34. SUMMERS Y LA ORDO ÆTERNI SANGUINIS

He de hablar ahora del círculo de vampirólogos que preside Sarah Rubin. Aunque se haya generado en torno a su persona, es heredero de una sociedad cripto-vampírica mucho más antigua, creada por el vampirólogo más famoso del siglo XX, el reverendo Augustus Montague Summers, a quien Sarah venera y respeta como la máxima autoridad hasta la fecha en materia de chupasangres.

Otro importante vampirólogo, su sucesor, el alemán Rudolf Unseld, fue quien transmitió a Sarah los conocimientos y estatutos de la sociedad creada por Summers. Unseld asumió la presidencia de la sociedad desde la muerte de Summers, en 1948. A su vez, cuando Unseld falleció en 1990, Sarah pasó a ser la número uno de la extraña Orden. Una figura incuestionada, como pude comprobar durante mi prolongada visita a su casa.

La sociedad cripto-vampírica de Summers tenía, y tiene aún, dos objetivos: uno es avanzar en el conocimiento del universo vampírico hasta sus últimas consecuencias, sean cuales sean estas; y el otro objetivo aspira al contacto directo con los vampiros a cualquier precio.

Todos sus miembros son o han sido visitados por vampiros, son de los llamados «adoptados», y han enriquecido la Biblia Vampírica con sus testimonios, relatos y experiencias. Muchos vampiros se han expresado por medio de ellos y han confesado sus acciones a esas personas. Algunos de los miembros de la sociedad han pasado, por voluntad propia, a ser vampiros ellos mismos, o a ser nutrición de vampiros en algunas ocasiones. Todos son miembros secretos.

Aunque, como concibió Summers, «la sede de la sociedad está allí donde dos de sus miembros se encuentren y se identifiquen», su ubicación real está en algún lugar ignorado de Salónica, en Grecia. Solo los miembros saben la dirección exacta; nunca jamás se ha filtrado a los profanos.

Como buen clérigo, aunque herético y marginado por la Iglesia, Summers le puso un nombre en latín a su organización vampírica: la Ordo Æterni Sanguinis (también conocida como la OAS, Orden de la Sangre Eterna). Era, en origen, una sociedad muy básica. No tenía más reglas que las que rigen cualquier orden secreta, salidas todas de las estructuras de las logias masónicas: desarraigo de sus miembros, renuncia a las patrias, negación de pertenencia, jerarquía piramidal, unicidad de objetivos, feroz autodisciplina.

En el caso de la Ordo Æterni Sanguinis el único precepto de obligado cumplimiento era el de «sangre, más sangre y después sangre», tal como todo miembro debía tatuarse, en francés y en letras góticas muy menudas, en el tercer espacio intercostal izquierdo:

Sang, plus sang et puis sang

Es el único caso de sociedad vampírica que se conoce. Creían en los Trece Principios a rajatabla, tenidos como una Ley sagrada. Su cupo nunca podía exceder de más de 613 miembros (como en las órdenes templarías, curiosamente). En esto, como en otras muchas cosas, Summers demostró una vez más saberlo todo acerca de los vampiros.

Todo empezó porque, desde muy joven, a Augustus Montague Summers le fascinaba la viscosidad de la sangre, la densidad de esa sustancia deslizándose entre sus dedos antes de coagularse. Quizá de ahí proviniese su creciente pasión por el lado sombrío de la sangre, y por los seres nocturnos que la bebían y transmitían: los vampiros.

Seguro que conoció a algún vampiro. Seguro que se dejó morder por él y por otros. Seguro que ahora es un vampiro más, pero Sarah lo niega.

Summers llegó a la fama del vampirismo por ser el autor de dos libros clásicos (y bastante realistas, pese a lo fantasiosa que es toda la literatura gótica de tema vampírico): The Vampire. His Kith and Kin, publicado en 1928, y The Vampire in Europe, obra de 1929.

Era clérigo y, aunque pareció toda su vida un santón extravagante, era un hombre de enorme cultura y propensión a los excesos de todo tipo. Firmaba como reverendo Summers, pese a haber abandonado el anglicanismo por el catolicismo, aunque en ambas confesiones fue excomulgado. Estudió teología en el Trinity College de Oxford. Se ordenó sacerdote anglicano, pero en 1908 sucedió un reprobable escándalo que marcó su vida: se le acusó, con pruebas fehacientes, de pederastia.

