20. GENTE CASI TAN NORMAL COMO TÚ

Regresemos a nuestra época. En ciertos aspectos, los chupasangres son más normales de lo que pensamos. Son capaces, por ejemplo, de descolgar un teléfono y llamarte, como hacía Nemus con Sarah. Para empezar, denominarlos así, chupasangres, es muy frecuente en determinados ambientes nocturnos, sobre todo si son identificados en garitos y clubes de mala muerte (y nunca mejor dicho, aunque lo de «mala muerte», en este contexto, sea un chiste de humor negro no pretendido). De hecho, «chupasangre» es el término que a veces se le escapaba a Sarah cuando se relajaba delante de una copa de buen Rheingau alemán en el bar del hotel Sistina. Con ello quería dejar claro que no todo es tan gótico y sepulcral en el universo vampírico, aunque lo parezca.

A lo largo de los años, Sarah había llegado a descubrir una insólita normalidad en la existencia de los no-muertos, casi los hábitos de una «vida corriente», en especial en los vampiros solitarios como Nemus. Pero ¿acaso se puede decir que los vampiros sean gente normal que lleve una vida normal? ¿Son los vampiros, por consiguiente, seres normales como yo misma? Tan normal como tener dos cabezas y que nadie te mire, creo yo.

Sin embargo, a tenor de la experiencia de Sarah, la única respuesta era esta: «Sí». Aunque también le parecía posible dar la respuesta contraria: «No, claro que no».

—Todo depende de si entendemos por normalidad asumir en nuestra vida corriente grandes dosis de una anormalidad aceptable y lógica —dijo Sarah—. Esa es la clave con los chupasangres.

O sea, lo de las dos cabezas.

Por tanto, le volví a formular la pregunta: ¿Son gente normal que lleva una vida normal? Entonces, desde esa perspectiva, la respuesta cambió: «Normal… hasta cierto punto».

Le hice ver que siempre, en todo lo extraño y paranormal, hay un «cierto punto» que es lo más apasionante.

Luego, acerca de la normalidad, Sarah prosiguió:

—Para Nemus, por ejemplo, es normal acercarse de noche a la zona de chaperos de Via Marsala con gafas oscuras y camisetas ajustadas, haciéndose pasar por uno de ellos, pero siempre con el misterio de una timidez siniestra, hosca. Es su especialidad. Sangre joven y apetitosa. Lo hace también yendo a zonas de chicas universitarias. En ocasiones reconoce a otros vampiros por allí.

»Va hasta el lugar adonde suele ir en uno de los últimos autobuses nocturnos, en los asientos del fondo, clavando una mirada desafiante a quien se acerca hasta él a unos asientos de distancia. Tal vez esa persona que le sostiene la mirada en el autobús sea la próxima en caer.

»En todo caso, Nemus paga el billete. Incluso puede que lleve un móvil en la mano último modelo, o un reloj de pulsera llamativo, o se escude tras la portada de una revista deportiva. Todas esas cosas seguro que le habrán pertenecido hasta hace poco a una de sus recientes víctimas no convertidas, ya me entiende. El caso es que todo es tan normal como si lo hiciese un chapero de verdad, un ragazzo de los de verdad, vivos.

Por eso le insistí a Sarah en que todo lo que me había contado hasta la fecha de extraordinario estaba muy bien, pero me temía que en Factory, aparte de las elucubraciones sobre Cristo y de las variedades de hechos vampíricos, sus esferas y sus jefes, preferirían darle a los lectores otro tipo de información, del estilo de si se lavan los dientes, si quitan con facilidad el cierre de los sostenes, si eligen la ropa que van a ponerse o si pueden ser esa compañía inquietante que te mira en el vagón vacío del último metro. También si se enamoran.

—El metro, el último recorrido, el convoy sin nadie, los pasos que resuenan por los pasillos, las miradas fijas desde el otro andén, las altas horas de la noche… Todo eso es el marco perfecto para un vampiro que ha salido a cazar en la ciudad, un buen lugar para un ataque. Y muchos ataques se llevan a cabo porque la víctima siente algo que la mayoría de la gente llama amor. Pero, para ser realistas, a estas alturas casi nadie se aventura en el metro de última hora hasta la estación de Cinecittá, aquí en Roma. Han pasado cosas raras por allí. La policía está mosqueada, piensa que hay un asesino suelto. Solo yo sé que se trata de un vampiro, ya sea Nemus, ya sea otro.

Ya he dicho en otra parte de este libro que los vampiros, por regla general, no salen todas las noches de su letargo. La cosa es así: pueden pasar temporadas sin despertar, pero cuando salen siempre están muy hambrientos o sedientos. Es entonces cuando se produce ese uso compartido de nuestra normalidad, se introducen en nuestros hábitos, y adquieren mucha, muchísima vulnerabilidad; tanta como peligro tienen. Van por las calles, ven la realidad que nosotros vemos, interactúan con las cosas y con nosotros mismos, pueden incluso hacer el amor antes de mordernos, o a la vez, y siempre con la cautela de evitar ser identificado por un cazavampiros.

