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Había sangre en el suelo, un reguero que discurría entre las juntas de las piedras.

En la capilla del Ángel flotaba una nube azul grisácea de pólvora.

Claire se había ido.

Arthur se arrodilló en el lugar donde había muerto y no pudo resistir la imperiosa necesidad de sumergir las manos en el charco de sangre que había formado su herida, como haría alguien que buscara un anillo perdido en un charco enlodado.

Así era como iba a acabar.

Lo había buscado.

Había logrado el éxito donde sus antepasados habían fracasado.

Había encontrado el Grial.

¿Era más noble que el rey Arturo? ¿Que Thomas Malory? ¿Tenía un corazón más puro?

Nada de todo ello importaba.

Había encontrado algo que amaba más que el Grial. Había encontrado el amor y lo había perdido. Claire había pasado por su vida como un cometa, brillante, refulgente, y luego había desaparecido.

Había ascendido a los cielos.

Arthur iba a tener toda la vida para meditar sobre lo sucedido, para intentar encontrarle sentido. Se levantó, furioso y aturdido. Ahora solo podía pensar en que tenía que vaciar la tumba. Los cuerpos de Jeremy Harp y de Simone eran una abominación.

Se llevó el cadáver de Simone arrastrándolo por los tobillos e hizo lo mismo con el de Harp. Los dejó a ambos tumbados boca arriba, en la rotonda. Hizo dos viajes más para recoger el instrumental de Neti y la ridícula caja de plomo, en la que metió las pistolas de Simone y de Harp.

Con la respiración entrecortada y la mente algo más lúcida, recordó que aún llevaba encima la Sig.

Había disparado a dos personas.

No sabía qué le depararía la vida, pero no quería acabar como Thomas Malory, pudriéndose en una celda.

Con los faldones de su camisa limpió la pistola y luego se la puso en la mano a Simone. A continuación limpió las huellas dactilares de las otras dos armas.

Solo le quedaba por hacer una cosa más.

El ambiente cargado del edículo empezaba a despejarse. El Grial estaba donde lo había dejado, sobre el pedestal, blanco como una paloma. La tumba había recuperado la paz, volvía a ser un lugar sagrado. Pero no podía quedarse allí más tiempo. Tenía que salir de la iglesia y ocultar su rostro de las omnipresentes cámaras de vigilancia de la zona. Pensó en Barcelona, en la rueda de prensa. Tendría que esperar. No quería volver de inmediato, no sin Claire. Regresaría a Inglaterra, llevaría el Grial al Bear, lo depositaría junto al bastón de Holmes, contaría la historia al grupo y se emborracharía.

Echó un último vistazo al lugar y alargó el brazo para coger el Grial, pero tuvo que apartar la mano bruscamente para taparse los ojos.

La entrada de la cámara funeraria refulgió con un estallido de luz blanca.

Se acercó lentamente y se agachó para intentar ver el interior, incapaz de resistirse, como una polilla atraída por la luz. Con un brazo extendido delante de él, pasó bajo la cortina de mármol y avanzó hasta llegar al interior de la cámara funeraria.

Un haz de luz intensa había salido del suelo, junto al estante labrado en la roca, oscureciendo el icono de la Virgen. El resplandor era tan fuerte que le pareció que le clavaban un punzón en los ojos.

Los cerró con fuerza. Esperó un segundo para mirar de nuevo y repitió el ciclo: entreabrió los ojos y los cerró enseguida hasta que el haz de luz perdió un poco de intensidad y le permitió ver sin dolor.

Y en el haz de luz empezó a emerger una figura humana.

Arthur se dejó caer de rodillas.

La figura era borrosa y opalescente.

Poco a poco acabó materializándose y adoptó una forma más definida. Pensó en la vieja Polaroid de su padre, el lento proceso mediante el que se formaban las imágenes en el papel fotográfico.

De pronto se dio cuenta de que las palmas de sus manos se habían acercado la una a la otra, como el imán se aferra al hierro, unidas en plegaria de forma instintiva.

¿Quién era?

¿Era Cristo?

¿Nehor?

¿Claire?

No apartó los ojos del cuerpo que se estaba materializando.

En el fondo de su corazón sabía perfectamente quién quería que fuera y gritó varias veces:

—¡Por favor, Dios, por favor! ¡Por favor, Dios, por favor! —Hasta que la resurrección culminó.