Espera: 1. Calma, paciencia. 2. Acción y efecto de esperar. 3. Plazo señalado por el juez para ejecutar una cosa. 4. Puesto para cazar en que se espera que las piezas acudan espontáneamente o sin ojeo.
Caldas comió solo en el bar Puerto y pasó toda la tarde en su despacho. Comenzaba a redactar el informe cuando el agente Ferro llamó con los nudillos al cristal. Había estado buscando rastros en la casa de Neira y en el almacén del club náutico hasta entonces.
—¿Quería verme, inspector? —preguntó desde la puerta.
—¿Encontraste el coche?
—Nada. En su casa no hay documentación, ni llaves, ni garaje… Ningún vecino le ha visto conducir más que esa moto.
—¿Y las bridas?
—Tampoco —reconoció.
Caldas volvió a sus papeles.
—¿Algo más? —preguntó Ferro.
—¿Qué hay de la puerta de Valverde?
—La reventaron haciendo palanca. En el taller de carpintería hay veinte herramientas que el chico pudo haber usado para eso.
—Ya.
El agente Ferro aún no se había retirado cuando el comisario Soto entró a decir que el juez había mandado a Diego Neira a prisión a la espera de juicio. Luego le había llamado para pedirle un esfuerzo en la búsqueda del todoterreno.
—Sin el coche creo que va a ser difícil condenarlo —dijo—. No hay pruebas sólidas.
—¿De verdad cree que no las hay? —preguntó Caldas.
—Lo cierto es que todo son indicios. No tenemos una confesión, ni un testigo…, ni siquiera una huella.
Caldas miró al agente Ferro.
—Habría que comprobar todos los Land Rover matriculados en Neda y Ares —le dijo—. Son los sitios donde Diego Neira vivió antes de trasladarse a Panxón. Tal vez el coche pertenezca a algún conocido.
—¿Y en Aguiño, inspector? —quiso saber Ferro.
Caldas meditó apenas un instante.
—También.
El agente de la UIDC se retiró y Caldas preguntó al comisario:
—¿Sabe el juez que cogimos al chico en casa de Valverde?
—Claro.
—¿Y?
—Por eso no lo ha soltado —reveló—. Pero quiere el coche.
No fue la última conversación que tuvo con el comisario aquel día. Hacia las seis de la tarde, Soto le reclamó en su despacho.
—Han encontrado a José Arias en Escocia —le dijo, sin darle tiempo más que a cruzar la puerta—. Lo detuvieron esta mañana en casa de su antigua compañera cuando iba a recoger a su hija.
—¿Le han tomado declaración?
—Sí —dijo Soto—, y no te creas que se ha callado. Admite haber estado en Aguiño aquella noche y haber bebido más de la cuenta, pero asegura que sólo recuerda el agua helada. Por lo que parece, pretende acusar a Valverde de la muerte de todos: de Rebeca Neira, de Antonio Sousa y hasta de la de Justo Castelo.
Caldas pensó que, después de haber huido dos veces, al marinero iba a resultarle difícil convencer al juez de su inocencia.
—¿Cuándo lo trasladarán?
—No lo sé —respondió Soto—. Pronto.