CAPÍTULO OCHO

El teniente Baker había procurado que el ayudante del fiscal le asistiera en el interrogatorio del detective Walker y que el sargento Brock fuera a Harlem e hiciera preguntas a los parientes de las víctimas. Pero nada salió como esperaba.

Brock solicitó estar presente en el interrogatorio de Walker, ya que éste era el hermano de su mujer. El teniente no tenía conocimiento previo de esto y se sintió confundido. Pero consintió en que Brock estuviera presente.

—Hay que conservar la calma —dijo el ayudante del fiscal.

Además, Walker no había aparecido. El teniente telefoneó a su casa y, como nadie contestara, llamó a la oficina del destacamento especial donde trabajaba Walker. Pero nadie le había visto ni sabía nada de él. De manera que el teniente tuvo que emitir por radio una orden de comparecencia. Luego se sentaron a esperar.

—Resulta increíble que un detective haya matado a esos hombres —dijo el ayudante del fiscal del distrito—. ¿Qué motivos podrían haberle movido?

El teniente dio unas chupadas a su pipa y nada dijo. El ayudante del fiscal miró intencionadamente a Brock. Parecía buscar una ratificación de sus conclusiones particulares. Brock se dio cuenta de que estaba en un apuro. Pero no dejó que le arrastrasen al terreno de los prejuicios.

—Esperemos a oír lo que tenga que decirnos —dijo.

El teniente asintió aprobadoramente, de manera casi imperceptible.

—Yo creo que les mató alguien de Harlem —dijo el ayudante—. Y esto lo digo entre nosotros. En lo que toca a la ley, mi mente está abierta.

Brock se quedó mirando un espacio vacío de la pared.

Por fin, admitió el teniente:

—Podríamos escarbar ahí, es una posibilidad.

—Tal vez pertenecieran a un grupo extremista y fueron ejecutados por cualquier razón, acaso por negarse a poner una bomba en el restaurante.

Los otros dos hombres se le quedaron mirando.

—Sé que suena a estúpido —admitió—. Pero éste es un asunto lleno de estupidez.

—Eso es lo que es —asintió el teniente, con convicción.

La llegada del detective Walker les ahorró proseguir las especulaciones.

Éste llevaba puestas las mismas ropas que vistiera durante la noche. Su rostro estaba enrojecido y sus ojos aparecían rodeados de un ribete sanguinolento. Lanzó a Brock una mirada acusadora, pero asintió con sumisión y se volvió al teniente, preguntando:

—¿Quiere que hablemos aquí?

Un policía de uniforme que había entrado con Walker colocó una silla ante el escritorio del teniente.

—Siéntese, Walker —dijo el teniente.

Entró un taquígrafo con papel y pluma y tomó asiento a un extremo de la mesa. El ayudante del fiscal se sentó al otro lado, junto al teniente. Brock se mantuvo aparte.

—Díganos todo lo que recuerde de la noche pasada —le ordenó el teniente—. Y sin omitir nada.

—Sólo el jefe de policía tiene derecho a interrogarme a fondo —dijo Walker, sin perder la presencia de ánimo.

—En la mayoría de los casos —admitió el teniente—. Pero en el presente usted ha sido acusado de homicidio y esto es de nuestra incumbencia.

Walker sonrió.

—De acuerdo, teniente, nada tengo que oponer.

Se retrepó en su asiento, cerró los ojos y comenzó a hablar:

—Como saben, mi turno es de ocho a cuatro en la zona de Times Square. Tengo que contender sobre todo con prostitutas y carteristas, aunque de vez en cuando hay tiros y robos…

—¿Estaba usted en misión especial? —preguntó el ayudante.

Walker le miró y sonrió. Parecía más bien infantil.

—No exactamente —contestó—. Antiguamente se nos llamaba la brigada contra el vicio. Pero ahora somos detectives ordinarios, con base en la jefatura superior de policía.

Se detuvo para ver si el ayudante del fiscal estaba satisfecho, y el teniente le dijo:

—Prosiga.

—Anoche, poco antes de salir de servicio, fui a echar un vistazo final al Broadway Automat para ver si había allí gente buscada o prostitutas. Pero no había más que vagabundos…

—¿Cómo supo que lo eran? —pregunto el ayudante del fiscal.

Walker volvió a mirarle, pero en aquella ocasión no hubo sonrisas.

—Los vagabundos tienen pinta de vagabundos —dijo con firmeza—. ¿A qué otra cosa quiere usted que se parezcan?

