37

—¿Qué hora es? —preguntó Arthur parpadeando en la oscuridad.

—Las cuatro.

—¿De la madrugada o de la tarde?

—De la tarde.

Claire ya estaba despierta y miraba fijamente el techo. Se levantó y corrió las cortinas; la luz del sol iluminó la habitación.

Arthur se tapó la cara con las sábanas y pidió un café con un gruñido.

Había una cafetera en la habitación. Claire le preparó una taza y se metió en la cama con él.

—Menuda noche —dijo Arthur.

—Sí, menuda noche —convino ella.

—Cuando nos hayamos duchado y hayamos comido un poco ya casi será la hora de ponernos manos a la obra otra vez.

Claire tomó un trago de zumo de naranja de la botella y no respondió.

—Pareces cansada —comentó Arthur—. ¿Has dormido?

—No mucho.

—¿Tienes noticias de tu familia? ¿Va todo bien?

—No sé nada.

—Entonces ¿qué te pasa? Parece que desde hace unos días te ha entrado una gran desazón.

—No conozco esa palabra.

—Estás inquieta. No eres la de siempre.

Claire recuperó su ánimo habitual con un arrebato de ira.

—¿Cómo quieres que sea yo misma? Cada día que pasamos aquí aumenta el riesgo de que nos encuentren. ¡Estuvimos a punto de morir en Modane!

Arthur dejó el café.

—Claire, fuiste tú quien propuso que viniéramos a Israel, ¿recuerdas? —replicó—. Teníamos que venir aquí para lograr la cuadratura del círculo.

—Lo sé, lo sé —admitió Claire a la vez que negaba con la cabeza—. Me parecía que era buena idea, pero me he pasado toda la noche dudando de mi decisión. Creo que me equivoqué. ¿Por qué no nos vamos ahora a Barcelona? Y luego nos largamos juntos a algún lugar bonito, una isla con playa, para conocernos mejor y con calma, sin aventuras de por medio. Solos tú y yo.

Arthur la abrazó y deslizó una mano por su muslo, hasta la espalda.

—Estás sufriendo una reacción retardada por lo que sucedió en Modane. Es normal. Ahora estamos aquí. Y vamos a acabar con esto. Una noche más. Una tumba más. Mañana nos iremos a Barcelona. Celebraremos la rueda de prensa con toda la información que tengamos. Hablaremos con las autoridades de Barcelona y Modane cuando podamos. Luego iremos a Toulouse. Y después buscaremos una isla tropical con playas de arena blanca donde podamos hacer el amor de día y bailar toda la noche. ¿Qué te parece?

—Sería maravilloso.

Arthur la besó.

—Mañana.

La iglesia del Santo Sepulcro se encontraba en el barrio cristiano de la Ciudad Vieja, junto al laberinto de calles del antiguo barrio de Muristán. Erigida en el lugar que muchos consideraban el verdadero Gólgota bíblico, en la época moderna la iglesia era administrada conjuntamente por las iglesias ortodoxa, católica romana y apostólica armenia. Neti había obtenido un permiso de visita nocturna para realizar un estudio científico del triunvirato.

Llegaron a las once de la noche y la profesora aparcó en un callejón cerca del patio de la iglesia. Cogieron el mismo instrumental que la noche anterior y entraron en la iglesia abovedada, pero no por las grandes puertas de madera de la entrada principal, sino por una puerta lateral menos conocida, utilizada por los trabajadores de mantenimiento. Neti los condujo a través de unos trasteros hasta que llegaron a la iglesia propiamente dicha, a la capilla de María Magdalena, y se detuvieron en la rotonda.

Les habían dejado unas cuantas luces incandescentes y, aunque la iluminación era tenue, Arthur quedó embelesado observando las características que convertían la iglesia del Santo Sepulcro en un templo muy distinto de todos los que había visitado hasta entonces. Bajo la ornamentada bóveda de la rotonda, rodeado por unas enormes columnas de mármol, había un edificio independiente rectangular, de proporciones modestas, con una elegante cúpula de bulbo.

—El edículo —dijo Neti—. Ahí es donde se encuentra la tumba. Y ese es nuestro destino.

Dejaron el equipo y la caja del Grial en el suelo de mármol.

Neti señaló hacia el otro extremo de la galería central, el catolicón.

—Si bajamos por ahí y subimos las escaleras, llegaremos a la capilla del Calvario, donde hay una roca con un agujero, que a su vez es el lugar en el que se cree que se puso la cruz. No tiene mucho que ver con la tumba del jardín, ¿verdad?

