Walker se abrió paso a empujones en el bar repleto hasta el sitio que el hombre corpulento de abrigo gris oscuro y sombrero verde le había estado guardando.
—Gracias por guardarme las espaldas, Brock —dijo.
—Olvídalo —dijo Brock.
Un camarero calvo de rostro arrugado y expresión cínica se les acercó y limpió el mostrador con una toalla húmeda.
—Whisky con agua y un bocadillo de salchichón con pan de centeno —dijo Walker.
—Ponme a mí otro poquito de lengua, Junior —dijo Brock, que se bebió lo que le quedaba en el vaso, y añadió—: Otro whisky con hielo.
Estaban en el Lindy, eran las ocho en punto y la hora del cóctel se acercaba a la de la cena. Tras ellos, al otro lado del despliegue de mesas llenas de personal, las ventanas con cortinas ocultaban el espectáculo de los apiñados peatones que se abrían paso en la acera y del denso tráfico que congestionaba Times Square. El lugar estaba lleno de periodistas que echaban una canita al aire en la cocina judía, timadores de Broadway, algún que otro gángster de Brooklyn con su séquito y un escueto muestrario de putas de cien dólares a disposición de los barrigudos ejecutivos de la industria textil, a cinco minutos al sur en taxi.
—Me quitaste de encima al jefe de policía —dijo Walker.
—Pues encantado de haberlo hecho —dijo Brock—. Pero me gustaría saber por qué. Es cuestión de hábito. Soy uno de esos curiosos hijos de puta a los que les gusta saber por qué hacen las cosas.
Walker le lanzó una mirada.
—Es por ese asunto de Schmidt & Schindler y el puerco que me acusó.
—Por supuesto —dijo Brock, enseñando la dentadura en lo que parecía una sonrisa; pero sus ojos no cambiaron de expresión—. Sin embargo, todo lo que sé de ese asunto es lo que he leído en los periódicos.
—Oh, vamos —dijo Walker.
—Claro —dijo Brock.
El camarero les sirvió los bocadillos y Brock se zampó la mitad del suyo de un bocado. Walker vació su vaso de un trago y golpeó el mostrador para que se lo llenaran otra vez. El camarero cogió la botella que había devuelto a los anaqueles y le sirvió otra ración sin interesarse en lo que hacía. Brock terminó el bocadillo de otro bocado.
—Bueno, hostia —dijo Walker a la defensiva—. Después de haber encontrado muertos a los otros morenos no puedo admitir que estuve allí, ¿no crees? ¿Qué haría el fiscal del distrito, llevando el departamento como lo lleva? Lo único que quieren es acusarnos de una cosa así a cualquiera de nosotros.
—Claro —dijo Brock, terminándose el whisky con hielo.
Walker echó una ojeada al espejo que había detrás de la barra y observó los rostros que llenaban el local.
—Es un sitio seguro —dijo Brock—. Por eso lo elegí. Nadie puede escuchar lo que dicen los demás.
—Ya sé que es seguro —dijo Walker—. Está dentro de mi ronda. Miraba a ver si veía chivatos.
—Los chivatos se largaron en cuanto me vieron —dijo Brock.
Walker engulló su whisky y golpeó la barra pidiendo otro. Cuando se lo sirvieron miró el fondo del vaso como si se tratase de una bola de cristal.
—Mi jodida suerte tuvo la culpa —dijo—. Nada más que mi jodida suerte. Cuando salí del cuchitril de aquella puta era el único tugurio por allí cerca donde se podía tomar café. Y entré sólo para que aquellos morenos me sirvieran un poco de café.
Brock apartó la mirada.
—Sabes que no te estoy preguntando nada. No tienes que sentirte obligado a darme explicaciones.
—Pero si no me importa contártelo, joder —dijo Walker—. Soy tan inocente de todo delito como un recién nacido.
—Claro —dijo Brock, contemplando los vasos que había tras la barra.
