Los vampiros no tienen infancia. Ni siquiera los vampiros-niño, esos seres vampirizados cuando no eran más que unos mocosos o a lo sumo unos muchachos. No hay una edad inicial para un vampiro, un punto de partida; no hay, por tanto, ningún nacimiento.
Los vampiros-niño, en cuanto se convierten en tales, reaccionan y actúan como un vampiro adulto joven. Esto es debido a que no tienen pasado, y viven en un mismo tiempo perpetuo de edad y presente.
Los vampiros maduros se comportan igualmente como un joven, con su vigor y su energía, pero en absoluto como un viejo.
El vampiro es solo y siempre vampiro joven. De ahí que sea impulsivo, sexuado, brutal. Es ideal para unos y material para otros. Como la fuerza de la juventud.
Sarah me lo decía como si me lo reprochara.
Desde que es convertido por otro vampiro, un chupasangre pasa a ser ya vampiro eternamente, no tiene historia por delante ni historia por detrás, en el tiempo. Como mucho ve una sucesión de hechos pasados que se van borrando de su cabeza por oleadas, a medida que se aleja de ellos.
—Los vampiros acaban siendo huérfanos de sus recuerdos —matizó Sarah.
Todo su pasado se transforma en una nebulosa de sensaciones modificadas.
Y en cuanto al futuro, sencillamente no existe ni lo concibe. Él está más allá del futuro, porque es, en principio, eterno.
Nemus, por ejemplo, solo recuerda retazos de la vida que llevaba inmediatamente antes de ser objeto del ataque de Merisio, en aquella oscura orgía escenificada por el cardenal Farnesio, pero no se acuerda de nada que hubiese ocurrido unos años antes. Nada de sus padres, nada de sus juegos de niño.
Pensé que también eran huérfanos para compartir los recuerdos.
Sarah estudió mucho esta relación del vampiro con la desmemoria. Viven en un estado que podría llamarse amnésico permanente, o puede que posean una memoria primitiva, que se les borra más aún cuando absorben la sangre, en el momento de paroxismo vampírico y de máxima excitación.
Se ha demostrado que el exceso de sangre en el cerebro, por ejemplo, produce la parálisis temporal de algunas de sus funciones. Una de ellas es la memoria. En laboratorios de Alemania, donde llevan años estudiando la enfermedad de Alzheimer y la memoria, han experimentado con ratas a las que se les bombea el triple de sangre en las venas del cerebro. Las que sobreviven se quedan aturdidas, inmóviles, sin recordar un camino de regreso o una apetencia. Los vampiros bombean a su cuerpo (incluido su cerebro de una sola función) hasta diez veces más sangre que un humano vivo.
Barbara Markoulis, la descubridora de los fangs, los vampiros de colmillo bifurcado, trabajaba en 2002 como transformadora anímica en su consulta de Detroit cuando tuvo relación con un vampiro. Averiguó que su «adoptado» apenas si recordaba cosas parciales de lo que habían hecho juntos unas semanas atrás. Estas lagunas la llevaron a profundizar en el tiempo y la memoria.
Supo así más cosas de los fangs, como que estos vampiros compartían acción con muchos otros vampiros como ellos y actuaban en manada. Eran vampiros que procedían de mundos plurales en diversos ámbitos laborales, en especial la fabricación de automóviles, las industrias cárnicas y de latas de conserva.
¿Quiénes eran? Fue fácil deducirlo: gente desaparecida de la ciudad, gente dada por muerta, chicas a las que habían violado, padres de familia a quienes habían despedido y vagaban por las calles sin atreverse a entrar en sus casas; y esa misma gente luego está a tu lado por la noche en un bar de a dólar noventa el trago, vestida tal vez con una sudadera como tú o un traje sexy o una camiseta ajustada, gente que no conoces, gente que hará luego, en la oscuridad de las callejas de los barrios laborales de la ciudad, cosas extrañas y violentas con tu sangre (en un ascensor, en un garaje, en un callejón). Cosas que más tarde no recordarán.
Para Barbara Markoulis, los fangs viven entonces en un estado temporal de presente constante. Todo es inmediato: alargan la mano y te cogen, cogen tu garganta. En eso consiste la eternidad. Una garganta mordida, vaciada de toda sangre rica. Y eso, según me puntualizó Sarah Rubin, puede hacerse extensivo a todos los vampiros. Como he dicho, tanto un niño vampirizado (es decir, succionado) como un viejo vampirizado (hecho este, ya sabemos, muy excepcional) pasan a tener la edad de un joven, siempre vigoroso, siempre neutro y siempre sin final, aunque sus apariencias físicas sean otras.
Se puede concluir, entonces, que para los vampiros, en realidad, el tiempo no transcurre, y si tienen alguna pauta de vida, es la que marcan los letargos: despertar, morder, dormir. Casi como los osos panda.
