El territorio donde tiene lugar la conversión vampírica y el modo como esta se lleva a cabo lo condicionan todo y son determinantes. Así sucedió en el caso de Sarah y así me lo contó ella en su casa de la Via dei Greci.
Roma estaba agitada aquella tarde de finales de agosto de 1604, cuando el joven pintor que se esconde detrás del sobrenombre de Nemus acudió de noche al Palazzo Farnesio, bajo la lluvia torrencial de una tormenta de verano. En una esquina de la plaza, donde aún hoy desemboca el Vicolo de Gallo, uno de sus amigos, llamado Lorenzo Toppa, lo había citado para llevarlo consigo a una fiesta que ofrecía el serenissimo cardenal Odoardo Farnesio a su, a veces, rival Camillo Borghese, pronto futuro Pablo V. Toppa le había dicho que estaría Nihil, la doncella Aldobrandini a quien Nemus amaba. Obviamente le mintió.
»El cardenal Odoardo Farnesio esos días había querido provocar a la justicia del Gobernador para enfrentarse con los del partido francés, y había escondido en su palacio a un joven marinero recién fugado de la lúgubre cárcel de Tor di Nona. En realidad ese marinero era un ser extraño a ojos de todos, que provenía de Porto Ercole y que había seducido al astuto Odoardo con algún arte secreto. Pocos o ninguno habían llegado a intuir que esa seducción era la propia del vampiro y que el rastro de su pasión eran las mordeduras en la zona interior de las muñecas y en la parte de atrás del cuello, que Odoardo trataba de taparse con algunas gasas.
»Esa noche de tormenta el cardenal le llevaría carne fresca al extraño fugado. Para ello, y con vistas a anonadar al futuro papa Borghese, a quien había invitado a contemplar lo que sucedería en su Palazzo, tenía preparada una escenografía suntuosa. El embaucador Lorenzo Toppa hizo de cebo y dejó narcotizado a Nemus, conocido por su agraciado físico, en una de las estancias próximas a las cocinas.
»Una vez dormido, los criados del cardenal lo trasladaron hasta el gran salón de la quinta planta del palacio, en cuya techumbre estaban los grandes frescos de Annibale Carracci que Nemus, como un pintor ayudante más, contribuyó a crear. En medio de la estancia habían habilitado un mullido lecho de plumas de ave rodeado de velones de cera roja que daban una luz tenebrosa.
»Sobre el lecho depositaron el cuerpo desvanecido de Nemus. Lo dejaron allí abandonado. El marinero amante del Cardenal, revelado ya vampiro, entró en la sala a paso muy lento y, eludiendo toda claridad, se acercó hasta la cama y se echó sobre el cuerpo inerte de Nemus. Salvajemente, como en un acto pornográfico, lo desnudó y lo mordió en el cuello y luego en la ingle. La sangre brotaba. Los movimientos recordaban los de una violación.
»Los dos cardenales y algunos otros invitados contemplaban la escena a resguardo en una cámara secreta del palacio desde la que vieron toda la acción vampírica. Estaban horrorizados, pero también sentían cierta excitación erótica, la de la sangre que veían fluir a borbotones por la boca del vampiro, y un extraño placer.
»Cuando el vampiro acabó, visiblemente saciado y engordado, se volvió hacia el lugar oculto desde el que los ojos curiosos de los invitados de Farnesio lo habían estado observando en secreto. Todos los presentes comprobaron que, en realidad, no era el marinero fugado de Tor di Nona, sino otro pintor que durante el día, en ocasiones, se escondía bajo una máscara veneciana y se hacía llamar Merisio, lo que hizo creer a muchos que en realidad se trataba del pendenciero Michelangelo Merisi, a quien conocían como Caravaggio, protegido por los Borghese y por Del Monte. Pero todo el mundo vio que no podía ser él, y no solo porque aquella cara de ojos enrojecidos y nublados por el placer era la de otro hombre, sino porque el propio Caravaggio estaba entre los asistentes a esa fiesta bacanal.
»De nuevo solo, el cuerpo de Nemus parecía ya un cadáver. Sin embargo, se movió hasta levantarse de aquel lecho y corrió a acurrucarse entre convulsiones en una de las esquinas del salón, fuera del alcance de la impertinente mirada de los anfitriones. En ese momento era un vampiro más, ya era un no-muerto.
Al término de su relato, Sarah se encontraba exhausta. Vació toda una jarra de agua en sucesivos vasos que bebió ansiosamente. Fumó en dos caladas otro de sus largos cigarrillos.
—Por eso tenía que ser en Roma —dijo finalmente—, por eso tenía que ser aquí el encuentro.