—Habría estado a la altura del teniente de no haber estado allí ese guarro de ayudante del fiscal del distrito. Así no habrá entendido nada.
—Claro. ¿Qué te hace pensar que yo lo entiendo?
—¿No es así? —preguntó Walker, con aire indefenso, mirando al otro con expresión franca y abierta.
—Bueno, adelante si quieres, pero no te estoy preguntando nada.
Walker tragó aire en silencio como si hubiera estado conteniendo la respiración.
—Naturalmente, había estado con la puta… —tenía cierto atractivo adolescente, como un colegial que confiesa una falta.
—Naturalmente —gruñó Brock.
Walker pareció picarse un momento, como si pudiera enfrentarse al sarcasmo de Brock, pero decidió dejarlo correr.
—Andaba tan borracho que ni siquiera sabía dónde estaba. Entonces, mientras daba vueltas intentando recordar dónde había dejado el coche, vi el tugurio y a los morenos trabajando, y entré para tomar un poco de café.
—Claro.
El tono de Brock hirió profundamente a Walker, pero hizo lo posible para que no se le notase. Alzó su vaso y lo vació de un trago.
Brock le miró con desaprobación.
—Si vas a estar bebiendo de ese modo será mejor que comas un poco más —le aconsejó.
Obedientemente, Walker mordisqueó su bocadillo de salchichón como si fuera veneno.
—¡Eh, Junior! —llamó Brock al camarero—. ¡Una de pescado ahumado y una de salami!
—¿Pan de centeno?
—Pan negro —empujó el vaso con un dedo—. Y otro de esto.
—Vale, jefe.
—Bueno, bueno, soy un gentil —reconoció Brock su herejía—. Me gusta el salami ¿y qué?
—Nada, jefe.
Brock lanzó un bufido. Walker parecía absorto en sus pensamientos. Esperaron en silencio hasta que el camarero les trajo el pedido. Brock cortó una rodaja de salami, la colocó sobre una rebanada de pan negro y le dio un bocado. Luego se llevó a la boca un poco de pescado.
—¿Por qué crees que te acusó el empleado? —le preguntó a Walker, con la boca llena.
—Mi perra suerte y nada más. Sólo mi jodida suerte. El bastardo me reconoció.
Brock mantenía la mirada fija en lo que tenía delante, masticando como un camello y en silencio.
Walker le lanzó otra mirada rápida, pero su seco perfil no le dijo nada.
—He estado jugando con su chavala —prosiguió—. Una morenita que se exhibe en el Big Bass Club de Harlem.
—Claro, ya entiendo —mintió Brock—. Pero él no sabía tu nombre, eso dijo al menos.
—Ni iba ella a decírselo tampoco —dijo Walker—. Pero me conocía bien. Me había visto allá en el club y sabía de qué iba la cosa.
—Claro, ya veo —mintió Brock—. Pero por lo que respecta a lo de después, estoy completamente ciego.
—Bueno, joder, me tomé el café y me fui —dijo Walker, con irritación—. Las muertes ocurrieron después. Lo del negro vestido de empleado que me manda allí a buscar a un ladrón es cierto.
—Claro —dijo Brock—. Suena tan retorcido que ha de ser verdad.
—Quizá fuera uno de los que murieron. Le reconocería si le viera, eso tenlo por seguro.
—Claro. Pero no recordabas su pinta cuando te lo preguntó el teniente Baker. ¿Cómo te explicas esto?
La mirada de Walker cambió ligeramente de dirección y el hombre tragó saliva.
—No creí que importara en aquel momento —dijo—. Además, no se me preguntó.
—Bueno, quizá no lo hiciera —tuvo que admitir Brock—. No lo recuerdo.
Walker se tranquilizó.
—Tampoco yo lo recuerdo, a decir verdad. Pero desde entonces he pensado mucho en ello. Y tal como aparece es un trabajo casero, un asunto exclusivamente de morenos.
Brock alzó la mirada.
