30. LOS TRECE PRINCIPIOS

¿Una epidemia potencial?

La llamada Comisión Napolitano, tal como pone en su web, lleva el nombre, nada encubierto, de Commissione parlamentare di inchiesta sul fenomeno dei chirotteri e vampiri riferito alla vita umana. Con sus investigaciones y encuestas acerca del supuesto virus vampírico, se planteó en su seno una cuestión muy interesante acerca de la cadena de contagios provocados por mordeduras de vampiros: la cuestión de su transmisión epidémica.

En este sentido, los sucesivos miembros de la Comisión a lo largo de los años habían llegado a una conclusión más o menos parecida a la de sus homólogos rusos. En las altas esferas de algunos gobiernos líderes del mundo, y pongo dentro del mismo cesto a mis compatriotas del Pentágono, alguien se enfrentaba a la posibilidad de una pandemia vampírica. Artificial o no, eso era lo de menos. Lo demás era que quizá no fuese controlable.

Sarah me recordó, al relatarme todo lo relativo a la Comisión Napolitano, el terror que causó el virus de la rabia en una época ahora distante. La rabia, sobre la que se sabía muy poco y a la que siempre, debido a sus repelentes manifestaciones, se la había emparentado con lo mágico y lo sobrenatural, asoló Europa en el siglo XVIII. Si era un virus lo que había detrás del vampirismo en aquel entonces, lo más normal era que respondiera a una mutación de la rabia. Y, en consecuencia, que los contagios existentes fueran por vía de mordedura, saliva o sangre.

Esta simple reflexión estaba, además, avalada por la historia: no olvidemos que el vampiro, en las culturas populares de todos los países y continentes, pero muy especialmente en Europa, ha abundado en épocas de grandes plagas, pestes y epidemias de todo tipo, muy especialmente en el siglo XVIII, hasta ser el propio vampirismo, por qué no, una epidemia más.

Tenía que ver, claro, con hambrunas feroces que dejaban, además, un rastro de canibalismo por todas partes, y en las que una gente mataba a otra gente para comerse sus entrañas o beberse su sangre caliente. Como ocurrió, de manera sistemática, en las diversas y frecuentes hambrunas de Ucrania y Bielorrusia, la última en los años treinta del siglo pasado.

Pero también aquellos eran casos reales de vampiros reales, epidemias reales de vampirismo, y fueron muchas más de las que se cree. Sin embargo, lo pagaron los inocentes: se exterminó a muchas personas hambrientas creyendo que se estaba eliminando así a un no-muerto.

La Ley Vampírica

—Lo más sorprendente —dijo Sarah— es que la Comisión Napolitano en sus informes, muchos de ellos a disposición de quien quiera consultarlos, aunque la mayoría de sus investigaciones son material clasificado… lo más sorprendente, digo, es que, al hablar de la posibilidad de que el virus vampírico se extendiera como una epidemia, y de que se reprodujeran situaciones similares a las pandemias pasadas, recogía con toda naturalidad los Trece Principios del vampirismo.

Sarah apenas si me había hablado de ellos y solo de pasada. Yo, desde luego, no sabía a qué se estaba refiriendo, así que puse cara de desconcierto. ¿Qué Trece Principios eran esos?

Era evidente que Nemus le confirmó alguna vez, punto por punto, aquellos Trece Principios, cuya elaboración y estructura eran un calco bastante simétrico de ciertas leyes judaicas. Esto no quería decir en absoluto que lo vampírico, en sí mismo, tuviera que ver con el mundo judío, ni que el mundo judío, por otra parte, se hubiera caracterizado por concederle importancia al universo vampírico. Sin embargo, en algún momento de la historia de la humanidad, quien había hallado un relato coherente en la figura mítica de Lilith, la mujer díscola y oscura de Adán, condenada a beber sangre y habitar las tinieblas de la noche, había descubierto también en la Ley hebraica una cara oculta, una copia en negativo, al menos como guía para legislar, esquemáticamente, la existencia y singularidad de los vampiros, sus herederos.

Hay, por tanto, una Ley Vampírica (¡y es ni más ni menos que la Comisión Napolitano quien lo dice, remitiéndose a ella sin cuestionarla y haciéndose eco de una mezcla heterogénea de leyendas y realidades insanas, políticamente del todo incorrectas!), una Ley calcada de la Mishná hebraica, que tiene Trece Principios dogmáticos basados en una especie de Brith (Alianza).

