Papel: 1. Hoja delgada hecha con pasta de fibras vegetales utilizada para escribir, dibujar, envolver… 2. Carta, credencial, título o documento de cualquier clase. 3. Periódico. 4. Parte de la obra dramática que ha de representar cada actor. 5. Función que una persona desempeña en un lugar o en una situación.
Leo Caldas saludó a los agentes de guardia que charlaban junto a la puerta, caminó hasta su despacho y encendió un cigarrillo. Luego abrió la carpeta azul, sacó las hojas de periódico conservadas desde hacía más de una década por el cura de Panxón y fue desdoblándolas una a una con la seguridad de haber leído el nombre de Aguiño en alguna de ellas.
Encontró lo que buscaba en la página de un periódico local fechada el lunes 23 de diciembre de 1996, tres días después del naufragio. Bajo la crónica de la reanudación de las tareas de rastreo encaminadas a localizar el cuerpo del capitán Sousa había otras dos noticias más breves. La primera refería los detalles del asalto a una gasolinera perpetrado por dos motoristas encapuchados. La otra recogía de forma escueta la desaparición de una mujer en Aguiño.
Mujer desaparecida en Aguiño
Una vecina de Aguiño, Rebeca Neira, de treinta y dos años de edad, falta de su domicilio desde la noche del pasado viernes día 20.
La desaparición fue denunciada por su hijo en la mañana de ayer domingo, y, durante la tarde, grupos de vecinos y miembros de Protección Civil buscaron a la joven por las inmediaciones de su casa. A primera hora de la noche la búsqueda se suspendió sin haber obtenido resultados.
Fuentes policiales consultadas por este diario confirmaron que manejan el abandono voluntario del hogar como hipótesis más probable de la desaparición, aunque tampoco descartan otras posibilidades.
Leo Caldas leyó dos veces el texto. La mujer había sido vista por última vez la noche del viernes 20, la misma noche del naufragio del Xurelo.
Una fotografía pequeña ilustraba la noticia. En ella podía verse a un hombre inspeccionando la cuneta de una carretera. El inspector buscó en el resto de las hojas de periódico con la esperanza de hallar alguna otra noticia que comentase aquella desaparición, pero no encontró más referencias a la mujer de Aguiño.
Tal vez no guardase relación con el hundimiento del Xurelo, pero las fechas de ambos sucesos coincidían y el puerto de Aguiño era el más próximo al lugar donde faenaba el pesquero cuando se levantó el temporal.
Se encogió en su butaca negra y su estómago protestó con un rugido hambriento. Lo acalló dando una calada al cigarrillo y volvió a tomar la hoja del periódico. Contempló la fotografía del capitán Sousa, los ojos envueltos en arrugas que le miraban desde la parte superior de la página. Luego leyó una vez más la noticia de la desaparición de Rebeca Neira. Reparó en que se mencionaba una denuncia presentada por su hijo, y coligió que una copia del atestado habría sido remitida a la jefatura Superior de Policía de Galicia para su archivo.
Leo Caldas descolgó el teléfono. El agente que contestó su llamada en la jefatura le confirmó que Nieves Ortiz aún trabajaba en el turno de noche.
—¿Me puede pasar con ella? —pidió—. Soy el inspector Caldas, de Vigo.
Al cabo de unos instantes oyó la voz aguda de Nieves.
—Cuánto tiempo, Patrullero —le saludó, y Leo Caldas imaginó la sonrisa amplia de Nieves bajo sus ojos diminutos.
Hacía más de un año que había pedido el traslado a la jefatura en A Coruña, pero en la comisaría de Vigo todavía se echaba de menos el estruendo de sus risotadas.
—¿Qué puedo hacer por ti? —se ofreció, después de preguntar al inspector por varios de sus antiguos compañeros.
—Necesito consultar un atestado.
—Venga, dime.
—A ver si encuentras el legajo con la denuncia por desaparición de una tal Rebeca Neira —dijo el inspector.
—¿Dónde?
—En Aguiño.
—¿Sabes la fecha?
—Entre el 20 y el 22 de diciembre de 1996.
—¿Noventa y seis?
—Eso es.
—Necesito ir al archivo —le advirtió Nieves—. ¿Prefieres esperar o que te llame yo en un minuto?
—Si es un minuto casi espero —dijo Caldas, pero tuvo tiempo de encender un nuevo cigarrillo antes de volver a escuchar la voz de Nieves Ortiz en el auricular.
—Tengo la denuncia —le confirmó.
—¿Hay algo más?
—Nada —respondió Nieves—. Hay una nota manuscrita en el margen que dice: «Se están realizando averiguaciones de las que se dará cuenta». Pero no hay más papeles.
El inspector chasqueó la lengua.
—Sería una falsa alarma —dijo Nieves Ortiz.
—Ya —murmuró Leo Caldas, fastidiado al ver cómo se desvanecía una nueva línea de investigación.
—¿Quieres que te la envíe de todos modos? —se ofreció ella.
—¿No te importa?
—¿La mando al fax de la comisaría?
El inspector le dio las gracias y se quedó fumando en su butaca. Si no había más documentos en el legajo tenía que ser porque la mujer había aparecido sin daños poco después. Volvió a leer la noticia en la hoja de periódico amarilleada por el paso del tiempo. Allí figuraba el abandono voluntario del domicilio como causa más probable de la desaparición de Rebeca Neira, y Leo Caldas sabía que las cosas solían ser lo que aparentaban.
Apagó el cigarrillo y salió de su despacho con el cenicero en la mano. Lo vació en la papelera del cuarto de baño, y después de lavarlo con agua bajo el grifo, regresó a su oficina y lo devolvió al cajón. Luego miró la hora en el reloj de su muñeca.
Pasaban algunos minutos de las diez y media de la noche cuando Leo Caldas salió de la comisaría. Le acompañaban el hambre y la sensación de llevar toda la semana orbitando alrededor de la muerte de Justo Castelo, avanzando por un camino circular que terminaba por devolverle al lugar de origen por más pasos que anduviese.