Arthur cogió las llaves del coche porque Claire estaba demasiado alterada para ponerse al volante. Esperó a encontrar un hueco y salió disparado para incorporarse al tráfico del túnel.
—¿Estás bien? —le preguntó.
—Sí, ¿y tú?
Arthur no respondió. Le dolía todo el cuerpo y sospechaba que a ella le pasaba lo mismo.
—No podemos volver a tu piso.
—¿Crees que ha muerto?
Claire no paraba de temblar.
—No lo sé. Quizá. Debería haberlo ayudado.
—Iba a matarnos.
Arthur miró por los retrovisores. No los seguía nadie.
—¿Cómo ha logrado entrar en el laboratorio, Claire?
—Debía de tener una llave de acceso. Si no, es imposible.
—¿Y de dónde la puede haber sacado?
—Tal vez la haya robado. Tal vez…
—¿Simone?
Claire rompió a llorar.
—Tal vez.
—Nos han seguido —dijo Arthur—. Han seguido todos nuestros pasos. Stoneleigh. Montserrat. Barcelona. Aquí.
—¿Qué vamos a hacer? ¿Adónde vamos?
Arthur intentó poner en orden sus pensamientos, pero estaba demasiado alterado.
—Tu nombre aparece en el registro de entrada del laboratorio. Cuando encuentren el cuerpo, las autoridades sabrán que has estado ahí y empezarán a buscarte. ¿También apuntaste en el registro el número de matrícula del coche de alquiler?
—No.
—Bien, un punto a nuestro favor. Claire, tengo que decirte algo. He reconocido a ese hombre.
Claire parecía horrorizada.
—¿Quién era?
—No recuerdo su nombre, pero trabajaba como guarda de seguridad para Jeremy Harp, de quien ya te he hablado.
—Es el hombre que te despidió por dejarlo en ridículo, ¿verdad?
—Sí. La noche antes de encontrar el tesoro cené con Harp, que quería hablar del Grial. Me dijo que había leído en la revista de la empresa que estaba interesado en el tema. Era un gran entendido en la materia, lo que me sorprendió bastante. Hablamos de Andrew Holmes y de Montserrat. Resultó que también era físico, como Simone. Dios, Jeremy Harp quiere el Grial.
Entonces vieron una señal en el túnel. Bardonecchia, 3 km.
—Supongo que nos vamos a Italia —dijo Arthur con un hilo de voz.
Arthur y Claire apenas abrieron la boca durante la siguiente hora de trayecto. Conducían sin rumbo por Turín cuando Arthur decidió detenerse en el aparcamiento de un hotel situado en la ladera de una colina. Le dijo a Claire que tenían que descansar, pensar y trazar un plan, y ella se mostró de acuerdo. Al registrarse en el hotel Parco Europa, les pidieron sus pasaportes, por lo que tuvieron que dar sus verdaderos nombres.
La habitación tenía vistas a un jardín. Mientras Claire se daba un baño, Arthur se tumbó para sopesar las opciones que tenían. El Grial descansaba bajo la cama.
Oyó la voz de Claire responder una llamada de teléfono en el baño. Alarmado, abrió la puerta. Estaba en la bañera, con el móvil pegado a la oreja, medio sumergida en el agua, con la piel sonrosada por el calor. Le pareció pequeña y preciosa, como una ninfa acuática.
Claire pulsó el botón de silencio.
—No pasa nada, es mi madre —le dijo.
Arthur la dejó a solas y encendió el televisor para ver si daban alguna noticia sobre lo sucedido en Modane, pero no encontró nada. Recordó que llevaba encima la pistola de Hengst y la cogió. Había estado en un campo de tiro en alguna ocasión, por lo que sabía cómo usarla. El padre de un amigo de la escuela era socio de un club de tiro. La Sig Sauer tenía quince balas de 9 milímetros en el cargador y una en la recámara, un cañón de rosca y silenciador. Extrajo el cargador y la bala de la recámara y examinó la pistola. Tenía un seguro para el pulgar. Lo desactivó y apretó el gatillo. Luego la cargó, activó el seguro y la metió bajo el colchón.
Claire salió del baño con un albornoz del hotel y secándose el pelo.
—¿Te duele el cuello o la cabeza? —le preguntó Arthur.
—No, estoy bien. ¿Y tu cabeza? Déjame ver el chichón.
—Solo es un moretón.
—Voy a buscar hielo a la máquina.
—No te preocupes, ven aquí.
Se tumbó junto a él y ambos se quedaron mirando el techo. Claire empezó a temblar y Arthur la abrazó.
—¿Algún cambio? Me refiero a tu padre.
—No, pero mi madre va a volverme loca. Con todo lo que estoy pasando y encima eso. Es demasiado.
—Ojalá no te hubiera involucrado en todo esto —dijo Arthur con un deje de tristeza.
—No digas eso. Te quiero.
Durmieron una hora y cuando se despertaron Arthur llamó al servicio de habitaciones para pedir café. Se sentaron en el pequeño balcón con vistas al jardín.
