Podría estar muchas páginas relatando las historias reales que me contó Sarah Rubin en Roma o las que leí en los informes almacenados en decenas de carpetas de ordenador y que ella me dejó consultar. Me permitió incluso pasar algunos de ellos a mi pendrive, a condición de que antes le pidiera autorización. Me lo dejó muy claro:
—Algunos son privados. Es comprensible que no todos los que me confiaron sus historias deseen que se hagan públicas. No querría tener que acusarla de robo.
Asentí, obviamente. Gracias a esa información pude conocer casos que demuestran quiénes son los verdaderos vampiros y cómo han llegado a serlo. ¿Formarían parte de esa biblia vampírica de la que Sarah me ha hablado, pero que yo no había llegado a ver? Lo más seguro es que sí.
Todo había empezado muchos años antes, cuando Sarah comenzó a mantener correspondencia y luego relación con decenas de personas que habían estado en contacto con vampiros, aunque el único vampiro que ella conoció fue Nemus. De él proviene gran parte de lo que Sarah ha estudiado acerca de la naturaleza vampírica. Sin embargo, la información que acabó llegando a su poder al cabo del tiempo, a través de algunos voluntarios de su círculo de iniciados, se tradujo en centenares de dossieres con informes. Unos con cinco páginas y otros con trescientas, esos dossieres contienen datos, historias, hechos, casos de misterioso origen y misterioso desenlace, y múltiples aportaciones para dotar de verosimilitud y certeza los sucesos relatados, ya que la mayoría de la gente sigue sin creer en la existencia de los vampiros.
Caminar con Sarah por los vericuetos de su casa de la Via dei Greci era como avanzar por un verdadero laberinto barroco. Algunas habitaciones habían sido adaptadas para contener todas las cajas etiquetadas con dossieres y cintas grabadas de las conversaciones con testigos y con vampiros, además de las miles de horas de escucha para captar voces de otros tiempos y otros lugares.
Mientras iba a su lado y ella me hablaba de casos concretos, indicándome enseguida el dossier donde se encontraba todo lo relativo a cada uno de ellos, me percaté de que aquel enorme archivo era en realidad lo que ella llamó «la biblia vampírica». Un enorme libro que se repartía por varias habitaciones. Sin embargo, más bien era el material en bruto que alimentaba esa biblia; había que pasar luego toda esa información por el filtro de la propia Sarah, de ahí su relevancia y categoría entre los vampirólogos. La suma de historias «válidas» acababa dando como resultado una especie de relato coherente del universo vampírico a través de los tiempos. En eso consistía su trabajo en muchas ocasiones, en depurar.
—¡Dios Santo, Sarah! ¿Cómo ha conseguido reunir todo esto? —exclamé maravillada.
—Hemos trabajado duro, ya lo creo —me dijo.
Ver cómo se habían generado estos informes me demostró que el círculo de relaciones de Sarah Rubin funcionaba. Pero a medida que, durante aquellos meses, fui entrando en el archivo, me di cuenta de que los casos y hechos no se remontaban a tiempos lejanos, sino que eran muy modernos, de hoy en día, y trastocaban por entero las leyendas y creencias sobre vampiros.
Aquel archivo, en el que cada día yo me demoraba más, emanaba un inquietante aroma a intemporalidad. No me es fácil expresarlo, pero allí tenía la certeza de no estar en ningún lugar ni en ningún tiempo determinados. En el archivo los testimonios y los datos se cruzaban. Así, no era extraño descubrir cómo algún vampiro de mediados del XVIII se manifestaba en una barriada militar de Estocolmo a finales del siglo XX; o que una muchacha desaparecida en el Bronx en 1955 continuaba actuando, con testigos que lo probaban, en las calles de Manhattan cincuenta años después.
Mucha de la información que Sarah tenía de primera mano provenía de Nemus, obviamente, pero otros casos estaban documentados por personas muy lejanas y extrañas a la vida de Sarah. Por otros vampiros «confesos» o por sus víctimas «consentidas».
También me sorprendió encontrar archivos del ejército de algunos países, como el de la RFA, antes de la caída del Muro, y de la URSS, concretamente de un peculiar servicio del Ministerio de Sanidad del que no he conseguido tener más información: la Unidad de Fenómenos Ilógicos, destinada, en principio, a ocuparse de la investigación científica de curaciones milagrosas, hechos paranormales y manifestaciones inexplicables. Sin duda que los actos vampíricos se les tornaron inexplicables e «ilógicos» como para incluirlos en ese servicio soviético ¡de sanidad! Sin embargo, aquellos informes militares no pasaban de ser una concatenación de situaciones asombrosas, muchas de ellas evidentemente vampíricas, vistas desde la perspectiva de una posible amenaza nacional. Como si los vampiros fuesen una plaga introducida por el enemigo capitalista.
Aquel era ciertamente el mayor archivo del mundo en la materia, y ocupaba un par de habitaciones hasta el techo. Desde los años noventa, Sarah había venido digitalizando la gran mayoría de los dossieres. La inversión para llevarlo a cabo había sido enorme, pero se sufragó con donaciones provenientes de personas que, como la propia Sarah Rubin, habían tenido y tenían aún una experiencia directa con un vampiro. Conformaban su círculo, su sociedad secreta, aunque en realidad era más privada que secreta.
—Cuando encuentras un vampiro, cambia tu vida, y no me refiero solamente a que tal vez la pierdas, sino que dedicas todos tus esfuerzos en profundizar en los vampiros y su universo. La curiosidad por aprender y por preguntar es irresistible.
Me intrigaba saber cuántas de estas personas que habían relatado su experiencia a Sarah, o que le pidieron consejo para tenerla, cuando no ayuda, habían sobrevivido, y cuántos de esos casos vampíricos tuvieron fin con la muerte definitiva del vampiro o continuaban abiertos. Pero, para mi sorpresa, Sarah me confirmó que la gran mayoría de esos casos seguían vigentes, estaban vivos «y multiplicándose». No me pareció que esa fertilidad le preocupase demasiado.
—Soy egoísta, y además soy mayor. Si el mundo del futuro es un mundo de vampiros, la verdad es que me importa un bledo. Tal vez sea un mundo más simple y más honesto, aunque también más salvaje y amoral. Pero no sé si eso me disgusta. ¿Quién quiere ya tanta corrección y tanta bondad?
—¿Quiere decir que los vampiros no son buenos?
—Oh, no, no quiero decir eso en absoluto, aunque los hay buenos y malos. Pero la bondad y la maldad siempre son subjetivas y dependen de la valoración que haga la víctima, ¿no cree? No, yo me refería a que los vampiros son, en cierto modo, superiores.
—¿Y qué pasará si crecen en número, si crecen hasta igualarse con los vivos?
—No crecen hasta ese punto, Thea. Más bien necesitan a los vivos, son su alimento. Somos su fuente de vida, su garantía. Por eso su número no crece tanto, se autorregulan, como las poblaciones de ratas, aunque son muchos más de los que pensamos. Mire, ¿puede usted comprobar que todos los que mueren cada día en el mundo son solo eso, muertos y nada más? ¿Puede demostrar que las personas que desaparecen a diario, según los periódicos, lo hacen por propia voluntad o por el crimen de un pervertido?
—No, claro que no.
—Pues le sorprendería saber qué porcentaje de vampiros proceden de ahí. Un porcentaje muy alto.
Sarah tenía razón. ¿Qué son los desaparecidos? ¿Adónde van a parar cuando desaparecen?