Al año siguiente, antes de que lo expulsaran de su iglesia, tomó la iniciativa de pasarse al catolicismo haciéndose ordenar como cura por un obispo herético y anatematizado. ¿Pertenecía ese obispo a la herejía de los seguidores de José de Arimatea, los arimateicos, una de las mayores herejías «subterráneas» del cristianismo, como ya hemos visto, considerada como venenosa por León XIII y Pío X, este último el máximo partidario de la hostia como cuerpo de Cristo? Probablemente sí, aunque Summers nunca profesó simpatía especial por los arimateicos y los derivados del Grial.

A él siempre le atrajo lo oculto. Y pronto halló en el vampiro la máxima expresión de eso oculto por excelencia. Se sintió fascinado por la Zona Externa de la vida-muerte, y si se acercó a la religión, siendo como era un hombre atraído por los placeres del cuerpo e incluso algo anticlerical, fue porque creyó que, de todas las disciplinas humanas, la religión era la que más cerca de esa Zona Externa situaba al hombre.

Habló en sus escritos, por primera vez, en 1909, de unos misteriosos «hombres de negro». Eran extrañas criaturas que, tal vez, fuesen en realidad una variante vampírica, aunque él las publicitó también como alienígenas extraterrestres, quizá para lograr un efecto más teatral, como haría años después, con licencias fantásticas, Arthur Knight en su novela Green Blood of a Remote Galaxy.

Los últimos escritos de Summers son los más crípticos y misteriosos. En concreto su Diario para no ser leído en vida (ese nombre se lo puso el propio Summers en la portadilla), que permanece inédito por razones desconocidas. Sarah me dijo que la única razón es la seguridad de la Orden, ya que en el diario se hace alusión explícita a los aspectos más secretos de la OAS y al modo de invocar vampiros.

El diario data por entero de 1948, el año de la muerte de Summers en Richmond, Surrey. En sus páginas hace, al parecer, un recuento de su saber vampírico y con ello, tal vez, preparaba la sucesión para Unseld. El diario original está depositado en la sede ilocalizada de Salónica, el lugar donde, en 1955, lo encontró Unseld, quien hizo una copia conservada en algún lugar, no menos secreto, de la laberíntica casa de Sarah.

Fue lo único, creo yo, que Sarah no me dejó inspeccionar nunca, esa copia del diario de Summers. Ni siquiera me la mostró. Pero me contó algo de lo que había en él.

—Allí escribió Summers lo que sustrajo a sus otros libros —dijo Sarah—, y eso que escribió más de treinta. Summers pretendía introducir el Baphomet o Baphometo templario (su ídolo pagano y secreto) en la OAS; es decir, que hubiese un vampiro real presidiendo la sociedad bajo la apariencia de un sabio que hiciese la mordedura de la iniciación. Dejó escritas las instrucciones necesarias para cumplir su última voluntad. No es más que eso. Pero es algo que incumbe solo a los miembros.

Para Summers, el Baphometo era la traslación de las palabras de un oscuro rito iniciático griego: «entrada en la sabiduría». Quizá por eso la sede invisible está en Salónica.

—No era más que el deseo de que todos los miembros acabasen siendo una encarnación vampírica.

—¿Vampiros todos?

—Sí. En cierto modo, sí.

—Pero ¿qué sabiduría cabe entre los vampiros? —pregunté yo con cierta insolencia.

—La única verdadera, Thea, la de la sangre que se agolpa en una vena a punto de estallar. Esa es la sabiduría vampírica, simple y directa. Summers lo entendió muy bien: la sabiduría que da el placer de la mordedura.

Entonces, cuando Sarah me contó lo del Baphometo, comprendí que ella, en su interior, seguía un plan. Un plan meticuloso para que Nemus acabara siendo la encarnación del rito baphomético. Con ello conseguiría el objetivo final perseguido por Summers: que la OAS fuera presidida por un vampiro real como número uno, como Sombra. La mordedura inicial, el reguero de sangre por todo el mundo.