Mientras me duchaba no he parado de darle vueltas a la cabeza —dijo Claire al tiempo que dejaba la taza de café en la mesa.
Arthur puso el periódico a un lado y se le dibujó una sonrisa en la cara al pensar en la imagen.
—Soy de las que creen que siempre hay que partir de lo sencillo para avanzar hacia lo complejo. Es un buen enfoque para las matemáticas, para la física, y seguramente para un problema como el nuestro. El documento más sencillo de los dos es el prefacio. El otro libro es una pesadilla.
—Muy bien, estoy de acuerdo con tu teoría —dijo Arthur—. Empecemos con los hechos básicos. Tenemos varios indicios de que el impresor, Thomas Caxton, escribió los fragmentos que sitúan al rey Arturo en una imponente perspectiva histórica. La parte que sabemos que escribió Thomas Malory está relacionada con la peculiar lista de libros y capítulos. —Examinó sus notas—. La última frase del prefacio dice: «Son, en suma, veintiún libros, los cuales contienen en total quinientos siete capítulos, como más claramente sigue a continuación». De modo que si existe una pista en La muerte que apunte a algún fragmento concreto del Libro Domesday tenemos veintiún libros y quinientos siete capítulos que examinar. ¿Cómo demonios vamos a saber por dónde empezar?
Claire se puso en pie y empezó a caminar de un lado a otro dejando una estela de perfume en la habitación.
—Yo volvería a aferrarme al principio de la simplicidad. En lugar de enfrentarnos al libro entero, tal vez deberíamos ver cuál de los veintiún libros guarda alguna relación con la espada del rey Arturo. Luego, cuál es el libro más importante y, cuando creamos que lo sabemos, tendremos un número. Después comprobamos qué capítulo es el más importante del libro en cuestión, y obtendremos otro número. Luego tal vez podamos tomar estos números y aplicarlos al Libro Domesday, que a fin de cuentas no es más que un compendio de cifras. —Abrió el volumen por una página al azar—. Por ejemplo, esta aldea tiene veinte arados, trece villanos y ocho siervos.
Arthur asintió.
—Creo que has dado con algo importante. En mi empresa esta cuestión siempre levantaba ampollas, pero creo que los físicos son más inteligentes que los químicos.
Claire reaccionó con un gesto típicamente francés y se encogió de hombros.
—Claro que sí. ¿Acaso lo dudabas?
No tenía sentido esperar que añadiera que bromeaba porque era obvio que hablaba en serio. Sin embargo, Arthur decidió no replicar. Había pasado muchos años de su vida tratando con físicos.
Abrió La muerte y buscó el prefacio.
—Pues pongámonos manos a la obra —dijo—. Veamos qué libros tratan sobre la espada.
Poco después, Arthur puso una cara rara.
—¿Qué pasa?
—Ninguno. Malory no menciona Excalibur en el prefacio.
—Pero sí se menciona en el libro, ¿no?
—Sí, debe de aparecer citada docenas de veces. Pero ninguna en el prefacio. Si crees que puede resultarnos útil, puedo hacer una búsqueda en línea y encontrar todos los libros y capítulos en los que se menciona Excalibur.
—No lo creo. Al menos de momento. Estaríamos infringiendo nuestro principio de simplicidad.
—Vale… —La miró a la espera de que le dijera cuál iba a ser el próximo movimiento, pero entonces se le ocurrió algo—. Estamos buscando la espada, pero la espada solo es un medio para alcanzar un fin. Lo que de verdad buscamos es el Grial.
Claire lo señaló con su dedo índice y esbozó una sonrisa pícara.
—Vaya, parece que los químicos también son bastante inteligentes. Mira a ver qué dice el prefacio sobre el Grial.
Arthur no tardó en encontrar la respuesta.
—Esto es más prometedor. Escucha: «El decimotercer libro trata de cómo Galahad llegó por vez primera a la corte del rey Arturo y cómo fue empezada la demanda del Santo Grial, y contiene veinte capítulos. El decimocuarto libro trata de la demanda del Santo Grial y contiene diez capítulos. El decimoséptimo libro trata del Santo Grial y contiene veintitrés capítulos».
—¿Eso es todo? —preguntó Claire—. ¿Dice que solo habla del Grial en tres libros?
—Creo que se menciona en todo el texto, pero en realidad solo es el tema principal en estos tres libros, sí.
Claire le pidió el bolígrafo, una libreta y que repitiera los números importantes.
—De acuerdo. Suponiendo que hayamos tomado el camino correcto, tenemos tres pares de números, tres grupos de números de libros y capítulos. Son 13 y 20, 14 y 10, y 17 y 23.
—Pero según tu hipótesis eso es demasiado complicado —dijo Arthur.
—Sí, por eso me gustaría que me dijeras qué par es el más importante.
—¿Cómo voy a saberlo?
