35

La pregunta sorprendió a Arthur.

—Sí, he oído hablar de los Khem —respondió.

—¿Qué sabes de ellos? —insistió Neti.

—Solo que un pariente lejano mío, Thomas Malory, el autor de La muerte de Arturo, dejó escrito que había sufrido la persecución de unos hombres que se hacían llamar los Qem en torno al año 1400. Estaba buscando el Grial y creía que lo seguían.

Neti lanzó un fuerte suspiro y se sentó de nuevo en la cama.

—Cuando era joven y presenté a mi futuro marido a mi padre, recuerdo que escuché con atención la charla que mantuvieron para conocerse un poco. A mi padre no le interesaba demasiado la arqueología, la consideraba una ciencia muy menor, pero cuando descubrió que Ari estaba estudiando cuestiones relacionadas con Jesús de Nazaret y la ocupación romana de Judea, la charla giró en torno al Santo Grial. Al parecer, cuando mi padre era estudiante conoció a un físico en la Unión Soviética. Dijo que este físico, cuyo nombre no recuerdo, tenía gran interés en el Grial. También nos explicó que había oído que ese hombre era miembro de un grupo secreto que se hacía llamar los Khem. Eran todos físicos y buscaban el Grial. Y, a juzgar por la descripción de mi padre, aquel tipo era un mal hombre y los Khem eran una asociación maligna.

Arthur se puso nervioso. Jeremy Harp era físico. Y el ex de Claire, Simone, también.

—¿Llegó a explicaros por qué querían el Grial? —preguntó.

—Se referían a él como la Piedra de la Resurrección. Es todo lo que sé, pero ese nombre sugiere todo tipo de posibilidades en cuanto a su motivación.

—Dios, resurrección… —musitó Arthur, aturdido, y se sorprendió de lo irónico de la yuxtaposición de ambas palabras.

—Bueno, mira, Arthur —añadió Neti—, si estos Khem ya existían en 1400, como has dicho, y también en 1950, como dijo mi padre, es probable que hayan sobrevivido hasta hoy. Debéis tener mucho cuidado. Claire es mi princesita. Quiero que la protejas.

—Lo haré.

—Cuando acabe la clase haré algunas llamadas. Conozco bien a todos los grupos que controlan las supuestas tumbas de Jesús y moveré todos los hilos para que nos permitan visitarlas después de la hora del cierre, a ser posible esta misma noche.

—¿Cuántos lugares hay?

—Serios, solo dos, los únicos en los que tienen algún tipo de confianza los académicos de verdad, incluido mi marido: la tumba del jardín y la iglesia del Santo Sepulcro. Existen otros yacimientos en Jerusalén o cerca de la ciudad que algunas personas consideran auténticos; incluso hay quien defiende ciertos yacimientos de India e incluso de Japón, por mucho que cueste creerlo. Pero, como te he dicho, solo existen dos candidatos serios. De modo que voy a ponerme manos a la obra para obtener los permisos y empezaré a preparar los instrumentos portátiles. ¿De acuerdo?

Arthur y Claire asintieron.

—Hasta entonces, creo que deberíais quedaros en el hotel para no correr riesgos.

—Es un buen consejo —admitió Arthur.

—Y si esta noche vamos a examinar alguna tumba, llevad el Grial con vosotros. No lo dejéis en la habitación. Ni siquiera en la caja fuerte, si es que cabe. No es tan difícil forzar la puerta de una habitación de hotel. No le confiaría algo tan valioso a nadie.

—¿No podría interferir con las mediciones? —preguntó Arthur.

—Me encanta que sea tan listo —dijo Neti cogiendo a Claire del brazo—. Llevaré una caja especial recubierta de plomo para proteger mi instrumental.