—¿Un moreno con silenciador en la pistola? —preguntó, alzando las cejas.
—¿Por qué no? —repuso Walker—. Esa gente se moderniza. Escopetas recortadas y cócteles molotov. Lo enfoques como lo enfoques, tiene que tratarse de alguien de la parte alta de la ciudad [3]. Puede que hubiera algún lío de faldas…
—¿Con silenciador?
—Bueno, tal vez no —concedió Walker—. Cuando un moreno dispara a otro a causa de una chavala, quiere que el tiro se oiga bien fuerte. Pero puede que se tratara de otra cosa. Puede que tuviera algo que ver con algún rollo religioso; a lo mejor hizo saltar las cosas algún idiota y se lanzaron todos a la calle en plan manifestación.
—Claro —dijo Brock—. ¿A causa de los espíritus de la zona?
—Mierda, no fue ningún espíritu el que les disparó.
—Eso tenlo por seguro.
—El tipo al que buscamos está vivito y coleando. Y ha de ser un hijo de puta bien listo o de lo contrario habría dejado alguna pista.
Brock se le quedó mirando sin expresar ninguna emoción.
—Quienquiera que matase a aquellos empleados es un maníaco —dijo.
—A lo mejor —dijo Walker, aparentando pensar en ello—. Quizá no. Puede que tras aquellas muertes haya algo más gordo de lo que pensamos.
—¿Como qué?
—Bueno, puede que uno de ellos estuviera en contacto con los traficantes de heroína. Es un sitio ideal. Podían guardar allí la mercancía para distribuirla luego entre los pequeños camellos. Podía haberlo hecho uno cualquiera de ellos sin que los demás se enterasen. O puede que estuvieran todos complicados. —Walker manifestaba cierta efervescencia juvenil a medida que desarrollaba su hipótesis con entusiasmo—. Habría sido la mar de fácil. Fuera lo que fuese ese moreno sabe quién hizo los disparos. Le conoce —dijo con dramatismo—. Puedes apostar por ello. Y tiene miedo de decir su nombre. Tiene miedo de que peligre su vida si dice su nombre…
—Ya te señaló a ti —le recordó Brock con voz tranquila.
Walker hizo un aspaviento y prosiguió:
—Está tan asustado que se caga encima. Así que acusa al primero que ve. Y da la casualidad de que ése soy yo —terminó con las manos extendidas.
—Claro —dijo Brock, admirado—. Tuviste que haberte dedicado al teatro.
—¿Acaso no me crees? —preguntó Walker, con asombro sincero.
Brock le miró con curiosidad.
—Claro. Lo que pasa es que hace un rato dijiste que te acusó a causa de su chavala.
Walker se encolerizó. En sus mejillas aparecieron manchas rojas y sus ojos azules se tornaron opacos.
—¿Qué coño pasa? ¿Estás investigando el caso, por casualidad?
Brock encogió sus hombros macizos.
—Ya te dije que no quería preguntarte nada al respecto.
Walker pidió más bebida, se la tomó de un trago y se relajó.
—Mi bueno y viejo Brock. Olvídalo. Estoy quisquilloso. No se me puede culpar por ello, ¿verdad? Este asunto me ha trastornado. Ya te he dicho como fue. Apenas una coincidencia. Yo salía del cuchitril de la puta, tal como te conté, me tropecé con el negro con atuendo de empleado y cuando le detuve para interrogarle, me dijo que buscaba a la policía porque había un ladrón en el sótano.
—Recuerdo que dijiste que acababas de dejar el cuchitril de la fulana cuando te metiste en el restaurante para tomar un poco de café y que todos los empleados estaban vivos por entonces. ¿O me falla la memoria?
Walker puso cara de avergonzado.
—No te lo he contado todo —confesó—. ¿Sabes?, la puta me cepilló un par de billetes de cien y había vuelto por eso.
—Claro. Entiendo —mintió Brock—. Pero creo que dijiste no recordar dónde vivía.