¿Una Alianza?, me pregunté. ¿Una Alianza entre quiénes? ¿Entre los cuatro jefes vampiros de las cuatro esferas o Sefirots? No podría ser otra alianza que esa entre ellos. A no ser que se tratara de una alianza entre la vida y la muerte, para crear un estado nuevo, un híbrido de los dos, el estado reviniente o nosferatu, pues ese es su verdadero nombre.

Sea como fuere, constituían la base esencial del vampirismo: eran los dogmas de la Zona Exterior.

Sarah los venía estudiando durante años, inducida por Nemus, quien se los había revelado tiempo atrás. En cierto modo, me dijo, constituían una plataforma tan amplia y ambigua que servían de orientación a vampirólogos rigurosos, como ella, pero también daban alas a los intereses de cardenales vaticanistas expertos en demonología y exorcismo, e incluso a personas incautas y crédulas que habían hecho del vampirismo de opereta una religión negra y oscura.

Cómo habían llegado a poder de Sarah esos dogmas era todo un misterio. No existe, obviamente, nada escrito ni documentado sobre una Ley Vampírica definida. Solo son transmisiones orales, frases contenidas en la «megamemoria» de cada vampiro, en su «disco duro». Están, por así decir, en su código genético, el que se ha venido formando en la cadena de sus miles de sangres mezcladas después de cada conversión de un humano en vampiro.

Sarah me pasó por mail los Trece Principios-dogma. Son estos (creo que los hago públicos por primera vez):

Primero: Existe el vampiro.

Segundo: El vampiro tiene un cuerpo universal.

Tercero: El vampiro es cuerpo y no-cuerpo.

Cuarto: El vampiro tiene eternidad.

Quinto: El vampiro es irresistible.

Sexto: El vampiro tiene jerarcas y se manifiesta en ellos.

Séptimo: El vampiro busca el aliento (ruaj).

Octavo: El vampiro es humano y no lo es.

Noveno: El vampiro es fiel a sí mismo y es mutable.

Décimo: El vampiro conoce el tiempo y se anticipa a él.

Decimoprimero: Solo el vampiro sabe cómo puede morir.

Decimosegundo: El vampiro es insaciable.

Decimotercero: El vampiro nace de la resurrección de los muertos.

Lo verdaderamente sorprendente es que, al compararlas, algunas de las conclusiones de los trabajos de la Comisión Napolitano tenían mucho que ver con estos dogmas, lo que certifica su autenticidad, en cierto modo. Véanse algunos ejemplos que pude transcribir de esos trabajos, tal como los encontré en los archivos de Sarah:

Un número especial

El número vampírico por excelencia es el 613, para lo bueno y para lo malo. ¿Por qué ese número y no otro? ¿Y por qué un número? No se sabe la razón, tal vez sea una formalidad aleatoria, pero el caso es que se hallan de nuevo equivalencias simétricas (a la inversa) con la Torá hebraica, cuyo número de preceptos es exactamente ese mismo.

Se han dado casos de vampiros que no han atacado a personas que tenían esa cifra tatuada. Les servía de rechazador vampírico, ya que es un número atávico para ellos, y, además, representa una cifra que contiene una cifra que contiene una cifra (613=6+1+3=10; 1+0=1). Algunos cazavampiros se la tatúan en la frente.

Llegados a este punto, Sarah hizo que fijase mi atención en algo curioso acerca de esa cifra desplegable. Al parecer, la Comisión Napolitano había anunciado recientemente que acabaría por fin sus trabajos en una fecha no muy lejana, dentro de la legislatura. Lo haría con la publicación de parte de sus conclusiones, al menos de aquellas que podían hacerse públicas en el contexto de una comisión parlamentaria sufragada con el presupuesto del Estado. Lo paradójico era que el número de los trabajos acabaría siendo 613. Ni más ni menos, después de tantos años de pesquisas, informes y debates, habían llegado a ese número cuya suma total de sus números entre sí daba 1, es decir, la cima monoteísta o el centro del abismo.

—Fíjese, Thea —me dijo aquella vez Sarah—, lo sorprendente es que, a día de hoy, el número total de esos trabajos me consta que ya es de 612. El informe de las conclusiones será, por tanto, el número 613. ¿No le parecen muchas coincidencias? ¿No es demasiada cercanía con el verdadero mundo vampírico? ¿Por qué saben lo que yo sé? ¿Quién preside realmente esa Comisión? ¿Quién los asesora?

«¿Nemus?», pensé yo, pero mantuve la boca cerrada. Me empezaba a resultar obvio.