24. ¿DÓNDE DUERMEN Y POR QUÉ HUYEN DE LA LUZ?

Nidos

Ni que decir tiene que el paradero de los vampiros es siempre enigmático. Su secreto mejor guardado, por así decir, es dónde pasan las horas de luz, ya que, de conocerse el lugar donde hacen su letargo, serían presa fácil de los cazavampiros que proliferan por ahí, unos a sueldo de instituciones supranacionales, como en el caso de la Iglesia católica, y otros de gobiernos concretos, como el estadounidense, que los financia con el fin de aportar algún tipo de conocimiento. También existen cazavampiros particulares, mezcla de cazadores de fieras y de servidores públicos. Son personas diametralmente opuestas a lo que pueden representar Sarah Rubin y su círculo, protectores de vampiros a su manera. Pero de los cazavampiros me ocuparé más adelante.

Por tanto: ¿dónde vive un vampiro? Tengo la sensación de que, así planteada, la pregunta es equívoca. Quiero decir en realidad dónde no-vive un vampiro, dónde realiza su letargo diurno, si por letargo entendemos «suspensión de vida y de actividad». ¿Lo hacen en tumbas durante el día, ya que es el lugar donde más comúnmente se puede tener apariencia de cadáver? ¿De lo que se deduce que solo viven donde hay tumbas, esto es, en los cementerios?

No necesariamente.

Ya vimos que Nemus estuvo durante muchos años, casi siglos, en el sarcófago bizantino de los Farnesio, cuya última ubicación era el sótano de un anticuario, antes de que Sarah lo despachara al extravagante museo de una amiga suya en Jafo, en las proximidades de Tel Aviv. Pero desde que se manifestó a Sarah, cambió de lugar para sus ausencias diurnas.

¿Dónde se había alojado Nemus desde entonces? Sarah lo sabía, pero no quiso decírmelo. Primero me remitió a una cripta secreta y recóndita en el jardín de los Farnesio. Luego me dijo que Nemus cambió de nido y que podía estar en algún ámbito húmedo, cerca del Tíber, en el alcantarillado, no muy lejos de la Tiburtina. ¿Me estaba dando una pista? Tal vez. La verdad es que Sarah nunca me señaló el lugar exacto.

Aunque me inclino a pensar que Nemus se guardaba esta carta por algún instinto atávico, uno de esos instintos reflejos de miles de años que hacen que ningún vampiro, jamás, revele el lugar donde descansa.

Pero Roma, como cualquier gran ciudad del mundo, está llena de vampiros, colonias enteras de vampiros que habitan, además de cementerios, sitios oscuros, sótanos de vetustos palacios con cementerios privados, tumbas bajo losas que se creen nunca removidas, fosas perdidas en la noche de los siglos, dobles paredes, tumbas en capillas esquinadas al fondo de sacristías y otros espacios similares.

Y una cuestión importante: no hay que descartar los nuevos lugares en que se han transformado los viejos. Así, nidos de vampiros podrían ser también, de modo natural, los más recónditos recovecos de un parking (muchos de los vampiros fangs de Detroit estaban enterrados en la planta menos cinco de un parking), o de unos grandes almacenes, o de un bloque de oficinas, edificaciones construidas sobre los cimientos no removidos de viejos inmuebles ruinosos. Sin dejar de lado los pasadizos del metro, ni los túneles de las cloacas (Nancy O’Neill, de San Francisco, tenía en un aliviadero de aguas residuales su nido), ni los olvidados cuartos trasteros de los teatros o de los museos, ni los muchos, ¡muchísimos!, jardines públicos o privados donde poder enterrar un cuerpo de manera muy disimulada.

La tesis de Sarah, bastante lógica, es que en cualquier espacio donde quepa un cuerpo no-muerto, pero enjuto y aplastado hasta ser un pellejo, allí reposa un vampiro en ciernes. De noche, se transformará en un cuerpo vivo en su apariencia. Y habrá llegado hasta ese lugar solo o con la ayuda de otros semi-vampirizados. Lo que no puede faltar es un puñado —ciertamente bastaría con una pizca— de tierra.

—Este asunto de la tierra he de decir que no es menor —me explicó Sarah como una maestra a su alumna.

La principal condición del letargo es que sea un estado fronterizo con la muerte, pero sin llegar a pasar al otro lado. Para ello es básico que exista esa frontera física. Y lo único que la representa y simboliza es la tierra pútrida donde se descomponen los cadáveres, porque es de la tierra de donde venimos y adonde vamos. Todas las culturas lo tienen como mito fundacional, y en esto no se distancian de las versiones más científicas. El sueño del vampiro solo se produce si se da en ese tipo de hábitat terroso.

Es necesario, por consiguiente, que en el lugar del letargo exista cierto contacto, aunque sea mínimo, con la tierra del sitio donde fue convertido en vampiro. Sin esta presencia catalizadora muchos vampiros no alcanzarían jamás a sobrevivir, ni siquiera a despertar del letargo; entrarían en un estado de ausencia de ruaj (sangre) que les llevaría a la desintegración. Suele valer con un puñado de esa tierra. O, como he dicho, con una simple pizca.

Nocturnidad

Al hablar del lugar del letargo diurno, he de referirme ahora al hecho que lleva parejo: la nocturnidad.

¿Solamente salen por las noches de sus tumbas, sea donde sea el lugar en que estas estén ubicadas? ¿En qué consiste y qué gravedad encierra la fotofobia vampírica?

Sarah me enseñó a definir la noche en su doble vertiente: como lapso temporal y también como un territorio mental. Esta es la clave para entender el vampirismo: qué es la noche y qué puertas cerradas y secretas abre en el ser humano.