—Y si hay algo que es tiempo y ritmo puros, eso es la música —dijo Sarah—. Pues bien, fíjese, Thea: la música les es totalmente ajena. Nada de música. No la oyen, no la entienden, no la piensan. Puede que la apreciaran tal vez en vida, pero en su estado de no-muertos la han perdido para siempre: se puede decir que son los únicos seres de la Creación que carecen de oído rítmico. Solo hay silencio en su cabeza: su memoria auditiva está vacía, virgen de todo «do-re-mí», en realidad. Les sobreviene a los labios tan solo, cuando van a atacar o necesitan sangre, esa oración fúnebre, ese bisbiseo en forma de conjuro hecho de frases muy cortas de ningún idioma conocido que ellos pronuncian como si las oyeran siempre por primera vez.
—Entonces, ¿qué recuerdan los vampiros?
—Solo lo que les afecta como tales a partir del momento en que se convierten en vampiros. Pero nada más.
Tienen, no obstante, un poder que les hace superiores: solo almacenan la memoria de todos los vampiros que hay y que ha habido. Tienen una endo-memoria, literalmente, enorme.
Pero no es tan portentoso como parece, ni tan excepcional, ya que la memoria del vampiro es un instinto. Funciona como un instinto, automáticamente. Por eso no requiere autocontrol, solo dejarse llevar por él. Es prácticamente lo que ha hecho que muchos vampirólogos los tengan más por animales privilegiados que por humanos con un hándicap… el hándicap de la eternidad, claro.
Con la conversión, entre otros fenómenos psico-fisiológicos que se producen en la mutación de su cuerpo, el más acusado es una suerte de involución neuronal en el hemisferio de la memoria. En otras palabras, se les despierta algo desconocido para nosotros en el cerebro, fruto de una reacción química, equivalente a la inserción de un chip, un único y potente chip, con el historial memorístico de toda la especie vampírica de golpe.
En cierto modo, esto confirma la teoría de Sarah acerca de que todos los vampiros conforman un solo tejido, del que cada uno es una parte celular. Toda célula tiene la memoria del conjunto del cuerpo y de cada una de las demás células. Por eso, tal vez, no sea propio ni adecuado hablar de un vampiro, como individuo, sino de los vampiros, como entidad colectiva en la que se han borrado las individualidades.
Como muestra que corrobora esta colectividad, para Markoulis, Detroit es uno de esos espacios saturados que se conocen como fanglands. Patrias de vampiros o tierras de vampiros, son equivalentes. Lugares en los que los vampiros, probablemente de la Cuarta Esfera o de Gazar, forman un bloque monolítico que caza unido. Y deja amasijos de carne por todas partes. Carne, eso sí, desangrada.
Los vampiros, y en especial los de Gazar, lo saben todo de cada uno de ellos desde que son vampiros: cómo se convirtieron, quién lo hizo, por qué sucedió, dónde anidan ahora, cómo actúan, a qué esfera pertenecen, cómo es su rostro. Cada vampiro es como un gran ordenador que almacena millones de bytes de memoria. Lo que se presta al juego de palabras según el cual también almacena millones de «mordiscos» (bites).
Es increíble e inaudito porque, en realidad, un vampiro es únicamente cuerpo (sangre, músculo, vísceras regidas por la sangre…). Pero algo se activa en el cerebro del vampiro con el exceso descomunal de hemoglobina (de oxigenación, dirían algunos científicos, como los alemanes). Un chip que almacena cientos de miles de vidas y de épocas.
No era, pues, de extrañar que Nemus supiera tantas cosas de los otros vampiros, y por él Sarah acabó conociendo el alma vampírica como nadie.
En el PYP existe una línea de investigación sobre esa capacidad mnemotécnica del vampiro, incluso pensaron en las posibilidades reales de implantar un microchip en un vampiro, al igual que hicieron planes muy avanzados para clonar vampiros. En todos los casos, la manera de abordar la memoria del vampiro solo conducía a hacer de ellos unos robots. Unos robots que chupaban la sangre, pero tenían todas las vulnerabilidades de los robots, la primera de ellas era que podían ser destruidos con armas convencionales. Aunque no hay informes concluyentes aún, no creo que sea una línea de investigación con futuro.
Muchas veces, desde que la conozco, he pensado que Sarah podría contribuir mucho a desarrollar ese programa mnemotécnico. Tiene cuanto necesitan saber. Desgraciadamente, la desagradable experiencia de los desatinos propagandísticos de la Comisión Napolitano, en la que fue poco menos que calumniada al no avenirse a colaborar, la han alejado de todo apoyo a las políticas gubernamentales en materia vampírica, aunque pertenezcan a su país. O precisamente por eso, no sé. Lo cierto es que Sarah prefiere ir por libre y guardarse sus descubrimientos para sí misma y su entorno. Un entorno en el que me hizo sentir integrada desde el primer día que estuve con ella.