Arthur asintió.

—Son la noche y el día.

—Bueno, debes recordar que esto se construyó en una zona que en el año 33 d. C. debía de tener un aspecto muy parecido al del lugar donde estuvimos anoche. Este lugar ha sufrido tantos cambios en dos mil años, con la construcción de varias capillas e iglesias, que ni tan siquiera merece la pena que te molestes en usar la imaginación. Creo que por eso la gente normal siente un vínculo más estrecho con la tumba del jardín, mientras que la mayoría de los estudiosos tienden a considerar que este lugar es el auténtico.

El interior del edículo estaba a oscuras. Neti entró primero con una de las lámparas de batería, seguida de Arthur y Claire para que se orientaran un poco antes de transportar el equipo de análisis. La primera sala, la capilla del Ángel, no era mucho mayor que una cabaña de jardín de proporciones generosas. El suelo estaba formado por losas de mármol naranja, blanco y negro. En el centro había un altar de mármol cuadrado, un pedestal con un tablero de cristal que cubría una losa de piedra del tamaño de un tablero de ajedrez.

—Se cree que es una parte de la muela que empujó el ángel para sellar la tumba —dijo Neti.

Arthur miró hacia un portal que conducía a otra cámara. El pasillo abovedado, cuya entrada era de mármol color crema y estaba adornada con unos elaborados motivos que imitaban un cortinaje, era bajo, lo que obligaba a todos los visitantes a agacharse.

Neti dejó una segunda lámpara en el interior del pasillo y Arthur la siguió con la cabeza agachada hasta que pudo erguirse de nuevo al llegar a la cámara de la tumba. Esta sala era la mitad de pequeña que la anterior, y la mitad de la superficie estaba ocupada por el lecho funerario de piedra. Enfrente de este, en parte tapado por Neti, vio un icono pintado de la Virgen María que cubría un armario. Neti le contó que se podía abrir para ver una parte antigua del edículo. A la derecha, a la altura de las rodillas, había un banco de mármol sobre el que descansaba la supuesta lápida de Jesucristo. Encima del banco había un estante de mármol rojo con la colorida iconografía que representaba a las tres iglesias que administraban el templo.

—Entra, Claire —le dijo Neti—. No hay mucho espacio, pero cabemos tres personas. Les dije que no pondría ningún instrumento en la lápida, pero podemos situarlos en el suelo.

—¿Cree que este lugar es un buen candidato para ser la verdadera tumba? —preguntó Arthur.

—Bueno, creo que tiene más posibilidades que la tumba del jardín —respondió Neti—, y los católicos y los cristianos ortodoxos están convencidos de su autenticidad. La historia de este lugar se remonta al siglo IV, cuando Elena, la madre de Constantino, el primer emperador romano que aceptó el cristianismo, vino a Jerusalén a buscar la tumba. Lo que demuestra que era una mujer inteligente; quizá podríamos describirla como la primera antropóloga de la historia. Porque ¿sabes qué hizo? Le preguntó a la gente de la zona dónde creía que estaba enterrado Jesús. Eso sucedió menos de trescientos años después de la crucifixión, por lo que no es descabellado pensar que los habitantes de la zona tuvieran una idea bastante aproximada. Y le dijeron «Ahí», entre las ruinas de uno de los antiguos templos de Adriano que se habían erigido en el Gólgota, pero que no hacía mucho se había derruido para construir una nueva iglesia en honor a Constantino. Y es donde se dice que encontró restos de la verdadera cruz, la piedra del Calvario y esta tumba.

—Pero esto se encuentra en el interior de las murallas de la ciudad —dijo Claire.

—Ahora sí. En el 33 d. C. esta zona se hallaba fuera de las murallas de la Ciudad Vieja.

Arthur miró a su alrededor.

—Lo siento, pero esto solo parece una tumba rupestre.

—No lo es —dijo Neti—. Ten en cuenta que el edículo se ha construido y reformado cuatro veces a lo largo de los siglos, y que la iglesia también ha sufrido una serie de cambios drásticos. El lugar en el que nos encontramos es del siglo XIX. El edículo es como una matrioska, un edificio en el interior de otro. La verdadera tumba debe de estar bajo nosotros, pero tendría que producirse literalmente un terremoto para que las autoridades eclesiásticas permitieran que se llevara a cabo algún tipo de exploración arqueológica moderna. Bueno, pongámonos manos a la obra, ¿de acuerdo?

