El carcelero se hizo a un lado para que pasara la mujer y luego cerró la puerta con llave.
—¡Oh, papaíto! —exclamó la joven, medio sollozando, golpeando con ritmo sus tacones en el suelo de cemento mientras corría hacia el camastro—. ¿Qué es lo que te han hecho?
—¡Cariño! —exclamó el hombre—. Muchacha, me preguntaba ya cuándo vendrías. Han pasado ya cuatro días y voy a volverme loco.
Su abrigo de pieles olía a libertad y a perfume húmedo cuando se inclinó a darle un beso. Los labios muelles y húmedos de la joven se fundieron con los resecos del muchacho y los dedos de aquélla se hundieron con ansiedad en los hombros de éste. Se apartó por fin y se le quedó mirando. Sus ojos se encontraron y los dos sintieron el hormigueo del deseo repentino.
—No hables —dijo ella—. Déjame mirarte.
—Hueles muy bien —dijo él—. Dicen que cuanto peor es una mujer, mejor huele. Tienes que ser una mujer mala, muy mala, criatura.
Se esbozó en la boca femenina una sonrisa que acabó por iluminarle todo el rostro.
—Bueno, aquí estoy —dijo ella suspirando y sentándose de lado en el catre, mirándole como si no pudiera creer que estuviera vivo. Aplastó con los pies un periódico que había caído al suelo sin que ellos lo advirtieran. De pronto se echó a reír—. Qué sospechoso, ¿eh?
El hombre rió. La luz de la mañana se colaba por la ventana con barrotes que se alzaba en el muro oriental, sacando brillo a los fundidos copos de nieve del negro sombrero de fieltro de la joven; repentinamente, unidos por el amor, se sintieron transportados a otro sitio. Un brillo rosáceo intenso coloreó la piel de tono caramelo de la joven y sus grandes ojos oscuros relucieron como luz líquida.
—Linda, eres una chica guapísima.
—Abrázame, abrázame pues.
—Tendrás que hacerlo tú todo —dijo él con tristeza.
Los firmes dedos de la chica exploraron con impaciencia el perfil del cuerpo bajo las mantas.
—¡Jimmy! —exclamó con voz aterrorizada—. ¿Dónde tienes los brazos?
El hombre sonrió mansamente.
—Me pusieron una camisa de fuerza. No les gusto porque acusé a un detective blanco de haberme disparado. Dicen que estoy loco.
El rostro de la mujer se ensombreció.
—Puercos bastardos —dijo aunque con aire insincero.
El hombre quiso mirarla a los ojos, pero ella apartó la vista.
—Tú también lo crees, ¿no?
En vez de contestar, la mujer se puso en pie y se alejó del catre. Su cuerpo de anchas espaldas y caderas estrechas, amén de pechos grandes, quedaba realzado por un jersey de cuello de cisne de casimir tostado. Echando el abrigo a los pies del catre, se inclinó con rapidez y volvió a besarle. En seguida se sentó en el borde de la cama, aunque evitando la mirada del hombre.
—De modo que por eso me han dejado verte sin vigilancia.
—¿Porque también tú crees que estoy loco?
—No seas idiota. Por la camisa de fuerza, digo.
—Ah, por eso. No puedo ver a nadie más que al fiscal del distrito y a un montón de polis.
La joven se volvió, le sonrió de nuevo, posponiendo lo que había querido decir.
—¿Estás bien?
—Dentro de lo que cabe, encerrado y sin poder moverme, tal como se dice que hay que conservar la fidelidad de una mujer.
—Señor, me volví loca cuando supe que te habían disparado —exclamó la mujer, estremeciéndose involuntariamente—. Dormía como un tronco y Sinette estuvo golpeando la puerta hasta que abrí; me dijo que te estabas muriendo en el Bellevue. Lo acababan de decir por la radio.
El hombre sonrió con cinismo.
—Supongo que el señor Desilus ya estará preocupándose por su reputación.
—Sinette estaba preocupada por ti. ¿Seguro que todo anda bien?
—No es más que una herida en la carne, la del pecho. He perdido un montón de sangre, eso es todo. Lo demás son sólo rasguños.
—Dios mío, tuvo que ser espantoso.
—Que nadie te diga nunca que no se pasa miedo cuando te disparan. No lo sabes, muchacha, no lo sabes tú.
La mujer se estremeció.
—¿Tienes frío?
