Travesía: 1. Callejuela que atraviesa entre calles principales. 2. Viaje realizado por mar o aire. 3. Viento que sopla perpendicular a la costa. 4. Distancia entre dos puntos de tierra o de mar.
Caldas bajó caminando desde el hospital por la calle México. Frente a la estación de ferrocarril tomó la calle Urzaiz, cruzó la Gran Vía y continuó descendiendo por su acera abarrotada hasta la farola de forja de Jenaro de la Fuente. Luego recorrió la calle del Príncipe entre el olor de las castañas asadas y las melodías de los artistas callejeros. Poco antes de la Puerta del Sol, en la esquina en que un músico andino soplaba una flauta de pan, se desvió a la izquierda por la pequeña travesía de la Aurora que conducía al Eligio.
Entró en la taberna, se acercó a la barra, saludó a Carlos y olisqueó el aroma proveniente de la cocina.
—Hay fideos con almejas, ¿no?
—Carallo, Leo —exclamó Carlos—. Buen olfato.
—Es que no he probado bocado en todo el día.
—¿Y eso? —preguntó Carlos mientras colocaba frente al inspector una copa que llenó de vino blanco.
—Salí esta mañana en barco con un amigo y me mareé —confesó—. No he tenido el estómago para fiestas.
El bigote espeso de Carlos perfiló media sonrisa y desapareció en la cocina para encargar la cena del inspector. Leo Caldas se acercó con su vino a la mesa de los catedráticos y se sentó entre ellos. Al cabo de un instante, Carlos salió de la cocina y volvió a su puesto de mando tras la barra.
—Así que el «Patrullero de las ondas» se marea en los barcos —dijo desde allí con una mueca divertida.
—Si sólo fuese en los barcos… —respondió lacónico Caldas.
—¿No irías a bordo del pesquero que naufragó en el Gran Sol? —se burló uno de los catedráticos—. ¿Visteis el rescate en las noticias?
Todos asintieron.
—Los salvaron por minutos —añadió otro.
—¿Dónde está el Gran Sol? —preguntó Caldas, que había oído mencionar infinidad de veces aquel nombre pero era incapaz de localizarlo en un mapa.
—Entre el sur de Inglaterra y el Mar del Norte —respondió un catedrático.
—Sí —dijo otro—, al oeste de Gran Bretaña.
Todos alababan a los pilotos de helicóptero que se jugaban la vida volando en medio de los peores temporales.
—En cambio, cuando yo estaba embarcado suspiraba porque hubiese tempestad —dijo Carlos, quien antes de regentar la taberna fundada por su suegro había sido marino mercante.
—¿Y eso? —preguntó uno.
—Porque íbamos a algún puerto a refugiarnos —explicó—. Sabíamos que ese día desembarcaríamos y daríamos un paseo, así que cuando se anunciaba temporal todos nos frotábamos las manos.
Caldas recordó una de las noticias del naufragio del Xurelo que había leído durante la tarde. El patrón de un barco que faenaba en la misma zona se había sorprendido al conocer el naufragio del pesquero de Panxón. Aseguraba que Sousa le había transmitido por radio su intención de recoger el aparejo para ir a resguardarse a tierra.
—¿Los pesqueros también? —preguntó.
—Igual —rió Carlos con su vozarrón—. Con mal tiempo, todos a puerto a tomar un vino y al carallo la pesca hasta que escampe.
Las palabras de Carlos resonaron como un eco en la cabeza de Leo Caldas, poniendo sus sentidos en alerta. «Con mal tiempo, todos a puerto», repitió para sí.
Se acercó a la barra.
—Oye, Carlos, si estuvieses navegando cerca de Sálvora y se desatase un temporal, ¿dónde te refugiarías? —preguntó en voz baja.
—No sé —dudó Carlos—. ¿Por qué?
—Necesito saberlo.
—Espera.
Carlos se acercó a la librería situada junto a la puerta y volvió con un atlas que colocó sobre la barra, abierto en la página correspondiente a las rías bajas gallegas.
—Sálvora está aquí —dijo colocando el dedo sobre la isla, en la boca de la ría de Arousa.
—¿Dónde te abrigarías? —insistió el inspector.
—Supongo que iría a Ribeira o a Villagarcía —dijo Carlos peinándose el bigote con dos dedos—. Allí hay calado suficiente para un mercante.
—¿Y si fueses en un pesquero pequeño?
—¿De qué tamaño?
—Uno de ésos que van al mar un par de noches.
—Ah, entonces me quedaría en Aguiño.
—¿En Aguiño? —preguntó—. ¿Seguro?
—Creo que sí… —volvió a mirar el mapa—. Sí, seguro. ¿Qué pasa?
—Que tengo que consultar algo —murmuró el inspector, y todavía con el estómago vacío, salió de la taberna hacia la comisaría.