Arthur y Claire se pasaron el día examinando el Libro Domesday. Tan solo hicieron pausas para bajar a comer al restaurante y para dar paseos por el jardín. Al acabar el día estaban medio aturdidos después de leer tantas estadísticas.
Claire fue al baño a cepillarse los dientes.
—¿Puedes quedarte un poco más? —le preguntó Arthur desde la habitación.
—Será difícil —dijo ella—. Tengo que volver al trabajo dentro de poco.
—Creo que hemos avanzado algo.
—Sí, quizá. A ver qué tal va mañana.
Cuando salió con el camisón se metió en la cama y se puso de cara a Arthur.
—Los últimos días han sido muy extraños —dijo él, tumbado de costado y con la cabeza apoyada en la mano.
—Sí, no han sido unos días muy normales, eso seguro.
—Aquí estamos, escondidos en un hotel, intentando hallar la solución de un enigma de hace quinientos años.
—Debo decir que es algo que me estimula intelectualmente. Es muy diferente del trabajo que acostumbro a hacer. Es bastante romántico.
—Me siento culpable.
—¿Por qué?
—No quiero que te hagan daño.
—Es un detalle, pero me siento muy cómoda contigo. Muy segura.
Claire apagó la lámpara de la mesita de noche. A Arthur se le pasó por la cabeza la posibilidad de acercarse a ella, pero resistió a la tentación. Lo último que quería era inclinar la balanza y ahuyentarla. De modo que le dio la vuelta a la almohada para disfrutar del lado fresco e intentó dormir.
Por la mañana, Arthur fue el primero en despertarse y lanzó una mirada furtiva a la cama de Claire. Las sábanas solo cubrían una parte de su cuerpo, una pierna larga y desnuda asomaba bajo ellas.
Intentando no hacer ruido, puso café en la cafetera de la habitación y se sentó a observar cómo la jarra se llenaba lentamente con el humeante líquido, gota a gota.
De repente tuvo un arrebato de lucidez que lo había esquivado durante el largo día anterior.
Claire se despertó y lo vio hojeando el ejemplar del Libro Domesday.
—Ya estás trabajando —comentó.
Arthur levantó la mirada, emocionado.
—Ya lo tengo, Claire. Tu principio de simplicidad. Malory era un hombre de Warwickshire, y en la carta hace referencia explícita a Warwickshire. Creo que podemos descartar el noventa por ciento del libro. Solo tenemos que concentrarnos en un condado. De modo que deberíamos seguir la táctica empleada ayer y buscar referencias a los números 20 o 23.
La noticia la llenó de emoción. Claire se incorporó y se sentó en la cama.
—¿No utilizó la palabra «acre» con Warwickshire? Tal vez tengamos que encontrar la población con veinte o veintitrés acres de tierra.
Se sirvieron el café y Claire se sentó junto a Arthur en la cama deshecha para poder leer el texto juntos. Si no hubiera estado tan concentrado en el libro, la visión de las piernas y los brazos desnudos de Claire lo habrían turbado. Abrió el volumen por la primera página de la sección de Warwickshire y ambos empezaron a examinar con gran concentración el denso texto. Era como una carrera. Por el modo en que Claire entornó los ojos y la postura encorvada que adoptó, Arthur dedujo que era una chica competitiva, sospecha que ella misma confirmó al exclamar con un grito triunfal:
—¡Aquí! ¡Este lugar tiene veinte acres! —Señaló el pueblo de Harborough, en el que «Hay cuatro hides y medio. Hay tierra para otros tantos arados. Hay cuatro villanos y cuatro siervos con un arado. Hay veinte acres de prados»—. Este podría ser el escondite. ¿Tienes un mapa?
—Espera —dijo Arthur—. Aquí hay otro con veinte acres de prados.
En la página siguiente había tres pueblos más que encajaban con la cifra, Leamington Hastings, Mollington y Binton, y poco después se añadieron a la lista Newnham Paddox, Wolverton, Oxhill, Weddington, Hodnell, Nuneaton y Stoneleigh: un total de once pueblos y aldeas de Warwickshire con veinte acres de prados. Sin embargo, solo había un pueblo que tuviera veintitrés: Stretton-on-Fosse.