—Bueno, maldita sea la leche, ¿te crees que iba a admitir cuando se suponía estaba de servicio que me había aprovechado de una tía y que además ésta me había sacado los cuartos como a un novato? Por eso fui con el negro en busca del ladrón, para conseguir una coartada por haber dejado el servicio la mitad de la noche.
—Claro. Entiendo —mintió Brock—. ¿Fue entonces cuando te robaron el coche?
—Más o menos entonces. No lo eché en falta hasta después de que descubrieran los cadáveres, y fui por él a donde lo había aparcado, en la Calle 36. Tal como le dije al teniente, si es que te acuerdas.
—Son muchas coincidencias —dijo Brock.
—¿No crees en las coincidencias? —provocó Walker.
—¿Por qué no? —concedió Brock—. Siempre aparecen en los casos de homicidio. Nosotros trabajamos con el mismo punto de vista.
—¿Qué punto de vista?
—El de las coincidencias.
Walker le lanzó una mirada rápida y desconcertada.
—Iba a preguntarte en qué andaban metidos tus hombres de Homicidios, pero si es alto secreto y todo eso…
—Ya te lo he dicho. Con las coincidencias. Y, hablando de coincidencias, como ya te he dicho antes todavía me pregunto qué quisiste que ocultara por ti esta mañana.
—Ah, eso —Walker se encogió de hombros—. He estado siguiendo al tercer moreno. Alguien tuvo que matar a los otros dos…
—Ya te dije que eso lo dieras por descontado.
—Y me figuro que quienquiera que sea va a matar al tercero para terminar lo empezado. Así que lo tengo vigilado. Más por mi bien que por el suyo. Si el asesino da la cara, le cogeré. Y si es el que yo creo, averiguaré al menos su identidad. Para aclararme yo, voy a tener que cogerle por mi cuenta.
—Claro. También tuvimos en cuenta esa perspectiva. Lo de que el asesino pueda descubrirse para acallar al tercer hombre.
—Bueno, si los de Homicidios le están siguiendo también, entonces puedo despejar el campo —dijo Walker.
—No le seguimos, si es eso lo que quieres saber —dijo Brock—. Por ahora estamos todavía en la etapa de las conjeturas —miró a Walker interrogadoramente—. ¿Le estuviste siguiendo esta mañana, cuando se fue a casa?
—Sí. Sin duda me descubrió e informó al picapleitos de Schmidt & Schindler. Supuse que me vio cuando miró por la ventana. Por eso me largué de la zona y te busqué. Pero no estabas. Te llamé entonces por teléfono. Supuse que el jefe de policía se pondría en contacto contigo.
—Veo que, además, has estado haciendo un montón de suposiciones.
—¿Qué coño pasa contigo? —exclamó Walker, con irritación—. Estoy metido en un lío. Tengo que hacer cábalas. Y todo lo que se te ocurre es burlarte.
—Quiero ayudarte —dijo Brock.
—¿Por qué no lo demuestras?
—Ya lo demuestro. Pero tengo curiosidad por saber cómo reconociste su ventana.
—Ese hijo de puta me ha acusado de ser el asesino. ¿Recuerdas? —dijo Walker, categóricamente—. Y sé todo lo que hay que saber acerca de un hijo de puta que me acusa de ser un homicida.
—Claro —dijo Brock—. Incluyendo lo de su chavala. Bueno, ¿qué quieres que haga? Cuando me telefoneaste me dijiste que tenías otro favor que pedirme.
—Quiero que encuentres a la puta de aquella madrugada para tener de este modo una coartada para la primera vez que entré en el tugurio.
—Creí haber oído que sabías dónde vivía.
—Jamás he dicho una cosa así.
Brock caviló unos momentos sobre aquello y decidió que estaba equivocado. Que no había sido aquello lo que Walker había dicho.
—¿Crees que te proporcionará una coartada la tía? —preguntó.