—Adelante —dijo el teniente.

—Al salir vi a una fulana que corría en mi dirección; de la parte sur, de la Calle 47 —miró desafiante al ayudante del fiscal y dijo—: Supe que era una fulana porque tenía pinta de fulana.

El teniente asintió con la cabeza de manera casi imperceptible.

—Tras ella corría un tipo corpulento con abrigo oscuro y sin sombrero. Me interpuse ante ella, la detuve y me dirigí hacia el hombre. Vi entonces que éste llevaba una navaja abierta en la mano y dejé a la mujer para encararme con el individuo. Intentó eludirme y lanzarse sobre la mujer, y tuve que darle un mamporro.

—¿Le golpeó usted con la pistola? —preguntó el ayudante del fiscal. Todos se le quedaron mirando, todos preguntándose adónde quería ir a parar.

—Le aticé con las manos desnudas —dijo Walker—. Cayó al suelo y cuando busqué a la prostituta ésta doblaba por el antiguo edificio del Times, Broadway abajo, hacia la Calle 42. Supe que no la alcanzaría a pie y no podía dejar a aquel individuo allí tendido, de modo que corrí hasta la esquina de la Calle 46, cogí el coche, puse al individuo en el asiento trasero y luego fui tras la mujer.

—¿Llevaba usted un coche oficial? —preguntó el teniente.

—Coche privado; mi coche —dijo Walker.

—¿Qué clase de coche?

—Un Buick Riviera.

—Mucho coche para un detective de primera —observó el teniente.

—Mi dinero es mi dinero —replicó Walker.

—Está soltero —intervino Brock.

—Prosiga —dijo con suavidad el teniente.

—No la vi en ningún lado de la Calle 42, por lo que me dirigí Broadway abajo hasta la 34 sin ver un alma viviente. Giré en Herald Square y volví por la Sexta Avenida otra vez hasta la Calle 42…

—¿Y el detenido?

—Aún estaba inconsciente…

—¿No le preocupaba?

—No me paré a pensarlo. Quería encontrar a la puta.

—¿Por qué esa urgencia? ¿De qué estaba acusada?

—Vaya, he olvidado decirlo. El hombre dijo que ella le había robado.

El teniente asintió.

—Volví a la Quinta Avenida, siempre sin ver un alma, y bajé otra vez hacia la Calle 34…

—¿No se le ocurrió pensar que la mujer había podido meterse en una casa? —preguntó el ayudante del fiscal.

—Pude haberlo hecho —admitió Walker—. Pero no lo hice —los tres oficiales volvieron a mirarle con suspicacia—. Lo único que quería era coger a la puta ladrona. —Las manchas rojizas de sus mejillas seguían allí y sus ojos comenzaron a brillar extrañamente.

El teniente y el ayudante del fiscal le observaron con curiosidad mientras Brock apartaba la mirada con embarazo.

Un segundo después, Walker recuperaba el dominio de sí y dijo para explicar aquel arrebato:

—No me gustan los tramposos; me parecía injusto que una prostituta le robara el dinero a un mamón cuando él tenía intención de pagarle.

Los hombres de la sección de homicidios no se impresionaron ante semejante declaración, y el ayudante del fiscal estuvo muy lejos de entenderle. Pero todos las aceptaron.

—El caso es que volví por la Calle 34 en dirección a la Avenida Madison —continuó Walker—. Iba hacia el norte por ésta cuando vi a la hembra en dirección contraria y procedente de la Calle 42. Tuvo que haber visto mi coche, ya que echó a correr por la Calle 36 en dirección a la Quinta Avenida. La 36 es contradirección y no pude enfilar por ella…

—¿Por qué no? —preguntó el teniente—. No había tráfico y estaba usted en acto de servicio.

—No se me ocurrió —dijo Walker—. Me limité a aparcar en la esquina de la Avenida Madison y eché a correr tras ella. Tuve que cruzar la avenida y nada más meterme por la 36 entró ella en una casa y desapareció. Cuando llegué al portal, estaba cerrado. Busqué alguna forma de llegar a la entrada trasera, pero todas las fincas forman un bloque…

—¿No tomó usted el número de la casa? —preguntó el teniente.

—No, pero…

—¿Dónde se encuentra esa casa respecto del edificio de la esquina en que se encontró al empleado herido?

—Creo que es la segunda casa…

—¿Cree?

—Es la segunda casa —afirmó Walker.

Nadie habló durante unos segundos, pasados los cuales el teniente dijo con voz apacible:

—Prosiga.