Respecto al tiempo (ausencia de sol entre su puesta y su salida), está clara su demarcación. En cuanto al territorio psíquico o mental, hay que apelar a la mística de lo negro, la creencia en el otro lado de las cosas, cuyo escenario es inevitablemente oscuro y misterioso. ¿No decían los místicos que hay una noche del alma? Pues de ese mismo modo hay una mística del vampiro. Y la mística del vampiro, como la de los grandes santones de cualquier religión, tiene mucho que ver con el deseo oculto que busca satisfacción y con el placer del vampiro, y viceversa.

En el acto del mordisco y de la succión de la sangre ya vimos que se despierta un agudo sentido erótico-sexual en doble dirección: en el vampiro y en su víctima. La noche ampara esa búsqueda irrefrenable de deseo desde la perspectiva saturnal, demoníaca, pero sobre todo extraña, perversa y desinhibida. La noche y el subconsciente tienen también, en el psicoanálisis, la otra cara de la noche y la vigilia. La noche es sueño, pero también la noche es la vida de los sueños. En este segundo plano se desarrolla el vampirismo.

Vivir la noche es sobrepasar el límite de los sueños para adentrarse, conscientemente, en ellos. El vampiro es el artífice que lo posibilita, ya que, al no poder vivir el día, es el único y absoluto Señor de la Noche: su dueño.

La víctima halla en el vampiro un poseedor y una posesión a la vez, alguien a quien servir y alguien que le entrega con sus colmillos en cualquier parte del cuerpo un anhelado placer: alguien, en todo caso, que te vacía.

Por eso la luz solar es la primera enemiga del vampiro.

Y quizá sea así desde el origen, cuando la mujer-vampiro que simboliza Lilith fue condenada a vagar por las sombras y a beber sangre.

Sarah me lo explicó muy gráficamente:

—La luz del sol destruye al vampiro. Ante los rayos solares entra en combustión y, al llegar a cierta temperatura de ignición, explota en miles de pedazos amorfos que enseguida se convierten en cenizas.

Pero conviene aclarar aquí que no siempre es como dice el tópico. Existen vampiros, en especial los de la Segunda Esfera o de Patel —a la que pertenece Nemus—, aunque también los de otras esferas, que pueden controlar a voluntad la fotofobia y la fotolisis, y así manifestarse de día si lo desean. Sin embargo, han de asumir que con ello tientan a la suerte, ya que solo pueden romper su letargo no más de tres veces en toda su existencia.

Esto lo pueden hacer siempre y cuando adopten un sinfín de medidas protectoras, como gafas de sol muy negras, gorros y sombreros, ropa que les cubra el cuerpo en casi su totalidad, guantes, movimientos por zonas muy sombrías y bajo techo, y evitación radical del mediodía. La luz cenital del mediodía es letal para el vampiro.

Aun así, la resistencia a la luz que los vampiros puedan soportar es el núcleo en torno al que gravitan los más avanzados trabajos del PYP del Pentágono. Los estudios más recientes al respecto van orientados a desarrollar investigaciones tendentes a eliminar la fotofobia voltaica, que es la más desintegradora en el vampiro, y a lograr como objetivo, en términos de éxito, que un vampiro acabe sirviendo al gobierno las veinticuatro horas del día. Como un robot. Así de claro y de sencillo. Y así de estúpido, en mi opinión.

Sarah no dejó de ironizar cuando le conté estas cosas:

—¡Vaya, nuestros muchachos quieren vampiros bien despiertos! —dijo entre risas apurando uno de sus cigarrillos.

La verdad es que acabarán consiguiendo un medicamento o una vacuna contra el descenso vital (llamado indistintamente «biopib frío», «cota menos cero» o «infracero», en el lenguaje críptico del Pentágono) que la ausencia de sangre ocasiona en el vampiro, razón por la cual han de mantener su cuerpo en letargo durante las horas de luz.

La conexión entre la noche y la activación de la sangre, a un nivel científico, aún no se ha logrado descubrir. Las investigaciones han acabado en verdadero desastre. Lo único cierto es que, en el cadáver de un vampiro en letargo, del corazón, reseco y endurecido, mana sangre. Por eso Sarah prefiere la teoría de la mística o la psicoanalítica. Sea como sea, a la larga, el día es letal para los vampiros al cien por cien.

Cuando deciden estar entre los vivos a determinadas horas diurnas, llevan las protecciones a las que he aludido más arriba y se les nota siempre muy pálidos y apestosos. No es nada fácil identificarlos o distinguirlos, salvo por el olfato, pero es un sentido muy equívoco. Para empezar, hay gente que carece de olfato, incapaz de percibir tanto el mal olor como el bueno; y es un sentido muy subjetivo: no todos los olores son iguales para todas las personas.

Cuando un vampiro deambula de día por sitios a cubierto del sol, nada exterior, en ese momento, se manifiesta en él, ni siquiera sus rasgos físicos habituales. Es más, no se conocen casos, o al menos no han sido identificados por los informantes que nutren el archivo de Sarah, de ataques vampíricos diurnos. Sí, en cambio, de relaciones vampíricas habidas de día que se han completado de noche con un ataque total o parcial. En el informe de Bloch se hacía alusión a determinadas incursiones matutinas de Arnus Utz, el vampiro caníbal, pero solo para explorar el terreno y buscar víctimas que serían vampirizadas la noche de ese mismo día.

Debo repetirlo de nuevo: ¡mucho cuidado, no hay truco para eludir la arrogancia del no-muerto! Los pocos vampiros que salen de día están entre nosotros y nos rozan cercanos, se tornan de pronto inquietantes y atractivos (no se sabe por qué atraen e inquietan tanto), pero lo único que están haciendo es vigilarnos y, lo que es peor, eligiéndonos para su ataque de la noche, como quien va al mercado de la sangre fresca.