—Mejor será —dijo Walker.
—Claro —dijo Brock—. ¿Cómo quieres que lo haga?
—Presiona a los macarras de por allí y haz que canten. Alguno sabrá dónde se mete. Todos están enterados de que me han suspendido temporalmente la licencia y no quisiera tener que hacer daño a nadie.
—¿Por cuánto te han suspendido?
—Hasta que termine la investigación.
—Eso puede durar eternamente —dijo Brock—. Un caso de homicidio no termina hasta que el culpable no se sienta en el banquillo de los acusados.
—No tienes que contarme nada.
—Bueno, Matt, a lo mejor te sirvo de algo —dijo Brock—. También la estamos buscando a ella.
Walker alzó la mirada en un pronto.
—¿Para qué? —preguntó con suspicacia.
—Una coincidencia. También nosotros queremos proporcionarte una coartada —admitió Brock—. ¿Qué vas a darme para continuar?
Walker se esforzó por recordar.
—No mucho —confesó—. Tengo un vacío en la memoria y no sé qué pasó desde que tomamos la primera copa en el Carnival.
—¿Te puso algún narcótico?
—No. Me limité a pasar del whisky al Pernod.
—Comprendo.
—Todo lo que recuerdo de ella es que era nueva en el oficio. Demasiado fina para el jaleo que hay siempre en Times Square. Se sentía como en casa en los mejores sitios. Dijo llamarse Cathy. Rubia teñida, ojos pardos, uno sesenta y algo de estatura, de unos sesenta kilos de peso, de veintiocho a treinta años, dientes un poco saltones, molares llenos de empastes recientes, cicatriz de cesárea en el vientre…, no tenía más señales.
Brock le miró con detenimiento.
—La miraste pero que muy bien —observó con sequedad—. Será útil tu descripción si encontramos su cadáver.
—Para mí son todas como cadáveres —dijo Walker.
—Claro —dijo Brock, comentando a continuación con simplonería—: Seguramente llevó una vida decente hasta que se metió en el oficio.
—Puede —concedió Walker con indiferencia—. Sé que no era de Nueva York. Probablemente de Londres. Hablaba inglés de allá.
—¿Qué hay de su casa, de su antro, su habitación, lo que fuere?
—Recuerdo una habitación, pero creo que no era la suya. Ya sabes cómo se te arremolinan en la cabeza los tugurios de las putas al cabo de un tiempo, como un mal sueño. Es imposible recordarlos por separado.
—Un tío bragado tú, ¿eh?
—Joder, ya sabes cómo es mi ronda.
—Claro. Tienes gratis todo lo que quieras. Bueno, ¿qué quieres que haga cuando la encuentre?
—Quiero hablar con ella el primero.
—Quizá pueda arreglarlo, siempre que sea yo el que la encuentre.
—Bueno, gracias, Brock —Walker llamó al camarero y le pidió la cuenta—. ¿Cómo está Jenny? —le preguntó a Brock.
—Bien. ¿Encontraste tu coche?
—Pensé que lo sabías. Lo encontraron al día siguiente. Junto al cuartel de la Calle 34. El ladrón lo utilizó seguramente para alguna cosa y lo dejó allí.
—Un ladrón honrado, ¿eh? Lo dejó cerca de donde lo había cogido.
Walker se encogió de hombros con despreocupación.
—¿Estaba cerrado? —preguntó Brock.
—Me olvidé de preguntarlo —dijo Walker, con indiferencia. Se dio la vuelta para salir—. Saluda a Jenny de mi parte.
—Vale —Brock le miró sin expresión mientras pensaba: «Pues qué bien que seas mi cuñado». Pero se limitó a decir—: Tómatelo con calma, Matt.
Y ojo con las coincidencias —fue todo lo que pudo hacer para evitar que se le reflejase el malestar en la voz. Se acercó al camarero y le dijo: ¿Qué tienes para el dolor de tripas, Junior?