Walker parecía estar recomponiendo sus ideas. Por fin, dijo:

—Fue entonces cuando vi al negro.

Se hizo un silencio cargado. Todos le miraban sin dejar de hacer cábalas.

—¿Qué negro? —preguntó suavemente el teniente.

Walker se encogió de hombros.

—No lo sé. Oí que había alguien tras de mí y vi que un negro se me acercaba…

—¿Hacia dónde había estado usted mirando?

—Hacia Madison. El negro se acercaba por el lado de la Quinta Avenida…

—¿Por el lado del edificio de la esquina?

—Sí. Lo primero que se me ocurrió fue que era un merodeador…

—¿Por qué? —preguntó el teniente.

—¿Por qué qué? —Walker se sentía sinceramente desconcertado.

—¿Qué le hizo pensar que era un merodeador?

—Ah, eso. Demonios, ¿qué otra cosa podía ser un negro en aquella zona?

—Hay mozos y conserjes negros, y los hay también que incluso pueden vivir allí.

—El que digo era un mozo.

Nuevamente se hizo un silencio espeso. Pero nadie lo rompió.

—Cuando fui a detenerle —continuó Walker—, dijo que si yo era policía era justamente el hombre que buscaba. Dijo que había un ladrón escondido en el sótano del edificio de la esquina. Fue entonces cuando vi que llevaba el uniforme de empleado del Schmidt & Schindler…

—¿No lo había advertido antes?

—No había habido ningún antes. Acababa de verlo —Walker pareció esperar otra pregunta.

Pero todo cuanto dijo el teniente fue:

—Prosiga, acababa de ver usted que el negro llevaba uniforme.

Walker le lanzó una mirada inquisidora, pero se sentía del todo seguro.

—Le pedí que se identificara y me enseñó una tarjeta laboral de Schmidt & Schindler —continuó—. Dijo que el ladrón había sido descubierto en el restaurante Schmidt & Schindler de la Calle 37 y que había escapado por el sótano…

—¿Qué aspecto tenía el negro? —preguntó el teniente.

—¿Qué aspecto? Pues aspecto de negro, ¿qué otro aspecto podía tener?

—¿Era alto, bajo, gordo, flaco? —preguntó el teniente con paciencia—. ¿Amarillento, achocolatado, negro? ¿Joven, viejo, de mediana edad?

—No me di cuenta, su aspecto era sólo el de un negro. No me detuve a observarlo. Si tenía que coger al ladrón no tenía mucho tiempo…

—No le habría costado tanto —dijo el teniente, con suavidad.

—Bueno, recuerdo haber visto el nombre Wilson en el carnet laboral…

—Que localicen a un empleado negro de Schmidt & Schindler llamado Wilson —dijo el teniente al taquígrafo, que garrapateaba en un extremo del escritorio. El taquígrafo iba a levantarse cuando el teniente añadió—: Ahora, no. Limítese a tomar nota. O un negro llamado Wilson disfrazado de empleado.

—Sí, señor.

—Adelante —dijo a Walker.

—Fui con el negro hasta la entrada de la finca de la Quinta Avenida. En el vestíbulo había una mujer de la limpieza fregando el suelo. Llamé. Era tan tonta que me costó hacerle saber que era policía. Fue a buscar al encargado y cuando miré a mi alrededor el negro había desaparecido.

—¿No lo buscó?

—No, porque me figuré que había vuelto al restaurante Schmidt & Schindler. Entonces llegó el ayudante del conserje con un llavero y comportándose como si sospechara de todo sólo porque el encargado acababa de llamar a la policía y yo había llegado demasiado pronto.

—¿Le dijo usted que le había conducido allí el empleado del Schmidt & Schindler?

—No le dije nada. Era un borracho cretino y habría necesitado toda la noche para hacerle entender las cosas.

El teniente cabeceó afirmativamente de manera casi imperceptible. Walker le miró con suspicacia.

—¿Habló usted con el encargado acerca de su informador?

—No me preguntó. Me limité a seguirle hasta el sótano, donde pensaban que se escondía el ladrón.

—Y en vez de un ladrón se encontró usted con otro mozo del Schmidt & Schindler —dijo de suyo el teniente—. El herido.

—Exacto.

—¿Y le acusó en la cara de haberle disparado?

—Exactamente.

—¿Cómo explica usted eso? —preguntó el ayudante del fiscal.

Walker le miró. Extendió las manos con lentitud. Su respiración se tornó suspiro.