—Para el Grial, ¿cuál de los tres libros es el más importante?
—Tendría que leerlos de nuevo.
—De acuerdo, léelos. Mientras tanto aprovecharé para bajar al vestíbulo y llamar a mis padres. Luego tal vez vaya a dar un paseo por el jardín.
—¿Dónde viven?
—En Toulouse. Les gusta tener noticias mías, soy hija única.
—Yo también —dijo Arthur.
Cuando Claire regresó al cabo de un rato, Arthur levantó los dos pulgares para hacerle saber que había logrado algún avance. Para situarla un poco le explicó que en la tradición artúrica varios caballeros de la mesa redonda habían buscado el Grial. Cinco de ellos, Perceval, Gawain, Bors, Lanzarote y Galahad, habían logrado una especie de visión mística del Grial. Tres de ellos, Perceval, Bors y Galahad, habían llegado a ver el objeto sagrado.
En La muerte Thomas Malory había resaltado de manera especial la búsqueda de Galahad, que era el hijo ilegítimo de Lanzarote y, a decir de todos, superaba a su padre en bravura y devoción. Cuando se reencontró con su padre, Lanzarote lo llevó a Camelot, a la mesa redonda, y le ofrecieron el asiento peligroso, una silla vacía que reservaban para la única persona capaz de encontrar el Grial. Pero todo aquel que se sentara y no fuera digno de la búsqueda moría al instante. Galahad superó la prueba y el rey Arturo, muy impresionado, lo sometió a otra. Del mismo modo en que Arturo se había convertido en rey al arrancar una espada de una roca, Galahad se convirtió en el mayor caballero de la mesa redonda al arrancar una espada de una piedra que se encontraba en un río cercano. Poco después Arturo permitió que Galahad iniciara la búsqueda del Grial.
Aunque Galahad partió solo y tuvo que enfrentarse a varios enemigos a lo largo del trayecto, se reencontró con sir Bors y sir Perceval. La hermana de este les mostró la ruta hasta un barco del Grial que los llevó a una orilla muy lejana. Perceval, Bors y Galahad no se rindieron y al final hallaron el camino que los llevó hasta el más sagrado de los soberanos, el rey Pelles, que era el custodio del Santo Grial. En una sala del castillo, Galahad pudo ver el Grial y le pidieron que lo llevara a la ciudad sagrada de Sarras. Sin embargo, el caballero quedó sobrecogido de tal manera por el esplendor celestial del cáliz que pidió que le dieran muerte, y en Sarras, tras recibir la celestial visita de José de Arimatea, Galahad quedó tan arrobado que pidió morir. En presencia de Bors y Perceval, Galahad fue trasladado al cielo por los ángeles y el Grial desapareció con él y ningún hombre volvió a verlo jamás.
—El libro trece describe el inicio de la búsqueda de Galahad —dijo Arthur—. El libro catorce, a pesar de lo que dice el prefacio de Malory, poco tiene que ver con la búsqueda. El diecisiete tiene bastante enjundia, ya que Galahad encuentra el Grial y muere.
Claire cogió la libreta y tachó la pareja de números del medio.
—De modo que nos quedan dos parejas: el 13 y el 20, y el 17 y el 23.
—¿Todavía es demasiado complicado? —preguntó Arthur.
—Creo que sí. Deberíamos limitarnos a una. ¿Qué es más importante para la historia, el principio o el final?
—No puedes tener uno sin el otro.
—Así es como yo lo veo: una de las parejas es importante, mientras que la otra es irrelevante. Sea cual sea, creo que esto podría ser una simple cadena de números. El primero señala al segundo, el segundo, a un tercero. Si quieres se le puede llamar código, uno muy primitivo.
—A ver si entiendo lo que sugieres. El número del libro nos lleva a un número de capítulo, y el número de capítulo ¿adónde nos lleva? No hay un tercer número.
Claire cogió el Libro Domesday.
—Aquí. Es aquí adonde debe conducirnos. Lo dice el propio Malory en su carta. La espada puede encontrarse en el prefacio, teniendo en cuenta los acres verdes de Warwickshire tal y como aparece en el Libro Domesday. Algo así, ¿no?
—Más o menos.
—De modo que la clave es el número 20 o el 23. No sabemos cuál, de modo que vamos a tener que buscar ambos en las páginas del Libro Domesday. —Lo abrió por el final y suspiró—. Y repasar las 1436 páginas.
Bañadas por los últimos rayos de luz de un día cálido y sin viento, las aguas del lago de Ginebra reposaban plácidamente, teñidas de un color púrpura como una lámina de cristal de Murano. En el segundo piso de un espléndido edificio situado en el Quai du Mont-Blanc había un grupo de hombres sentados en semicírculo en unos elegantes sillones con vistas al lago por encima de las copas desmochadas de los plátanos que bordeaban la avenida. Era una sala privada de un club privado, y esperaron a que el mayordomo vestido con esmoquin les sirviera los cócteles y se fuera para hablar de algo que no fuera el tiempo.
