Había un pasillo subterráneo que comunicaba los sótanos de todos los edificios de Peter Cooper Village.
Walker entró en la sala de calderas a tres manzanas del edificio donde estaban su casa y la de Eva, y penetró en el suyo por la escalera. Se detuvo ante la puerta trasera de la casa de Eva y pegó la oreja al panel. No oyó el menor ruido.
Utilizó la llave de Eva y descorrió el cerrojo en silencio. Giró el pomo con la izquierda sin hacer ruido. Así girado, cogió la pistola con silenciador y la sostuvo amartillada con la diestra. Abrió la puerta de golpe con la pistola por delante y penetró en el interior. Cerró la puerta con igual velocidad y tan silenciosamente como la había abierto.
Estaba oscuro como la boca del lobo y se puso a escuchar conteniendo la respiración. No oyó absolutamente nada.
Se encontraba en el pequeño lavadero de atrás. Caminó en silencio, la mano libre extendida. Pegó el oído a la puerta de la cocina y volvió a escuchar.
No creía que se hubiese ido. También dudaba de que se hubiera echado a dormir. Lo más probable es que estuviese sentada a oscuras, meditando, pensó.
Abrió la puerta sin hacer ruido y penetró en silencio en la cocina. Había otra puerta que comunicaba con la salita, que hacía las veces de comedor. Buscó rastros de luz bajo dicha puerta, pero no descubrió ninguno en toda la casa. Aquello significaba que la mujer había echado las cortinas o que apenas si entraba luz de la calle, pensó.
De nuevo pegó el oído a la puerta. Le pareció oír el ruido de una respiración. Contuvo el aliento y abandonó la escucha.
«Odio hacer esto —pensó—. Sería más fácil si pudiera matarla en la oscuridad».
Se quedó inmóvil en la oscuridad durante unos minutos, aguardando a que su sexto sentido le advirtiese de cualquier peligro. Pero no hubo nada que levantase sus sospechas.
Abrió la puerta en silencio y buscó el interruptor de la luz con la izquierda. La gran lámpara que se encontraba a un extremo del sofá se encendió antes de que su mano tocase el interruptor.
Brock estaba sentado en el sofá con su revólver reglamentario apuntándole directamente al corazón.
—Suelta la pistola, Matt —dijo con voz monótona.
Walker se quedó de piedra, como si la carne se le hubiera solidificado. Poco a poco, sus dedos fueron aflojándose en derredor de la culata de la pistola y ésta cayó sobre la alfombra con un ruido sordo. Sonrió a Brock como niño pesaroso.
—Astuto bastardo —dijo con suavidad.
—Claro —dijo Brock—. Ten cuidado o te enviaré al otro mundo.
—Llevo, además, el revólver reglamentario —dijo Walker, con una sonrisa—. ¿Lo quieres también?
—No —dijo Brock, negando con la cabeza—. No me dispararías con el revólver reglamentario.
—No estés tan seguro —dijo Walker.
—Correré el riesgo —dijo Brock, devolviendo su pistola a la sobaquera—. Siéntate.
Walker aproximó una silla de respaldo recto y se sentó a horcajadas, de cara a Brock con el respaldo por delante. Miró a éste con imperturbable sonrisa de tristeza.
—Así que Eva ha cantado —dijo.
—Claro —dijo Brock—. ¿Qué te creías? ¿Que iba a callar siempre?
—Sabía que cantaría —dijo Walker—. Pero no pensaba que lo fuera a hacer tan pronto. Creí que iba a poder arreglar las cosas antes.
—Claro —dijo Brock—. Y hacerla callar para siempre.
—Era lo único que faltaba hacer —dijo Walker—. Después nadie habría sabido nada de cierto.
—No —dijo Brock—. Yo ya lo sabía antes de que ella cantase.
Walker se le quedó mirando fijamente.
—Fue por lo que te conté —conjeturó—. Sabía que no me creerías. Pero sin Eva no habrías podido saber nada con certeza.
—No —dijo Brock—. No fue por lo que me dijiste. Tampoco me tragué tu declaración, la que le colaste al fiscal del distrito. Pero cuando me largaste el bulo en el Lindy’s ya lo sabía.
Walker manifestó cierta curiosidad.
—Astuto bastardo. ¿Cómo pudiste estar tan seguro?
—Había localizado a la prostituta; aquella con la que te acostaste aquella noche.
—¿De veras? ¿Y supiste dónde estaba durante todo este tiempo? —Walker le lanzó una mirada dañina y acusadora—. ¿Y me lo ocultaste?
—Claro. No quería que la mataras.
—¿Qué sabía ella?
—Sabía que tenías el arma. La amenazaste también a ella con matarla. ¿Dónde conseguiste la pistola? —preguntó Brock.
—La cogí del museo de Homicidios —dijo Walker—. Es la pipa con la que Cara de Niño mató a Mike el Judío.
—Así que salió de allí.
—Pensé que también podías haber deducido eso —dijo Walker. Al cabo de un rato añadió—: Tuvo que ser una noche muy mala. Me pregunto a quién más amenazaría.
—Sabremos eso más tarde —dijo Brock.
—Ya; todo saldrá a relucir en el juicio —dijo Walker, con voz dulce y tristona—. ¿Dónde encontraste a la puta?