—No lo sé —confesó—. Haría falta un psiquiatra para saberlo. Ésta es la razón por la que lo envié al Bellevue —se detuvo pensativo un momento—. Tal como me figuro, yo fui la primera persona que vio al recuperar el conocimiento y pensó que se trataba del que le había disparado. Es posible que ni siquiera pensara en ello, que la imagen del que le había disparado estuviera aún en su cabeza: él seguía viéndola y acabó por creer que estaba viendo la misma; su mente no tuvo en cuenta el tiempo. O quizá se limitara a sufrir alucinaciones. Tal vez no vio nunca al que le disparó…

—Le dispararon de frente —dijo el teniente.

—Como sea, yo no pude haberle disparado a menos que fuera dos personas. En el momento en que le disparaban yo tenía un detenido en el coche e iba tras la puta que estoy seguro que conoce; de vista, claro está.

—Encontraremos a la prostituta como sea —dijo el teniente—. Pero aún no nos ha dicho usted lo que hizo con el hombre.

—Aún no he llegado a ello.

—Muy bien, adelante pues.

—Un momento —dijo el ayudante del fiscal—. ¿Cree usted que el mozo herido deliraba?

—Por completo. El hombre que le disparó probablemente era también un negro.

—¿Puede ser entonces que el mozo negro que se topó usted en la calle, el informador, tenga todas las probabilidades de ser el autor del disparo? —sugirió el teniente.

—Todas las probabilidades —dijo Walker—. Al menos eso creo yo.

—No obstante, no se le ocurrió entonces.

—En efecto, no pensé en ello y, además, no supe lo de las muertes hasta después.

—¿Vio usted los cadáveres?

—Iba a hacerlo, pero el sargento que estaba al mando me lo impidió.

—Ya —gruñó el teniente—. Bueno, vayamos ahora a su detenido.

—Había ido al edificio contiguo al restaurante Schmidt & Schindler y había encontrado allí a los de Homicidios, por los que supe lo de los asesinatos. El sargento me advirtió acerca del dejar huellas…

—Sí, se encontraron huellas suyas en todas partes.

—Eso es lo que dijo, que las estaba dejando por todas partes. Entonces, de pronto, me acordé del coche y el detenido.

—¿Qué le hizo recordar tan de pronto?

—¿Cómo demonios voy a saberlo? Me acordé y eso es todo. Fui al cruce de la 37 con la Avenida Madison, y cuando busqué mi coche por la esquina de la Calle 36, el vehículo había desaparecido y el detenido también. Creí que me había vuelto loco y que sufría alucinaciones. Había perdido a la puta, había sido acusado de disparar a un negro desconocido, había perdido a mi detenido y mi coche…

—También había perdido usted al mozo negro que le había informado sobre el presunto ladrón —le recordó el teniente.

—Sí, también a él. Hice una llamada y denuncié el robo del coche, pueden comprobarlo si quieren…

—Le creo.

—No mencioné al detenido porque no le había tomado el nombre. Fui entonces al restaurante para preguntar por el negro que me había encontrado en la calle, o tal vez para localizarle, de estar allí. Pero estaba toda la policía interrogando al encargado del otro edificio y los de Homicidios no me dejaron entrar…

—¿Por qué no entró por el otro edificio y preguntó por nosotros?

—No se me ocurrió.

El teniente le lanzó una mirada prolongada y crítica.

—Para ser un detective de primera no parece usted tener sus ideas muy bien organizadas —dijo.

Walker dio muestras repentinas de decaimiento y se llevó las manos a la cara.

—Ha sido una noche muy dura —confesó.

«Ha bebido como un cosaco», pensó el teniente; y el sargento Brock, cuñado suyo, pensó a su vez: «Va ciego de alcohol, pero no lo aparenta».

—Muy bien —dijo el teniente, no sin amabilidad—, pásese hoy cuando quiera a echar un vistazo a los trabajadores de color del restaurante e intente localizar a su hombre; y si no lo encuentra allí, vaya a ver los cadáveres de los mozos asesinados y compruebe si es uno de ellos.

Walker se recuperó y se puso en pie.

—¿Puedo irme ya?

—Quédese en el pasillo mientras el taquígrafo pasa a limpio sus notas. Entre luego, léalo, firme y yo lo refrendaré. ¿De acuerdo?

—Luego, vete a dormir un poco —dijo Brock.

Éste y el teniente cambiaron una mirada mientras Walker salía del despacho.