Philip Cook fue la primera persona que me animó a escribir este libro. Mark Kober y Brenda Mó me ayudaron a pasar la travesía de su edición y me sugirieron puntos de vista que han hecho más rico el texto. Hellen Miller es la más astuta documentalista de Manhattan y su perro Royal acompañó a mi Bite (se llama así, como el de mi alter ego Thea) durante las largas horas en que las dos hundíamos nuestras caras en el ordenador.
Este libro no existiría sin Amy Gordon, que me dio la pista más importante de mi vida. Y, sin duda alguna, no sería más que una idea sin puerto si no hubiera conocido a Phyllis Leipheimer, la Sarah Rubin verdadera, la mejor y la más segura guía por el universo real de la Zona Exterior.
Por último, quiero agradecer su colaboración, por pequeña que haya sido, a las siguientes personas: Josie Straus, Eli North, Bob Donadío, Anne Edelstein, Mildred Macauley, Nat Leonard, Mary Rowantree y James Hatherly.
Y no me olvido de mis padres, Thomas y Leslie Ayers.
Y menos aún me olvido de ti, Marco. ¿Cómo podría?