—Sólo miedo —confesó ella.
—Bueno, estoy vivo.
—Hablemos de otra cosa.
—Mierda —dijo él—. Anda, bésame y verás como entras en calor.
La mujer se inclinó otra vez para besarle.
—¿Entras en calor?
Ella miró al hombre por el rabillo del ojo y se echó a reír.
—Si pudiera servirme de los brazos te estrecharía en ellos y entonces sí que se te quitaría el frío del todo —dijo él, pero sin que produjera el efecto buscado.
El rostro de la mujer volvió a nublarse.
—Papaíto, ¿por qué lo hiciste?
—¿El qué?
Cogió ella el periódico que había caído al suelo y lo abrió ante él. La primera página llevaba los siguientes titulares sensacionalistas:
EMPLEADO MALHERIDO ACUSA
A UN POLICÍA DE LA CRIMINAL
DE SER EL ASESINO DEL RESTAURANTE
El hombre miró los titulares inexpresivamente.
—Así que los periódicos han acabado por enterarse. Se van a cagar encima.
—Has vuelto loco a todo el mundo —dijo ella acusadoramente.
—Si están locos, que les den por el saco —exclamó él con irritación—. Nadie quiere creerme. Les he contado la verdad: un pasmarote borracho y cabrón mata a dos empleados y quiere matarme también a mí, y al parecer no puedo hablar del asunto porque él es blanco y ello podría perjudicar al movimiento en pro de los derechos civiles. Me han encerrado como si estuviera majara, mientras que el maníaco anda suelto. Que se cabreen si quieren. Si se vuelven locos en serio, quizá hagan algo por saber la verdad en vez de tenerme aquí con la boca cerrada.
La mujer le miró con pena y aflicción.
—Están investigando, papaíto, hacen lo que pueden…
—¿También a ti te han lavado el cerebro?
La muchacha se sintió herida.
—Créeme, Jimmy, el fiscal del distrito y el jefe de policía, todos están de tu parte.
—No tengo ninguna parte —contestó el joven, removiéndose bajo la manta como si intentara soltarse—. Lo único que tengo es un agujero donde ese maníaco me metió la bala.
—Tienen tantas ganas como tú de encontrar al asesino —prosiguió ella, procurando conservar la calma.
—Ya les dije quién era el asesino.
—Pero no tienes pruebas. Es sólo tu palabra contra la suya. No pueden abrir un juicio sin más pruebas.
—No quieren ninguna prueba.
—Él les contó otra cosa y no pueden demostrar…
—Sé lo que les contó —interrumpió él con brusquedad—. Me leyeron su declaración. Dijo que buscaba a una puta, una que había detenido en Times Square. Afirma que se le escapó y que la andaba buscando por la Calle 36… como si la fulana tuviera alas; entonces apareció de pronto un hombre de color vestido como un empleado de Schmidt & Schindler, cágate ya, otro mozo negro de Schmidt & Schindler que surge del aire y le cuenta que hay un ladrón en el sótano de la finca comercial de la esquina. Otro empleado de Schmidt & Schindler, negro. Ya había matado a dos y me había perseguido por el sótano de ese edificio; entonces, un cuarto empleado negro, al que nadie ha visto desde entonces, ni antes tampoco, aparece de pronto y le dice lo del ladrón. ¿Te crees esa mierda?
—Saben que miente, Jimmy, cariño —dijo la mujer con voz dulce—. El fiscal del distrito me dijo que…
—¿Por qué no le detienen, entonces?
—Saben que miente, pero no pueden probar que está complicado en las muertes.
—¡Y una mierda no pueden! El del camión de la basura les dijo lo que Luke le había dicho a él y a mí acerca de un detective blanco y borracho al que había enviado dentro a hablar con Sam el Gordo. Y no tenía ninguna razón para mentir. Ni siquiera trabaja para el Ayuntamiento; Schmidt & Schindler tiene contrato con una compañía de recogida de basuras privada.
—Admiten que su declaración es plausible —dijo ella—. Pero no vio al detective, no tenía más que la palabra de Luke, y Luke está muerto.
—¡Al diablo! ¿Creen acaso que había dos detectives blancos borrachos en aquella zona y a aquellas horas de la madrugada?
—Ya te he dicho, papaíto, que creen que entrara en el restaurante. Esa parte de tu declaración la creen…
—Dales las gracias por tan poca cosa.