—Ya sé qué quiero hacer —dijo Arthur.
—Cuéntame.
—Quiero volver a España. Llamaré a un periódico y les pediré que organicen una rueda de prensa. Lo contaré todo. Hablaré de los papeles de Thomas Malory, de la espada, de Montserrat, de Gaudí, de la Sagrada Familia. Quiero confesarlo todo, devolver el Grial. Me entregaré a la policía por todos los crímenes que haya podido cometer en España. Y que sean los españoles quienes decidan qué hacer con el Grial. Es suyo, no mío. Yo lo he encontrado, pero hasta aquí he llegado. Cuando se sepa todo, no tendrán ningún motivo para matarme. Tengo que decidir cómo desentrañar el papel que ha desempeñado Harp en todo este asunto, pero prefiero dejarlo para más adelante.
—Pero ¡esta historia no puede acabar después de haber encontrado el Grial! —exclamó Claire, emocionada—. El Grial es algo más que una reliquia sagrada. ¡Está hecho de materia oscura! Su valor científico podría ser más importante que su valor religioso o cultural. No podemos entregarlo a alguien que no sea consciente de sus propiedades. Yo también tengo que explicar todo lo que sé sobre él.
—Es demasiado peligroso. No quiero que te quedes conmigo. Tenemos que separarnos. Deberías volver a Toulouse y quedarte con tu familia. Busca un abogado, ve a la policía y denuncia que un desconocido te atacó en el laboratorio. No digas nada del Grial. Es la única opción que tienes.
Claire recuperó la compostura, su antiguo yo.
—No, lo siento, pero hay otras opciones, y alguna tiene que ser mejor para los dos. No deberíamos separarnos. Debería estar a tu lado en la rueda de prensa. Debería explicar todo lo que sé, como física. Quizá me despidan por uso no autorizado del equipo del laboratorio, pero me da igual, esto es demasiado importante. Y me sentiré más segura si doy la cara contigo. Devolveremos el Grial, explicaremos el papel que hemos desempeñado. ¿Por qué habría de intentar alguien matarme?
Arthur tomó un sorbo de café y observó las hileras de arbustos geométricos del jardín.
—De acuerdo, lo haremos juntos.
—Pero aún no —repuso ella.
Arthur dejó la taza y miró fijamente a Claire, que tenía los labios cerrados en un gesto de firmeza y determinación.
—¿Por qué no?
—Hay algo que no has tenido en cuenta. Tú crees que este es el verdadero Grial. Yo creo que lo es. Pero ¿por qué iban a creerlo también los demás? Las pruebas que tenemos son circunstanciales. Quizá el rey Arturo creyó que había encontrado el Grial, pero ¿cómo podía estar seguro? Quizá Gaudí creyó que había encontrado el Grial, pero ¿cómo podía saberlo a ciencia cierta? Ambos querían creerlo. Nosotros también queremos creerlo. Pero no existe nada, absolutamente nada, que vincule este cuenco con Jesucristo. Sencillamente no sabemos si es el verdadero cáliz que Jesús utilizó en la Última Cena, ¿verdad?
—Claro que no. Es una conjetura. Nosotros nos limitaremos a exponer lo que sabemos y los expertos se encargarán de lo demás.
—Sí, es una conjetura. Pero podemos afirmar con cierto grado de certeza respaldada por la ciencia que está compuesto de materia oscura y que emite neutrinos. ¿Y si pudiéramos combinar las pruebas científicas con las bíblicas?
—¿Cómo?
—Cuando estaba en el CERN, en Ginebra, haciendo el posdoctorado, mi profesora y mentora era una física de partículas israelí, Neti Pick. Es una científica brillante y carismática y, como mujer, fue un modelo de inspiración para mí. La menciono por sus intereses al margen de la física. También era aficionada a la arqueología; estaba muy interesada en los estudios bíblicos y en aunar ciencia con datos arqueológicos y bíblicos. Una de sus verdaderas pasiones era el sudario de Turín, que podríamos ver hoy mismo si pudiéramos permitirnos el lujo de comportarnos como turistas. Es una de esas personas que cree que el sudario es auténtico.
—¿De verdad?
—Formó parte de la comisión científica organizada por el Vaticano y no desistió de sus ideas cuando las pruebas de datación por radiocarbono señalaron que era de origen medieval. No recuerdo los detalles de su argumentación, pero creía que la imagen del sudario podría haber sido el producto de un estallido de neutrinos en el momento de la resurrección. Todo era muy hipotético y nadie le hizo demasiado caso porque la consideraron una física loca, pero, Arthur, con este objeto que creemos que es el Grial, tenemos un motor de neutrinos.
Arthur se recostó en la silla.
—¿Qué propones?
