—Por el amor de Dios, ¿qué pretendes? ¿Matarme a disgustos? —dijo Linda a modo de saludo antes de que pudiera quitarse el chaquetón de piel y tomar asiento en la silla de las visitas.
Jimmy la miró desde su blanca cama hospitalaria e intentó sonreír mansamente.
Habían pasado nueve días desde que recibiera los impactos y era la primera visita que recibía. Mientras él luchaba con la muerte, ella había estado aporreando las puertas del manicomio. Todo inútil. Y a ambos se les notaba.
Finalmente pudo entreabrir los rígidos labios:
—Sólo quería matar a aquel cabrón para seguir viviendo.
Los ojos de Linda se encogieron. Con aquello quería manifestar desaprobación.
—Nadie quería creerme —murmuró—. Hasta que me mataran.
Linda puso su cálida y perfumada mano sobre la boca del hombre: obró sobre ambos de manera afrodisíaca.
—El fiscal del distrito te creyó… —comenzó ella.
—¡A la mierda! —murmuró él.
—El sargento Brock te creyó…
—Linda, por favor…
—Y una mierda también, porque yo también te creí.
—¡No es cierto!
La chica sufrió un espasmo y tragó saliva con culpabilidad.
—Por el amor de Dios, ¿qué querías que hiciera una chica? ¿Por qué no me dejaste ayudarte? Pude haberle atraído a mi casa y así no habrías tenido que correr tanto riesgo.
La agitación hizo que se irguiera sobre los codos. Sintió un pinchazo en los pulmones, pero no hizo caso.
—Muñeca, ya no podía confiar en ti —aquello sonó como una queja.
De pronto, la cara de la joven pareció incendiarse.
—Bueno —admitió lentamente—, no hace falta ningún Malcolm X para darse cuenta.
—De todos modos —dijo él a la defensiva—, ya lo tenía todo planeado.
La muchacha hizo caso omiso de aquella respuesta y empujó al joven para que descansara sobre la almohada.
—No hables ahora, no tienes que darme explicaciones.
—Pero es que quiero explicártelo. Tienes derecho a saberlo. Quería matarle mientras tuviese el arma en su poder. Sin darle la menor oportunidad. Como él hizo con Luke y Sam el Gordo.
La mujer intentó manifestar su conformidad. Y su comprensión. Pero su sonrisa quedó detenida a mitad de camino. Tras su mirada había compasión, incluso emoción…
«¡Santo Dios! —pensó—. No se da cuenta de lo fácil que le habría resultado a Walker. No es más que un niño afortunado por estar vivo. Pero no importa, lo único que ahora interesa es apartar el miedo de mis ojos».
Fue entonces cuando él advirtió la mirada desaprobadora en los ojos femeninos.
—¿Qué podía hacer un hombre? —preguntó con vivacidad—. No iba a estar corriendo toda mi cochina vida.
—¡Chist! —se inclinó sobre él y cerró su boca con sus labios. Estaban calientes, húmedos y casi sin vida—. Pues le metiste el miedo en el cuerpo a esta mierda que soy yo —confesó, añadiendo en seguida—: Pero te quiero por eso.
Los ojos del joven, que era todo lo que de él podía verse, brillaron de esperanza.
—¿Seguimos juntos entonces?
La chica le miró con indignación.
—¿Estás loco? ¿Crees que voy a dejarte ahora? ¡Después de todo lo que he pasado!