26. ¿CUÁNTO VIVE UN VAMPIRO?

Duración vampírica

La certeza de la eternidad es la gran quimera del hombre, algo que se le escapa al ser humano. Puede ser una aspiración, todas las religiones y movimientos espirituales la buscan y prometen, pero en vida no deja de ser más que un deseo oscuro, sin forma, ya que no existe ninguna experiencia empírica sobre ella. La eternidad no es palpable ni vivible.

La eternidad sería un estado biológico inmóvil desde el que verías pasar el tiempo de los otros como coches por una autopista. ¿Quién ha pasado por eso? Si hay alguien, es que está muerto.

Los únicos seres que realmente superan la prueba natural del tiempo (de su paso y de su desgaste) son los vampiros, cuya anomalía vital se basa precisamente en la duración sin límites de su estado físico en suspenso… siempre que haya sangre de por medio.

¿Cuánto vive un vampiro?

Tal vez sea la pregunta más inevitable que le hice a Sarah en Roma. Pensé también que era la más obvia, la que todo lector de mi reportaje en Factory se acabaría haciendo en cuanto abriese la revista y leyera el titular «Todo sobre los vampiros, por Thea Nimkin».

La respuesta de Sarah tuvo algo de trampa y de nostalgia:

—Una eternidad, solo que relativa.

Trampa porque no es cierto que los vampiros vivan eternamente, aunque sí tanto tiempo que la expresión «una eternidad» es válida si se aplica a mucho más, muchísimo más, de lo que varias generaciones pueden abarcar.

Y nostalgia porque la vida de un vampiro prolonga el tiempo, rompe los moldes del calendario biológico y congela el presente en una juventud constante. ¿No es ese el anhelo, viejo como el mundo, de la eterna juventud, de la fuente de la edad, del agua reparadora del Grial, de las hibernaciones, del renacimiento en un tiempo anterior a todo lo que se ha vivido hasta entonces?

Por eso Sarah envidiaba, a su manera, a los chupasangres. Envidiaba a Nemus.

Que viven más que los humanos, eso está fuera de toda duda. Siglos enteros, centenares de años en ocasiones. Pero su eternidad no es tan «eterna»: tarde o temprano, un vampiro acaba desintegrándose, porque también, tarde o temprano, su fuente de vida, la sangre nutricia de los otros, escasea hasta llegar a desaparecer de su entorno.

Será cuestión de cuatrocientos, seiscientos años, pero habrá una vez, una primera vez, en la que el vampiro no logre morder a una víctima viva; o quizá habrá una vez en la que tenga que arriesgarse tanto para conseguirla que termine empalado o sacrificado por las púas de un cazavampiros, o reventado en añicos por el efecto demoledor de la luz solar.

Letargos prologados

El tiempo que un vampiro puede estar sin sangre es mucho, pero limitado. Ya he dicho en otra parte que pueden estar jornadas enteras sin salir del letargo, y por tanto sin necesitar atacar a ninguna víctima. Pero al cabo de ese lapso de tiempo, cuyo límite está en los ciento diez años, el vampiro sin sangre que llevarse a los colmillos se convierte en un pellejo endurecido en su tumba, su corazón se seca y se reduce, las cuencas de sus ojos se hunden y al final todo su cuerpo, osamenta incluida, se desintegra en una fina malla de polvo. Solo habría que soplarlo.

Un vampiro que no beba sangre al cabo de esos ciento diez años, como máximo, enflaquece definitivamente, traspasa un umbral ya sin retorno, hasta llegar a ser una piel pegada a los huesos, que es el límite de su putrefacción.

La pregunta es: y luego, ¿qué? A partir de ese límite entran en un letargo más acusado aún, previo a la desintegración absoluta. Algo así como si entraran en un coma del que solo pueden salir si otro vampiro los saca de él vertiendo unas gotas de su propia sangre en los labios resecos.