—Déjame llamarla y vayamos a verla. Ahora trabaja en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Quiero mostrarle el Grial, hablar con ella de los datos que hemos obtenido, comprobar si puede ayudarnos a cerrar el círculo. Podríamos llevar algunos instrumentos a las posibles tumbas de Jesús. Recoger muestras de aire, quizá también de piedra caliza para comprobar la presencia residual de neutralinos y neutrinos. Si tenemos éxito, hallaríamos un vínculo definitivo entre el cuenco y Jesús. Demostraríamos que es el verdadero Grial. Nadie podría cuestionarlo. ¿Qué opinas?
—¿Confías en ella lo suficiente para estar segura de que guardará el secreto?
—Por supuesto. Es como mi segunda madre.
Jeremy Harp se encontraba en la zona de llegadas de la Terminal 5 de Heathrow; esperaba a unos pasajeros del vuelo de British Airways procedente de Los Ángeles que estaban pasando el control de aduanas.
Al cabo de un rato apareció Stanley Engel con cara de hartazgo y empujando un carrito.
—Bienvenido, Stanley —dijo Harp—. ¿Qué tal el vuelo?
—Largo. No es la mejor época para ausentarme de la universidad.
Harp le hizo un gesto a su chófer, que se encargó del equipaje. Ambos físicos lo siguieron por el aparcamiento.
—Ya están casi todos aquí, y los que no han llegado están en camino. Tampoco tenías elección, ¿no? —preguntó Harp.
—¿Es el verdadero? ¿Lo han encontrado?
—Me parece que sí. Necesitamos la confirmación definitiva, pero creo sinceramente que el gran momento ha llegado.
—¿Cuál es la situación actual?
—Ha surgido una complicación. Hengst los siguió hasta Modane. Simone le dio una tarjeta de acceso y esperó a que Pontier acabara con el análisis, pero cuando intentó arrebatarles el Grial se produjo una pelea. Hengst resultó herido de bastante gravedad. Está claro que no podemos menospreciar a Malory. Simone encontró a Hengst y lo llevó al hospital, donde fue sometido a una operación de neurocirugía de urgencia. Seguramente no sobrevivirá, lo cual es una suerte, ya que nos ahorrará ciertas complicaciones.
—Vale, vale, me da igual lo que le pase a tu guarda de seguridad. ¿Qué ha sucedido con Malory y la chica? ¿Y con el Grial?
—Se largaron con él.
—¿Ambos?
—Ambos.
—¿Y?
—Simone regresó al laboratorio y accedió a la copia de seguridad de EDELWEISS. Está compuesto de neutralinos, Stanley. ¡Neutralinos!
—Dios mío, eso confirma nuestra hipótesis. ¿También había neutrinos?
—Sí. En abundancia.
Engel alzó el puño.
—Bingo.
—Sí, bingo.
—¿Y ahora qué? ¿Sabemos dónde están?
—No te preocupes por eso. Conseguiremos el Grial, nos libraremos de Malory y de su amiga y luego daremos el siguiente paso. Venga, he alquilado una casa no muy lejos de aquí. Ya han llegado casi todos. Mi avión está listo para despegar. Cuando llegue el momento viajaremos juntos y aceptaremos nuestro destino con toda la pompa que exija la situación.
Arthur dejó el coche de alquiler en un aparcamiento de larga estancia del aeropuerto de Milán-Malpensa. Había tomado la decisión mientras paseaba solo por el jardín, mirando el perfil irregular de las montañas en contraste con un espléndido cielo azul.
Había dedicado la tarde a planear el viaje. Tras una búsqueda en línea encontró a una importante periodista de La Vanguardia que estaba especializada en temática religiosa. Ella sería la persona con la que se pondría en contacto desde Jerusalén. Invitaría a todos los lunáticos del Grial al acontecimiento, que estaría dedicado a la memoria de Andrew y Tony.
Claire le había asegurado que como el Grial no contenía hierro podría pasar desapercibido por los magnetómetros del aeropuerto. Pidió al personal del hotel que enviaran la caja de palisandro a Sandy Marina, envolvió el Grial con su ropa y lo guardó en la mochila. Pensó en la posibilidad de tirar la pistola al Po, pero no quería desprenderse de ella. La única forma de poder llevarla consigo sería en el equipaje facturado, por lo que fueron a comprar ropa para ambos y una maleta rígida. Por lo que sabía de las medidas de seguridad de El Al Airlines, sospechaba que detectarían incluso una pistola descargada en una maleta facturada. Pensó que tendría más posibilidades con Alitalia, así que, en lugar del vuelo directo con El Al, reservó dos billetes del vuelo a Tel Aviv con escala en Roma operado por Alitalia y que salía de Milán esa misma noche.
A pesar de la planificación y de todas las previsiones, ambos eran un manojo de nervios cuando pasaron los controles de seguridad de Milán. ¿Habían encontrado a Hengst? ¿Había emitido una orden de búsqueda de Claire la policía francesa?
Cuando despegaron y subió el tren de aterrizaje, Arthur por fin se relajó un poco. Entonces pidió un trago y cogió la mano húmeda de Claire.