—Creo que está bastante claro —dijo Claire—. Si nuestra hipótesis es válida, Thomas Malory hacía referencia al número 23 de Stretton-on-Fosse. Es un resultado muy claro, a diferencia de los pueblos con veinte acres.
Arthur se conectó a internet para conseguir un mapa de Warwickshire y torció el gesto al pensar en Stretton-on-Fosse.
—No sé. Está bastante al sur del hogar de Malory en Newbold Revel. —Tras una rápida búsqueda en línea añadió—: Y nunca ha tenido una mansión o castillo importante, por lo que no debió de tener un vínculo noble con la zona.
—Son solo especulaciones, ¿no? ¿Cómo puedes estar tan seguro de ello?
—No puedo. —Examinó la lista de lugares y cogió el pergamino de nuevo—. No sé, creo que al buscar solo poblaciones con veinte o veintitrés acres se nos está pasando algo por alto. Hay otra frase que resulta un poco extraña, tal vez de manera intencionada. Recuerda que escribe que la espada puede encontrarse en el prólogo, y cito textualmente, acompañada del relato en sí, siempre que uno se muestre tan atento como los sacerdotes que cuidan de los Sacramentos en las verdes tierras de Warwickshire. Tan atento como los sacerdotes. ¿Por qué lo dice? Es un adorno innecesario. ¿Qué sucede con los sacerdotes?
Claire le cogió el libro del regazo, le rozó la entrepierna sin querer y se disculpó con una sonrisa.
—¡Sí! ¿Lo recuerdas? En Leamington Hastings, además de los veinte acres de prados, hay quince esclavos, treinta y tres villanos ¡y un sacerdote! De modo que tenemos que averiguar si es la única población que reúne ambas condiciones.
Claire releyó en voz alta las doce poblaciones elegidas y puso especial énfasis en Stretton-on-Fosse, ya que también tenía un sacerdote. Luego nada hasta el último pueblo, Stoneleigh, con el que volvió a levantar la voz.
—En este había dos sacerdotes.
Arthur señaló Leamington Hastings y Stoneleigh en el mapa mientras Claire insistía en que todas las señales apuntaban a Stretton-on-Fosse.
—Leamington no está muy cerca de la casa de Malory, pero al menos está de camino a Londres y sabemos que Malory era parlamentario, por lo que cabe la posibilidad de que tomara esa ruta habitualmente. Stoneleigh está más cerca, al sur de Coventry, en su entorno habitual. —Hizo otra búsqueda y afirmó—: En el siglo XV allí había una abadía cisterciense que es interesante.
Claire se puso en pie para estirar las piernas.
—Mira, podríamos habernos equivocado por completo con nuestra premisa, pero si hemos tomado el camino correcto hay tres posibilidades: Stoneleigh, Leamington Hastings y Stretton-on-Fosse, que es mi favorita. ¿Cómo vamos a acotar la búsqueda? Es decir, aunque supiéramos a ciencia cierta el lugar al que hacía referencia Malory, ¿dónde íbamos a buscar? ¡Estamos hablando de pueblos enteros!
Dieron un paseo antes de desayunar. Era un día nublado, y al llegar al extremo más alejado del jardín empezó a diluviar y quedaron empapados como si los hubieran rociado con una manguera desde muy cerca. Muertos de risa, como colegiales, regresaron corriendo a la habitación y, chorreando, se quitaron los abrigos y los zapatos.
—Tengo que cambiarme. —Claire se soltó el primer botón de la blusa y se acercó al armario.
Arthur la siguió desabrochándose la camisa, y de pronto ella se volvió hacia él. Arthur la besó tímidamente, para ver cómo reaccionaba, y luego, cuando comprobó que no lo rechazaba, la besó de forma apasionada. Se abalanzaron sobre la cama deshecha de Claire y, tras despojarse de la ropa y apartar las sábanas, se quedaron desnudos.
Todo en Claire parecía perfecto: su olor, su sabor, sus jadeos, su precioso cuerpo. Y cuando acabaron, todavía con la respiración entrecortada por lo inesperado de la situación, ella parecía tan feliz como él.