Arthur y Claire hicieron varios viajes hasta la rotonda para trasladar el equipo y lo dispusieron en la sala de la tumba y la anterior. Claire se mostraba muy taciturna. Seguía sin ser la de siempre.

—¿Estás bien? —le preguntó Arthur.

—Solo un poco cansada.

—Recuerda, mañana.

—Lo recuerdo.

Neti estaba sentada en la capilla del Ángel, frente a un portátil, comprobando las conexiones. Miró a su alrededor.

—¿Dónde está el Grial? —preguntó.

—En la rotonda —respondió Arthur—. ¿Lo dejo allí?

—Puedes traerlo, no pasa nada.

Se fue y regresó con la caja de plomo.

—¿Dónde lo pongo?

—En el altar de la muela. No me dijeron que no pudiera poner nada ahí. Además, está cubierto con el tablero de cristal, que tampoco debe de estar muy limpio porque los turistas lo besan a diario.

Arthur dejó la caja con cuidado en el altar y se sentó en el suelo de mármol, junto a Claire. Levantó la mirada hacia el conducto de ventilación y los quince quinqués colgantes. Se preguntó qué aspecto debería de tener el lugar si estuvieran todos encendidos y las lámparas de batería apagadas.

Le habría gustado ver lo guapa que estaría Claire bajo aquel bello resplandor.

De repente la iluminación de la capilla aumentó ligeramente de intensidad. Al principio creyó que era fruto de su imaginación, pero vio que Claire y Neti también se habían dado cuenta.

Los tres se pusieron de pie cuando descubrieron el origen de esa fuente de luz.

Era el Grial.

Una luz brillante se filtraba a través del sellado de la tapa de plomo.

A Neti le cambió la cara. Parecía más joven, más agresiva.

—¡Ábrela! —gritó—. Ve y abre la caja.

Arthur se dirigió al altar con paso vacilante y descorrió los dos cierres. La tapa se abrió un poco y la luz se volvió aún más intensa.

—¡Del todo! Levanta la tapa —dijo Neti.

Arthur tragó saliva y alzó la tapa hasta abrir la caja por completo. Una luz resplandeciente iluminó la sala, como si brillara un sol radiante.

El Grial refulgía como un faro. Había cambiado de color: en lugar de negro azabache era blanco como la nieve.

Claire se acercó.

—Dios mío —murmuró.

Arthur estaba demasiado asustado para tocarlo, tenía miedo de que quemara, pero cuando comprobó que no desprendía un calor intenso, acercó la mano hasta acariciarlo con la yema de los dedos. Tenía la misma temperatura que antes.

—Está sucediendo —dijo Neti a su espalda.

Arthur supuso que hablaba con ellos, pero se equivocaba. Estaba hablando al micrófono del ordenador portátil.

—¿Qué está sucediendo? —preguntó Arthur.

—Ya lo verás.

La expresión de pánico de Claire era tal que se la contagió a Arthur.

—¿Sabes qué está pasando, Claire?

—Arthur, yo…

No pudo acabar la frase.

Un hombre joven de pelo negro irrumpió en la capilla con una pistola.

Entonces entró otro hombre, caminando más despacio, más seguro de sí mismo, también armado con una pistola.

Arthur lo conocía.

Era Jeremy Harp.

No tuvo tiempo de pensar, y menos aún de actuar. Se quedó paralizado y notó que Claire se ponía muy tensa.

Harp se regaló la vista con el Grial.

—Dámelo, Malory —ordenó.

Arthur lo fulminó con la mirada.

Neti repitió la orden.

—Te ha dicho que se lo des.

Arthur miró a Neti con desdén.

«Es uno de ellos», pensó.

—Pues dámelo tú, Claire, vamos —dijo Harp, que apuntó con la pistola a la cabeza de Arthur—. ¿Quieres que lo mate aquí y ahora?

Arthur estaba aturdido, desorientado.

—¿Cómo sabe tu nombre?

—Hablo en serio, Claire —insistió Harp.

Claire introdujo las manos en la caja y cogió el cuenco. Se lo entregó a Harp, que se guardó la pistola en el bolsillo para poder sujetar el Grial con sus pequeñas y suaves manos.

Claire retrocedió y regresó junto a Arthur. Ambos se encontraban a un lado del altar de la muela. Neti y los dos hombres estaban al otro lado.

—Después de tantos años… —dijo Harp.

—Después de tantos siglos —le corrigió Neti.