—Pero no tienen ninguna prueba. Nadie más vio al fulano. Tanto el limpiacristales como el lechero dicen que no vieron a nadie y que no oyeron ningún tiro.
—Pues te contaron una burrada de cosas. ¿No te hablaron de sus huellas dactilares? Porque no las encontrarían, supongo. ¿Y lo de los cubos de basura? ¿Qué hay de los proyectiles que dieron en la pared? Los de balística sabrán con qué pistola fueron disparados.
—No han encontrado la pistola; ni siquiera tienen registrada la pistola con la que se hicieron los disparos.
—Y ahora dirán que no había ninguna pistola y mucho menos un asesino blanco. Supongo que añadirán que los proyectiles salieron de no se sabe qué cosa.
—Encontraron allí sus huellas —prosiguió mansamente la joven—. Pero había estado en el restaurante después que tú y los… los otros fuerais localizados; dejó sus huellas por todas partes. Quiero decir que las dejó cuando entró luego.
—¡Maldito sea! Estaba preparándose una coartada por las huellas que había dejado cuando cometió los asesinatos…
—Escucha, Jimmy, querido. Admiten que tu declaración puede ser cierta. Dicen que, de no ser así, es prueba de una imaginación vivida y lógica. Lo que creen…
—¡Sé muy bien lo que creen! Creen que estoy majara. Al menos es lo que quieren que crea todo quisque.
—No, no es así, cariño. Sé que no es verdad. He hablado con ellos, con el fiscal del distrito, el jefe de policía, los inspectores y toda la pesca. No creen de ningún modo que estés chiflado. El fiscal del distrito ha estado en contacto con Durham desde el primer día. Hizo que investigaran todo tu pasado. Ha hablado con el jefe de policía, el comisario y el presidente del North Carolina College. Sabe que te graduaste con mención honorífica. Sabe que tu hermana trabaja en el banco de la Compañía de Seguros Mutuos de Carolina del Norte… saben incluso que es la más grande compañía de seguros de todo el mundo, propiedad de los negros. Dice que es difícil que un estudiante blanco de Harvard no envidie tu limpio historial. Sabe además que viniste a Nueva York voluntariamente y que te matriculaste en la facultad de derecho de la Universidad de Columbia en vez de violentar las cosas y meterte en la Universidad blanca de Chapell Hill y causar a tu familia un montón de disgustos. Han tomado declaración incluso a tu antiguo encargado de la fábrica de Chesterfield: dice que dijo que ponía la mano en el fuego por tu palabra contra todos los detectives cié Nueva York. Lo saben todo acerca de tus estudios en Columbia, dónde has vivido y qué has hecho desde que llegaste a Nueva York. Y la Compañía Schmidt & Schindler te respalda sin vacilación. Ni por un segundo pienses que haya alguien que crea que estás loco.
—Supongo entonces que lo que me han puesto no es una camisa de fuerza. Estoy aquí tumbado con los brazos inútiles sólo porque no quiero abrazarte.
—Jimmy, cariño, escucha; quieren ayudarte. Lo sé. No es fácil engañarme. Sabes perfectamente que no acepto por las buenas lo que dicen los blancos a no ser que yo esté segura de su sinceridad. En esta ocasión no hay nada de eso. Lo que piensan es que tú se la tienes jurada y que quieres culparle mediante triquiñuelas, que tal vez hizo algo cuando entró en el restaurante por primera vez, algo que te decidió a culparle de los asesinatos…
—Piensan que yo maté a los otros, que luego me disparé a mí mismo y que quiero culparle de ello, ¿no es así? Dime: ¿no es así?
—… que él hizo algo que te ofendió de alguna manera —prosiguió la chica.
—¡Una mierda es lo que hizo! Me disparó con intención de matarme.
—Digo que piensan que si no es él el asesino, que entonces es que tú tienes algo personal contra él.
—Escucha. Cuando empezó a dispararme, ni siquiera sabía que ya había matado a Luke y Sam el Gordo. Todo lo que sabía era que aquel tío quería matarme, no tuve tiempo de pensar en nada más. Y de lo que le acusé al principio fue de querer matarme.
—También saben eso. Y esto es lo que entienden. El encargado del edificio contiguo dijo que cuando volviste en ti lo primero que hiciste fue acusarle de haberte disparado. Dijo que tú le dijiste positivamente que el detective te había disparado, y que parecías estar en tus cabales y saber con exactitud lo que estabas diciendo. Esto es lo que les desconcierta.