La tumba del jardín se encontraba en la parte este de Jerusalén, frente a los muros de la Ciudad Vieja y de la puerta de Damasco. Neti fue a recogerlos al hotel con su coche y, fiel a su palabra, llevaba una caja de plomo para el Grial en el asiento trasero. Arthur dejó que Claire se sentara delante, metió la mochila con el Grial en el interior de la caja y la cerró. Eran las diez de la noche, hacía tanto calor que iban en manga corta y las calles estaban desiertas. Llegaron a su destino al cabo de unos minutos y Neti aparcó el coche en un lugar reservado para los propietarios de la tumba, una organización benéfica protestante con sede en el Reino Unido. Arthur descargó el pesado instrumental de Neti del maletero y lo transportó casi todo él solo. Claire cogió la caja del Grial y la profesora les indicó el camino con una linterna y un juego de llaves para abrir la puerta de hierro que daba acceso al complejo amurallado.

Una vez dentro, Arthur descubrió que el jardín era un oasis de tranquilidad en aquella bulliciosa ciudad. El aroma de los lirios y el agradable susurro de los árboles lo invadían todo. En la oscuridad no pudo distinguir el afloramiento de roca que sobresalía por encima del jardín, que destacaba por una formación que se parecía mucho a una calavera humana. Fue esta escultura natural medio sepultada en la tierra la que llevó a Charles Gordon, un general británico que estaba de visita en Jerusalén en 1883, a explorar el lugar, porque en los evangelios (Juan 19, 17) se decía de Jesús y la crucifixión: «Y llevando su cruz, salió al lugar que se llama de la Calavera, y en hebreo, Gólgota».

A los pies del muro, Gordon encontró una antigua tumba rupestre con una pequeña entrada y un canal en la base, que dedujo que debía de haber sido para la muela que cubrió la tumba de Jesús. En lo que respectaba a Gordon, todo encajaba con la imagen bíblica y esta era la verdadera tumba de Jesús, ya que Juan 19, 41-42 decía: «Y en aquel lugar donde había sido crucificado, había un huerto; y en el huerto, un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto ninguno. Allí, pues, pusieron a Jesús».

Gordon creó la sociedad que a día de hoy seguía siendo la propietaria de la tumba, y desde entonces los arqueólogos e historiadores bíblicos habían estudiado con avidez el lugar y debatido acerca de su autenticidad.

Se encontraban ante la pared de piedra labrada de la tumba que Neti iluminaba con la linterna. Había una puerta alta que conducía a la llamada sala de los llantos que, según les dijo Neti, se había ampliado en épocas recientes; la puerta original era tan solo un tercio de la actual, más acorde con las descripciones bíblicas que decían que Juan y María Magdalena tuvieron que agacharse para mirar en el interior. A la derecha de la puerta había una nephesh, o ventana del alma, a través de la cual, según la tradición judía, abandonaba la tumba el espíritu del fallecido a partir del tercer día.

Neti entró en primer lugar y encendió una lámpara de batería que iluminó la sala de los llantos con su luz deslumbrante. Era pequeña, pero lo bastante grande para que las mujeres descritas en la Biblia hubieran rezado y llorado junto al cuerpo de Jesús. Al otro lado de un portal bajo y de un único peldaño de piedra había cuatro cámaras funerarias diminutas, incluida la más larga, situada en el extremo nordeste, donde se dice que yació Jesús.

Arthur se agachó para entrar y admiró la descarnada sencillez de la cámara funeraria: un banco labrado a mano en una cámara labrada a mano, un lugar para honrar a los muertos, un lugar que podría haber satisfecho las necesidades del alma más venerada de toda la historia. Neti puso fin a su estado de ensoñación.

—Bueno —dijo la profesora—, no sé si este es el lugar, pero eso es lo que hemos venido a averiguar. Quiero poner un detector aquí, en el posible nicho de Jesús, y otro en la sala de los llantos. Ayudadme a desempaquetarlo todo y a conectar el equipo al portátil.

—¿Dónde dejo el Grial? —preguntó Arthur.

—Donde quieras. La caja de plomo lo mantiene aislado. Puedes dejarlo en la cámara funeraria.