Arthur no supo por qué le vino ese pensamiento a la cabeza en ese preciso instante, pero se disculpó y cogió el portátil y uno de los pergaminos. Claire no pareció molestarse en absoluto por sus modales después de hacer el amor y lo tapó con la manta.
—Ha sido increíble, por cierto —dijo Arthur—, pero se nos ha pasado por alto esto. Se me ha pasado. —Señaló un fragmento del pergamino—. Esta parte: la espada puede encontrarse acompañada del relato en sí. Ese tiene que ser el otro punto clave para hallar la espada.
Claire apoyó la mano en el pecho de Arthur con naturalidad, como si llevaran mucho tiempo siendo amantes.
—No lo entiendo, lo siento.
—Mientras agoniza, el rey Arturo le ordena a sir Griflet que devuelva Excalibur al lago encantado del que provenía. Griflet obedece a regañadientes y del lago surge un brazo de mujer que agarra la espada y la sumerge bajo el agua. Esto tiene que ser a lo que hace referencia Malory: acompañada del relato en sí. Debió de lanzar la espada al lago. Es ahí donde la escondió. Lo único que tenemos que hacer es averiguar cuál de los tres pueblos tiene lago.
—Una deducción brillante.
Arthur la besó.
—No está mal para un químico.
Gracias a Google Earth, solo tardaron un par de minutos en obtener la respuesta, y fue de lo más decepcionante. Leamington Hastings, Stretton-on-Fosse y Stoneleigh… Ninguno de los tres tenía lago ni estanque. El río Avon atravesaba Stoneleigh, pero no les valía. Arthur cerró el portátil con un gesto brusco, producto de la frustración.
—Y ahora ¿qué? —preguntó ella.
Arthur se encogió de hombros y la miró.
—Solo podemos hacer una cosa —dijo, y volvió a ponerse encima de ella.
Arthur y Claire llegaron temprano al pub Mortimer Arms de Tottenham Court Road, pero Tony Ferro ya estaba ahí esperándolos con la primera pinta. Le acompañaba un hombre que Arthur supuso que era Mawby, el geólogo del University College de Londres del que Tony le había hablado durante la conversación telefónica que habían mantenido ese mismo día.
Tony les hizo un gesto con la mano para que se acercaran a la mesa, volvió a ensalzar la belleza de Claire y luego les presentó a Mawby.
Arthur había llamado a Tony para ponerlo al día de las novedades y fue este quien propuso al geólogo. «¿Que si puede desaparecer un lago en el transcurso de cinco siglos? —preguntó Tony—. Pues no lo sé, pero hay un tipo del University College que podrá echarnos una mano».
Mawby tenía las mejillas secas y surcadas de arrugas debido a los años dedicados a realizar investigaciones geológicas en el sol de África. Seguía la animada conversación en silencio, mientras daba cuenta de la segunda pinta. Hasta que decidió meter baza.
—He leído bastante sobre ti y el tesoro que encontraste en Suffolk —dijo mirando a Arthur—. Pareces un tipo interesante. ¿Te importaría decirme por qué te interesan los lagos que desaparecen?
Arthur no se sentía cómodo dando evasivas, pero Tony acudió al rescate.
—Podríamos contártelo, Jim, pero entonces tendrías que desaparecer durante un largo período. ¿Crees que a tu mujer le parecería bien?
Mawby se rio.
—Supongo que os estaría eternamente agradecida. De acuerdo, lo entiendo. Es información confidencial. No insistiré. Seguid invitándome a cerveza y me portaré bien. ¿Queréis que empiece ya? No tengo ningún inconveniente en sumergirme, si me permitís la broma.
—Adelante —dijo Arthur.
—Los lagos pueden desaparecer por varios motivos. En ocasiones sucede en un abrir y cerrar de ojos, pero a veces tardan una eternidad. Lo más habitual es que se depositen sedimentos en el fondo y el lago acabe transformándose en una ciénaga o marisma. Entonces se forma la turba y la zona se convierte en un pantano. Al llegar a la fase final empiezan a nacer árboles, que con el tiempo dan lugar a un bosque.
