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Del CLARION-LEDGER, de Blue River,

viernes 28 de abril de 1950.

MUCHACHA DE STODDARD MUERE AL ARROJARSE DESDE UN TEJADO. TRAGEDIA EN EL EDIFICIO MUNICIPAL, FATAL PARA LA HIJA DEL MAGNATE DEL COBRE

Dorothy Kingship, de diecinueve años de edad, estudiante de segundo año de la Universidad de Stoddard, resultó muerta hoy al caer o saltar del tejado del Edificio Municipal de Blue River, de 14 pisos. La atractiva muchacha rubia, cuyo hogar está en Nueva York, era hija de Leo Kingship, presidente de la Kingship Copper Inc.

A las 12,58 de la tarde, todos cuantos trabajaban en el edificio se sobresaltaron al oír un fuerte grito y un golpetazo que se escuchó en el amplio patio interior. Al correr a las ventanas, vieron la figura inmóvil de una joven. El doctor Harvey D. Hess, de Woodbridge Circle, 57, que estaba en el vestíbulo en ese momento, llegó a la escena pocos segundos después, para declarar que la muchacha había muerto.

La policía, que llegó segundos más tarde, halló un bolso apoyado en el muro de un metro que circunda el patio. En el bolso había un certificado de nacimiento y la tarjeta de matrícula de la universidad de Stoddard, que sirvió para identificar a la muchacha. La policía encontró también en el tejado la reciente colilla de un cigarrillo, manchada con lápiz de labios del tono que llevaba la señorita Kingship, lo que les lleva a creer que estuvo allí varios minutos antes de dar el salto que puso fin a su vida…

Rex Cargill, ascensorista, dijo a la policía que él subió a la señorita Kingship al 6.º o 7.º piso media hora antes de la tragedia. Otro ascensorista, Andrew Vecci, cree que subió a una mujer vestida poco más o menos como la señorita Kingship al piso 14, poco después de las 12,30, pero no está seguro del piso en que tomó el ascensor.

Según el decano de Stoddard, Clark D. Welch, la señorita Kingship seguía de modo satisfactorio todos sus estudios. Las asombradas residentes del dormitorio donde ella vivía no pudieron ofrecer razón alguna para que se hubiera quitado la vida. La describieron como una muchacha tranquila y retraída. «Nadie llegaba a conocerla demasiado bien», dijo una chica.

Del CLARION-LEDGER de Blue River, sábado 29 de abril de 1950.

LA MUERTE DE LA ESTUDIANTE FUE SUICIDIO

Su hermana recibe una nota por correo.

La muerte de Dorothy Kingship, estudiante de Stoddard, que se tiró del tejado del Edificio Municipal ayer por la tarde, fue un suicidio, dijo anoche a los periodistas el jefe de policía, Eldon Chesser. Una nota sin firmar, cuya letra ha quedado definitivamente establecida como de mano de la muchacha muerta, fue enviada por correo a su hermana Ellen Kingship, estudiante en Caldwell, Wisconsin, que la recibió ayer, a primeras horas de la tarde. Aunque las palabras exactas de la nota no se han hecho públicas, el jefe de policía Chesser la describió cómo «una clara expresión de intento de suicidio». La nota fue echada al correo en esta ciudad, según el matasellos de las 6,30 de la mañana.

Al recibir la nota, Ellen Kingship intentó ponerse en contacto con su hermana por teléfono. La llamada fue transferida al decano de Stoddard, Clark D. Welch, que informó a la señorita Kingship de la muerte de la muchacha de diecinueve años. La señorita Kingship salió inmediatamente para Blue River, llegando aquí ayer tarde. Se espera que su padre, Leo Kingship, presidente de la Kingship Copper Inc., llegue hoy en cualquier momento, ya que su avión quedó detenido en Chicago a causa del mal tiempo.

LA ULTIMA PERSONA QUE HABLÓ CON LA SUICIDA LA DESCRIBE COMO TENSA Y NERVIOSA

por Laverne Breen

«Se reía mucho y sonreía todo el tiempo que estuvo en mi habitación. Y no dejaba de dar vueltas. Pensé entonces que se sentía muy feliz por algo, pero ahora comprendo que todo eso eran síntomas de la terrible tensión nerviosa a que estaba sometida. Sus risas eran un poco histéricas, no de felicidad. Debía haberlo reconocido inmediatamente, siendo estudiante avanzada de psicología». Así describe Annabelle Koch, estudiante de Stoddard, la conducta de Dorothy Kingship dos horas antes de su suicidio.

La señorita Koch, natural de Boston, es una jovencita encantadora. Ayer estaba confinada en su habitación del edificio escolar a causa de un severo resfriado de cabeza. «Dorothy llamó a la puerta hacia las once y cuarto —dice la señorita Koch—. Yo estaba en la cama. Entró, y me quedé un poco asombrada, porque apenas nos conocíamos. Como dije, sonreía, y no dejaba de moverse. Llevaba una bata de baño. Me preguntó si quería prestarle el cinturón de mi traje de chaqueta verde. Debería haber dicho que ambas tenemos un traje igual; yo lo compré en Boston y ella lo había adquirido en Nueva York, pero eran exactamente iguales. Ambas nos lo pusimos para la cena el sábado pasado, y fue un poco violento. De todas formas, ella me preguntó si quería prestarle el cinturón, porque la hebilla del suyo se le había roto. Vacilé al principio, porque es mi traje nuevo de primavera, pero parecía desearlo tanto que al fin le dije en qué cajón estaba, y ella lo cogió. Me dio las gracias calurosamente y se marchó».

La señorita Koch se detuvo, y se quitó las gafas antes de seguir: «Ahora viene lo más extraño: Poco después, cuando vino la policía y registró su habitación en busca de alguna nota, ¡los hombres encontraron mi cinturón sobre su cama! Lo reconocí por el modo en que el borde dorado estaba deslucido por el roce de la hebilla. Era una cosa que me había desilusionado mucho, por tratarse de un traje muy caro. La policía se quedó el cinturón.

»Me sentí bastante desconcertada por la conducta de Dorothy. Había simulado que quería mi cinturón, pero no lo había utilizado en absoluto. Y ella llevaba su traje verde cuando… cuando sucedió aquello. La policía lo comprobó, y la hebilla de su cinturón no estaba rota. Todo eso me pareció muy misterioso.

»Entonces comprendí que la hebilla debía haber sido sólo un pretexto para hablar conmigo. Al sacar el traje para ponérselo, probablemente se acordó de mí, y todo el mundo sabía que yo no podía salir por mi resfriado, así que vino y simuló que necesitaba el cinturón. Debía haberse sentido desesperadamente ansiosa de hablar con alguien. Si yo hubiera reconocido tales síntomas en aquel momento… No puedo por menos de pensar que, si hubiera conseguido hacerla hablar y que me explicara sus problemas, fueran los que fueren, quizá no habría sucedido todo esto».

Cuando dejamos la habitación de Annabelle Koch, todavía añadió unas palabras. «Aun cuando la policía me devuelva el cinturón —dijo—, sé que no podré ponerme otra vez el traje verde…»