Borroso: 1. Dicho de un escrito, dibujo o pintura: cuyos trazos aparecen desvanecidos o confusos. 2. Que no se distingue con claridad. 3. Lleno de borra o heces.

Cuando, por la mañana, entró en su despacho, Caldas encontró un papelito amarillo adherido al tablero de la mesa.

Descolgó el teléfono.

—¿Qué sucede?

—Creo que tiene que ver algo, inspector —respondió Clara Barcia.

—¿De qué se trata?

—De la grabación de la cámara de seguridad. ¿Puede pasarse por aquí?

—¿Ahora?

Leo Caldas y Rafael Estévez entraron en la sala de visionado de la UIDC. Se sentaron en las sillas más próximas a la pantalla colgada en la pared.

Volvieron a ver la imagen en blanco y negro del jardín, con los arbustos y el camino serpenteando hasta la entrada. La agente Barcia congeló la imagen del Land Rover en la calle, sobre la puerta, cuando regresaba del faro.

—Fíjense bien —dijo enfocando al conductor.

—¿En qué hay que fijarse?

—En las manos del conductor —murmuró.

No necesitó decir más.

La pantalla estaba borrosa, pero podían contarse los cinco dedos de la mano derecha sujetando el volante.

—¿Seguro que es la derecha?

—Da igual, inspector —dijo la agente, dando marcha atrás a la grabación hasta ver el todoterreno pasando en la dirección contraria.

Había otros cinco dedos en la otra mano.

—No es Diego Neira —dijo la agente.

Caldas suspiró:

—Está claro.

Mantuvo los ojos cerrados hasta que Estévez aparcó frente a la comisaría. Se preguntaba de quién serían las manos que mostraba la grabación.

El chico no se había llevado el Land Rover ni el barco de Castelo al faro, pero eso no lo exculpaba de la muerte del Rubio. Alguien le había ayudado a deshacerse del barco, y Leo Caldas no acertaba a adivinar quién.

Tragó saliva. Tampoco estaba seguro de querer descubrirlo.

Sabía que él mismo habría ayudado a un amigo a quien la vida hubiese vuelto la espalda.

Entró en el despacho del comisario Soto y le contó lo que la agente Barcia les había mostrado.

—¿Entonces quién carallo es?

—No lo sabemos —dijo Caldas—. Pero él no.

—¿Y qué le digo ahora al juez? Está obsesionado con el Land Rover.

Soto había comenzado a dudar, y Leo Caldas trató de tranquilizarlo:

—No le diga nada, comisario. Al menos hasta que localicemos el vehículo. El conductor ha de ser alguien muy cercano al chico.

—¿Tú crees?

—Por fuerza —afirmó el inspector—, tiene que serlo.