Los instrumentos eran una serie de cajas electrónicas equipadas con detectores que Neti dispuso sobre unos pequeños trípodes. Mientras instalaban el equipo, Arthur preguntó cómo funcionaba y la profesora le soltó un largo y denso discurso sobre láminas de germanio, electrodos de paladio, campos de iones y elementos similares. Al final Arthur puso los ojos en blanco en un momento en que Neti estaba de espaldas y Claire le lanzó una sonrisa y siguió tecleando en el ordenador. Al cabo de poco la profesora anunció que ya estaban listos y asumió el control del ordenador portátil, instalado en la sala de los llantos sobre una pequeña mesa plegable con una silla, también plegable, delante.

—¿Cuánto tardaremos en saber algo? —preguntó Arthur.

—¿Por qué? ¿Tienes que ir a algún lado? —replicó Neti.

—En principio depende de la cantidad de neutralinos y neutrinos —dijo Claire—. Quizá obtengamos resultados inmediatos o quizá pasen varias horas; eso suponiendo que encontremos algo, claro.

Arthur estaba preocupado por Claire, que parecía apática y desganada. Sin embargo, no le faltaban motivos: el estrés, la falta de sueño, el puñetazo que había recibido, su padre. En el hotel le había preguntado si estaba preocupada por su padre y ella le había respondido que sí. En cuanto dieran la rueda de prensa en Barcelona, le prometió que la llevaría a Toulouse para que pudiera estar con su familia.

Habían llevado unas cuantas botellas de agua. Arthur tomó un sorbo y le ofreció la botella a Claire, que bebió con avidez y se secó los labios con la mano.

Pasó media hora, una hora. Arthur sabía que estaban esperando a que aparecieran puntos rojos o verdes en el gráfico del ordenador, pero no sucedió nada. Se situó detrás de Neti mientras Claire permanecía en cuclillas en la cámara funeraria.

—¿Son fiables las pruebas de que esta es la tumba auténtica? —le preguntó a Neti tras guardar silencio durante un buen rato.

—Bueno, en primer lugar el yacimiento se encuentra fuera de los muros de la Ciudad Vieja, que es donde se celebraban las ejecuciones y los entierros en esa época. La forma de calavera de la colina convierte este lugar en un buen candidato para ser el Gólgota de la Biblia, y hay muchas pruebas de que esta cantera fue un campo de ejecución romano, cerca de la puerta de la ciudad y cerca de la carretera principal del norte. Se considera que habría sido un buen lugar para que la gente que lo transitaba viera las crucifixiones y aprendiera la lección de los amos romanos. En cuanto a la tumba en sí, reúne las características de un sepulcro construido para un judío rico como José de Arimatea porque tiene una sala de los llantos aparte y está decorado con la misma piedra cincelada que lucían muchas de las tumbas de los miembros del sanedrín del siglo I de los valles de Cedrón e Hinón. Por otra parte, algunos estudiosos creen que ciertos elementos, como la existencia de diversos nichos, la convierten en un yacimiento muy anterior al siglo I, lo que contradice la idea de que era una tumba nueva, tal y como afirman los evangelios. Pero observa el nicho de Jesús. Está mejor acabado que los otros, lo que podría significar que era una tumba nueva cuando enterraron a Jesús aquí. Y fíjate en cómo lo cincelaron y ampliaron en la zona en la que reposaba la cabeza. Es una señal de que la persona que yació aquí era demasiado alta para el banco original. ¿Y sabes qué? La altura de la cabeza a los pies es la misma que la de la imagen del sudario de Turín. ¿Qué te parece?

—¿Su marido creía que este era el lugar? —quiso saber Arthur.

—Cuando le preguntaba sobre cosas así, siempre respondía: «No soy más que un arqueólogo. Dame una máquina del tiempo y te lo diré».

