Pero no puedes…

—Marión…

—No, si haces esto. El apartamento, el empleo… y todo el tiempo te dedicabas a esto.

—No me he dedicado a nada, Marión. Te lo juro.

—¿Nada? Yo te diré exactamente lo que ha ocurrido —de nuevo se enfrentaba con él—. ¿Crees que no te conozco? Él estaba «complicado» con Dorothy… Por tanto se supone que es él el que la deja embarazada… Y estaba «complicado» con Ellen, y ahora está «complicado» conmigo… y todo por el dinero, por tu precioso dinero… Eso es todo lo que ha discurrido… ¡tu mente! —y le lanzó el libro del año a las manos.

—Se ha equivocado, señorita Kingship —dijo Gant—. Eso es lo que ha discurrido mi mente, no la de su padre.

—¿Lo ves? —suplicó Kingship—. Vino a mí por decisión propia.

Marión miró fijamente a Gant:

—Y ¿quién es usted exactamente? ¿Por qué actúa como si fuera asunto suyo?

—Conocí a Ellen.

—Eso he creído entender —gruñó Marión—. Y ¿conoce a Bud?

—Nunca tuve ese placer.

—Entonces, ¿quiere explicarme, por favor, qué está haciendo aquí, lanzando acusaciones contra él, a sus espaldas?

—Es una larga historia…

—Ya ha dicho bastante, Gant —interrumpió Kingship.

Marión dijo:

—¿Es que está celoso de Bud? ¿Es eso? ¿Porque Ellen lo prefirió a usted?

—Exacto —dijo Gant secamente—. Me consumen los celos.

—Y ¿no ha oído hablar de las leyes de difamación? —preguntó ella.

Kingship se dirigió a la puerta, haciendo a Gant una señal con los ojos.

—Sí —dijo Marión—. Será mejor que se vayan.

—Un minuto —dijo, cuando Gant abría la puerta—. Quiero que termine todo esto.

Kingship dijo:

—No hay nada que terminar, Marión.

—Sea lo que sea que haya tras ello —y miró a Gant—, se va a terminar. Jamás hablamos sobre la universidad. ¿Por qué habíamos de hacerlo, con todo el asunto de Ellen? Nunca surgió en la conversación.

—De acuerdo, Marión —dijo Kingship—. De acuerdo. Siguió a Gant al vestíbulo y se volvió para cerrar la puerta.

—Quiero que termine todo esto —insistió ella.

—De acuerdo —vaciló, y agregó en voz baja—: Vendrás esta noche, ¿verdad, Marión?

Apretó los labios y pensó por un instante.

—Sólo porque no quiero herir los sentimientos de la madre de Bud —dijo finalmente.

Kingship cerró la puerta.

Se fueron a un bar en la Avenida Lexington, donde Gant pidió café y tarta, y Kingship un vaso de leche.

—Hasta aquí, todo va bien —dijo Gant.

Kingship miraba la servilleta de papel que tenía en la mano.

—¿Qué quiere decir?

—Por lo menos, sabemos dónde estamos. Él no le habló de Stoddard. Eso deja prácticamente seguro el que…

—Ya oyó a Marión —dijo Kingship—. No habla de la universidad a causa de Ellen.

Gant lo miró, con las cejas ligeramente alzadas.

—Vamos… —murmuró lentamente—. Tal vez eso le satisfaga a ella… Está enamorada de él. Pero que un hombre no le diga a su prometida dónde estudió…

—No es como si le hubiera mentido —protestó Kingship.

Gant repitió sarcástico:

—Sólo es que no hablan de la universidad…

—Teniendo en cuenta las circunstancias, creo que es comprensible.

—Seguro. Mientras acepte que esa circunstancia es que estuvo complicado con Dorothy.

—Ésa es una suposición que no tiene derecho a hacer.

Gant movió lentamente el azúcar y probó el café. Añadió leche y volvió a removerlo.

—Le tiene miedo, ¿verdad? —preguntó.

—¿A Marión? No sea ridículo —Kingship dejó con firmeza el vaso de leche en el mostrador—. Un hombre es inocente hasta que se demuestra que es culpable.

—Entonces hemos de encontrar pruebas.

—¿Lo ve? Usted da por supuesto que es un caza-fortunas antes de empezar.

—Doy por supuesto mucho más que eso —dijo Gant, llevándose un poco de tarta a la boca. Cuando la hubo tragado dijo—: ¿Qué hará usted ahora?

Kingship miraba de nuevo la servilleta.

—Nada.

—¿Y dejará que se casen?

—No podría impedirlo, aunque quisiera. Los dos tienen más de veintiún años, ¿no?

—Podría contratar detectives. Todavía quedan cuatro días. Podrían encontrar algo.

—Quizá. Si hay algo que encontrar. O Bud entraría en sospechas y se lo diría a Marión.

Sonrió Gant:

—Pensé que me había llamado ridículo por decir que tenía miedo de su hija.

Kingship suspiró:

—Permítame que le diga algo —hablaba sin mirar a Gant—: Tuve una esposa y tres hijas. Dos hijas me fueron arrebatadas. A mi esposa la alejé yo mismo. Quizás alejé a una de mis hijas también. Así que ahora sólo me queda una. Tengo cincuenta y siete años, una hija y algunos amigos con los que juego al golf y hablo de negocios. Eso es todo.

Calló unos instantes y se volvió a Gant, con el rostro rígido:

—¿Y usted? —preguntó—. ¿Cuál es su verdadero interés en este asunto? Tal vez disfruta hablando de su cerebro analítico, y demostrando por ahí lo listo que es. No tenía por qué haberse extendido tanto en mi oficina; ya sabe, sobre la carta de Ellen. Podía haberse limitado a dejar el libro en la mesa y decir: «Bud Corliss fue a Stoddard». Tal vez lo que en verdad le gusta es presumir.

—Quizás —admitió Gant con liberalidad—. O, tal vez, es que pensé que él había matado a sus hijas, y yo tengo la quijotesca idea de que los criminales deben ser castigados.

Kingship terminó de tomar la leche:

—Creo que debería volverse a Yonkers y disfrutar de sus vacaciones.

—A White Plains —corrigió Gant; reunió el resto de la tarta con el tenedor—. ¿Tiene usted úlcera? —preguntó, mirando el vacío vaso de leche.

Kingship asintió.

Gant se retrepó en el taburete y examinó al hombre que tenía a su lado.

—Y unos quince kilos de más, diría yo —se llevó el tenedor a la boca—. Supongo que Bud se habrá hecho sus cuentas y le da unos diez años más de vida, como mucho. Pero a lo mejor se impacienta dentro de tres o cuatro años, y se empeña en apresurar su partida.

Kingship bajó del taburete. Sacó un dólar de un rollito de billetes, y lo dejó en el mostrador.

—Adiós, señor Gant —dijo.

Y salió del bar.

El camarero vino y recogió el dólar.

—¿Algo más? —preguntó. Gant movió negativamente la cabeza.

Cogió el tren de las 5,19 para White Plains.