—¿Sabes, Malory? —prosiguió Harp—. Uno de los motivos por los que he tenido éxito en los negocios ha sido porque he sabido elegir y apoyar a la gente adecuada para el trabajo adecuado. Yo te he apoyado sin reservas y tú me has ofrecido los resultados que quería.

Simone apuntaba con la pistola a Arthur.

—Claire también ha hecho un buen trabajo —dijo, y le dirigió una sonrisa a Claire—. Te he echado de menos.

Ella hizo una mueca y se negó a responder.

—Tienes razón, Simone —convino Harp—. Claire lo ha hecho muy bien, aunque nos costó un poco convencerla.

Arthur ignoró a los demás y centró toda su atención en Claire. Se volvió hacia ella y la obligó a mirarlo.

—Eres una de ellos.

A Claire le temblaban los labios y se le pusieron los ojos rojos.

—Sentía curiosidad, por supuesto, y fue un honor que me invitaran a formar parte del grupo. Neti era mi mentora; Simone, mi amigo; bueno, mi amante. Los demás miembros son algunos de los físicos más importantes de la actualidad. Me proporcionaron información sobre el Grial que se remontaba más de dos mil años atrás, que había pasado de alquimistas a químicos y luego a físicos. Todos somos racionales. No creemos en la magia, no creemos en cuestiones místicas. Creemos en la ciencia y sabíamos que el Grial debía tener por fuerza unas propiedades que no eran de la Tierra, sino del cosmos. Desde que se descubrió la materia oscura, creíamos que el Grial podía estar hecho de ella.

—Y ahora sabemos que es así —dijo Harp.

—Es mi especialidad, mi pasión —explicó Claire—. Quería formar parte del grupo de gente que buscaba el Grial. Pero yo…

—¿Tú qué? —preguntó Arthur con un deje de tristeza.

—Empezó a tener dudas —aclaró Harp—. A mostrarse reticente. Por eso tuvimos que meterla en vereda.

—Decidí parar cuando mataron a Tony. Era una locura. Y me enamoré…

Simone se puso rojo.

—Basta, Claire, no sigas —la interrumpió Arthur.

—De acuerdo, pero es cierto. Y luego amenazaron a mi familia. Alguien los vigila desde fuera de su casa. Me dijeron que los matarían. No sabía qué hacer.

—Tu padre no está enfermo.

—No.

—Otra mentira —dijo Arthur—. Como cuando me dijiste que pusiera el Grial en esta caja. El plomo no aísla estas partículas, ¿verdad?

—No.

—No tenía sentido, pero como lo decías tú, ¿por qué iba a dudar? ¿Y estos instrumentos? No sirven de nada, ¿verdad?

Neti lanzó una risa burlona.

—Son detectores de rayos gamma. No tienen nada que ver con este ejercicio.

—¿De qué ejercicio hablas? —preguntó Arthur, hecho una furia.

Harp respondió sin dejar de mirar el cuenco blanco que refulgía entre sus manos.

—Nuestra historia oral se remonta a la época de Cristo. Un gran alquimista llamado Nehor encontró la piedra del Grial. Seguramente se trataba de un meteorito único, y le dio esta forma de cuenco. Descubrió que funcionaba como portal. Hoy en día hablamos del multiverso, pero eso es algo que ya comprobaremos. Jesús bebió del cuenco, la materia oscura se introdujo en su cuerpo, y lo demás es historia. ¿Fue al cielo? ¿A un universo paralelo? ¿Son lo mismo? ¿Ves esta fusión de ciencia y teología? Se dice que Nehor hizo lo mismo que Jesús, beber del Grial, en el interior de la tumba de Jesús o muy cerca de ella. También se dice que ordenó a uno de sus discípulos que lo matara, pero que alguien robó el Grial antes de que pudiera ser resucitado. Durante dos mil años los Khem hemos buscado el Grial. Nuestro objetivo era devolverlo al lugar exacto donde murió Nehor.

—No sabemos cómo funciona la extradimensionalidad —dijo Neti—, pero, según cuenta la tradición oral, Nehor debía regresar al mismo lugar en el que murió.

Harp asintió con su rostro de mejillas flácidas.

—De modo que el primer objetivo consistía en encontrar el Grial, y el segundo, en encontrar la tumba correcta. Fíjate en la reacción de la piedra. Hemos dado con el lugar adecuado. No creo que tengamos que esperar demasiado para presenciar la resurrección de Nehor, la segunda gran resurrección de la historia.

—¿Y qué sucederá si ese tal Nehor se materializa? —preguntó Arthur con desdén.