—¡Maldita sea! Me dispara un asesino, y cuando identifico y acuso al que me disparó se sienten desconcertados. ¿Qué mierda quieren que diga? ¿Que ni siquiera me han disparado? ¿Que me puse a correr por aquellos pasillos por deporte, que caí al suelo, se me abrió un agujero en el pecho y de él empezó a manar sangre? ¿Esto es lo que quieren que diga?
—Lo que quieren es que por ahora no digas nada públicamente. Lo único que consigues al hacer declaraciones a los periódicos es que las simpatías recaigan en el otro.
—Yo no he hecho declaraciones a ningún periódico.
—Pues dicen que tal vez sufras de manía persecutoria.
—¡Esto es la caraba! Siempre que un negro acusa a un blanco de haberle agredido, lo primero que se dice es que sufre de manía persecutoria. Como que está acusando a la estructura del poder. ¡Diablos! Habrá que añadir que fue la manía persecutoria la que cosió a balazos a Luke y a Sam el Gordo.
En el esfuerzo de razonar con él, el labio superior de la muchacha se había cubierto de sudor y sus ojos comenzaban a manifestar cansancio.
—Jimmy, papaíto, cariño, haz algo por mí —suplicó ella—. Tú sabes que jamás te pediría nada deshonesto. Si no supiera que es por tu bien…
El joven se lo vio venir y quiso evitarlo.
—Linda, criatura, tú me crees, ¿verdad?
—Por supuesto que te creo, papaíto —no obstante, él vio la duda en los ojos de la chica—. Claro que te creo. Pero no es eso… —vio también las líneas de exasperación que crecían en su frente, tensa y húmeda—. Pero ¿por qué quería él mataros a todos? ¿A ti, sobre todo? Dices que ni siquiera habías hablado con él, que ni siquiera le habías visto…
Vio, además, que la duda se convertía en incredulidad. Se sintió roto por dentro. Nadie le creía ya.
—¿Quieres que te diga por qué lo hizo? —preguntó con voz uniforme y carente de tono.
La muchacha le miró con un súbito brillo de esperanza en los ojos.
—Pues no lo sé —dijo el hombre—. Sólo sé que lo hizo.
La esperanza se desvaneció de la mirada femenina.
—No creo que lo hagas, pero me gustaría que lo hicieras —dijo ella, sin ánimos ya—. Por tu bien, papaíto.
—¿Hacer qué, Linda?
—Volverte atrás.
No esperaba que le pidiera aquello. Se sintió como si una serpiente le picara en las entrañas.
—¿Quieres decir que vaya a los periódicos y diga que no es verdad lo del detective?
—No tanto. Puedes limitarte a declarar que no quisiste decir lo que ellos entendieron. Puedes decir que el detective miente cuando dice que no estuvo en el restaurante antes de los asesinatos…
—Pero, criatura, si ya te he dicho que no he declarado nada a los periódicos. Habrán sacado la noticia por algún otro informador. Nadie salvo tú está autorizado a visitarme.
—Bueno, ahora dejarán que te vean los periodistas.
—¿Si a cambio digo que no es cierto lo que declaré?
La muchacha no respondió en seguida.
—¿Te pidieron que me sacaras esto? —la presionó—. ¿El fiscal del distrito, el jefe de policía y los demás?
—No exactamente. Se limitaron a explicar que para ellos sería más fácil coger al verdadero asesino si dejas… si dejaras de meter por medio al departamento de policía. Quiero decir si no hicieras una declaración formal, si dejaras un margen para la duda. Aunque te hubiera disparado…
—¿Aunque me hubiera disparado?
—Bueno, te disparó. Pero no sabes a ciencia cierta que fue él quien mató a Luke y Sam el Gordo.
—No, no mejor de como sé que estoy aquí tumbado.
—No lo entiendes, cariño; si le dejan suelto, puede cometer un error que le delate…
—Matarme por ejemplo.
—… de lo contrario, nunca conseguirán pruebas.
Se la quedó mirando con los ojos vacíos, incapaz de moverse. —¿Querrás hacerlo, cariño?
—No mientras sea negro.
—Vamos a tener que colaborar, cariño; ellos son nuestra última esperanza, aunque sean blancos…
—Seguiré diciendo hasta que muera —dijo el hombre— que el muy hijo de puta me disparó y mató a Luke y a Sam el Gordo.