Después de todos esos años, Sarah Rubin había llegado a convencerse de que existía una corriente vampírica en la historia y que esa corriente no tenía nada que ver con las fantasías habituales sobre los vampiros. «Las fantasías son cosas de niños», decía. Es lo primero que aprendió en su trato con esos seres. Luego averiguó muchas verdades sobre el mundo de los vampiros que hasta entonces casi nadie conocía. Los seis libros sobre vampiros que escribió —pero que solo hizo circular entre personas muy iniciadas y que yo pude hojear y leer durante aquellos meses, siempre en su casa— giraban en torno a esa corriente que atraviesa la historia y a sus descubrimientos posteriores.
—Hay un vampirismo real, visto y palpado por mí, que cambia una y otra vez, como los animales que mudan de piel o se adaptan a los tiempos y a las circunstancias nuevas, a conveniencia, sabiduría y astucia de puros supervivientes. Hay algo heroico en el vampiro.
Gracias a las revelaciones escalonadas que a lo largo del tiempo le fue haciendo Nemus, supo de otros vampiros y, lo que era más importante, de otras personas que como ella habían sido «toleradas» por esos vampiros, habían podido acercarse a ellos y no morir. Aunque tal vez en muchos casos sirvieron de nutriente al vampiro.
La propia Sarah me revelaría un día que ella misma hizo en más de una ocasión de proveedora de la rica sustancia roja para alimentar o saciar la violenta urgencia de sangre por parte de Nemus. Dejó que le sacara sangre sin cruzar el límite. No me ocultó que en esas ocasiones, muchas durante tantos años, sintió dolor y placer. Tal vez ella era una vampira potencial en tránsito a serlo plenamente cuando la voluntad de Nemus lo quisiera, no lo sé ni lo sabré nunca. Nemus le chupaba la sangre, pero no hasta el final, no hasta matarla. Si en todos estos años no había sucedido, se debía únicamente a que él se había refrenado. Sarah, por su parte, tal como me confesó, siempre se dejó morder con el irrefrenable deseo de no despertar. Pero ahí estaba. Y parecía bien viva.
—Lo que se aprende enseguida, al entrar en el universo de los vampiros, es a huir de los estereotipos que han dejado el cine y la literatura. Eso no es más que una patraña, cuando no una blasfemia para quienes conocemos la verdad, o la interrogamos, y nos hemos jugado la vida por acercarnos al otro lado de cualquier misterio. No existe una sola realidad, créame, Thea. Llevo sesenta años, desde que era una niña, asumiendo el otro lado de la vida. Y no es la muerte lo peor, lo peor es ese estado diferente en que no se está ni vivo ni muerto, sino dominado por una fuerza pura e incontrolable que algunos alcanzan a denominar misterio.
Era obvio que Sarah se refería a la eterna y recurrente dicotomía entre ciencia y magia, algo tan viejo como la humanidad misma, porque ambos e irreconciliables extremos evolucionan en paralelo, y explican el mundo y sus fenómenos también en paralelo, alternándose en el poder y en el privilegio de poseer o administrar la verdad. Es cosa de ciclos de tiempo y de generaciones. ¿Quién podría imaginar que la naturaleza de la existencia de los vampiros era cuestión tanto de la probable ciencia como de la posible magia, es decir, de que creamos, de un modo u otro, en lo indemostrable?
—¿Sabe que el gobierno investigó el caso de Nemus?
—No —respondí—, no lo sabía.
Cuando Sarah habló del gobierno, recordé lo del Pentágono. Le hablé entonces del PYP. Ella no se inmutó. Lo desconocía y no mostró demasiado interés.
—Me refiero al gobierno italiano. Hace bastantes años ya, en la primera época de Giulio Andreotti. En una de sus muchas épocas, no me acuerdo ahora en cuál de ellas. Crearon una comisión con tres ministros, un general en jefe de los Carabinieri y tres jesuitas. ¿No es de locos? Se llamó la «Comisión Napolitano», por el parlamentario que la presidió en el Senado de la República.
He podido comprobar por mí misma que esa Comisión sigue abierta y tiene una página web. Es la siguiente: www.senato.it/commissioni/28821/chirotteri.htm. En realidad no es más que una cortina de humo, solo da información de los comisionados.
—¿Y para qué la crearon?
—Nadie lo sabe. Tal vez la CIA estaba detrás, qué más da. Puede que su dichoso programa PYP. El caso es que alguien pronunció la palabra «virus» en un reportaje muy sensacionalista sobre vampiros en Roma. Trataron de consultarme, me buscaron por todas partes, dijeron que yo vivía con vampiros y no sé cuántas estupideces más. Necesariamente desaparecí, me largué de la ciudad por esa época una buena temporada. ¡Mi equilibrio estaba en juego!
»Por desgracia, algún político tomó en serio a quien se sacó de la manga que los vampiros reales son víctimas de un virus que los convierte en seres diabólicos. Estoy segura de que Andreotti y el Vaticano pensaron que podrían frenar con seres así a los comunistas, vaya usted a saber. Y así el tema pasó de las novelas a los despachos secretos. O burocráticos, no sé qué es peor.
»No tenían ni idea ni han sacado nada en claro en todos los años que llevan con el asunto. Otras personas, entre senadores y expertos, forman ahora esa Comisión y todos sus miembros han acabado bien colocados. Observo que se les premia. Mire, el propio Napolitano, por ejemplo, está de Presidente de la República. Pero van acercándose, ya no son tan torpes, avanzan por pistas nada equivocadas. Solo le puedo decir una cosa cierta: lo que ha transcendido de sus investigaciones, al menos hasta mí, va coincidiendo, y mucho, con lo que Nemus me dijo punto por punto.