La noche siguió avanzando y la pantalla del ordenador permaneció estática. Arthur se sentó en el frío suelo de la sala de los llantos, con la espalda apoyada en la tosca pared. Claire no se movió de la cámara funeraria, sentada junto al nicho de Jesús, y ambos mantuvieron contacto visual a través del portal, intercambiando pequeños gestos.

—¿Así que el Grial no ha interferido con los instrumentos? —preguntó Arthur de pronto.

—Como puedes ver, no —respondió la profesora señalando la gráfica vacía—. No detecto ninguna de esas partículas esquivas.

—Hoy por la mañana ha dicho algo a lo que he estado dando vueltas —dijo Arthur.

—¿Ah, sí? ¿De qué se trata?

—Ha dicho que la composición del Grial implicaba que no era necesario recurrir a la desmaterialización para explicar la existencia del sudario.

—Sí, es cierto. Los neutrinos…

—No es eso en lo que he estado pensando —la interrumpió de repente Arthur—, sino en el concepto de desmaterialización. Supongamos que el cuerpo de Jesús no fue robado por sus discípulos ni por nadie. Supongamos que realmente desapareció de la tumba. ¿Existe alguna base científica racional que nos permita afirmar que eso podía sucederle a un cuerpo, incluido el suyo?

—¿Dejando de lado Star Trek? —bromeó Neti.

—Me refiero al mundo real, a la física real.

—Mira, los últimos trabajos de física teórica nos ofrecen muchas posibilidades interesantes. Las ecuaciones de los modelos de supersimetría y de la teoría de cuerdas también abren nuevas posibilidades. Yo me dedico a la física de partículas, soy una experimentalista, y hay algunos conceptos matemáticos que escapan a mi comprensión, pero puedo ver las sombras de lo que es posible.

—¿Y cuáles son?

—Multidimensionalidad —respondió Claire desde la cámara funeraria.

Arthur se rio.

—Venga ya, ¿de verdad?

Neti dirigió una mirada por encima de las gafas de leer hacia la sala funeraria.

—Creo que Claire podría explicártelo mejor que yo. Es una teoría muy moderna, y como mi ex alumna es joven, se siente más identificada con ella.

—Tampoco soy una experta —dijo Claire—, pero los conceptos derivan de la teoría de supercuerdas de la que hablamos en Modane, el intento matemático de unificar la mecánica cuántica con las peculiaridades de la gravedad en la teoría esquiva de todo. Es algo que ya intentó hacer Einstein, pero que no logró. Creemos que podemos explicar las propiedades de las partículas subatómicas si las concebimos como vibraciones distintas en una cuerda como si fueran pequeñas cintas de goma. Si la cuerda vibra de un modo, es una partícula. Si vibra de otro, es una partícula distinta.

Arthur asintió.

—Lo vi en un programa de televisión, pero tu voz es más agradable que la de Stephen Hawking.

—Sí, bueno, él es más inteligente —prosiguió Claire—. Una de las características de la teoría es que las cuerdas solo pueden vibrar en unas dimensiones concretas del espacio-tiempo. De hecho, solo en once dimensiones. Una dimensión más o una dimensión menos y la teoría se viene abajo desde el punto de vista matemático. En nuestro universo, por supuesto, solo podemos percibir cuatro dimensiones, por lo que las otras siete tienen que estar, bueno, imagínate que están enroscadas y son inaccesibles desde nuestra realidad, que resultan muy difíciles de describir con palabras, que es más fácil conceptualizarlas en las fórmulas.

—¿De modo que hay siete dimensiones más? —preguntó Arthur.

—Bueno, la historia no acaba ahí —dijo Claire—. Las ecuaciones que surgen de una teoría de supercuerdas de once dimensiones sugieren algo más increíble. Al parecer el universo podría ser una membrana tridimensional que flota en un espacio-tiempo endecadimensional, y antes de que te vuelvas loco con este concepto imposible, ten en cuenta esta importante consecuencia: aumenta la posibilidad real de que nuestro universo exista en un multiverso de otros universos. Intenta imaginar un inmenso grupo de burbujas o membranas, cada una un universo separado, que flota en un gigantesco e inimaginable mar de un hiperespacio endecadimensional.

