12

—¿Qué quiere de mi? —preguntó cansadamente el jefe de policía, Eldon Chesser.

Estaba tumbado, con las largas piernas montadas sobre un brazo del sofá cubierto de tela estampada, y las manos flojamente caídas sobre su camisa de franela, mientras sus grandes ojos castaños miraban vagamente al techo.

—Que busque el coche. Eso es lo que quiero —dijo Gordon Gant, mirándole desde el centro de la sala.

—Ya —dijo Chesser—. Ja, ja. Un coche oscuro, es todo lo que dijo el vecino. Después de que llamó para hablar del disparo, vio a un hombre y una mujer que bajaban por la manzana y entraban en un coche oscuro. Un coche oscuro, con un hombre y una mujer. ¿Sabe cuántos coches oscuros irán corriendo ahora por la ciudad, con un hombre y una mujer dentro? Ni siquiera teníamos una descripción de la chica hasta que usted vino a dármela. En este momento podrían estar ya en Cedar Rapids. O el coche estacionado en un garaje, a dos manzanas de aquí, por todo cuanto sabemos.

Gant lo miró con malevolencia.

—Entonces, ¿qué se supone que podemos hacer?

—Esperar. Eso es todo. Se lo comuniqué a los de la carretera, ¿no? Quizá tengamos que esperar toda la noche. ¿Por qué no se sienta?

—¡Seguro, sentémonos! —gruñó Gant—. Y es probable que ella sea asesinada. —Chesser nada dijo—. El año pasado, su hermana; ahora, ella.

—Ya estamos otra vez —dijo Chesser; cerró los ojos, con aire de agotamiento—. Su hermana se suicidó —dijo lentamente—. Yo vi la nota con mis propios ojos. Un experto en caligrafía… —Gant emitió un sonido despectivo—. Y ¿quién la mató? —preguntó el policía—. Usted dijo que se suponía que era Powell; sólo que no podía haber sido él, porque la chica dejó un mensaje para usted de que era de confianza, y además encontramos aquí este papel de la Universidad de Nueva York que da a suponer que él ni siquiera vivía aquí la primavera pasada. Entonces, si el único sospechoso no lo hizo, ¿quién lo hizo? Respuesta: nadie.

Con voz agotada por el cansancio de la repetición, Gant dijo:

—Su mensaje decía que Powell tenía idea de quién era. El asesino debe haber sabido que Powell…

—No hubo ningún asesino hasta esta noche —dijo Chesser claramente—. La hermana se suicidó. —Sus ojos se fijaron de nuevo en el techo.

Gant lo miró y siguió sus nerviosos paseos.

Al cabo de unos minutos, Chesser dijo:

—Bien, supongo que ahora ya lo tengo todo reconstruido.

—¿Sí? —preguntó Gant.

—Sí. No iría usted a pensar que me tumbaba aquí por pereza, ¿verdad? Éste es el mejor modo de pensar, con los pies en alto. La sangre sube al cerebro —se aclaró la garganta—. El tipo entra en la casa hacia las diez menos cuarto (el vecino de la casa oyó que se rompía un cristal, pero no le dio importancia). No hay señales de que entrara en otras habitaciones, de modo que debió dirigirse inmediatamente a la de Powell. Un par de minutos después, éste y la chica entran en la casa. El tipo está arriba. Se esconde en el armario de Powell (toda la ropa está corrida a un lado), mientras Powell y la chica entran en la cocina. Ella empieza a hacer café; pone la radio. Powell sube para quitarse el abrigo, o tal vez porque ha oído un ruido. Sale el tipo. Ha intentado ya abrir la maleta (encontramos hilitos como de guante en la cerradura). Obliga a Powell a abrirla, y entonces la registra. Todo el contenido está por el suelo. Tal vez se encuentra algo, algo de dinero. En cierto momento, Powell salta sobre él. El ladrón le dispara. Probablemente está dominado por el pánico, probablemente ni se proponía matarlo… No Io desean nunca; llevan armas sólo para asustar a la gente… aunque siempre acaban por disparar. Una cápsula del cuarenta y cinco. Probablemente una «Colt» del Ejército. Hay millones en circulación…

»Después, la chica sube corriendo la escalera… las huellas en el marco de la puerta corresponden a las de las tazas y platos de la cocina. El ladrón se aterroriza, no hay tiempo de… La obliga a marcharse con él.

—Pero, ¿por qué? ¿Por qué no dejarla allí… como dejó a Powell?

—No me lo pregunte a mí. Tal vez no tuvo nervios suficientes. O quizá llevaba otra idea. A veces se les ocurren ideas cuando están en posesión de una pistola y hay una chica bonita ante ellos.

—Gracias —el tono de Gant era amargo—. Eso me hace sentirme muchísimo mejor. Muchas gracias.

Chesser suspiró:

—Mire, sería mejor que se sentara —dijo—. No hay ni una maldita cosa que podamos hacer, más que esperar.

Gant se sentó. Empezó a frotarse la frente con las manos.

Finalmente Chesser apartó su mirada del techo. Observó a Gant a través de la habitación:

—¿Quién es ella? ¿Su novia? —preguntó.

—No —dijo Gant; recordó la carta que leyera en la habitación de Ellen—. Ella tiene novio, allá en Wisconsin.