—¿Es un proceso que pueda suceder en un período de quinientos años? —preguntó Arthur.
—Eso sería muy rápido. Lo habitual son miles de años. Algunos lagos desaparecen con el cambio de las estaciones, pero estos lagos efímeros acostumbran a formarse en lugares muy secos, como el valle de la Muerte, en California, por lo que no podemos tenerlos en cuenta. Solo en contadísimas ocasiones desaparece un lago en cuestión de minutos. Sucedió en 2005 en Rusia, cuando el lago Beloye desapareció como por arte de magia, pero creemos que se produjo un cambio sísmico bajo el lago que provocó su drenaje a través de unos canales que desembocan en el río Oka.
—¿Y crees que es una posibilidad que podría darse aquí? —preguntó Claire.
—Es posible, pero no muy probable. No hay constancia de que haya sucedido algo así en Warwickshire en los últimos quinientos años, y no he encontrado indicios cartográficos de que hubiera lagos en Leamington Hastings, Stretton-on-Fosse o Stoneleigh. Y para no dejarnos nada en el tintero, debéis saber que también existe el fenómeno de los lagos asesinados: cuando los ríos son desviados por el hombre para regar tierras, los lagos en los que vertían sus aguas acaban secándose. Pero ese es un hecho poco relevante en Europa.
—¿De modo que no nos queda ninguna otra opción? —preguntó Tony—. ¿No nos va a servir de nada todo el dinero que hemos invertido en cerveza?
—Mi estómago os lo agradece —replicó Mawby—. Pero una cosa más. Esa esquiva masa de agua que buscáis, ¿tiene que ser por fuerza un lago? ¿No podría ser un río?
Arthur negó con la cabeza.
—El documento histórico en el que nos basamos afirma claramente que se trata de un lago.
—A veces algunos tramos de los ríos se desvían de su curso natural y siguen un trazado extraño que puede parecer un lago. Cuanto más ancho sea ese saliente, más difícil resulta ver la corriente.
Arthur se mordió el labio superior.
—El río Avon atraviesa Stoneleigh, pero no vimos ningún tramo que sobresaliera en los mapas. Parece un río más de los muchos que atraviesan las zonas rurales, y no especialmente ancho.
—Ah —dijo Mawby, que hizo una pausa para tomar un sorbo de cerveza—, creo que voy a empezar a ser merecedor de las cervezas a las que me habéis invitado. Fijaos aquí. —Sacó un mapa por satélite de su bolsa y señaló un tramo del Avon en el que el río se bifurcaba en torno a una isla—. Esta masa de tierra que hay en el centro de los dos brazos del río, cerca de la antigua abadía de Stoneleigh. Se llama isla fluvial. No os aburriré con sus características hidráulicas, pero basta decir que la geometría del canal, la mecánica de fluidos y el transporte de sedimento desempeñan un papel importante. Creo que esta isla fluvial podría haberse formado a lo largo de cientos de años, lo cual no supone ningún problema. Pero, por un momento, imaginaos que no estuviera ahí. Ese saliente del río mediría unos cien metros de ancho y quinientos de largo. Parecería un pequeño lago. Sé que no es mucho, pero es todo lo que puedo deciros. Espero que os sirva de ayuda. —Miró el reloj—. Aún falta una hora y media para la siguiente clase. ¿Me pides otra pinta, Tony?
Cuando los cuatro salieron del pub, un hombre los observaba desde una marquesina de autobús cercana. Griggs se caló la gorra y apagó el cigarrillo con el pie. Tenía que decidir a qué pareja iba a seguir cuando se separaran. Al final tomó unas cuantas fotografías de Ferro y Mawby con el móvil, discretamente, y decidió seguir a Arthur y Claire.
—¿Y bien? —preguntó Claire cogiendo a Arthur de la mano.
—¿Puedes quedarte otro día?
—De acuerdo —dijo ella tras una pausa que duró un segundo pero que pareció mucho más larga—. Sí.
—¿Te gustaría que fuéramos a visitar Stoneleigh? —Arthur le apretó la mano—. Es posible que un familiar mío me haya dejado algo ahí.