Cuando los nueve hombres se quedaron a solas, todas las miradas se volvieron hacia el más pequeño de ellos, situado en el centro. Jeremy Harp asió una copa de vino por el tallo y la levantó.
—Caballeros, un brindis —dijo.
Los presentes no respondieron al unísono. No era un grupo disciplinado, pero lograron pronunciar unas palabras.
—Por los Khem.
—Por los Khem —repitió Harp.
Stanley Engel no acostumbraba a beber. Removió enérgicamente el hielo de su Coca-Cola con un agitador y tomó la palabra.
—Bueno, dime por qué he tenido que pegarme la paliza de venir hasta aquí.
—Es una reunión voluntaria, Stanley —dijo Harp—. Nada de esto es obligatorio. Como verás, hay personas que no han podido asistir.
—No me gusta ir por libre —respondió Engel, pero sus colegas no lo creyeron.
—¿Desde cuándo? —preguntó Raj enarcando sus densas cejas—. Tengo la sensación de que eres mi adversario incluso cuando formamos pareja en el bridge.
Andris Somogyi, un hombre delgado y que vestía un terno, no participó de la saña con que reaccionaron sus compañeros.
—A todos nosotros nos gusta ir por libre. Somos individualistas por naturaleza. Formamos parte de este grupo porque creemos que es importante hacerlo y todos tenemos un objetivo claro en la vida, marcado por la historia.
—Bien dicho, Andris —dijo Harp—. Es un mensaje muy adecuado para nuestro miembro más reciente. —Miró directamente a Simone Guastella, diez años más joven que el resto—. ¿Cuánto te ha llevado llegar aquí desde Modane, Simone?
—Solo dos horas en coche, doctor Harp.
Harp se rio.
—Es tan nuevo que aún me llama doctor Harp. Jeremy, por favor, ¿de acuerdo?
Simone forzó una sonrisa y asintió.
—Sí, por supuesto. Jeremy. Me siento muy feliz por el mero hecho de estar aquí.
Li Peng, un hombre con gafas de cuarenta años, era el socio que había viajado desde más lejos, Taiwán.
—Yo simplemente me alegro de no ser el nuevo.
—Bueno, eso me convierte en el viejo —dijo Harp—. Simone ha sido investigado y adoctrinado por mí mismo y otros de los presentes. Elegir a un nuevo miembro nunca es tarea fácil, pero tampoco es nada que no haya sucedido muchas veces en el pasado. Los Khem hemos tenido que hacer frente a la misión de asegurar la perpetuidad de la organización durante más de dos mil años. En el pasado se tomaron decisiones poco acertadas, se eligieron hombres indiscretos y poco fiables, pero recibieron un castigo severo y permanente. Por suerte, en la era moderna no se han cometido transgresiones y estoy convencido, dado el estelar abanico de apoyos con el que cuenta Simone, de que hará que nuestras tradiciones avancen con paso firme hacia el futuro.
Un murmullo de asentimiento se extendió por el semicírculo.
—Me esforzaré al máximo —indicó Simone con sobriedad.
—Los aquí presentes compartimos dos pasiones —dijo Harp—. Todos somos físicos y todos buscamos el Grial. Nuestro conocimiento del Santo Grial procede de una historia oral que, como bien sabéis, puede estar plagada de distorsiones e imprecisiones. Pero nuestros historiadores orales, los Khem que nos precedieron, no eran hombres comunes, del mismo modo que tampoco lo somos nosotros. Eran los pensadores más clarividentes y las mentes científicas más lúcidas de sus generaciones, en una cadena de oro que se remonta hasta Nehor. Primero alquimistas. Luego químicos. Ahora físicos. A medida que la ciencia y las matemáticas han evolucionado, también lo han hecho nuestra comprensión y nuestras creencias de las propiedades únicas del Grial. Cuando lo encontremos, y no digo «si», ya que estoy convencido de que lo hallaremos, nosotros los físicos estaremos en la mejor posición para estudiarlo, explotarlo y hacer uso de su inmenso poder potencial. Después de dos milenios de búsqueda, creo que nunca habíamos estado tan cerca de lograr nuestro objetivo. Por eso os pedí que vinierais aquí en persona. Quiero informaros de lo que sabemos sobre Arthur Malory y de cómo vamos a seguir todos sus movimientos. Si tiene éxito, como espero que así sea, le arrebataremos el Grial.
—Y luego ¿qué haremos con él? —preguntó Pen.
—Nos ocuparemos de él de la manera que consideremos más adecuada —dijo Harp—. Después brindaremos en su memoria con una buena botella de champán. —Esa idea lo hizo sonreír de oreja a oreja—. Tal vez incluso lo nombremos Khem póstumamente.