—En el hospital de Bellevue. Le destrozaste la cara. Se la rompiste con la misma pistola. ¿Qué te pasó aquella noche?
—No lo sé. Creo que bebí demasiado.
—No —dijo Brock—. Tuvo que ser algo más.
—Quizá demasiadas mujeres también —dijo Walker.
—No, tampoco eso —dijo Brock—. ¿Estás enfermo? —preguntó.
Walker le miró durante unos momentos con los ojos en blanco.
—¿Quieres decir loco?
—No, quiero decir enfermo físicamente —dijo Brock—. Sífilis, cáncer o algo parecido.
Walker rompió a reír con risa infantil.
—No, que yo sepa, a menos que tenga sífilis cerebral.
—Podría ser —dijo Brock.
—¿Qué crees que me harán? —preguntó Walker.
—El que pegaras a las dos mujeres te dará una buena ventaja —dijo Brock—. Probablemente te internarán en el manicomio.
—Ya, creo que todos pensarán que estoy como una cabra —dijo Walker—. ¿Lo sabe Jenny?
—Aún no.
Walker suspiró profundamente.
—¿Por qué no me detuviste antes, Brock?
—Quería darte una oportunidad para deshacerte de la pistola —confesó Brock.
—¿Después de haber matado al otro? —preguntó Walker.
—No, me figuré que descartarías eso en cuanto empezaras a desconfiar de mí —dijo Brock—. Quería decirte que lo sabía sin necesidad de emplear las palabras directas. Pensaba que acabarías por darte cuenta de que yo quería que te deshicieras del arma; creía que ibas a tener el sentido común suficiente para percatarte.
—Yo pensé que estabas contra mí —dijo Walker—. No se me ocurrió que estuvieras ayudándome.
—No lo hacía por ti —dijo Brock—. Era por Jenny.
—Ibas a dejar que todo quedara impune.
—Claro —dijo Brock—. Nunca has tenido mujer e hijos. No sabes lo violento que puede resultar para ellos saber que su hermano y tío es un asesino.
—¿Tienen que saberlo? —preguntó Walker.
—Eso está ya fuera de mi jurisdicción —dijo Brock. Al cabo de un rato, preguntó—: ¿Por qué les mataste, Matt?
—No me creerías, Brock —dijo Walker—. Nadie me creerá. Pero disparé sobre el primero de manera accidental. Yo le apuntaba con la pistola y ésta se disparó. No supe hasta entonces que tenía un gatillo tan sensible. Yo me quedé más sorprendido que él. Pero supe en el momento mismo en que ocurrió que nadie me creería nunca. Así que tuve que rematarle.
—Claro, pero ¿qué ocurrió al principio de todo? —preguntó Brock.
—Creí que me habían robado el coche —admitió Walker—. Estaba borracho y había olvidado dónde lo había aparcado. Y cuando les vi pensé en el acto que habían tenido que ver en su desaparición.
—¿Sólo porque eran negros?
—Ya sabes lo que pasa cuando se está borracho.
—Claro —dijo Brock—. Pero ¿y el otro?
—Bueno, hostia, una vez hube terminado con el primero no podía detenerme —dijo Walker—. El otro me había visto y tenía que cerrarle también la boca. No me habría preocupado del tercero si no hubiera subido por aquellas escaleras ni me hubiera visto —Walker creía lo que estaba diciendo.
—Lo siento por ti —dijo Brock.
—Yo también lo siento por ti —dijo Walker.
—Claro —dijo Brock—. Va a ser duro para la familia, pero ya pasará.
—No es eso —dijo Walker—. Sino el no haberme quitado el revólver reglamentario cuando pudiste hacerlo. Soy más rápido que tú sacando la pistola.
Durante un rato lleno de silencio, ninguno de los dos se movió. Se miraban fijamente a los ojos como hipnotizados.
Walker estaba sentado con los brazos cruzados sobre el respaldo de la silla. Brock con la mano derecha en el sofá, a su costado, y la izquierda descansando en el muslo.
Brock dijo al final:
—Claro. Pero no podrás hacer nada más. Te liquidarán como a un perro.
—Lo sé —dijo Walker—. Pero una vez se ha empezado una cosa no se puede dejar a medias.
A Brock le pareció que tardaba diez mil años en llevarse la mano a la sobaquera y sacar la pistola. Vio el revólver en la mano de Walker antes de que el suyo saliera de la funda y oyó el disparo. Se sobresaltó al oír un segundo tiro, éste procedente de su propia arma. No pudo creerlo cuando vio de pronto el pequeño agujero entre los ojos azules de Walker, por donde había entrado el proyectil hasta meterse en el cerebro. Permaneció inmóvil y medio ofuscado mientras veía el cuerpo de Walker vencerse sobre el respaldo de la silla, tirar ésta y caer pesadamente en el suelo.
Se puso en pie muy despacio y miró a sus espaldas. Vio que el tiro de Walker había dado en el respaldo del sofá.
—Habría podido dispararme cinco veces seguidas —dijo con suavidad—. Pobre diablo… Ésta era su única salida.
Fue al dormitorio pesadamente y empezó a marcar un número en el teléfono.