—¿De cuántos universos estamos hablando?

—De un gran número —indicó Neti.

—Según nuestros cálculos —dijo Claire—, la cifra podría ascender a un gúgol. Eso es un uno seguido de cien ceros. Billones y billones y billones de ellos. Según otros modelos, podría ser más grande, incluso infinito.

—De acuerdo, entiendo el concepto —contestó Arthur—, pero yo solo os he preguntado por la desmaterialización y la resurrección.

—¿Quieres añadir algo más, Neti? —preguntó Claire.

—No, sigue tú —respondió la profesora—. Me gusta que tu novio vea lo inteligente que eres.

Claire meneó la cabeza al oír el comentario y prosiguió:

—Por lo general, la comunicación entre cada universo es imposible porque estamos pegados a nuestra propia membrana tridimensional por las fuerzas físicas de la mecánica cuántica del mismo modo en que una mosca se queda pegada a una tira matamoscas. Solo la gravedad, que es responsable de la deformación del espacio-tiempo, puede saltar a otros universos.

—¿Están muy alejados entre sí?

—Tal vez más cerca de lo que crees. Mucho más de lo que crees. Según una serie de cálculos relacionados con la gravedad, los otros universos pueden estar a un milímetro de nosotros.

—¡Venga ya, no me tomes el pelo!

—Hablo muy en serio. Aunque la idea resulte chocante, los cálculos matemáticos son muy rigurosos. Tal vez estemos separados de universos paralelos por una fina cortina. Pero nosotros no podemos atravesarla, solo puede hacerlo la gravedad. A menos que…

—¿A menos que qué?

—A menos que la materia oscura sea un puente.

—Hasta ahora Claire caminaba en suelo firme —dijo Neti.

—Sigue, por favor —le pidió Arthur.

—Existe una teoría algo controvertida —dijo Claire— que propone que la materia oscura, que sabemos que es invisible en nuestro universo, es materia ordinaria de otro universo. También existe otra teoría que afirma que nuestro Big Bang fue el resultado de una colisión entre dos universos paralelos y que tal vez fue solo uno de un número infinito de Big Bangs que tuvieron lugar en el multiverso. De modo que quizá ambas teorías sean compatibles. Tal vez la materia oscura, al igual que la materia oscura del Grial, llegó a nosotros procedente de otra burbuja.

—Has dicho que era un puente —le recordó Arthur.

Claire se encogió de hombros.

—Bueno, no lo sé, pero quizá atravesó la cortina y quizá también puede hacerte cruzar la cortina y llevarte a su lugar de origen.

Arthur asintió con un leve gesto de la cabeza, como si no acabara de comprenderlo del todo.

—La Piedra de la Resurrección.

—Bueno, no es más que una teoría descabellada —dijo Claire.

Neti sonrió.

—¡Con eso sí que estoy de acuerdo!

Arthur sintió la necesidad de ponerse en pie.

—Bueno, digamos que Jesús bebe del Grial; se imbuye de las extrañas partículas de la piedra. ¿Muere, es envuelto en un sudario que recibe el impacto de los neutrinos, que a su vez dejan la impronta en la sábana, y la materia oscura desmaterializa de algún modo su cuerpo y lo traslada a un universo paralelo? ¿Me estás diciendo que esta es una explicación de la física de la resurrección?

—No estoy diciendo nada —replicó Claire—. Es tarde. Y estoy cansada.

Neti miró su reloj.

—Sí, es muy tarde y aquí no hemos encontrado nada. Creo que podemos descartar la tumba del jardín. Recojámoslo todo y larguémonos de aquí. Mañana, aunque en realidad ahora ya es mañana, nos darán un permiso para pasar la noche en la iglesia del Santo Sepulcro. Espero que cuando lleguéis al hotel se os ocurra algo más interesante que hacer que hablar de la teoría de cuerdas y del multiverso.