Vigilia: 1. Acción de estar despierto o en vela. 2. Lo que antecede a cualquier hecho y, de algún modo, lo ocasiona. 3. Oficio de difuntos que se reza o canta en la iglesia. 4. Comida con abstinencia de carne.
Por la mañana el inspector se afeitó en la ducha, desayunó en un bar leyendo el periódico y bajó andando a la comisaría. Había amanecido un día espléndido. Limpio, sin una nube. Un nuevo transatlántico enfilaba el puerto. Los turistas podrían dejar los impermeables a bordo.
—¿Me ha llamado Quintáns, de Ferrol? —preguntó a Olga al entrar en la comisaría.
—¿Esta mañana?
—O ayer.
—Esta mañana no. Ayer te dejé algún recado.
Entre los montones de documentos, encontró dos papelitos amarillos pegados en la mesa. En ninguno leyó el nombre que buscaba. Se dejó caer en su butaca negra, descolgó el teléfono y llamó a la comisaría de Ferrol.
—Soy Leo —dijo cuando le pasaron a Quintáns.
—Perdona que no te devolviera la llamada —se excusó éste—, pero ese amiguito tuyo es una anguila.
—¿No das con él? —preguntó, aunque ya conocía la respuesta.
—Qué va. Vivió en Neda hasta hace seis años, pero eso ya lo sabías.
—¿Y amigos, novias, trabajo…?
—Nada. Diego Neira es como un fantasma. No le queda familia, y los pocos que lo conocían no son capaces de describirlo. Lo recuerdan como un chico normal. Ya sabes: ni alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni rubio ni moreno… Eso sí, bastante solitario.
—¿Alguna fotografía?
—Ninguna —dijo Quintáns—, y tampoco estudió en el pueblo. Al menos en el instituto de Neda no hay ninguna ficha con su nombre.
—Vaya.
—Dame unas horas más. A ver si te puedo decir algo esta tarde o mañana.
Después llamó a Clara Barcia para preguntarle si habían identificado el todoterreno que se veía en la grabación de la cámara de seguridad.
—Es un Land Rover de un modelo algo antiguo. El color podría ser blanco, beige, azul celeste, amarillo… Cualquier tono claro.
—Habría que comprobar si hay algún coche así en Panxón, por si acaso.
La agente de la UIDC ya había pensado en ello.
—Hay dos —respondió—, y otros seis en zonas próximas. Iba a pedir a la policía local que verificase si alguno tiene la antena rota y la parte posterior descascarillada.
—Pensábamos acercarnos hasta allí a última hora de la mañana —dijo Caldas—. Si nos mandas una lista con las direcciones podemos comprobar los coches nosotros mismos.
—De acuerdo, inspector. ¿Se la envío a usted?
—Mejor a Olga.
Iba a colgar cuando recordó algo que se le había ocurrido durante la noche, en un momento de vigilia.
—Otra cosa, Clara. Alrededor del faro de Punta Lameda había varias rodadas de coches. Ferro las recogió. Creo que sería bueno comprobar si alguna de ellas pertenece a un todoterreno como el que buscamos.
—De acuerdo, inspector.
—Y algo más: Neira vivió hasta hace unos años en Neda, cerca de Ferrol. No estaría mal saber cuántos Land Rover de ese modelo hay allí.
Caldas colgó el teléfono y miró la mesa. Su sitio parecía una trinchera tras las pilas de documentos. Consultó el reloj. Estévez no llegaría hasta las once. Tomó aire como quien se va a sumergir en una piscina, y acercó su mano al primer papel.
Una hora más tarde, cuando la figura de su ayudante oscureció la puerta del despacho, muchos documentos se apretaban en la papelera. Otros sólo habían cambiado de montón, convirtiéndose en los cimientos sobre los que pronto se levantarían nuevas columnas.
—¿Vamos? —preguntó el ayudante.
—Sí —suspiró aliviado el inspector.
Una brisa leve agitaba las banderas de los barcos del puerto pesquero, y más allá, en Bouzas, los esqueletos de los buques en construcción brillaban bajo el sol de otoño.
Tomaron la circunvalación de la ciudad, y luego la carretera asfaltada sobre los antiguos raíles del tranvía hasta Panxón. Monteferro ya no era una sombra oscura entre la niebla, sino un bosque verde sobre el mar azul.
De camino, Caldas le mostró la relación de propietarios de vehículos todoterreno semejantes al que habían visto en la grabación.
—A ver si hay alguno de color claro.
—¿Cree que estará en Panxón?
—No —dijo Caldas—, pero tampoco perdemos nada por comprobarlo.
—Ese chico debe de estar siguiendo a Arias, camino de Escocia.
—No sabemos si Arias está allí.
—Es igual, Diego Neira irá detrás de ese marinero como un sabueso. No hay como echar a correr para que te persigan.
En Panxón había dos Land Rover del modelo que buscaban. Se acercaron a la primera de las direcciones, pero ni si quiera necesitaron bajar del coche para descartarlo. El todoterreno estaba aparcado en la calle. Era verde oscuro. Estaba destartalado y cubierto de suciedad.
El segundo vehículo de la lista pertenecía a un marinero jubilado. Les contó que lo había comprado de segunda mano años atrás. El hombre lo guardaba como oro en paño en un garaje. Se lo mostró. Era blanco, pero no tenía un rasguño en la carrocería y la antena estaba intacta.
—¿Y ahora qué? —preguntó el aragonés al salir.
—Hay otros seis en los alrededores. ¿Por qué no me dejas en el puerto y te acercas a verlos? —propuso Leo Caldas entregándole la lista—. A mí no me gustan los coches.