Se ha dado el caso de personas supuestamente fallecidas y metidas en tumbas, cuyas familias desconocían entonces (pero tampoco han conocido después) su condición vampírica, y que, en vez de estar muertas, permanecían en ese prolongado letargo durmiente.

Se calcula que hay millones de seres así por el mundo, en toda clase de nidos, en espera de que otro vampiro los reanime.

La única vía salvadora es darles a beber un mínimo de sangre. Pese a ser algo tan sencillo, no sucede casi nunca. Hay un alto porcentaje de vampiros, por tanto, que están larvados y en espera de un golpe de fortuna sangriento. Son un ejército en potencia de vampiros durmientes, aunque tal vez ni ellos mismos sepan que lo son.

A estas alturas, por tanto, es bueno preguntarse cuándo sabe un vampiro que es un vampiro.

El vampiro adquiere conciencia de su condición solo por dos vías: a) si ya es un vampiro, pero está en letargo; b) si todavía no es vampiro, pero ha sido mordido.

En cuanto a la vía a), si ya es un vampiro pero está en un letargo prolongado, se dará cuenta de su verdadero estado cuando sea despertado de su sueño por otro vampiro. Ya hemos visto cómo. Pero, yendo al extremo, puede suceder que alcance a saber quién es tan solo por unas décimas de segundo, cuando abra los ojos en el instante en que un cazavampiros le clave la estaca que lo matará. Muchos vampiros ni siquiera han llegado a chupar ni una gota de sangre, aunque hayan permanecido como no-muertos durante décadas.

Y en cuanto a la vía b), si no es vampiro aún pero han chupado su sangre, tendrá conciencia de ello unas horas después de ser convertido en tal por otro vampiro.

Sueños y despertares

Otra cosa interesante acerca de los letargos: son tiempos muertos, nunca mejor dicho, en los que los vampiros duermen.

¿Duermen como los humanos vivos, esto es, sueñan? ¿Qué sueñan los vampiros? ¿Podríamos imaginarnos alguna vez a un vampiro en el diván de Sigmund Freud? Ridículo o no, sería un interesante desarrollo, penetrar en el subconsciente vampírico, sazonado de perversas orgías sangrientas y poderosamente sexuales. Como en una película porno.

Aunque Sarah sabe bien lo que sueña un vampiro. Nemus se lo ha dicho. No es nada que pudiera pasar al cine erótico. Los vampiros sueñan, única y recurrentemente, con el Valle de los Huesos, un lugar primigenio, como un extraño útero, de la Zona Exterior, o sea, más allá de la muerte y más allá de la vida, descrito por vez primera por el profeta Ezequiel y al que me referiré más adelante, al hablar de las resurrecciones.

Ya hemos establecido que los letargos son tiempos en que los vampiros dejan de serlo, al menos por el mero hecho de estar en una situación de inconsciencia. De ahí su enorme vulnerabilidad, ya que supone el único momento en que pueden ser destruidos. Es el momento en que se les puede matar.

Pero el letargo, al igual que el sueño, tiene forma de curva, y posee un momento-entrada y un momento-salida. Corresponden, esos momentos, a determinadas horas del letargo en las que el vampiro o no ha entrado del todo en el sueño o ya está saliendo de él; son, por tanto, momentos en que sería posible despertarlo y reanimarlo, ya que la luz diurna aún no es completa ni cenital.

Lo que está de sobra probado es que esos momentos críticos son extremadamente peligrosos. No conviene despertar a un vampiro a esas horas ambiguas: si se hace, enfurece hasta perder el mínimo control y se vuelve casi en su totalidad una fiera que te destruiría de un bocado.

Recuerdo que, cuando era una niña, mi madre siempre me decía antes de acostarme: «Ya sabes, nunca despiertes a un dragón dormido». ¿Tendría algo que ver con eso? Me vino a la cabeza el dragón-murciélago de St. Martin-in-the-Fields.