Sobre las singularidades de la vida cotidiana de un vampiro, no todo está en nuestra cabeza, ni el universo vampírico se basa solo en conjeturas. Sarah me demostró que existen evidencias. Llegados a este punto, tomé las siguientes notas, que pintan el grado de interacción con nuestro mundo en algunos casos, y que también podría haber llamado «Consejos de Thea Nimkin sobre costumbres de vampiros»:

Transporte. Los vampiros utilizan los medios de transporte habituales, tales como autobuses, taxis, trenes, pero obviamente jamás se suben a un avión. Tienen especial predilección por los subterráneos, como el metro, ya que la ausencia de luz solar les permite alargar sus periodos de actividad en los túneles y galerías. Se mezclan con los pasajeros. Su apariencia es la de un viajero más. En este sentido, solo suelen empezar a manifestar su naturaleza a medida que se acerca la hora de cerrar. Es cuando hay poca gente en las estaciones y los vagones van vaciándose de usuarios. En esos momentos, los rasgos identitarios del vampiro se intensifican, crecen notoriamente los colmillos y las uñas, se impregnan de su habitual olor fétido, cambia el color de sus pupilas, la presencia física se torna inmediata, alejándose y acercándose en décimas de segundo, incluso se trastoca su ingravidez (caminan por el techo y por las ventanas laterales dentro del vagón), indicios todos dirigidos a la parálisis hipnótica, por terror, de la víctima. La población de vagabundos que pernocta en el metro es la más diezmada, pero eso no transciende a la opinión pública.

Trabajo. En puestos de trabajos nocturnos o guarecidos del sol (las minas, los cines, los altos hornos, las fábricas de coches, los servicios de limpieza de los aeropuertos y estaciones, entre otros) puede haber vampiros vestidos como cualquier empleado, dispuestos a vampirizar ocasionalmente a un operario o a un técnico durante largas temporadas, sin llegar a matarlos. Un buen compañero de trabajo no está libre de ser también un buen vampiro.

Ámbito social. Hay vivos que salen con vampiros o tienen relaciones sexuales normales con ellos. Son relaciones consentidas y asumidas, con un alto riesgo de que seamos convertidos o asesinados, en especial cuando se practica el sexo con ellos. Lo más frecuente, dada la fuerza pasional y erótica de la conversión en el ataque vampírico, es que los vivos terminen, tarde o temprano, pasando al otro lado.

Nutrición. En cuanto a esto, solo la sangre sirve como nutriente, todo tipo de sangre, humana y animal, en seres vivos o en bolsas de las reservas de sangre de los hospitales. Si alguien sospecha de que su compañero, o la persona que tiene cerca, es un vampiro, no tiene más que fijarse en si alguna vez lo ha visto comer o beber algo. En caso de que no lo hayan hecho jamás en su presencia, póngalo a prueba vertiendo un poco de sangre de cualquier tipo en algún recipiente, basta con unas gotitas. A la larga el vampiro no podrá resistir la tentación de bebérsela o chuparla. ¡Pero mucho cuidado!: se le despertará entonces un apetito furibundo y necesitará saciarlo a toda costa con sangre humana; no es recomendable estar cerca de él en ese momento.

Residencia. Siempre en sótanos, en tumbas de cementerios, en galerías de alcantarillado, en cuevas de parques públicos o de jardines privados, pero también en lugares ocultos y preservados de la luz diurna que se hallen cerca de hospitales, de acuartelamientos militares, de residencias, de bares de carretera, de hoteles aislados, de casas abandonadas, de colegios mayores, de clubes de alterne. Y un largo etcétera.

Ropa. Llevan durante un tiempo la que tuvieron puesta cuando se produjo el hecho vampírico de su conversión, pero tienen una enorme facilidad para mimetizar la moda de su tiempo. Adoptan la ropa habitual de las épocas por las que sus vidas van transcurriendo. Siempre es ropa quitada a las víctimas o sustraída en las casas por las que deambulan aunque no lleguen a atacar a sus habitantes. Los vampiros pueden hacer eso: entrar en las casas sin que sus dueños se enteren de su presencia. Nunca achacarán a un vampiro la sustracción de pequeños objetos o de prendas de ropa con las que se encaprichan. Y si por un fatídico error alguien se encuentra con un vampiro en su casa, dos de cada tres veces el vampiro atacará con tal rapidez que las víctimas no llegarán a saber jamás qué les ha ocurrido. La ropa que lleva un vampiro puede ser discreta o muy llamativa, no importa; en ambos casos siempre le sentará como un guante. Hay una elegancia intrínseca en el vampiro.

Comunicaciones. Las pruebas han confirmado que utilizan los avances técnicos de su tiempo histórico para lograr sus fines. Hoy en día el teléfono fijo les permite comunicarse con las personas que eligen en «adopción», como Nemus con Sarah, pero también el móvil. Lo utilizan para llamar, pero no reciben llamadas. Nadie tiene el teléfono de un vampiro. A lo sumo, si alguien recibe una llamada de un vampiro desde un móvil, no es aconsejable dejar grabado el número y devolver la llamada. Puede que sea la última de su vida.

Mascotas. Hubo casos de vampiros que actuaban acompañados de algún animal muy querido que les hacía de mascota; el propio vampiro convertía a su mascota viva en mascota no-muerta. Es este un gesto doloroso, y repugnante también, para el vampiro, quien suele beber la sangre animal solo en caso de extrema necesidad de supervivencia. Les disgusta en grado sumo.

Urbanidad. Son descuidados y sucios, aunque solo en privado. En público son como uno más de entre nosotros. Pero ¡ojo!, solo el olor intenso y desagradable los distingue. Cuando están succionando sangre pueden llegar a ser asquerosos, brutalmente asquerosos, como los vampiros de Detroit que describí en otra parte del libro.

En suma, a la luz de todo esto concluí que llevan una vida aparentemente corriente, pero con bastantes limitaciones, las necesarias para preservar su seguridad y garantizar su subsistencia en materia de sangre. A mi juicio, pese a las insalvables diferencias, los vampiros están demasiado cerca de nosotros. En exceso.