—¡Será el albor de una nueva era, eso es lo que sucederá! —dijo Harp—. Se acabaron las tonterías y las supersticiones, y comenzará una cultura racional basada en la ciencia. Los Khem serán aprendices y maestros al mismo tiempo. Presentaremos a Nehor al mundo y dejaremos que sea él quien cuente su increíble historia. Confiamos en que será un hombre sabio, elocuente y motivo de inspiración para los demás. Seremos los guardianes del Grial, los líderes de una nueva cienciocracia, los que beberán del Grial y, sí, lograremos la inmortalidad. Tengo muchas ganas de ver lo que hay más allá de este mundo.

Arthur negó con la cabeza.

—¿Y si es Jesucristo el que regresa?

—Ya hemos hablado de ello. —Harp sonreía—. No tenemos una opinión unánime, pero sí un plan de trabajo. Los demás miembros de los Khem se encuentran en un lugar cercano, listos para reaccionar ante cualquier eventualidad.

—¿Tienes idea de lo ridículo que suena todo lo que has dicho? —preguntó Arthur—. ¿Un plan de trabajo? Esto no es una reunión del equipo de un proyecto de un laboratorio o una empresa. ¡Estamos hablando del cristianismo! Eres realmente un hombre patético. Y un asesino vulgar y repugnante.

Harp apretó los labios y, haciendo un mohín, le tendió el cuenco a Neti.

—¿Puedes sostenerlo, por favor?

La profesora lo cogió.

Harp sacó la pistola del bolsillo y apuntó a Arthur.

—Nunca he matado a un hombre con mis propias manos, Malory, pero este es un buen sitio para empezar.

Mientras el dedo seboso de Harp se enroscaba en torno al gatillo, Claire se interpuso entre Arthur y el altar.

La bala le dio en el pecho.

Arthur la agarró y ambos cayeron al suelo.

Presa de la desesperación, se metió la mano en el bolsillo delantero para coger la pistola de Hengst. Sintió la empuñadura áspera y tiró con tanta fuerza que desgarró el bolsillo. La base del altar debió de hacer de escudo, porque aunque oyó otro disparo, esta vez de Simone, las únicas consecuencias fueron un tremendo estruendo y una lluvia de esquirlas de mármol.

Arthur se agachó y solo vio piernas. Disparó a bocajarro hasta que Harp y Simone cayeron junto al altar, gritando de dolor, convertidos en un objetivo más grande y fácil para el resto de sus balas.

Neti profirió un grito de pánico. No la había tocado ninguna bala, ni siquiera el mármol, pero dejó caer el Grial sobre el cuerpo de Harp y huyó del edículo, aterrorizada.

A Arthur le zumbaban los oídos y no sabía si se había quedado sordo o si todos guardaban silencio.

Se arrastró por el suelo hasta Harp y Simone. Las heridas eran horribles; ya no eran ninguna amenaza.

Claire estaba viva.

Se acercó hasta ella y le acunó la cabeza. Tenía la camisa empapada de sangre.

—Tengo que ir a buscar ayuda —dijo con desesperación.

—No, no me dejes.

—Tengo que llamar a una ambulancia.

—Es demasiado tarde, Arthur. Voy a morir. Lo sé.

Le tapó la mano con la herida y presionó con fuerza, en un intento vano de hacer algo.

—Lo siento, Arthur. Te quería.

—¡No puedo perderte!

Miró a su alrededor y vio el Grial.

—Aguanta, por favor —dijo, y apoyó su cabeza con suavidad en el suelo.

Tenía una botella de agua en la mochila. Echó un poco en el Grial y se lo acercó.

—Tienes que beber esto. ¿Puedes?

Le levantó la cabeza con una mano y le acercó el Grial con la otra.

Claire tomó un trago, tosió y paró.

—Más, por favor.

Se la acabó, miró a Arthur por última vez y murió.

Arthur dejó el Grial en el suelo, la abrazó y la sentó en su regazo. No iba a dejarla marchar. Aún estaba caliente, su piel aún conservaba el tono rosado, aún era hermosa.

Cerró los ojos y sintió que las lágrimas lograban abrirse paso entre sus párpados cerrados con fuerza.

Rezó y la acunó.

Sentía un dolor abrumador, como si le hubiera estallado una bomba en el pecho.

De pronto un fogonazo de luz lo cegó a pesar de tener los ojos cerrados.

Claire se había vuelto ingrávida.

Arthur solo sentía el tacto de la tela, nada más.

Abrió los ojos y se puso en pie lentamente, sujetando tan solo su ropa ensangrentada.

Se había ido.